miércoles, 30 de mayo de 2012

La chica triste que no tuvo una bici BH cuando era pequeña



B.S.O.: Bicycle Race (Queen)



Yo conocía a la chica triste que no tuvo una bici BH cuando era pequeña. Era una chica triste que de mayor quiso olvidar que no podía volver a ser pequeña. 

En lugar de aquella bici BH que siempre quiso, le regalaron un botón rojo con el que apagar el mundo cuando quisiera. Cuando fue una niña alegre, antes de ser la chica triste que no tuvo una bici BH cuando era pequeña, no sabía para qué valdría un botón rojo con el que apagar en mundo cuando quisiera.

Creció con el botón rojo en el bolsillo de su vestido sin acordarse más que de lo triste que le parecía crecer sin haber tenido una bici BH cuando fue pequeña.

El día que nos conocimos yo jugueteaba con un reloj calculadora al que le faltaba el número 7 y la función multiplicadora. Me preguntó qué hacía y no supe qué contestar. Me preguntó si yo había tenido una bici BH de pequeña y le dije que no recordaba. 

Se fue apenada porque creyó que era peor no recordar si se ha tenido una bici BH de pequeña que no haberla tenido. Y se indignó porque no dejé de mirar mi reloj calculadora al que le faltaba el número 7 y la función multiplicadora en todo nuestro primer encuentro.




Años después me confesó que aquel fue mi primer y mi peor error. Que no merecía haber tenido una bici BH de pequeña, aunque no lo recordara, y que mi reloj calculadora al que le faltaba el número 7 y la función multiplicadora, se había vuelto a poner de moda.

Le pregunté si había tenido algún reloj calculadora cuando era pequeña y quería tener una bici BH y me confesó que no recordaba bien. Que lo único que se trajo de la infancia fue el botón rojo que siempre llevaba encima.

Quise saber para qué servía, si le faltaba el número 7 y la función multiplicadora, o si destruiría el mundo con él por no haber tenido una bici BH cuando era pequeña. 

Me dijo que si era imbécil.

Cuando era una niña alegre creía que el mundo nunca habría que apagarlo. Aunque ahora fuera esa la chica triste que no tuvo una bici BH cuando era pequeña.

Años después me volvió a preguntar si yo había tenido una bici BH de pequeña y le volví a decir que no recordaba. Me preguntó qué había sido de mi reloj calculadora al que le faltaba el número 7 y la función multiplicadora y le confesé que lo había vendido en E-Bay para comprarme un botón rojo como el suyo. Asustada se preguntó para que valía mi botón rojo y no supe qué responder.

Me volvió a decir que si era imbécil.

La última vez que nos vimos me felicitó las fiestas aunque estábamos en verano. Me volvió a preguntar si yo había tenido una bici BH de pequeña y le volví a decir que no recordaba. Me preguntó si había averiguado para qué servía el botón rojo que había comprado con lo que saqué de vender por E-Bay mi reloj calculadora al que le faltaba el número 7 y la función multiplicadora y le confesé que no me había atrevido a averiguarlo.

Me dijo por última vez que si era imbécil mientras me felicitaba las fiestas nuevamente como despedida.

Me fui pensando en lo extraño que era que una persona como aquella siempre dijera Feliz Navidad y cosas por el estilo en pleno verano viviendo en el Hemisferio Norte.

Lo último que supe de la chica triste que no tuvo una bici BH cuando era pequeña fue que la encerraron en un centro psiquiátrico porque dedicó el último verano a amenazar a todo el que se cruzaba con pulsar un botón rojo que paraba el mundo si no le felicitaban las navidades.

Era una chica triste que de mayor quiso olvidar que no podía volver a ser pequeña. 

Nunca apretó el botón. 

Yo tampoco me he atrevido a hacerlo y no recuerdo si tuve una bici BH cuando era pequeña.

Todavía…

¡Feliz Navidad!






viernes, 25 de mayo de 2012

Microrrelatos Sin Pudor (Volumen 25): El Ascensor



Me senté en el sofá tras una dura jornada de trabajo. Esto no puede seguir así –me dije enfadado.

Pensé en construir un ascensor que cubriera el trayecto de mi entrepierna a mi cerebro. Comencé a diseñar los planos. Dudé si sería más necesaria una parada en mi corazón o una en mi hígado. 



Me quedé dormido mientras en la tele, esa pareja que no conocía se besaban apasionadamente en el ascensor de un gran hotel de un sitio que bien podría ser Las Vegas.

Cuando desperté a la mañana siguiente el ascensor ya estaba allí.

No me atrevo a usarlo: Se mezcla mi claustrofobia con la incertidumbre del recorrido. 



miércoles, 23 de mayo de 2012

La fidelidad de las fans y otras cuitas contemporáneas (Historia basada en hechos reales al estilo de los telefilmes vespertinos de fin de semana en Antena 3)



¿Conocen la típica historia del cantante que se hace famoso pero que sigue siendo majísimo con sus fans y las trata de maravilla y las invita a sus conciertos y son sus amigas porque estuvieron ahí desde que empezó y ahora, a pesar de que es un artista planetario, sigue teniéndolas en cuenta porque es un tío de lo más normal y el éxito no le puede cambiar? ¿La conocen? Pues vamos a desvelarles algo: Es FALSA.

No existe ninguna prueba empírica de que esto sea así. No hay ni un solo artista de éxito planetario que siga tratando igual a sus fans. Pero, lejos de la teoría de que el éxito se sube a la cabeza, lejos de la idea de que se endiosan cuando triunfan, lo que realmente cambia son los fans. Es una realidad científica y muchos estudios de prestigiosas universidades lo pueden demostrar. Y si no se fían de esos estudios tan estúpidos, hágannos caso. Aquí nunca (casi) mentimos. Al menos, no mentimos avalados por ningún estudio, ni por ninguna chorra-encuesta. Aquí rescatamos textos, o ponemos palabras a las vivencias propias y ajenas, y nos basamos en cualquier cosa para avalar nuestras ideas (aunque no las conozcamos) y que parezcan verosímiles. 

Siguiendo la costumbre de la casa, y sin dejar de mirar de reojo la carrera de tantos y tantos admiradísimos artistas que se quedaron en el camino por no gestionar correctamente el trato con sus fans, les transcribimos a continuación, apropiándonos de las palabras ya escritas en un diario de gira de un artista planetario que ha sido comprado por la Fundación de Amigos del Síndrome de Diógenes de cabezadeavestruz. Algo que ilustra lo que intentamos decir y que iluminará sin duda su percepción sobre un tema tan poco tratado como de vital importancia para el progreso de la humanidad.




DIARIO DE GIRA: Día 25 

La venta de entradas no ha ido bien. Salir al Reino Unido parece ahora mismo un error de bulto. Una de esas cosas que haces o dices cuando vas lanzado que puede acabar sepultándote por siempre. Como el precoz “te quiero”, como el tardío “me gustas”, como el intento de beso previo a que te hagan la cobra, como tantas otras cosas. 

Me dejé fascinar una vez más. Dejé de escuchar a los demás y sólo hice caso a sus palabras. 

Ella, mi mejor fan. Mi única fan cuando no había más. Ella, siempre ella. La única que siempre quiso escuchar todas esas canciones de nuevo. La que siempre quería tocara sólo para ella. La que no se iba porque sabía era demasiado lenta para huir de mi cuando la estaba mirando.

No vendrá nadie. El Estadio de Wembley estará vacío. Sólo ella. A escucharme y darme su apoyo. Siempre está ahí, o al menos eso parece.

Voy a tocar en un marco incomparable*. En un estadio donde se han realizado alguno de los conciertos más multitudinarios de la historia de la música. Donde quieren tocar todos los grandes, donde quería consagrarme internacionalmente. Demasiado pronto. Por fiarme de ella.




La necesito en primera línea. Pero ella necesita también sentirse la única. Quiere ser mi mayor apoyo y yo necesito ser su artista de referencia. Cuando estoy delante me hace pensar que no hay nadie como yo, y eso me gustó, me gusta, y me gustará. Pero sé que cuando me retiro a los camerinos y dejo la gira para preparar un nuevo material, ella sigue a cualquier otro. Me gusta y me hace sentir especial. Soy su artista preferido, pero cuando no estoy me recuerda pero mira a otros. Y con otros es puntualmente feliz, aunque intente convencerme que soy el único y más importante.

Da igual. Los dos sabemos que es falso. Intenta convencerme de que sin ella no soy nada y yo la trato de convencer de que triunfaré tarde o temprano y tendré mucho que agradecerle. Pero ella me intenta convencer de que el día que sea rico y famoso no la necesitaré y empezaré a tirarme a todas sus amigas sólo porque seré una estrella y no le deberé nada. Sé que lo dice para parecer una víctima y despertarme más dependencia aunque sea por pena o ternura. Da igual.

Hoy empezaré el concierto a la hora convenida. No se ha vendido ni una sola entrada. Me he dado cuenta de que no tengo amigos cuando estar ahí supone un mínimo de dificultad. ¡Qué fácil es ir a mis conciertos cuando hay copas gratis! Hoy no se ha vendido ni una sola entrada. 

Sólo va a estar ella. En primera línea. Invitada, por supuesto. Como si fuera la primera vez que me ve en directo. Conociendo todas mis canciones con la ilusión de una adolescente primeriza, ella sola, con todo Wembley para los dos. Tendré momentos en el concierto en los que pensaré que soy afortunado por tenerla ahí mirándome y haciéndome creer que soy lo mejor que ha conocido, pero cuando termine el concierto y pille el vuelo de vuelta a casa sabré que habrá aprovechado el viaje a Londres para ver y admirar a otros artistas. Aunque vuelva en unos días con el cuento de siempre, de que soy el mejor y que no conoce a nadie mejor a quién admirar, yo veré en sus ojos el reflejo de las miradas a otros que tan solo y traicionado me hacen sentir a veces. Pero no puedo pensar en ello ahora. Sólo va a estar ella.

Y voy a dar el mejor concierto de mi carrera. Es así, soy incapaz de no mentirme a mí mismo. Me mira y me creo mejor de lo que soy. Y como me lo creo, lo hago. Y su mirada, su sonrisa, sus aplausos me hacen sentir el más grande. Y hoy sólo va a estar ella. Y no voy a pensar en lo que va a hacer después del concierto, porque durante el mismo va a estar ahí. Por mí…

Para mí…

Hoy voy a dar el mejor concierto de mi carrera en un Wembley completamente vacío.

¿Completamente? 

No. 

Estará ella. Como casi siempre. Y eso es lo único importante cuando la inseguridad del escenario y los focos te ciegan y no puedes ver al público…






*: Siempre quise meter “marco incomparable” en el blog y creo que hasta hoy no lo había conseguido.





B.S.O.: “Agradecido”, Rosendo




jueves, 17 de mayo de 2012

Obsesiones y Parafilias (Volumen 14): De planes dominicales, psicópatas y amores eternos




PARTE I:

 "Mi chico ha encontrado entretenimiento en su jardín"


Todos los domingos acostumbra a regar su jardín. Sobre todo la zona vallada. A esa sólo tiene acceso él. Mima y cuida cada centímetro de tierra y cada brote que crece en esa parte del jardín. Es su jardín.

Su pareja admira la dedicación que pone a ese pedacito de tierra. Nunca lo ha visto tan interesado en algo, pero piensa que es bueno para él. Después de todo, llevaba un tiempo muy crispado y con los nervios a flor de piel y desde que lo compró, cercó ese trocito de jardín y empezó a cuidarlo todo va mejor y hasta se la ve más alegre y risueño.

Incluso parece que en poco tiempo puede que el jardincito vallado dé fruto porque las matas están empezando a brotar de buena manera. Puede que sea lo que ha intentado darle siempre, lo que él solito ha encontrado en el huerto y eso es bueno para los dos. Sobre todo para ella.

Y eso le alegra.

Le mira desde la ventana ensimismado con las plantas. Es placentero mirarle y saber que todo va bien desde que valló esa parte del jardín. No se atreve aún a preguntar por qué echa sangre a la tierra, y mucho menos sugerir que pueda hacerse daño si sigue haciéndolo. Aún es demasiado pronto para discutir. Aún está todo demasiado reciente y lo importante es que empiece a estar bien como él crea mejor. 

Luego buscarán la manera de empezar a estar realmente bien.
Los dos...


PARTE II:

"Mi jardín es mi refugio. Es todo lo que tengo y es todo lo que necesito"


Puede que en unos días empiecen a crecer las tomateras. Esto va realmente bien. Aquí está todo. Aquí tiene lo que necesito. Aquí está lo único que le importa en esta vida. 

Nunca creyó que fuera a encontrarlo. Sabe que no es lo mismo, pero quizás sea la mejor manera de estar unidos para siempre. 

Su chica no lo entiende, pero le respeta. Sabe que se preocupa por él, pero no piensa nunca compartir lo que tiene en su jardín. Es su edén, su paraíso. Es lo único que tiene y lo único que le hace levantarse por las mañanas. Sabe que le mira desde la ventana y que se preocupa por él. Es muy buena, y sabe que sólo quiere lo mejor para él, pero él es más importante que todo eso. Después de lo mal que lo había pasado esos últimos tiempos, esto es lo más parecido a un paraíso que puede encontrar.

Le agradece su discreción. Le agradece que no se quiera meter en esto. Seguramente no lo entendería. Seguramente dejaría de estar a su lado, o algo peor.

Cree que últimamente se ha dado cuenta de que riega con un poco de su sangre las zonas importantes del jardín, pero no le ha dicho nada. Me vale así. No quiere inventarse excusas estúpidas. No quiere discutir con ella, es muy buena con él.

Está bien a su lado, pero si le hace elegir saldría perdiendo. Su jardincito es lo único que le importa a día de hoy. Si paraíso vallado es lo único que hace que el día a día sea cada vez más bonito y placentero

Las verduras crecen en la tierra abonada por sus restos. 


("El Sabor del Te" Katsuhito Ishii)



PARTE III: 

"Toda historia, de jardines o no, tiene un principio en un piso compartido y en un amor no correspondido"


Nunca le gustó la jardinería. Nunca pensó en cuidar con tal dedicación unas plantas. De joven tuvo una planta de marihuana en su habitación de aquel piso compartido, pero no es lo mismo. 

El la habitación del piso compartido donde la conoció.

Ángela le enamoró desde el primer día que se vieron. Desde aquella entrevista para pasar a ser el inquilino de la habitación de aquel piso compartido.

Ángela era la líder del piso. Vivaz, chispeante y preciosa. Atractiva hasta decir basta e inteligente hasta saber todo lo que a otros le gustaría y necesitarían saber.

Todo el mundo que pasaba por aquel piso sabía que estaba enamorado de Ángela. Todo el mundo sabía que haría cualquier cosa por conseguirla. Todos menos Ángela. O al menos, eso parecía, porque no es posible que conviviendo y siendo tan inteligente como era no se diera cuenta.



PARTE IV:

"Ahora tengo el jardín que siempre quiso tener la chica que siempre quise tener yo"


Vallado. 

A punto de dar fruto. Las plantas crecen bonitas y sanas. Las cenizas de Ángela (suena a libro no leído o a película no vista) forman parte del sustrato del jardín.

Vallado.

Para que nadie entre. Solo ella y él. Así es hoy su jardín.

Se empeñó en comprar ese pedazo de tierra en aquella antigua casa. La vida parecía devorarle después de la desaparición de la que había sido el amor (nunca consumado) de su vida.

Es curioso como alguien te puede atrapar sin responder nunca a tus demandas. Así estaba él con respecto a Ángela. Así acabó todo. 

El día después de que le echaran del grupo todo se precipitó. Su único refugio era la música y al verse fuera de aquel grupo dejó aflorar todo lo que tenía dentro. Algunos sabían que era un psicópata que componía y tocaba música para evitar pensar en el asesinato, en el suicidio, en la maldad.

Todos tenemos un pequeño o gran psicópata dentro al que adormecemos, drogamos, anulamos, escondemos, haciendo algo que lo aplaque. Él tenía la música y su obsesión por Ángela. Cuando la música salió de su vida, su obsesión por Ángela acabó en un último acercamiento frustrado que la condujo a aquel descampado donde la enterró fríamente.
Compró la tierra y pensó en dejarla salvaje, como era Ángela, y alquilarla para que pastasen las ovejas. Pensó que si fornicaba con las ovejas que habían comido la hierba que crecía de sus restos, siempre tendrá la sensación de estar follándose constantemente a la chica que nunca le quiso besar.

Después vino lo de plantar tomates.

Ansía la llegada del verano lleno de gazpachos de amor. De amor psicópata. 

Dicen que ha vuelto a tocar la guitarra y componer canciones. 
Dicen que es otro desde que se mudó al campo. 
Dicen que su pareja le ha hecho mucho bien. 
Dicen muchas cosas...

Sólo él sabe que tuvo que pensarlo mejor antes, pero todos sabemos que hacemos algo para no dejar salir al exterior el psicópata que todos llevamos dentro. 

Él lo tiene controlado… De momento. 

Y sueña con beber gazpacho a todas horas en cuanto broten los tomates…





B.S.O. :

 “Soy un animal” (Los Toreros Muertos)

martes, 8 de mayo de 2012

Obsesiones y Parafilias (Volumen 13): Vidas lejanas, raíces y narices




B.S.O. : "Todo por la napia" (Siniestro Total)



Siempre supe que vivir muy lejos tendría consecuencias. Aquella mañana me había despertado tarde, como tantas veces, pero con malas noticias, como tantas otras...

Esa mañana las noticias estaban lejos, muy lejos. Las noticias estaban donde pasé los primeros años de mi vida, donde tengo las raíces. 

Donde dicen que se tienen las raíces, porque yo no he dejado de regarme por todo el mundo. Y las raíces no me han anclado a ninguna tierra y a ningún sitio concreto. Por eso me sienta tan mal que corra el viento, aunque se flexible como el junco y no tieso como el ciprés que diría el Talmud.

Por eso, aunque siempre supe que vivir muy lejos tendría consecuencias, me sentí obligado a hacerlo. No miré atrás. Sabía que si miraba, seguramente me hubiera quedado. Y si me hubiera quedado, mis sueños nunca se hubieran convertido en realidad.

Esa mañana llegaron las noticias y tuve que salir corriendo. Me dijeron que ya no había vuelta atrás, que había muerto y no me lo habían querido decir hasta entonces. Me enfadé. De esa manera que alguien se enfada para tapar algún sentimiento que le oprime. Sin sentido, por hacer algo diferente y no dejarme caer en la emoción. Me enfadé por no haber sido avisado con tiempo.

Debería haberlo sabido, pero por mí mismo, no porque me avisaran antes o después. El enfado no tenía sentido y no era justo. La urgencia me comía y tenía que salir corriendo.

Pillé el primer avión que pude, enfadándome nuevamente, esta vez con el aeropuerto, con los fabricantes de maletas que no son estables cuando corres mucho, con quien decide el espacio entre asientos en los aviones de bajo coste, con las azafatas que insisten en convencerme que en un vuelo tan corto no podía pedir más whiskys pagara lo que pagara...

Nadie de mi familia estaba en el aeropuerto esperándome. Estaban velando el cuerpo y además no sabían cuando llegaba. Volví a enfadarme. Esta vez con los fabricantes de baterías de móviles, con los taxistas que no hacen turnos de noche y con los que, aunque lo hacen, no usan desodorantes y son del Real Madrid...

Enfado tras enfado hasta el cabreo final.



Llegué al tanatorio a tiempo. Al menos eso creía. Allí estaban todas y todos. Sorprendidos por verme. Y volví a enfadarme. Por su sorpresa, por sus palabras vacías, por sus abrazos lacrimógenos, por ese interés que tenían todos en contarme los bueno que era y la desgracia que es que siempre se vayan los mejores y además, de que se vayan tan jóvenes.

Me enfadé porque me estaban haciendo perder el tiempo. Quería verlo. 

- ¿Estás seguro?
- Claro, he venido a eso.
- No es agradable.
- Ya supongo...

Entré en la sala. El ataúd estaba cerrado. Llevaba horas cerrado allí y la gente estaba en el pasillo. Nadie pasaba a verlo, no se atrevían. Pero en cuanto yo entré, la mayoría se acercó al cristal para ver cómo me acercaba a abrir el ataúd y ver qué coño hacía allí, sin parar, tras llegar totalmente acelerado y visiblemente enfadado y sudoroso.

No era agradable, no. Pero no había vuelta atrás. Llevaba puesto un traje precioso, como de boda de un hijo. Aunque nunca vio casarse a ninguno de ellos, parece que guardara ese traje para una ocasión especial, y esa, sin duda lo era. Pero nadie quería verlo, aunque estuviera muy elegante.

Busqué en sus manos, entrelazadas sobre el pecho, pero no había nada. Las separé y miré bien en sus mangas. Nada. Los bolsillos exteriores de la chaqueta no tenían más que alguna estampa religiosa y una poesía que no quise leer, y un par de botones seguramente recuerdo de alguien que no quise saber qué significaba ni quién era.

Ahora sí que me estaba enfadando de verdad. 

Me estaba enfadando con ganas y con razón.

Me enfadaba cada vez más recordando cuando me sentí obligado a vivir muy lejos. Recordando cuando no miré atrás porque sabía que si miraba, seguramente me hubiera quedado. Y si me hubiera quedado, mis sueños nunca se hubieran convertido en realidad. En ese momento que supe que vivir muy lejos tendría consecuencias, pero que tendría que haber tenido la cabeza más fría y haber cogido todo lo que me pertenecía antes de partir.

Y si no cogí todo lo que me pertenecía, al menos tendría que haber recuperado lo que era mío e iba a necesitar para el resto de mi vida, porque podía pasar algo como aquello. Y había pasado y ahora no había vuelta atrás. Tenía que encontrarla como fuera.

Desabroché la chaqueta y empecé a rebuscar enfadado y nervioso en los bolsillos interiores. 

- Pero ¡Qué coño estás haciendo!
- Déjame, estoy buscando una cosa.
- No tienes respeto ninguno.
- Nunca lo he tenido, lo sabes...

La cosa empezaba a ponerse difícil. 

Yo estaba cada vez más enfadado, y la gente que andaba por allí se estaba empezando a enfadar, pero conmigo, simplemente por buscar lo que era mío y necesitaba.

- ¿Crees que puedes venir aquí, a estas horas, abrir el ataúd y ponerte a revolver sin el menor respeto? 
- Lo estoy haciendo, ¿No lo ves? Además, no creo que le esté faltando el respeto a nadie.
- Mira la gente. Está impresionada. Están asustados. No tiene ni idea de lo que pretendes, nadie ha querido ni ha podido ver el cuerpo… ¿A ti no te impresiona?
- Por supuesto, y me está costando… Pero dejadme tranquilo, necesito una cosa.
- ¿Qué cosa? ¿No te puedes estar quieto?
- Voy a coger lo que es mío. Y lo voy a coger ahora, dejadme tranquilo.
- ¡Dios! Esto no hay quién lo soporte… Voy a llamar a todos para que te detengan y te estés quieto.
- ¡¡¡Déjame!!! Estoy buscando y como sigas así no voy a terminar nunca, ¡Joder!

Ahora ya estaba completamente enfadado. 

Con todos esos que se estaban arremolinando en torno al cuerpo para importunarme y conmigo mismo por no encontrarla. Y más aún, por no haber cogido en su momento todo lo que me pertenecía, al menos haber recuperado lo que era mío e iba a necesitar para el resto de mi vida, porque podía pasar algo como aquello que había pasado. Tenía que haberlo hecho cuando me sentí obligado a vivir muy lejos y me fui sin miré atrás porque sabía que si miraba, seguramente me hubiera quedado. Y si me hubiera quedado, mis sueños nunca se hubieran convertido en realidad. Y ahora, las consecuencias que siempre supe que vivir muy lejos tendría, estaban encima de mi, y estaban empezando a ser cada vez peores por la incomprensión de todos los que allí estaban y se estaban enfadando por lo que estaba haciendo. Tenía que encontrarla como fuera.

- ¡¡¡Ya está bien!!! Estate quieto ya, por las buenas o por las malas, no nos hagas montar un escándalo… Hoy no. Aquí no. Ahora no.

Me agarraron y me separaron del ataúd. Quise revolverme pero me enfadé aún más y eso me tranquilizó y respiré…

- Sólo vengo a por lo que es mío.
- ¿Nos vas a decir qué es lo que buscas más allá de montar un escándalo en el tanatorio?
- Eso es mi problema. Pero he venido de muy lejos a por ella y no me pienso ir sin recuperarla. Es mía, sólo mía…

Se hizo el silencio. Y empezaron a hablar todos a gritos. Sólo entendía una cosa: “Está muy feo venir aquí después de tanto tiempo por tu interés a buscar cosas que quizás no sean tuyas, habrá que esperar al testamento”.

Ahí ya me encendí. No pude más:

- Me da igual testamentos y herencias: Lo que es mío, es mío, y lo pienso recuperar ahora mismo. Son muchos años esperando.
- Podrías esperar que se enfriara el cadáver…
- Al cadáver ya le da igual.
- No te entendemos. Esperábamos que ibas a tener cara como para ponerte a pelear por la herencia, pero no así…
- No pienso pelear por la herencia. Sólo quiero lo que es mío…
- Como todos.
- No. Yo sólo quiero lo que es mío. La herencia os la podéis repartir como os plazca. 
- Es lo que pensábamos hacer. No queremos saber nada de ti, como tú no has querido saber nada de nadie estos años…

Me volví a enfadar. Quizás, simplemente el enfado subió de intensidad, porque no había dejado de estarlo desde mucho tiempo atrás, pero me estaba alterando demasiado.

- ¡¡¡Iros todos a tomar por culo!!! 
- Tranquilo… Estate tranquilo, no la montes, por favor…
- Dejadme que la encuentre y me iré enseguida…

No pude decir más. 

Algo me pinchó en el brazo y lo siguiente que recuerdo es verme en las sillas del tanatorio con todo casi desierto. Había gente alrededor pero parece que velaban a otro muerto. Me dolía terriblemente la cabeza. Supuse que me habían drogado. Recordaba una enfermera pululando por allí momentos antes de perder la conciencia, mirándome como si escondiera algo. No podía respirar. Como siempre.

Y esa asfixia me recordó que siempre supe que vivir muy lejos tendría consecuencias. Que nada tendría que ver con las raíces, donde dicen que se tienen las raíces. Me asfixiaba por no haber mirado atrás, aunque supiera que si hubiese mirado, seguramente me hubiera quedado. Y si me hubiera quedado, mis sueños nunca se hubieran convertido en realidad. 

Pero podría respirar.



Pensé buscar un abogado, presentar una demanda. Luchar por la herencia, aunque no me interesara más que lo que era mío. “Como a todos” me diría mi letrado y me prometería un buen reparto. Pero yo sólo quería lo que era realmente mío. Lo que dejé atrás y no me llevé conmigo.

Quería mi nariz. 

Aquella que me robó cuando era niño y que nunca había podido recuperar. 

Quería volver a respirar y dejar de asfixiarme.

Quería…

Entonces, y sólo entonces, me di cuenta: Estaba respirando. No había recuperado mi nariz, eso era seguro, pero estaba respirando por primera vez en mucho tiempo.

Quizás volver por allí me hizo recobrar la nariz sin que yo lo supiera, porque no estaba asfixiado como solía. 

Como me ocurría desde que salí a vivir muy lejos.

A lo mejor mi nariz se quedó en un bolsillo interior de aquel elegante traje mortuorio y no la recuperaría nunca, pero volvía a respirar.

Por eso, aunque siempre supe que vivir muy lejos tendría consecuencias, me di cuenta que volver a intentar recuperar aquella nariz robada en mi infancia, en la última oportunidad que tenía de hacerlo fue una buena idea. No miré atrás. Sabía que si miraba, seguramente me hubiera quedado. Y si me hubiera quedado, mis sueños nunca se hubieran convertido en realidad. 

Aunque tuviera que vivir una vida sin sueños ni nariz... 

Porque, precisamente, el no tener sueños ni nariz era una certeza bastante más real que todo lo que me había pasado en aquella vida desde entonces...


Siempre supe que vivir muy lejos tendría consecuencias…




B.S.O. (II): "Mi nariz" (Andrés Calamaro & Andy Chango)




jueves, 3 de mayo de 2012

Cosas pasadas de moda: Escribirte



Voy a dejar de escribirte aquí. 

He decidido darle un giro copernicano (¿Qué diablos querrá decir “giro copernicano”?) a todo lo que hago.
A partir de ahora no te busques en mis líneas (Hace tiempo alguien me dijo que la buscara en sus rayas, pero no tiene mucho que ver).
De hoy en adelante prometo serte consecuentemente infiel.

Voy a escribir para otros. 
Voy a escribir para mí. 
Voy a escribir para él.
Voy a escribir para ella. 
Voy a escribir para ello.

No intentes descifrar mensajes ocultos, no los habrá.





Anoche se acercó un chino a venderme una flor cuando compartíamos risas, caricias y alcoholes en aquel bar y me preguntaste qué le había dicho para que se fuera sin insistir demasiado. No te dije nada pero rechacé la rosa con unas palabras y se fue por dónde había venido.

Pesarás que todo esto no es más que otro mensaje para ti, una reivindicación a tus ojos lectores que tanto necesito, a un futuro juntos donde yo escribo para ti y tú lees para mi, a una mirada cómplice en unas cartas públicas… 

Pero nunca debes olvidar lo que dijo Dennis Valmont momentos antes de abandonar la escritura para siempre: 


“Mis manos han sido guiadas por una embustera. No quiero matarla, por eso me las corto”


Sí, es cierto, Dennis Valmont volvió a escribir tiempo después, aunque sin manos, ayudado por su nuevo amor. Pero de ella, de la primera, de la embustera, de la importante, nunca más se supo. Quizás porque él dejó de escribir para ella.

Te voy a confesar algo. Voy a escribir algo para ti aquí por última vez: Al chino aquel le dije que no necesitaba la rosa porque ya habíamos follado. Me guiñó un ojo y se largó. 

O eso creo, porque con los chinos y sus ojos rasgados nunca se sabe…


martes, 1 de mayo de 2012

Fotos que me hubiera gustado hacer a mí (Volumen 7): ¿Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité?


Fue en el 92.

El 92 fue un año grande. Al menos para ti. Fuiste infinitamente feliz y por primera vez en tu vida, te diste cuenta en el momento, no años después.

Vivías en un país empeñado en ser feliz, aunque extrañas mascotas se hundieran en el mar, o Angolazos enturbiaran ligeramente el infinito placer (ese sí visto a la distancia) de conocer el Dream Team.
Y como aquel team, todo era un sueño. Todo estaba lleno de proyectos y cosas por venir. Te creías grande y con capacidad de hacer algo bueno y diferente. Ser especial. Como el 92.
Un año especial, un año diferente. Un año que debería marcar lo que vendría después.

Fue en el 92.





Pasó el tiempo y seguía sin conocerte. En el 92 supe por primera vez que vendrías y te acostarías a mi lado. Y te acostaste de todas las maneras posibles. A día de hoy, sigo pensando que no te has acostado lo suficiente.

Quizás siga sin conocerte.
Quizás no tenga que conocerte jamás. 
Quizás nunca vuelva el 92.

Nunca hice la foto aquella en la que tras un bello cuerpo volador, se ve toda la grandeza de la ciudad. 
Nunca viví en Barcelona. 
Nunca he creído poder encontrarte en una foto panorámica. 
Nunca he sabido qué es una foto panorámica. 
Nunca he sabido.

Anoche, bien entrada la madrugada, me hice una foto al espejo completamente desnuda para paliar mi incapacidad de hacer buenas fotos. Evidentemente, mi cuerpo desnuda en el espejo, con pose choni, no es merecedora ni del peor de los tuentis analfabetos de los adolescentes de este país. Ni siquiera merece subtitularla con un “me aburría” para justificarla. Pero por muy despreciable que sea, siempre estarás tú para decirme que te gusta. Aunque ya no seas la del 92 y ni siquiera tengas recuerdos de ese año. Todas necesitamos alguien que justifique hasta la mayor de nuestras estupideces. Y eso sólo se hace con los ojos que tú me miras, y tus ojos hacen las mejores fotos.

A veces me canto sin preguntarme aquello de “Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité” y lo hago a mi manera, cantándolo al final de una canción que desvirtúa las promesas que me (te) hice en lugar de la original revuelta o sublevación, en lugar de remitirme a la Insurrección. Nunca he querido ser El último de la fila, ni siquiera en tus brazos, aunque eso signifique tanto. Nunca he querido ser el último. Nunca tuve carácter para ser el primero. Aunque me corte el pelo una y otra vez.
(Y me quiera defender)

Como ya se dijo: “Preocupémonos tan solo de evitar nuestro destino”. 
No volveré a dejar que el 92 entristezca mi patético álbum de fotos…

Cuantos más nos vean, más felices somos tod@s... ¡COMPARTE!