Anoche, de madrugada, recibí un sms. ¿Quién coño manda sms a estas alturas de la película? Evidentemente, al no estar habituada ya a recibir sms, no tenía silenciado el móvil para ello y sonó un pitido que seguramente despertó a todo el vecindario.
Cosas del verano, del retraso en todas las actividades vitales y de las ventanas abiertas. Entra el olor del guiso de colifror a destiempo ¿Quién coño cocina coliflor a estas alturas de la película? por la misma ventana que oigo gemir a esa vecina a la que me encantaría ser yo quien le estuviera comiendo el coño de esa manera tan espectacular o que tanto parecía que le estaba volviendo loca. Creo que si esos gemidos no entraran en casa de la mano del olor al guiso de coliflor y del sonido los programas de tarot de otros vecinos, probablemente estaría masturbándome de manera irresponsable, soñándome entre las piernas de mi vecina. Y digo de manera irresponsable porque con este clima dejarse llevar por los deseos primarios conlleva un calentón y unos sudores que suelen hacer que no vuelvas a dormirte, por incomodidad térmica, en toda la noche. Incomodidad por el calor que lleva al insomnio, que conduce inevitablemente a volver a masturbarte porque, ya puestas, por un poco de calor y sudor más, y ya que no puedo dormir...
Y se convierte todo en la típica noche cíclica cuando los termómetros no bajan de cierta temperatura y recalientan un termostato interno que ya de por sí nunca baja ni en los inviernos más fríos.
Anoche, de madrugada, aún sin haberme masturbado, como chica responsable a finales de Julio, recibí un sms. ¿Quién coño manda sms a estas alturas de la película? Pero, sobre todo, ¿Quién coño manda sms a esas horas de la noche un día de diario? Antes de que me abrume la potencia literaria de la combinación “día de diario” y que me vuelva a invadir el deseo de comerle el coño a la vecina que gime todas las noches como si se fuera a acabar el mundo (Que por otro lado es como hay que enfrentarse al sexo, con la total y completa conciencia de que se va acabar el mundo) tengo que confesar que me sorprendió mucho la remitente. En honor a la verdad, supuse que se trataba de un virus o de algo raro que le pasaba a mi smartphone. El sms venía de una tal Holly Golightly, que puede significar muchas cosas. Para mí es el nombre de la drag queen del bar de pollas en cabeza, camareros buenorros y actuaciones desenfadadas (en la definición que le da mi prima la desenfadada, esa que siempre está dispuesta a una buena fiesta con tal de dejar a su marido y tres hijas en casa con cualquier excusa que valga para demostrar que ella es la más lanzada y desacomplejada de todas las mujeres que conoce en el mundo mundial) al que fui pseudo obligada para celebrar mi segunda despedida de soltera. Para las más modernas de hoy en día es el nombre del personaje que interpreta Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes y del que tienen un cuadro en la pared aun sin saber más allá que se trata de Audrey y de la película aquella. Para otros es el nombre en clave de una importante espía rusa que jugó un papel fundamental en la segunda guerra del golfo y de la que casi nadie sabe nada. Ni siquiera yo que la estoy nombrando. En fin, Holy Golightly, lo que me recordó que ya he celebrado tres despedidas de soltera y todavía no me he casado, cosa a la cual no encontraría mayor problema si no fuera por la insistencia de mi madre en que se me va a pasar no sé qué de arroz y demás, porque no me atrevo a contarle que no creo en el matrimonio y que si algún día pasara por ese aro, seguro que no sería de blanco ni por la iglesia como ella sueña, y que probablemente no tendría a ningún chico apuesto a mi lado.
Holly Golightly |
Anoche, de madrugada, mi vecina decidió que tras una primera sesión de aparente buen sexo, no se había acabado aún el mundo y debía ir a por más. Los televisores desde donde salían los sonidos inquietantes de los programas de tarot de madrugada fueron apagándose como la llama del fuego que calentaba el guiso del coliflor, y dieron paso a alguna teleserie en versión original, probablemente de mi vecino el pajillero, el que tantos días mi miraba el escote con deseo y que seguro ya habría terminado de masturbarse con los gemidos de mi querida vecina a la que me encantaría comerle el coño. Quizás el pajillero fantasee mientras se masturba escuchando los gemidos de mi vecina que realmente esos ruidos salen de mí, de la chica del escote que tanto le perturba cuando se cruza con él. Quizás. A lo mejor esto sólo sea un pretencioso deseo no deseado, donde mezclo en mi cabeza la satisfacción de sentirme admirada y anhelada con la repulsión de sentir que habito en los sueños húmedos de un personaje tan sudoroso como mi vecino el pajillero.
Anoche, de madrugada, leí el sms que me había enviado Holly Golightly y me entraron mil calores que sumar a los que ya tenía por los gemidos de mi vecina y por la sensación que me recorría la espalda que me indicaba que mi vecino el pajillero se la estaba cascando pensando en correrse entre mis tetas. Leí el sms y estuve a punto de sentir que la irresponsabilidad de masturbarse en una noche de finales de Julio tan calurosa era algo inevitable que no podría eludir por más fuerza que hiciera y por más cerebral que me pusiera, ya fuera volando a comerle el coño a mi vecina, o dejando que mi vecino el pajillero se masturbara y corriera encima mía. No. Hice una mueca de respulsión imaginando la caliente corrida y forcé a mi cabeza a volar hacía la entrepierna de mi vecina que ya parecía saciada y silenciosa y leí en voz alta el sms:
“Follarte es la mejor cosa que me puede pasar en la vida.
Aunque para ti puede ser la peor cosa de tu vida.
Besos, te echo de menos y sabes lo tenemos pendiente.”
Así. A pelo. Sin abreviaturas típicas ni aparentes ni llamativas faltas de ortografía.
¿Quién era? ¿Quién se ocultaba tras el nombre de Holy Golightly? ¿Quién coño conocía mi número y me mandaba un sms a esas horas un día de diario? ¿Quién cojones pensó que escribir “un día de diario” era aceptable? ¿Quién sería el siguiente que pasaría por el coño de mi vecina antes de que tuviera el placer de comérmelo como si se acabara el mundo? ¿Quién apaga los programas de tarot de su televisión cuando se necesitan?
Acalorada y turbada (que no masturbada, increíblemente aún, dadas las circunstancias) le di a responder. Sin saber quién era. Sin saber qué era. Sin sentirme en mí, más allá de relamerme porque casi sentía el sabor de mi vecina en mis labios, le di a responder.
Me puse la mano derecha entre las piernas y con la izquierda dejé caer el móvil para acariciarme a gusto. El móvil hizo bastante ruido al caer. Era tarde y todo el vecindario se habría sobresaltado, pero, al menos, era un ruido aislado, sin olor a guiso de coliflor, sin gemidos de orgasmo de mi vecina, ni payasadas engañabobos de tarot de madrugada. Ya estábamos sumergidos en el silencio y la luz de la pantalla del smartphone se apagó.
Se apagó y no puedo leer lo que respondí.
Quizás esa, ya sea otra historia...
(Continuará. Quizás...)