M despertó con peor humor que de costumbre. N se dio cuenta y no quiso decir nada. Se limitó a un escueto y aséptico “buenos días”. Le preguntó si quería café. M le miró y, tras un beso de esos que se dan y parecen pedir perdón, le contestó:
- Sí, gracias, cariño.
- Te lo pongo, siéntate en la sala. Yo tampoco he desayunado aún, me acabo de levantar.
Mintió. Sabía que algo había pasado aquella noche. No tenía ni idea de qué era, pero algo había pasado que a M le había perturbado. Y cuando M se perturbaba y no dormía bien, N dormía peor aún.
- He dormido fatal. Espero no haberte molestado.
- No, tranquila.
Mintió otra vez.
- ¿Ha pasado algo?
- No, no sé. He dormido muy mal. Pero no por nada. Un sueño muy extraño.
- ¿Me lo vas contar?
- He tenido miedo. He soñado algo raro. Nos despedíamos y no quedaba bien. No sé, muy raro todo.
- ¿Nos despedíamos mal?
- No, no mal. Nos despedíamos y faltaba algo.
- ¿Algo? ¿Nos despedíamos para siempre?
La segunda pregunta le dio un poco de miedo. N se arrepintió de haberla hecho al instante. Conocía de sobra a M y sabía que poner demasiada intensidad en conversaciones abstractas no les llevaba a ningún sitio bueno. Nunca.
- No, no sé. Era como si nos despidiéramos y no te pudiera abrazar.
- ¡Anda, tonta! Abrázame.
No se abrazaron. M miró y a N le dio miedo.
- No, no seas tonto. Eran más cosas. ¿Tú qué tal?
- Yo he dormido bien.
Mintió, aliviado, por enésima vez aquella mañana.
- Me alegro.
- Fíjate que anoche tuve una idea maravillosa entre sueño y sueño.
- ¿Sí?
- Sí. Pero de las chulas, chulas.
- Cuéntame.
- No puedo. He despertado a buscarla y no aparece.
- Estará bien allí...
Ahora fue N la que mintió. Ella no podría soportar tener una idea maravillosa en sueños y no encontrarla al despertar. Por muchas veces que le ocurriera. No lo soportaba, sin más. Mucho menos creer que está mejor "allí". Fuera donde fuera ese "allí".
- Sí, supongo que estará mejor allí. Sea donde sea ese "allí".
- Ya aparecerá.
- Ha aparecido otra. Lo mismo ha sido por culpa de tu sueño.
- ¿Te has acordado porque te he contado mi sueño?
- No sé, puede ser.
- Pues no te he contado ni la cuarta parte.
- Tampoco te acuerdas de más, ¿verdad?
- Verdad.
N mintió. Esta vez diciendo “verdad”, lo que no deja de ser una cosa curiosa.
- He soñado con algo que, quizás, tiene que ver con tu sueño y el despedirse sin poder dar un abrazo.
- Cuéntame.
- Se me ha ocurrido una aplicación de WhatsApp.
- Creo que no puede haber algo más lejos de los abrazos que el WhatsApp.
- Sí, a priori sí. Pero, si no puedes dar un abrazo, ¿no puedes, al menos, paliarlo un poco con el WhatsApp?
- Sí, claro, sobre todo tú, con lo borde que eres por WhatsApp. Con lo que cuesta cogerte el punto a ti...
- Pues más a mi favor. ¿Cuántas veces no has terminado de hablar y, al tiempo, en los chats, ves esa conversación con una frase que no te gusta al terminar?
- No sé, chico, yo no me fijo en esas cosas, no le doy tanta importancia como tú.
Y N mintió por enésima vez aquella mañana. Estaban prácticamente a la par. Y los dos lo sabían.
- Una aplicación que deje siempre una frase que te guste como final a una conversación de WhatsApp.
- ¿Cómo?
- No sé, una frase de cierre bonita. Como un abrazo de despedida mecanizado. Que nunca se te olvide, que no se cierre la conversación en falso o con una frase rara por las circunstancias que sean...
- O sea, que vuelves a comparar lo de los abrazos con el WhatsApp, ¿no?
- Sí, quizás tenga algo que ver.
- No te entiendo.
- Abrázame.
- Ahora no quiero.
Mintió.
Pero no se abrazaron.
Años después, M bloqueó a N en WhatsApp. Aunque no le negara nunca un abrazo desde que se separaron, no quería que le mandara mensajes. No quería siquiera sospechar que pudieran estar mecanizados. Pero siempre echó de menos aquel abrazo. El que no dio en sueños y el que no se dieron aquella mañana. Decidió no volver a escatimarlos nunca.
Aunque fueran por WhatsApp, pensó N sin saber lo que pensaba M al respecto.
Que nunca jamás se me vuelva a perder un abrazo que deseo dar (pensaron los dos).