La segunda entrega ya está disponible:
¿Hay motocacas en Badajoz?
Seguiremos informando, si el tiempo y la autoridad pertinente lo permiten.
Ósculos varios para todos y todas.
Estoy habituado a no hacer demasiado caso de los mensajes publicitarios. Suelo cruzarme con cosas más importantes a las que dedicar mi atención. Pero soy débil. Muy débil. Cada vez más débil.
Generalmente, no nos damos cuenta que ha pasado tiempo en nuestra vida que ya no volverá. Hoy he tenido uno de esos momentos en los que soy consciente de más cosas de las que debería serlo para vivir tranquilo. He visto cómo ha pasado media hora de mi vida que no volveré a disfrutar. Seguramente no hubiera hecho nada importante en esa media hora, pero jode mucho darse cuenta que la has perdido.
En media hora se pueden hacer muchas cosas. Treinta minutos pueden ser claves para cambiar drásticamente una vida. Media hora puede ser suficiente para ver el mundo alrededor de manera que nunca podría imaginar. En treinta minutos se pueden hacer muchas cosas.
Las TATU cantan en su canción 30 minutes:
30 minutes, a blink of an eye
30 minutes, to alter our lifes
30 minutes, to make up my mind
30 minutes, to finally decide
30 minutes, to whisper your name
30 minutes, to shoulder the blame
30 minutes of bliss, 30 lies
30 minutes, to finally decide
En media hora se pueden hacer muchas cosas:
Sentarme en el baño y volver a leer el inicio de “Lolita” de Nabokov.
Mirar a alguien, enamorarme, tomar un café con ella, hablar de algo como si el mundo se fuera a acabar sin preocuparme de nada más que nosotros, desenamorarme y prometerme a mí misma que nunca más me volveré a enamorar.
Presentar una instancia no demasiado compleja en un organismo público, siempre y cuando haya preparado los papeles necesarios previamente.
Probar mi capacidad pulmonar intentando aguantar la respiración, probando mi resistencia tratando de superarme cada vez, evitando el desmayo.
Registrar un cajón de casa en el que no miras muy a menudo. Si vives acompañado será aún mejor si no es tuyo.
Tratar de darme de baja de mi compañía telefónica. Sea la que sea, probablemente no sea suficiente, pero estaré entrenado para cuando lo tenga que hacer de verdad y con prisas.
Quemar hormigas con una lupa. Será terrible para ellas y para mi espalda. Y no es posible hacerlo días nublados. Además, probablemente alguien me llame la atención por hacerlo y no tenga edad, pero a los 7 años no me parecía tan malo y gastaba más tiempo en ello.
Abrir el messenger, facebook, skype o cualquier cosa que me permita contactar con alguien y preguntarle qué tal le va, cuánto hace que no nos vemos, qué es de su vida… Cuando la conversación se ponga interesante ya habremos invertido los 30 minutos.
Ver “El Perro Andaluz” de Buñuel y reposar sus imágenes en el inconsciente tras los 17 minutos que dura.
Entrar en una peluquería, pedir turno para lavar y marcar, sentarse a leer el Hola o el Marca (sí, leerlos…) y aún me sobrará tiempo para despedirme cortésmente de las peluqueras mientras me excuso por no poder esperar más y pedir cita para otro día.
Apuntar a un inexistente hijo a una academia de idiomas, preocupándome por su programa educativo muy seriamente.
Cocinar algo siguiendo las instrucciones del programa 22 minutos del Canal Cocina. Los 8 minutos restantes se me irán en algún detalle sin importancia porque a diferencia de Julius, yo necesito 30 para hacer lo que él en 22.
Grabar un bloque de anuncios (viéndolos) de cualquier cadena generalista en prime time y posteriormente verlos probando cuánto recuerdo de lo que he visto minutos antes. Si el bloque publicitario excede la duración de 15 minutos (caso bastante probable), parar la grabación en ese momento y realizar el ejercicio igualmente… Total, el final no importa…
En media hora hay muchas cosa que hacer…
Yo las he invertido en un viaje en autobús.
La fuerza de la campaña publicitaria ha hecho mella en mí.
Me he vuelto a poner el vestido de novia y he salido a la calle. Estaba terriblemente cabreada y cuando estoy terriblemente cabreada no pienso con claridad. Soy consciente de ello. Tan consciente soy, que siempre que me cabreo intento buscar claridad para calmarme, pero nunca es fácil. Podría decir que lo único que hago es buscar sucedáneos de claridad. Nadie actúa con claridad cuando está cabreada. Nadie está cabreado cuando actúa con claridad. Solamente los psicokillers parece que tienen la capacidad de hacerlo. Nunca conseguiré ser una buena psicokiller, me da miedo la sangre. No me gustan los psicokillers, pasan a la historia con una etiqueta que nunca quisieron tener. Cada psicokiller es único y por mucho que se empeñen los estudiosos en el tema, no tienen porqué tener motivaciones comunes (¿Qué motiva a un psicokiller? ¿Se despierta un día y decide ser un psicokiller?) Tiemblo estremecida sólo con pensar que algún día me despierte decidiendo ser algo. Si tengo claro y decidido lo que voy a ser ya sólo podré fracasar. Y ni siquiera me platearía buscar la claridad cuando me cabreo. Además, hay psicokillers tan patéticos que acaban tatuándose una esvástica en la frente para toda la eternidad.
Hoy estaba terriblemente cabreada y como tantas otras veces, he recordado que debía buscar la claridad. He rebuscado en mi interior pero allí no había nada claro. No hay nada claro últimamente por ahí dentro. He buscado en mi exterior, pero allí no había nada claro tampoco. No hay nada claro últimamente en lo que me rodea. He abierto el armario con intención de destrozar y quemar toda mi ropa por aquello de cumplir un cliché de las mujeres cabreadas que pierden los nervios y se dedican a romper toda esa ropa con la últimamente no se ven bien, y por extensión todo lo que se les cruza en el campo de visión, y he visto la claridad: Allí estaba mi vestido de novia, claro y resplandeciente. Resulta curioso que ahora lo vea claro y resplandeciente porque me casé –según la modista- de champagne. Lo veía ridículo y estúpido, pero según iba hablando con las amigas, me di cuenta que ninguna se había casado de blanco-blanco: De blanco hueso, de blanco desnudo, de blanco rum, de crudo, de blanco diamante, de marfil… Incluso una se vistió de azul cielo, pero claro, es la rara de la pandilla, y la que más posibilidades tenía de acabar siendo una psicokiller según el test de personalidad en nuestra clase de tercero.
Mi vestido de novia me sigue sentando como un guante. Siempre se comenta con hipocresía lo guapa que está la novia el día de la boda. Nadie se atreve en público a decir lo contrario, aunque muchas lo pensemos. Pero a mí me quedaba realmente como un guante. Como un guante de mi talla, porque los guantes muy grandes no quedan bien en manos muy pequeñas, y los guantes muy pequeños no caben en manos muy grandes. Me lo he puesto, me he sentado frente el espejo y he visto lo bien que me sigue quedando. Pero no se me ha pasado el cabreo. He salido corriendo a la calle muy cabreada, vestida de novia y dejando tras de mí el estruendo del fuerte portazo que he dado al salir, e instantes anteriores, el estallido del espejo al que he arrojado con rabia y cabreo lo primero que he tenido a mano, simplemente por seguir con los clichés.
Me he vuelto a poner el vestido de novia y he salido a la calle. No hay ningún cliché en salir a la calle corriendo con el vestido de novia puesto un día que no te vas a casar, a no ser que vayas a grabar un anuncio de colonia o un videoclip de dudoso gusto (¿Son lo mismo?). He pensado en Julia Roberts en “Novia a la Fuga” y me he cabreado aún más por tener una mente tan enferma como para que en momentos como éste me vengan a la mente películas tan terribles. Quizás deba ir más al cine para llenar mi cabeza con imágenes más estimulantes que Julia Roberts en “Novia a la Fuga”. Quizás, pero cerca de mi casa sólo hay una sala X y un Starbucks y, a pesar de ser creados para ello, ninguna de las dos opciones me estimula lo suficiente.
Corro y corro. Me alegro de haberme casado con un vestido corto y no haber encontrado el velo porque me facilita la carrera. También la gente con la que me cruzo me facilita la carrera. Se apartan de mí a mi paso como si llevara la peste aunque lo que lleve sea simplemente un vestido de boda y un monumental cabreo. Los vestidos de novia no están pensados para correr. Realmente, mi cuerpo tampoco está pensado para correr. Me hubiera gustado no haberme puesto las preciosas sandalias con las que me casé, pero una novia con zapatillas no es una novia. Si no me hubiera puesto las preciosas sandalias blanco marfil con las que me casé, el vestido de novia, y mi cuerpo hubiera estado pensado para correr, habría llegado más lejos.
Me caí apenas a cien metros del portal de mi casa. La gente que antes se había apartado de mí como si llevara la peste, ahora disimulaba malamente un morboso interés en la lejanía pero sin acercarse a mí para socorrerme. A fin de cuenta, instantes antes se habían apartado de mí como si tuviera la peste. Realmente, lo único que tenía ahora era un vestido de novia y un monumental cabreo. Me encontraba dolorida en el suelo, observada por gente a mi alrededor con aires de superioridad e simulada indiferencia.
Me he vuelto a poner el vestido de novia y he salido a la calle. Charles Manson se tatuó una esvástica en la frente y tendrá que vivir con ello el tiempo que le quede.
Y yo, ni siquiera llegué a casarme nunca...