“Dicen que me he acostado con siete Miss Mundo.
Es mentira: Sólo han sido tres.”
(George Best)
Salí corriendo. Me empecé a subir los pantalones de mala manera, atropelladamente. Escaleras abajo, patéticamente, como un cliché de una mala (¿No lo son todas?) película americana adolescente.
Conseguí abrocharme el pantalón cuando ya corría por la calle. Gané velocidad al estar vestido de cintura para abajo. En ese instante no recordaba que habría sido de mi camiseta de
George Best. ¡Dios Santo! ¿Había perdido la camiseta de George Best? ¡Con el trabajo que me costó comprarla en aquella subasta por E-Bay! ¡Con lo bien que me quedaba! ¡Con lo bien que me sentía con ella puesta…!
No tenía tiempo para pensar en cosas materiales. Seguía corriendo como alma que lleva el diablo (¿Quién ha dicho que las almas que llevan el diablo corren mucho? Nunca he entendido bien esa expresión…) buscando ponerme de una vez fuera de peligro.
Corría y corría como si estuviera preparado para ello. Quizás para correr mucho sólo sea necesario algo de que huir. Correr es de cobardes, pero cuando estás huyendo, ya se da por hecho que eres un cobarde. Cuando eres un cobarde, huyes, corres y recuerdas que llevas más de quince años postergando el momento en el que vas a dejar de fumar definitivamente, y todo sucede a la vez, bastan un par de minutos para que el resultado empiece a resultar lamentable.
Pero debía dejarme de exquisiteces y seguir hasta ponerme completamente a salvo. ¿Y mi camiseta? ¿Qué habría sido de ella? ¡Joder! Me costó una pasta por E-Bay…
Tanto cine americano adolescente me había enseñado que (¡Dios Santo! ¿Pueden el concepto “cine americano adolescente” y el verbo “enseñar” estar en la misma frase sin que chirríe demasiado?) la mejor manera de estar a salvo es adentrarse en una multitud, en un lugar público lleno de gente, en un evento abarrotado…
Al fondo de la calle estaba el centro comercial. Sería perfecto para mezclarme con la muchedumbre. Introducirme en cualquier tienda y estar completamente fuera de peligro.
Además, probablemente hubiera WiFi. En cualquier centro comercial que se precie a día de hoy hay WiFi disponible, es la señal identificativa de estos nuevos tiempos de interconexión global. Y si la WiFi va bien, podría actualizar mi estado de facebook maldiciendo mi mala suerte por perder mi camiseta de George Best, postear algo nuevo en el blog con la palabra “tetas” repetida varias veces, y ver si hay alguna oferta interesante en
infojobs. Seguramente descartaría la tercera opción por inútil, la primera por seguir bloqueada mi cuenta facebook por mis repetidas amenazas de muerte a Lina Morgan, y sólo me quedaría escribir un post con la palabra “tetas” repetida muchas veces. Seguramente lo titularía “Tetas, tetas y más tetas” y no sé muy bien qué contaría en él, pero repetiría todas las veces que pudiera la palabra “tetas” para aumentar el número de visitas del blog. Que sólo lo visitaran habitualmente una ex novia, una madre y un par de colegas de fiesta con poco criterio empezaba a ser muy triste y la estratagema de las tetas (“La estratagema de las tetas” puede ser un buen nombre para una próxima novela) aumentaría exponencialmente el número de visitas. Seguramente también aumentaría si pusiera la palabra “pene” o “polla”, pero aquel día, me parecía de mejor gusto la palabra “tetas”. Y además, me gustaban más.
Y, en medio de todo ese desbarajuste mental, propio de una persona escasamente equilibrada, me di cuenta: Llevaba la polla fuera. No me había olvidado de subirme la bragueta, no: Llevaba la polla fuera. Había perdido mi camiseta de George Best y llevaba la polla fuera. No tenía un miembro demasiado grande, pero todas las personas que habían salido corriendo de la tienda de velas en la que entré para disimular mi huída corrían despavoridas lejos de mí no por su tamaño, sino por su mera existencia y exhibición. ¡Perdonen ustedes! ¡No era consciente, lo juro…! ¡Ahora mismo me la guardo!
Pero no podía. No podía guardarme la polla en el pantalón. ¿He dicho ya que no era demasiado grande? Pues no era demasiado grande, y aún así, no me la podía guardar en el pantalón…. ¡Qué día llevaba! Pierdo mi camiseta de George Best, no encuentro WiFi para actualizar el blog con una entrada llena de la palabra “tetas” para aumentar el número de visitas, y no me puedo guardar la polla en los pantalones… La dependienta, terriblemente apurada por la situación pero muy eficiente (¿Se habría visto alguna vez en una situación similar?) y diligente, me dio una bolsa con la que taparme y me pidió amablemente que abandonara su tienda sin montar demasiado escándalo.
Me arropaste y me diste un beso en la frente. Me besaste en la frente aunque sabías que mi polla no era demasiado grande. Pero sé que a ti no te importaba. Mi erección había desaparecido. Ni te importaba qué había pasado. Ni siquiera quisiste saber dónde había dejado la camiseta de George Best que me había comprado por E-Bay y que habías pagado tú.
Sólo te importó que me había vuelto a librar de una multa por mear en la calle.
Y eso, mi querida amiga, no tiene precio…
Posdata aclaratoria (Inútil como de costumbre, innecesaria como siempre):
Este post no está basado en hechos reales. Ningún animal ha sido maltratado ni ha sufrido daño en su elaboración. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Nunca he tenido ninguna camiseta de George Best. Este blog tiene una página en
facebook de la cual pueden hacerse fan pinchando el "me gusta".El tamaño de mi miembro (como su existencia) es un misterio a resolver. La palabra “tetas” aparece en este post con la intención que se menciona, además de ser un concepto que me gusta mucho. Yo no soy quien parezco ser.