Érase una vez, en un reino muy muy
lejano, una chica que vivía con sueños y aspiraciones de princesa.
Una princesita que quería cambiar todo lo que veía a su alrededor,
pero que no conseguía cambiar siquiera a sí misma. Una preciosa
damisela que añoraba con melancolía ser querida y amada como todas
las amigas le decían que tenía que ser querida y amada.
Érase una vez, en un poblado muy muy
cercano, una joven que moría por cumplir sus afanes y deseos. Una
chica que quería cambiar todo lo que le hacía infeliz por cosas
bellas que la hicieran sentir bien dichosa. Una chica que peleaba por
ser más querida y amada de lo que todas sus amigas le decían que
debía ser.
Érase una vez, en una discoteca de
reggaeton muy cerca de nuestras protagonistas, un príncipe azul y
engreído que sentía en su interior que era capaz de ser feliz,
repartir alegría y hacer sentir bien junto a él a cualquier chica o
cualquier princesa que anhelara una vida mejor. Un chico que follaba
al compás de la Marcha Radetzky en las mañanas de resaca. Un
principito que utilizaba la Marcha Radetzky para hacer sentirse
únicas y especiales a cualquier chica que encontrara en su discoteca
de reggaeton cuando después se la llevaba a casa.
Érase una vez, una mañana que no era
la de Año Nuevo. Una mañana de resaca como otra cualquiera tras una
noche de perreo, bailes sudorosos, y alcoholes de dudosa procedencia.
Esa mañana, esa neblina de los restos de la noche anterior, una
princesita, una chica y un príncipe azul engreído, se encontraron
aún borrachos de mañaneo, en una cama conocida pero extraña.
Aquella mañana se amaron y buscaron la felicidad al ritmo de la
Marcha Radetzky. Encontraron orgasmos y cariños que les hicieron ser
mucho más dichosos, verse más cerca de sus sueños, sentir que
podían cambiar el mundo desde sí mismos, creer que la vida merecía
la pena vivirla.
Érase una vez, después de todas estas
cosas que os he contado de chicas, princesas y principitos azules,
alguien que se masturba al compás de la marcha Radetzky en una
mañana de vuelta de fiesta de una discoteca de reageton. Érase una
vez, la misma persona. Érase una vez, unos armónicos cariños y
orgasmos en mi cama.
Érase una vez, todas estas y muchas más
cosas. Siendo la misma persona de diferentes formas. Sintiéndome
bien conmigo mismo. Teniendo en mi cama, tras mucho alcohol, todo lo
que necesito para ser feliz, una vez que, sin ser la mañana de Año
Nuevo, pulso el play y suena la Marcha Radetzky.