Cuentan
que en el lugar donde se edificó este convento, hace mucho que
habitaba un pueblo que no sale en los libros de historia. Un pueblo
del que muy poco, o nada, se sabe. Tan poco como que muchos
historiadores importantes niegan su existencia.
- ¿Quiénes
eran, Hermana?
- ¿No
has escuchado eso de que muy poco, o nada, se sabe?
- No.
No he escuchado nada. Yo no estoy suscrita al Canal Historia como
usted.
- No
hace falta estar suscrita.
- ¿Me
está proponiendo que piratee la señal del canal?
- No
Hermana. Eso es robar. Y robar es pecado.
- ¿Entonces?
- Yo
tampoco estoy suscrita.
- No
lo entiendo.
- Yo
tampoco. No sé de qué estamos hablando.
- Si
no estamos suscritas a ningún canal, ¿Cómo has escuchado lo del
pueblo ese del que muy poco, o nada, se sabe?
- Yo
no he escuchado nada.
- Yo
tampoco.
- Pues
entonces será la introducción de la historia.
- ¿Y
quién hace la introducción de estas historias?
- No
lo sé.
- ¿Esa
mujer lo sabrá?
- ¿Qué
mujer?
- La
que está entrando en el convento.
- Esa
tampoco creo que sepa nada.
- ¿Le
cerramos la escalera entonces?
- No.
Vamos a esperar a que suba. A ver qué tiene que contarnos.
- ¿Y
si es parte de ese pueblo del que muy poco, o nada, se sabe?
- En
ocasiones me da usted miedo, Hermana.
Cuentan
que en el lugar donde antes estuvo este convento, había pasadizos
subterráneos que comunicaban todos los pueblos de la región en un
radio de 100 kilómetros a la redonda y que sólo unos pocos lo
conocían. Esos pocos no se atrevieron nunca a usar los pasadizos por
miedo a las leyendas que circulaban sobre lo que se encontraba en
ellos. Tan pocos, que esta historia no puede ser contada. A menos que
alguien se atreva a recorrer los pasadizos con valor para contarlo
después.