miércoles, 5 de agosto de 2015

Bebedora de absenta


Hace algunos años, en un juego estilo a aquello del “Si fuera” que hacía Raffaella Carrá en la tele, una amiga a la que admiraba y quería desde mi posición de adolescente tímido y apocado, me identificó con este cuadro. “Si fueras una obra de arte serías Bebedora de absenta de Picasso. Sabes cuál es, ¿Verdad?”

Sí, mentí vilmente. Mentí pero me hizo muchísima ilusión. Hay que recordar que en aquellos tiempos no existía la posibilidad de agarrar el móvil y con una rápida consulta al Señor Google (¿O será señora?) descubrir de qué se está hablando. Pero me fascinó. Me sentí honrado. Me gustó mucho. Como me gusta ahora la absenta. Pese a que esté prohibida. Aunque esto no viene al caso ni es relevante.



Hace algunos días, en una casualidad del destino de esas que no tienes planeadas (de ser así no serían casualidades del destino), me di de bruces con la Bebedora de absenta. No es que de fiesta me encontrara con algún ser cautivador que se diluye en la bohemia despertando mi interés, sino que entré en una exposición y allí estaba ella. De repente, como si nada. Siendo una rareza en las exposiciones que suelo ver porque es un caso extraño de lienzo que está pintado por las dos caras. Por detrás, tenía “Mujer en el palco”, pero de eso me di cuenta un buen tiempo después, tras mirar y remirar, embelesado, a Bebedora de absenta.

Mi historia de amor con la Bebedora de absenta desde aquel momento (desde hace años, no desde hace algunos días) llegó a su culmen (hace algunos días, no hace años) cuando me la encontré por sorpresa, altiva y desafiante en medio de una sala del Museo Reina Sofía. Una historia que siempre estuvo ahí y a la que no hice mucho caso porque me dejaba vivir en paz, sin tener que demostrar constantemente cuánto la quería. La historia, no el cuadro que pertenece a otro museo. Mi historia de amor hacia ella define la biografía sin escribir de mi menos interesante vida. Apareció sin venir a cuento, cuando yo no sabía qué quería ser de mayor pero confiaba con serlo todo, y se mostró ante mí cuando olvidé ser mayor porque creía serlo ya todo. Tanto tiempo estuve buscándola, que cuando el resto de mi vida estaba tan alicatada como para no pararme a pensar qué podía haber fuera de ella porque lo único que me pedía el cuerpo era vivirla desde dentro como estaba haciendo, que cuando apareció casi ni me di cuenta y por poco me paso de largo. Pero la encontré. Quizás fuera una señal de la que no me percaté en aquel instante, pero a partir de aquel momento, uno de tantos que agrupados hacían de mi vida algo por lo que no preocuparse cómo es la vida (que es sin duda uno de los signos más claros de que estás viviendo algo importante, no preocuparte qué es lo que estás viviendo ni pensarlo demasiado) y seguir cada día sintiendo qué bien se está cuando se está bien, marcó el principio del fin. Como si de un círculo vicioso (por aquello de la absenta no podría ser de otra manera) vital se tratara, días después de encontrármela, se llevó por delante todo lo que tenía. Sin yo quererlo, por supuesto. Sin esforzarme por ello. Pero todo se fue. Y me quedé con el recuerdo. Tal y como recuerdo cuando la Bebedora apareció en mi vida. Como con tantas otras cosas.

Hace algunos días dejé de pensar que todo estaba bien. Olvidé que mi vida era tan maravillosa como para encontrarme con la Bebedora de absenta en medio del Reina Sofía de casualidad y disfrutarlo. Se cerró el círculo. Sin absenta con la que evadirse. Y se cumplió el vaticinio de hace algunos años, cuando supe que todo iría bien, cada vez mejor, hasta que se rompiera por cualquier cosa. Giró la rueda. El círculo se cerró. Y la espiral me lleva de hace algunos días a hace algunos años. De no saber ahora mismo qué quiero ser de mayor como me pasaba en aquel entonces. De ser consciente de que la vida son tres días como lo era por aquellos tiempos, pero que esos tres días me los han dado a mí porque soy especial y diferente a las y los demás. Porque vivir con sensación de abismo permanente, como me sobrevino la existencia hace unos días, sólo requiere voluntad para transformar el vértigo en excitación. Me asomé al barranco obligado hace algunos días y tuve miedo de caer. Dejé de mirar abajo recordando hace algunos años y tuve placer de caer.

He vuelto a ser yo. Aquel que era cuando no sabía quién era ni qué quería ser de mayor.

He visto a la Bebedora de absenta...





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