jueves, 30 de octubre de 2014

5



Hoy es nuestro aniversario.
Hoy se cumplen cinco años de esta locura que no iba a llevar a ningún lado cuando empezamos y que tampoco parece que lleve a ningún sitio. 

Pero son CINCO años ya. 





Hay muchas maneras de celebrar esto. 
Pero este año sólo toca decir 
MUCHAS GRACIAS 
por permitirlo. 

Besitos para ellos y abrazos para ellas.

Habrá que emborracharse (Más).




martes, 28 de octubre de 2014

300 historias (O similar)


Este es el post 300 desde que empezó cabezadeavestruz. Llega en la temporada más baja de producción y cuando salen historias con cuentagotas. Much@s preguntan si nos quedamos sin ideas o si vamos a cerrar. La verdad es que no hay respuestas al respecto. Pero lo que es verdad es que no son “much@s”, que es una manera de hablar. 
  


300 historias (o algo así) a dos días de cumplir cinco años. 300 dan una media de 60 al año, a 5 mensuales. No está mal. Pero es una media, como todas, bastante irreal. Bien es cierto que es una media que baja notablemente porque en el último año de vida de cabezadeavestruz este será el post 14 cuando en los anteriores fueron 53 y de 73... La publicación en otros medios, la vida disoluta, el preocupante inicio de artrosis en los dedos de ambas manos por forzarlos en prácticas ajenas al teclado del ordenador o que gran parte de los textos (aunque alguno haya sido publicado por aquí) se conciban como parte de una novela que parece que no llega nunca, han dado como resultado este pírrico marcador. 

En cualquier caso, nos congratula que cuando menos publicamos, más visitas tenemos. La página de facebook tiene un tráfico inimaginable hace un año o dos, aunque no acabe desembocando aquí. Parece que la mayoría preferís el impacto visual y el texto corto a pinchar un enlace sin saber qué va a aparecer. No os culpamos. Es lo normal en estos tiempos de inmediatez y de redes sociales. 

A pesar de (o gracias a) ello, el día 30 acaba una época y empieza otra. Llega el año 54 D.D. (Después de Diego) y debe empezar cabezadeavestruz 6.0. Veremos a ver...



De momento, nos quedaremos escuchando la música que ha pasado por aquí este quinto año que, como no podía ser de otra manera, es mucha menos que los años precedentes.

Salud y gracias. Besitos para ellos y abrazos para ellas.

Nos vemos (O no).

viernes, 24 de octubre de 2014

Dance me to the end of love




Nunca quise llegar a este punto. Al menos de manera consciente no lo recuerdo. Por supuesto que hay algo mágico, que atrae y que fascina. Pero en la historia de la vida de cualquier persona, este punto debería quedar reservado para verlo en alguna película, no para vivirlo en primera persona.

La sublimación del amor cuando llega la muerte. O morir por amor. Pero morir porque el amor alcanzado es a lo más alto donde se puede subir. Acostumbrados estamos a escuchar que alguien muere por amor pero de manera muy negativa y sentimos lástima por la persona fallecida. Yo nunca debí llegar a asumir que tras la belleza más inmensa sólo cabía la muerte porque no podría soportar después de aquello seguir vivo sin volver a sentirlo. Porque sentirlo otra vez, sería imposible.

¿Se puede sentir la plenitud, la belleza o la sublimación de todo cuando llega la hora de acabar, de morir?

¿El momento más bello puede ser el que precede al final de todo?



Leonard Cohen, escribió “Dance me to the end of love” cuando tuvo el conocimiento de que en algunos campos de concentración durante el Holocausto nazi, junto a los crematorios, se hacía tocar música clásica a ciertos presos mientras sus compañeros eran exterminados. Explicaba Cohen, que “el verso ‘Llévame bailando hasta tu belleza con un violín en llamas’ alude a la belleza de la consumación de la vida al final de la existencia y al apasionado elemento de la consumación. Pero es el mismo lenguaje que usamos cuando nos rendimos al enamoramiento, de ahí la canción (…) no importa que todo el mundo conozca la génesis de la canción, porque si el lenguaje viene de ese recurso apasionado, éste será capaz de abarcar cualquiera actividad apasionada”. Se inspiró en un momento hermoso, un rasgo de belleza previo al final de todo, una hermosa flor que surge en medio de los peores momentos de una de las mayores mierdas de la historia de la humanidad.

La historia no escrita de mi vida es un camino en el que nunca he sabido bien dónde ir, pero en el que he estado completamente seguro de hacia quién. Como no está escrita tampoco he sabido nunca usarla. Usarla como a mí me hubiera gustado o cómo el mundo hubiera necesitado. Y de ahí el sufrimiento. No saber dónde ir, pero sí hacia quién.

Cuando empezaron a sonar los acordes y el lala lalalala lalalala lalaláde las coristas supe que era el momento. De tenderte la mano, agarrar la tuya y acercar tu cuerpo al mío para mecernos al compás de una de las más bellas canciones jamás escritas para que dos cuerpos se dejen llevar y se hagan uno bajo el influjo de la música. “Dance me to your beauty with a burning violin” y así hasta que me lleves contigo hasta el final del amor. El único final posible. Aunque no hayamos tenido ningún inicio que merezca la pena reseñar. A pesar que gran parte de mi vida es la historia de ese amor.

Se puede sentir el momento más bello cuando es imposible caer más bajo en la mierda simplemente porque sabes que se va a acabar. Hubo un tiempo en el que ella me quería como a nada en este mundo. O así lo sentía yo. Era el momento en el que supe que cada día estaba más fuerte para afrontar mi pasado. Lo que nunca supe era que afrontar mi pasado y con ello llegar al culmen de mi vida en el presente, implicaría no tener más futuro que ninguno. Por eso gocé como nunca bailando Dance me to the end of love a la vez que me estremecía saber que cuando llegara el último acorde tendríamos que separar nuestros cuerpos y todo habría acabado para siempre. Al menos para mi cuerpo.

La historia que escuchó Leonard Cohen sobre los cuartetos de cuerda que estaban obligados a tocar en algunos campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, mientras los prisioneros entraban a los hornos crematorios dio origen a que un día escribiera “Dance me to the end of love”. Una canción o un poema no es más bello o mejor porque sepamos de dónde viene o qué lo inspiró, pero nos da pistas que hace que lo podamos sentir más o menos. Aquella frase, "dance me to your beauty with a burning violin" refiriéndose a la belleza de la consumación de la vida, al término de esta existencia y al elemento pasional en esa consumación.




Leonard Cohen nunca conoció a Diana. Tampoco tiene la mayor importancia. Creo que nadie conoció ni conocerá a Diana como yo lo he hecho. Conociéndome a mí mismo a su lado. Por eso toda nuestra historia llega a culminarse aquel día que bailamos “Dance me to the end of love” sin saber qué día era, ni qué estábamos haciendo más allá de comulgar una primera, última y perfecta e irrepetible vez. De una vez y para siempre. Siempre que ya será nunca. Porque yo no puedo seguir queriendo más de lo que ya lo he hecho. Y ya no hay nada más allá.

Reconozco en ese baile lo único que tiene sentido. Lo único a lo que puedo aferrarme. Todo en mi vida ha sido y es provisional. Todo es pasajero. Nunca considero que lo que hago o vivo sea definitivo porque si no tendría que afrontar el hecho de que no hay nada más. Todo salvo ese baile. Salvo bailar con ella “Dance me to the end of love”. 

"Baila conmigo hasta el fin del amor. Oh, déjame ver tu belleza cuando los testigos se hayan ido.” 

Aunque sepa que te pone, como a muchas otras, tener espectadores mientras nos amamos. Eso no tiene importancia. Cuando suena la canción y tu cuerpo y el mío son la misma cosa, entregada a bailar hasta el fin del amor. Hasta el final de todo.

Diana algún día creerá entender todo esto. Ahora no es importante. La vida sigue y el futuro existe cuando el presente deja que pensemos en él. Yo ya no estoy. Ha acabado la canción. Nada tiene sentido ya, al final del amor. Al que hemos llegado bailando siendo uno.


Y al que no volveremos jamás.

Porque ya no voy a estar.




B.S.O.: Dance me to the end of love (Leonard Cohen)

 

miércoles, 8 de octubre de 2014

Paseos en torno al abrazo mal usado




En ocasiones paseo esperando cruzarme con alguien. No lo reconozco en público, pero el rumbo que emprenden mis pies es dubitativo y cansino, y sólo buscan un encuentro inesperado. Aunque si van buscando algo y lo encuentran, eso no lo debería calificar de inesperado en el caso de ocurrir, sino de deseado, o algo así.

Cuando paseo pienso cosas absurdas mientras consigo cruzarme con alguien. Aquellos días me había dado por analizar qué sería de la vida de las perchas en verano. Cuando no tuvieran que estar en primera línea de armario vestidas con chaquetas y abrigos que ir sujetando y dejando de sujetar. Y recordé cuántos de mis abrigos no habían estado nunca entre mi piel y la tuya en algún abrazo de los que me dan la vida.



Dejé de pasear. Dejé de pensar. Recordé los abrazos. Y supe que no sabía qué eran.

También recordé el día en el que me propuse no usar tanto palabras como “recordé” en todo lo que cuento pero rápidamente sentí cómo lo olvidé. Y recordé cómo olvidé tiempo atrás uno de los proyectos más importantes que tuve en mi vida. Una de las cosas que le daban sentido y que de haberlas tenido presente no me hubieran llevado a pasear tanto sin rumbo esperando tener algún encuentro inesperado – fortuito – deseado con alguien. El proyecto que daría sentido a mi existencia y que cambiaría la historia de la humanidad para siempre. Aquello que olvidé mientras me recordaba no usar tanto palabras como “recordé”: La fórmula química que da sentido al abrazo. Conseguir el elixir definitivo que definiera para siempre cómo, cuándo y por qué tenía razón de ser y era un abrazo.

Aturullado por esos pensamientos no recordé que iba paseando sin rumbo como tantas otras veces y me abracé sin pensarlo mucho con la primera persona que se cruzó en mi camino. Un abrazo sostenido, sentido y casi mágico. De aquellos que quería sintetizar para siempre en alguna fórmula química que pudiera vender a alguna farmacéutica para hacerme asquerosamente rico y para cambiar la historia de la humanidad. Pero, sobre todo, para hacerme asquerosamente rico.

Una vez que me repuse de la patada en los huevos que me tiró al suelo y de las siguientes patadas en los riñones que me propinó ese desconocido que a gritos se zafó de mi maravilloso abrazo de aquella extraña y desmesurada manera, recordé que los verdaderos abrazos hay que medirlos y que no se pueden ir dando a cualquiera. Aproveché que en la refriega había conseguido robarle el móvil y desde él busqué en la wikipedia que todo lo sabe, la definición de abrazo. Por aquello de partir de una base. Porque en todo, como en las pizzas más sencillas, hay que partir de una base:

“El abrazo es una muestra de amor o saludo, realizado al rodear con los brazos (ya sea por encima del cuello o por debajo de las axilas) a la persona a la que es brindado dicho gesto, realizando una ligera presión o constricción con estos al acabar y siendo este de duración variable.
Generalmente, el abrazo indica afecto hacia la persona que lo recibe, aunque según qué contextos, puede tener un significado más parecido a la condolencia o consuelo.”
 


Usé el mismo móvil para llamarte sabiendo que al ser un número desconocido no tendrías la tentación de no contestar la llamada como hacías cuando en tu pantalla salía el mío memorizado.

- ¿Quién es?
- Soy yo.

Tras un silencio incómodo y unas penosas pero efectivas súplicas para que no colgaras te propuse que formaras parte de mi proyecto. Del único proyecto que ha tenido sentido en mi vida, más allá que quererte como a nada en este mundo, y complicarte la vida por no saber hacerlo, como nadie en tu mundo.

- ¿Qué es para ti un abrazo?
- ¿Estás tonto?
- No. Hablo completamente en serio. Quiero saber qué es para ti un abrazo.
- ¿Cómo crees que voy a poder decirte algo así como así?
- ¿Necesitas inspiración? ¿No recuerdas cómo eran nuestros abrazos?
- Siempre lo recordaré y lo sabes. Pero ese no es el caso.
- Espera. Quizás necesites algo de ambiente.

Acerqué mi móvil al auricular mientras reproducía “Hold me in your arms” de Helloween.
- ¿Estás ambientando la conversación con una balada heavy?
- Sí. Es la única canción de abrazos que tengo en el móvil.
- ¿No sabes que no me gusta el heavy?
- Sí, pero esto es una balada.
- Y ahora me vendrás con lo de que los heavys hacen las mejores baladas y alguna de esas cosas que repites como si fueran ciertas a todas horas cuando no se te ocurre nada interesante con lo que apoyar algún razonamiento.
- ¿Yo hago eso? ¿Con qué?
- Por ejemplo: Si alguien dice que no es derechas ni de izquierdas, es de derechas; las bebidas blancas dejan más resaca; cualquier película es peor que el libro; si a alguien le preguntas por su libro favorito y te dice Paulo Coelho o por su música favorita y te dice Queen, ni lee ni escucha música habitualmente... ¿Sigo?
- No. Es suficiente.

Busqué en el móvil ajeno que había conseguido tras el abrazo interrumpido por la paliza algo con lo que ambientar la conversación. Encontré un archivo de bandas sonoras de Alberto Iglesias. Me pareció lo ideal.

- ¿Así mejor?
- Lo que suena, ¿No es la banda sonora de “Los abrazos rotos”?

Metí la pata. Como tantas otras veces. Traté de acercarme al abrazo ideal creando ambiente con “Los abrazos rotos” después de haber comenzado por Helloween. Quizás fuera una señal.



Pensé qué era realmente un abrazo. Qué era para mí. Quizás así llegaría a sacar la fórmula mágica. ¿Qué son los abrazos? ¿Para qué sirven realmente?

Y me descubrí abrazándote para decir todas las cosas que de otra manera no dije.
Me encontré abrazándote para hacer las cosas que no hice.
Me vi abrazándote para atravesar mundos. Para romper paredes.

Siempre supe abrazar con tanta fuerza para que el dolor físico que se provoca al hacerlo haga olvidar cualquier otro que exista sin ese abrazo.

Abrazarse como círculo vicioso. Porque es un contenedor de sentimientos. Abrazar para que mi cuerpo diga lo que nunca supe decir con palabras.

Y hacerlo eterno. No terminarlo nunca. Para que cuando llegue el momento de separarse en el abrazo, ese momento en el que ninguno quiere desprenderse del otro por miedo a que todo haya acabado para siempre, sepamos que el miedo da valor a todo lo que ha transmitido y transmitirá para siempre ese abrazo.

Sonó el teléfono. El mío. Y era ella.

- ¿Dónde estabas? ¿Por qué has dejado la conversación a medias?
- Estaba equivocado. Los abrazos son míos. Y tuyos. Pero de nadie más. Nadie puede abrazar nunca como yo lo hago contigo.
- Muy bien, pero no es eso lo que quería escuchar.
- No te lo he dicho para que escucharas algo bonito. Es lo que siento y ahora sé. Aunque tú lo puedas ver de manera diferente.
- He encontrado la canción para que sigamos hablando de ello.
- ¿Cuál?
- “Abrázame”.
- ¿La de Julio Iglesias?
- La de Iván Ferreiro.
- Es la misma.
- Pues vale. No lo sabía.
- En cualquier caso, no sirven.
- ¿Por qué?
- Porque es una canción muy triste y desgarrada.
- ¿Seguro? “Abrázame, y no me digas nada, sólo abrázame...”
- “Me basta tu mirada para comprender
que tú te iras...”
- ¿Por qué ves siempre lo malo? “Abrázame como si fuera ahora la primera vez...”
- “Como si me quisieras hoy igual que ayer...”
- Siempre quieres ir más allá. Siempre tienes que mirar más allá. Relájate, quédate con el abrazo, no busques qué pasará después, quizás no lo tengas que escuchar.



Y descubrí que la composición química del abrazo era precisamente esa. No buscar más que el mismo abrazo. Y me quedé con ganas de gritar al teléfono lo que no podía hacer con un abrazo. Que abrazarte siempre será suficiente para que no tenga que mover mis labios y decir algo incorrecto que no estén diciendo nuestros cuerpos conectados de manera mágica. Que no tenga que moverlos más allá que para besar los tuyos y hacer que el abrazo sea único e inolvidable.





B.S.O. I: Hold me in your arms (Helloween)
B.S.O. II: Los Abrazos Rotos (Alberto Iglesias)
B.S.O. III: Abrázame (Julio Iglesias)
B.S.O. IV: Abrázame (Iván Ferreiro)



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