Hace algunos años, en un
juego estilo a aquello del “Si fuera” que hacía Raffaella Carrá
en la tele, una amiga a la que admiraba y quería desde mi posición
de adolescente tímido y apocado, me identificó con este cuadro. “Si
fueras una obra de arte serías Bebedora de absenta de Picasso. Sabes
cuál es, ¿Verdad?”
Sí, mentí vilmente.
Mentí pero me hizo muchísima ilusión. Hay que recordar que en
aquellos tiempos no existía la posibilidad de agarrar el móvil y
con una rápida consulta al Señor Google (¿O será señora?)
descubrir de qué se está hablando. Pero me fascinó. Me sentí
honrado. Me gustó mucho. Como me gusta ahora la absenta. Pese a que
esté prohibida. Aunque esto no viene al caso ni es relevante.
Hace algunos días, en
una casualidad del destino de esas que no tienes planeadas (de ser
así no serían casualidades del destino), me di de bruces con la
Bebedora de absenta. No es que de fiesta me encontrara con algún ser
cautivador que se diluye en la bohemia despertando mi interés, sino
que entré en una exposición y allí estaba ella. De repente, como
si nada. Siendo una rareza en las exposiciones que suelo ver porque
es un caso extraño de lienzo que está pintado por las dos caras.
Por detrás, tenía “Mujer en el palco”, pero de eso me di cuenta un
buen tiempo después, tras mirar y remirar, embelesado, a Bebedora de
absenta.
Mi historia de amor con
la Bebedora de absenta desde aquel momento (desde hace años, no
desde hace algunos días) llegó a su culmen (hace algunos días, no
hace años) cuando me la encontré por sorpresa, altiva y desafiante
en medio de una sala del Museo Reina Sofía. Una historia que siempre
estuvo ahí y a la que no hice mucho caso porque me dejaba vivir en
paz, sin tener que demostrar constantemente cuánto la quería. La
historia, no el cuadro que pertenece a otro museo. Mi historia de
amor hacia ella define la biografía sin escribir de mi menos
interesante vida. Apareció sin venir a cuento, cuando yo no sabía
qué quería ser de mayor pero confiaba con serlo todo, y se mostró
ante mí cuando olvidé ser mayor porque creía serlo ya todo. Tanto
tiempo estuve buscándola, que cuando el resto de mi vida estaba tan
alicatada como para no pararme a pensar qué podía haber fuera de
ella porque lo único que me pedía el cuerpo era vivirla desde
dentro como estaba haciendo, que cuando apareció casi ni me di
cuenta y por poco me paso de largo. Pero la encontré. Quizás fuera
una señal de la que no me percaté en aquel instante, pero a partir
de aquel momento, uno de tantos que agrupados hacían de mi vida algo
por lo que no preocuparse cómo es la vida (que es sin duda uno de
los signos más claros de que estás viviendo algo importante, no
preocuparte qué es lo que estás viviendo ni pensarlo demasiado) y
seguir cada día sintiendo qué bien se está cuando se está bien,
marcó el principio del fin. Como si de un círculo vicioso (por
aquello de la absenta no podría ser de otra manera) vital se
tratara, días después de encontrármela, se llevó por delante todo
lo que tenía. Sin yo quererlo, por supuesto. Sin esforzarme por
ello. Pero todo se fue. Y me quedé con el recuerdo. Tal y como
recuerdo cuando la Bebedora apareció en mi vida. Como con tantas
otras cosas.
Hace algunos días dejé
de pensar que todo estaba bien. Olvidé que mi vida era tan
maravillosa como para encontrarme con la Bebedora de absenta en medio
del Reina Sofía de casualidad y disfrutarlo. Se cerró el círculo.
Sin absenta con la que evadirse. Y se cumplió el vaticinio de hace
algunos años, cuando supe que todo iría bien, cada vez mejor, hasta
que se rompiera por cualquier cosa. Giró la rueda. El círculo se
cerró. Y la espiral me lleva de hace algunos días a hace algunos
años. De no saber ahora mismo qué quiero ser de mayor como me
pasaba en aquel entonces. De ser consciente de que la vida son tres
días como lo era por aquellos tiempos, pero que esos tres días me
los han dado a mí porque soy especial y diferente a las y los demás.
Porque vivir con sensación de abismo permanente, como me sobrevino
la existencia hace unos días, sólo requiere voluntad para
transformar el vértigo en excitación. Me asomé al barranco
obligado hace algunos días y tuve miedo de caer. Dejé de mirar
abajo recordando hace algunos años y tuve placer de caer.
He vuelto a ser yo. Aquel
que era cuando no sabía quién era ni qué quería ser de mayor.
He visto a la Bebedora de
absenta...
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