Marino Lejarreta tiene problemas para dormir. No porque tenga la conciencia intranquila, como se suele pensar, más bien por lo viejo que está su colchón. Los muelles se le clavan por todo el cuerpo cuando se echa en él, pero el dinero no le llega para comprarse otro. Tiene que decidir si come todos los días o si descansa bien, y su apetito es demasiado voraz como para decidir comprar un colchón y dejar de comer.
Su vida no ha sido fácil. Ha tenido que aguantar desde muy pequeño las chanzas en el colegio por la ocurrencia que tuvo su padre al ponerle Marino para que, al juntarlo con el apellido familiar, Lejarreta, recordara a un ciclista muy famoso por aquel entonces. A veces piensa, y con razón, que no todo el mundo debería tener derecho a ser padre. Y eso es algo muy duro de pensar, sobre todo si lo piensas de tu padre.
Se siente mal. No descansa. Hay días que llora al descubrirse los moratones por el cuerpo cuando sale de la ducha y se mira al espejo. Agua fría, aunque más frío es mirarse al espejo y ver su cuerpo marcado por los jodidos muelles del, cada vez más fino, colchón.
El Junco de Berritz le marcó la vida. Y a él no le dio tiempo siquiera a decidir si le iba a gustar el ciclismo. Sus compañeros de colegio le mostraron claramente el camino hacia el desprecio por tan sacrificado deporte. Marino no lo pasa tan mal hoy en día. Los mayores suelen disimular más las bromas (por no decir que hay gente que pierde la capacidad de hacerlas según crece) y la actualidad de su homónimo no está constantemente en la televisión.
Podrían haberle llamado Paco García o Juan López y a pesar de ser nombres infinitamente más corrientes por estos lares no lo hubiera pasado tan mal. Pero Marino, cuando su apellido es Lejarreta era una auténtica putada.
No duerme y le pesa la identidad. Tiene el cuerpo lleno de moratones y ni uno es de caídas con la bicicleta. Nunca ascenderá ningún puerto de montaña, siquiera andando. Sólo asciende a su
Alpe D’Huez particular cuando llega la noche y el sueño le puede, aunque sepa que no va a poder dormir.
Acostumbra a tratar de seducir a chicas sin más objetivo que encontrar un sitio donde dormir cada noche, huyendo de su maltratadora cama. Pero sin dinero es difícil ligar. Seguro que el Marino Lejarreta que le ha jodido la vida, el que inspiró al cabrón de su padre para tan tremebunda broma, no tiene problemas ni económicos ni sentimentales, y mucho menos de sueño y de magulladuras por el cuerpo, esté dónde esté ahora mismo.
Hoy sale de “caza” una vez más: No busca a ninguna chica guapa, es más, últimamente lo intenta con chicos también, simplemente busca un sitio donde poder dormir. Fantasea con el día en el que alguien, tras cumplir con sus requerimientos sexuales, le mire a la cara y le pida
que se quede a dormir. Una vez más. Pero no suele pasar. Tras el calentón inicial, sus moratones por todo el cuerpo dan una imagen de insalubridad demasiado importante como para obviarla. Además, no es un gran amante. Siempre que se acuesta con alguien (no para dormir, aunque sí con esa intención final) está tan presionado que no da todo lo que se puede esperar de él. Muchas veces ni se le levanta. En el fondo le hace cierta gracia. Un poco de humor negro y trágico, pero imagina cómo hubiera sido hace unos años si la gente comentara que a Marino Lejarreta no se le levantaba. Hay alguna posibilidad, piensa, de que esto pudiera ser así: Los ciclistas se pasan media vida, al límite de su esfuerzo físico, posando con dolor sus testículos sobre diminutos y duros sillines de bicicleta. Quizás lo leyó en algún sitio, pero cree recordar que entre los ciclistas hay un altísimo porcentaje de tipos estériles por el maltrato que el desempeño de su actividad provoca en sus testículos. Quizás Marino fuera uno de los más afectados. Quizás. Triste consuelo. Aunque, bien mirado, la esterilidad no es lo mismo que la impotencia, a pesar de ir relacionadas obviamente, y con un poco de mala suerte, Marino Lejarreta es un excepcional amante, con un miembro descomunal de erecciones espectaculares y estéril.
¡Qué me importa la esterilidad! Yo sólo quiero dormir, o sea, follar para después dormir. Me da igual seas guapa, feo, gordo, top-model o un orco salido de los pantanos de la Tierra Media… Quiero follarte hasta que te quedes a gusto y me dejes dormirme a tu lado. No hay mayor fantasía sexual que cantarte al oído que
sólo quiero despertarme contigo… No tengo mayor deseo que eso.
Vuelve a casa sólo y deprimido, una vez más. En este terrible momento, previo a su pesadilla, saca fuerzas de flaqueza para consolarse imaginando a los cabrones que le machacaron en el colegio por llamarse Marino. Seguramente ninguno de aquellos ha ligado esta noche. Alguno, el más guapete, será hoy calvo, gordo y feo y estará casado con una mujer que le mangonea y le hace la vida imposible. El más graciosete, probablemente esté muerto por haber hecho alguna inadecuada chanza en momento inapropiado o habrá perdido toda su gracia para ser un ser plano y lineal con una aburrida vida de contable de entidad financiera cercana a la quiebra… Se apena por encontrar consuelo en tan fantasiosa realidad, pero es el único que encuentra momentos antes de volver a su particular tortura diaria.
No puede dormir. Una vez más, como tantas otras. Una vez más, se levanta y pone la televisión. En el canal internacional de ETB ponen en diferido una carrera ciclista. No le interesa lo más mínimo, pero algo le ha hecho poner ese canal. Una estridente voz narra con pasión lo que pasa en la carrera. Parece que está bastante interesante a juzgar por el tono y la velocidad de su discurso. Otra voz intercala comentarios más sosegados y menos apasionados entre tanto despliegue de velocidad narrativa. Esa voz le resulta familiar, pero nunca ha estado en el País Vasco y odia el ciclismo. Es imposible. Le resulta familiar aunque apostaría un dedo que no la había escuchado antes.
Pulsa el botón de información del programa:
3:30-6:00: Retransmisión Deportiva (Redifusión)
Palabras más adelante descubre el horror: Comentarios a cargo de Marino Lejarreta, el Junco de Berritz.
Ahora sí que no podrá dormir.
Es duro llamarse Marino y pasar la vida en una ciudad interior.