Parte I: M y N se encuentran (Y se necesitan)
M es una chica de su tiempo, pero tiene carencias. Existen mundos que desconoce completamente, a pesar de que está convencida de estar al día. Sus conocimientos informáticos, son limitados para el momento actual. Sus furores uterinos todo lo contrario.
Siempre inventando, siempre buscando algo más. Está convencida de que pararse o conformarse con su sexo, con el sexo que tiene en cada momento, es una pérdida de vida, es algo que no volverá. Seguramente habría mil maneras de gozar que nunca llegará a conocer porque no está preparada, pero le preocupa mucho pensar que hay cosas que puede hacer y que se le escapan de los dedos por no buscarlas.
Así, de la mezcla de su ignorancia cibernética, su furor uterino y sus ansias de descubrimiento, llega a internet y se abre al mundo. Empieza a bucear, primero tímidamente, por todos los sitios, que no son pocos, que puedan enseñarle. A su edad con ansía de saber, de conocer, de probar…
De aquella manera llega a N.
N es un chico de su tiempo, y también tiene carencias. Existen mundos que desconoce completamente, a pesar de estar convencido de que está al día. Sus conocimientos informáticos, como era normal a su edad, son ingentes a los ojos de M, y adecuados para el momento actual. No tiene furores uterinos, y no sabe siquiera qué son.
M y N empiezan a ser amigos. Comienzan a darse mutuamente lo que llevan tiempo buscando. M alecciona a N en su sexualidad y N conduce a M en su inmersión en el mundo digital. Pero todo tras la pantalla. Sin verse la cara. Todo a través del ordenador. Todo a través de la red.
A ninguno de los dos se le hubiera ocurrido nunca siquiera plantearse un encuentro cara a cara. M considera que aquel chico carente de habilidades sexuales pensaría de ella que era una chica dócil y fácil de engañar por su incompetencia informática. N está convencido de que sus carencias en el plano sexual resultarían poco menos que ridículas si se plantara frente a M sin una pantalla de ordenador de por medio.
Pese a ello (O gracias a) pasan las noches en vela enseñándose todo lo enseñable por internet. Ni caras, ni cuerpos, sólo ideas y mensajes. N se empeña en que M controle de la mejor manera posible todos los trucos para hablar con fluidez en los chats, para encontrar amigos y amigas, optimizar sus redes sociales, descargar todo lo que necesite, descubrir todo lo inimaginable para ella hasta aquel entonces. M pone todo su interés en aprender todo lo que N le enseña mientras trata de mezclar su placer con el adoctrinamiento sexual para con él. Quiere tocarse, pero más quiere que él se toque. Se siente tan suya que sus manos son las manos de él, y descubre un nuevo camino al placer, haciendo que N aprenda a llegar a sitios que sólo ella conoce. Así que virtualmente sigue su camino, se recuesta y continúa con las caricias, ya en manos de N, aunque él no lo sepa y se centre en gozar y descubrir todo lo inimaginable para él hasta aquel entonces.
Parte II: M vuela sola.
Las noches en vela le hicieron no estar centrada en su trabajo. M nunca se había sentido tan inútil en su labor diaria, pero comprendía que no podía renunciar a sus noches. Ahora ya no. Había un mundo tras su pantalla del ordenador y está convencida de que únicamente ha empezado a descubrirlo.
Da de alta su webcam en un chat de pago para ganar un dinero extra que pueda paliar su cada vez peor situación monetaria. Su marido no debe darse cuenta nunca de que sus ingresos están reduciéndose al mismo tiempo de que sus noches son cada vez más largas frente al ordenador. Simplemente pensar que se pueda llegar a enterar en algún momento de lo que está pasando, y sobre todo el porqué, le produce un temor que la llevaría a hacer cualquier cosa para evitarlo.
Decide empezar a volar sola. No tiene tiempo para atender a N, a sí misma y a su situación financiera, por lo que elige, no sin una importante mezcla de dolor y culpabilidad, abandonar paulatinamente sus sesiones de contacto cibernético con él. Sus prioridades ahora son otras, y N se puede ya valer bien él solito. Ya le premiaría de alguna manera cuando todas las aguas vuelvan a su cauce y tenga controlada la situación de nuevo.
Se planta todas las noches frente a la webcam y hace todo lo posible por gozar y hacer gozar a quiénes la miran. Y cuanto más la miran, más goza. Se excita de inmediato pensando en cómo excita a quienes la miran, y fantasea con que alguno sea él. A fin de cuentas, está en deuda con N.
Se acaricia el cuello dulcemente, sintiendo los primeros contactos. Se araña suavemente. Sin prisas va bajando una mano hasta encontrar sus pezones, después la otra. Le gusta jugar con ellos despacio, acariciarlos dócilmente hasta sentir que se empiezan a poner duros, pasando de los dedos a las palmas de las manos, distrayéndose en el placer. Siente como la humedad que sale de su entrepierna es cada vez más abundante pero sin prisas sigue dedicándose a sus pezones. Gime y arquea la espalda, y piensa en N, y casi siente su boca acariciándole el clítoris cuando empieza a bajar las manos por su bajo vientre. Se toca sin prisas, la mano izquierda en el pecho y la derecha en su entrepierna. Quiere irse en su boca, pero no está allí por más que fantasee con ello. Separa los labios para dejar bien expuesto todo su sexo y siente como la penetran tantos desconocidos por la webcam. Ve su clítoris rojo, casi morado, como casi nunca, como casi siempre desde que se expone para ellos, desde que goza para él. Con su dedo comienza a hacer círculos lentos y suaves en la base de su botoncito, sin prisas. Quiere pensar que alarga sus movimientos porque le preocupa el negocio, pero lo hace como siempre, por aumentar su placer. Cada vez más mojada mantiene el ritmo, círculos suaves y lentos, sin acercarse todavía a la punta. Sintiendo cómo sus caderas cobran vida propia y ya no las controla, luchando por mantener el ritmo pausado, aunque cada vez esté más caliente. Gime más y más, el deseo por tener a N dentro le abruma, le enloquece, le retuerce de placer, pero se obliga a no acelerar el ritmo de las caricias, obligándose a hacer enroscarse de gusto también a él.
Recorre su clítoris bajando hasta su coño, humedeciendo su dedo y volviendo a subir. Siente la expectativa de su rajita esperando ser penetrada, pero N no está allí, y todavía no es el momento. Lentamente, siempre lentamente, con el mismo ritmo, empieza a acariciarse más abajo, sin prisas, con ansias contenidas, para empezar a penetrarse, primero poco, sólo la punta del dedo entrando y saliendo parsimoniosamente. Su cuerpo se arquea pidiendo velocidad, pidiendo llegar al final, pero se resiste. Desea con todos sus sentidos irse de una vez, pero quiere aguantar el pausado ritmo hasta el final, hasta no poder más, hasta que N le dé permiso.
El permiso no llegará, pero la velocidad empieza a crecer inevitablemente. El dedo empieza a entrar completamente en su coño. Las dos manos se desenvuelven hábilmente por su entrepierna mientras siente sus ahora abandonados pechos, cada vez más grandes, con los pezones pidiendo salir disparados.
Se contraen sus agujeros. Todos.
Se retuerce.
Se estremece.
Está llegando a un orgasmo delicioso. Un orgasmo de N. Quiere alargarlo y se sigue tocando hasta que la sensibilidad es tan grande que grita y lo deja. Instintivamente mira la webcam y esboza algo así como una sonrisa y lanza un beso torpe dedicado a N mientras la apaga.
Parte III: N vuela solo.
Las noches en vela le hicieron no estar centrado en su matrimonio. N nunca se había sentido tan desplazado en su día a día, pero comprendía que no podía renunciar a sus noches. Ahora ya no. Había un mundo más allá de su mujer y está convencido de que únicamente ha empezado a descubrirlo.
N se siente sólo. Desamparado. M hace tiempo que no le responde a los mails, ni la ve conectarse a los chats habituales, ni los privados ni los públicos. Además, parece que su mujer se ha acostumbrado a su indiferencia nocturna y pasa las horas muertas en su cuarto sin hacerle caso.
Sale. Con la confianza recobrada gracias a M, sabe que es capaz de gozar de su sexualidad y con sus consejos, de hacer gozar a cualquier mujer. Su mujer no debe darse cuenta nunca de que su inseguridad está reduciéndose al mismo tiempo de que sus aventuras nocturnas son cada vez más frecuentes e intensas. Simplemente pensar que se pueda llegar a enterar en algún momento de lo que está pasando, y sobre todo el porqué, le produce un temor que lo llevaría a hacer cualquier cosa para evitarlo.
Decide empezar a volar solo. No tiene tiempo para atender a M, a sí mismo y a su recién adquirida confianza en sí mismo y su sexualidad, por lo que elige, no sin una importante mezcla de dolor y culpabilidad, abandonar paulatinamente sus sesiones de contacto cibernético con ella. Sus prioridades ahora son otras, y M se puede ya valer bien ella solita. Ya le premiaría de alguna manera cuando todas las aguas vuelvan a su cauce y tenga controlada la situación de nuevo. O cuando vuelva y le necesite, y él reúna el valor suficiente para enfrentarse a ella cara a cara.
Se planta casi todas las noches en el bar de moda y hace todo lo posible por gozar del momento y, posteriormente hacer gozar a quién se le antoje para finalizar la noche. Y cuanto más alterna, más goza, y cuanta más gente conoce, más disfruta, y cuantas más mujeres le llevan a la cama, más seguro se siente. Se excita de inmediato pensando en cómo sería que una de esas aves nocturnas fuera ella, con seducirla sin saberlo ninguno de los dos, con acabar enroscados en un simultáneo orgasmo brutal. A fin de cuentas, está en deuda con M.
Seduce a la más interesante del local cada noche. Se va con ella y la hace gozar tal y como le enseñó M. Acaricia lentamente su cuerpo. Le acaricia el cuello dulcemente, sintiendo los primeros contactos. La araña suavemente. Sin prisas va bajando una mano hasta encontrar sus pezones. Le gusta jugar con ellos despacio, acariciarlos dócilmente hasta sentir que se empiezan a poner duros, pasando de los dedos a las palmas de las manos, distrayéndose en el placer. Intuye que la humedad que sale de su entrepierna es cada vez más abundante pero sin prisas sigue dedicándose a sus pezones. La hace gemir y arquear la espalda, y piensa en M, y casi siente su boca acariciándole la polla cuando empieza a bajar las manos por el cuerpo de su víctima. La toca sin prisas, la mano izquierda en el pecho y la derecha en su entrepierna. Le dice que quiere que se vaya en su boca, y acerca su entrepierna a la suya. Empieza a manipular el clítoris rojo, casi morado, como casi siempre desde que se aprendió de M, desde que hace gozar –y goza-para ella. Comienza a hacer círculos lentos y suaves en la base del botoncito, sin prisas. Quiere pensar que alarga sus movimientos porque le preocupa lo que M piensa de él, pero lo hace como siempre, por aumentar el placer. Su conquista está cada vez más mojada, pero mantiene el ritmo, caricias suaves y lentas, sin hacer caso de las peticiones de penetración, sintiendo cómo las caderas cobran vida propia y chocan acompasadamente, luchando por mantener el ritmo pausado, aunque cada vez estén más calientes. Gime, y el deseo de estar dentro le abruma, le enloquece, se retuerce de placer, pero se obliga a no acelerar el ritmo de las caricias, obligándose a que sea ella quien no lo soporte más y se lo pida.
Estimula su clítoris bajando hasta el coño, humedeciendo su dedo y volviendo a subir. Siente la expectativa de su rajita esperando ser penetrada, pero M no está allí, y la impaciencia puede a su compañera nocturna, aunque él intente hacerla ver que no es aún el momento. Lentamente, siempre lentamente, con el mismo ritmo, empieza a acariciarla más abajo, sin prisas, con ansias contenidas, para empezar a penetrarla, primero poco, sólo la punta del dedo entrando y saliendo parsimoniosamente. Su cuerpo se arquea pidiendo velocidad, pidiendo llegar al final, pero él resiste. Los acontecimientos se suceden. Es la parte que más le cuesta, por mucho que M insistiera en ello. No puede evitarlo. El ritmo crece. Desea con todos sus sentidos correrse de una vez y que lo haga ella, pero quiere aguantar el pausado ritmo hasta el final, hasta no poder más, hasta que M le dé permiso. Introduce otro dedo, el ritmo se vuelve cada vez más frenético… Hasta que su pene entra en acción. Y la penetra, y fantasea con estar percutiendo a M como a ella le gustaría. Con la satisfacción del alumno complaciendo a la maestra.
Se retuerce.
Se estremece.
Está llegando a un orgasmo delicioso. Un orgasmo de M. Quiere alargarlo pero le obliga a correrse, gritando y abrazando como si se le fuera a escapar la vida en ese cuerpo que le mira con ojos de no haber sentido nunca nada igual.
Se queda un buen rato asido a su última conquista, hasta que ésta recupera el aliento y se liberan. Se levanta cuidadosamente y habla como si lo estuviera haciendo con M, y se despide dulcemente, como si se despidiera de M.
Un fuerte beso y un deseo de dulces sueños preceden a su rápida carrera a casa, con la sonrisa del satisfecho, del triunfador, del amante escondido.
Parte IV: El reencuentro de M y N
N entra en casa con cuidado. Desde que tiene una vida nocturna oculta, no para de extremar las precauciones para evitar que su mujer se entere.
Al mismo tiempo, M está a punto de llegar al enésimo orgasmo de la noche pensando en N frente a un montón de desconocidos vía webcam. Gime más de lo normal y el tembleque que le entra en el cuerpo le hace tirar torpemente la webcam al suelo.
N maldice su suerte al darse cuenta de que su mujer está despierta en su cuarto. Algo ha hecho ruido allí dentro, y duda si asomarse o no.
M escucha los pasos de su marido acercándose a la puerta cerrada de su habitación. Seguramente se haya despertado con el ruido de la webcam que cae al suelo. Recupera como puede, a toda velocidad y de la mejor manera posible, la compostura para que parezca que no pasa nada si le da por abrir la puerta. Perdón, cariño, se me ha caído una cosa… ¿Te he despertado?
N se acerca a la habitación de su mujer. ¿Todo va bien, cariño? He oído ruido…
No te preocupes, mi amor –dice M a su marido.
Me voy a la cama, mi amor-dice N a su mujer- ¿Vienes?
M y N duermen en la misma cama. Creen que ninguno le da al otro lo que necesita, pero no es así. Simplemente, no lo saben. Y quizás, nunca lo sepan. Ambos creen que es mejor así...
"...Y la vi como quien ve sin creerla
en el desierto la sombra de un agua,
la amé sin atreverme a creerlo"
(“La alucinación de una mano, o la esperanza póstuma y absurda en la caridad de la noche” de Leopoldo Mª Panero)
.