Introducción a la versión Abril de 2013:
Esta pretende ser una versión ampliada, corregida y aumentada del volumen final ya publicado aquí en Marzo de 2012: El hombre que mató a Paulo Coelho (Capítulo final). A su vez es algo totalmente diferente y que no tiene nada que ver, más allá de la sana costumbre, que nunca perdemos de vista desde el consejo de redacción de cabezadeavestruz, de meternos con el Señor Conejo, Metaforaman o como ustedes tengan a bien llamar al personaje que responde al nombre de Paulo Coelho (O eso dice él).
La historia en este caso se centra en una chica que, al despertar un día de resaca, descubre que su vida sólo tendrá sentido el día que asuma que ella mató a Paulo Coelho. Evidentemente, la historia está basada en hechos ciertos y cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia si no que es totalmente intencionado.
Había escuchado esa frase millones de veces. Aquello de que “Si un escritor se enamora de ti, nunca morirás”. Cerré los ojos. Metí la cabeza debajo de la almohada y la apreté contra mí con mucha fuerza. No quería salir al mundo, no quería volver a despertar. No quería ser persona con esa frase en mi mente. Necesitaba encontrar alguna cabeza de caballo cortada por mi cama para empezar a sentirme bien y afrontar el día con confianza, lejos del temor a esa frase, aterrada porque acababa de meterme en un pánico sin sentido, que me hará caminar todo el resto de mi vida con miedo a que me persiga, con pavor a que mi nuca sienta su aliento. “Si un escritor se enamora de ti, nunca morirás”.
No sé por qué, de no encontrar la cabeza de caballo cortada que me hiciera gritar como una histérica, con razón y excusa, para mejorar el día que aún no había tenido poder para empezar, pasé a recordar como las nutrias duermen de la mano por si las corrientes las llevan lejos, para así amanecer y despertar juntas donde quiera que hayan llegado. Hace tiempo descubrí la imagen y el concepto. Me parece hermoso, mágico, tierno y devastadoramente emocionante. Las nutrias se agarran de la mano, duermen, y cuando despiertan siguen juntas, por muy lejos que les haya llevado la corriente.
Yo no sé nadar, pero una vez lo intenté y salí despavorida de la piscina cuando vi a Paulo Coelho con un gorro de silicona lleno de frases suyas, tirándose en mi misma calle para empezar su chapuzón. No he vuelto a pisar una piscina desde entonces. Sigo atemorizada por aquella imagen y me cago en las bragas sólo de imaginar sacar la cabeza del agua para tomar aire y encontrar frente a mí una de las maravillosas frases del brasileño que me dice cómo tengo que hacer para vivir mejor y más feliz. Prefiero encontrarme con una pareja de nutrias que, aunque muchos no lo crean, es infinitamente más higiénico. Física y moralmente.
Prefiero las nutrias aunque
A mí no me guste dormir rozando a nadie.
A mí no me guste despertar.
A mí no me guste la coleta de Paulo Coelho.
A mí no me guste encontrarme con gente que adora a Paulo Coelho.
A mí no me guste la gente.
A mí no me guste que me manden powerpoints con fotos de amaneceres, frases de Paulo Coelho y música de Enya.
Pero, sobre todo,
A mí no me gusta Paulo Coelho
LO ODIO
A mí no me interesa sentir que soy imbécil porque no sigo sus consejos para ser más feliz.
A mí no me interesa que diga que el “Ulises” de Joyce hizo mucho mal a la literatura.
A mí no me interesa que siga haciendo daño a la literatura.
Pero, sobre todo,
A mí no me interesa enamorarme de alguien a quién le guste Paulo Coelho.
LO ODIO.
Con la mierda de resaca que llevo, lo peor que puedo hacer es seguir pensando en el metaforaman brasileiro porque así no va a haber quién me haga afrontar el día. Y mucho menos, imaginármelo enamorado de mí, diciendo aquello de “Si un escritor se enamora de ti, nunca morirás”, corriendo tras de mí, echándome su curativo y filosófico aliento putrefacto en mi nuca. Quiero que mi nuca sea mordida y soplada por brutos personajes que me encuentre en un bar rockero donde nadie tenga el menos interés por leer, y menos al Señor Conejo. Quiero que cuando sienta un aliento en la nuca sea salvaje y sucio, y no lleno de paz espiritual y acento portugués, almibarado con música del Circo del Sol y bellos paisajes naturales pasando diapositiva tras diapositiva. Tiemblo cada vez que veo que alguien le atribuye esa frase.
Tengo que ir a verla de inmediato porque como siga así me voy a follar a cualquiera con tal de que Paulo Coelho se olvide de mí y me deje morir en paz. Necesito verla, para morir en paz, enamorada como una nutria, durmiendo en la corriente, de su mano. Sin ser inmortal porque el cabrón del brasileño se haya empeñado en enseñarme su amor por mí y todo lo bello que hay en el mundo.
Voy a buscarla. A la cosa más bella del mundo...
(Elipsis temporal)
Llego a a verla y me la encuentro mil veces más bella de lo que la recordaba. Sonrío levemente, sin que se me note demasiado. En esa media sonrisa disimulada e inevitable se puede resumir mi vida. Luego ya sonrío sin disimulo con toda la cara y todo mi cuerpo para que ella sea consciente de que me alegro mucho de llegar y verla.
Hola, ¿Cómo estás? Tenía muchas ganas de verte. Estás guapísima. Creo que podría pasarme la vida mirándote sin cansarme. Quien dice la vida entera, dice siempre. Dame la mano por si nos lleva la corriente mientras soñamos y así podremos despertar juntos.
Y me sonrió.
Y en esa sonrisa forzada me di cuenta de que ella estaba enamorada de Paulo Coelho. De sus libros, de sus citas y aforismos.
Y aquella media sonrisa disimulada que pongo siempre al encontrarla porque la veo más bella de lo que tenía en mente en la que se puede resumir mi vida, se tornó en mueca sangrienta con deseos de venganza...
Y como esta es una historia que tiene su parte sucia y despreciable (Paulo Coelho) y sus partes bellas y luminosas (la media sonrisa que puede resumir mi vida, las nutrias de la mano durmiendo en la corriente de un río) decidí no enamorarme nunca de ella para no obligarla a vivir siempre. Y como recordé que no soy escritora y no tengo ese poder, me volví a la (Elipsis temporal) y aproveché para sepultar con saña a Paulo Coelho bajo todas las diferentes ediciones de “El Alquimista”, sólo por el placer de escuchar en su agonía una última frase, una última enseñanza, un último soplo de luz vital que me guardaría para mí y no dejaría que contaminara el mundo.
Y con esa media sonrisa que resume mi vida, más la media sonrisa de ver al Señor Conejo sangrando aplastado bajo sus letras, junté una sonrisa entera.
Y me quedó bella. Y me sentí bien. Y me creí nutria.
Y salí a buscar un escritor al que enamorar para no morir nunca...
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