Creí
que aquella chica que me sacó del bar, para llevarme a su casa, me iba follar
salvajemente. Tenía el sexo a flor de piel, era sensual y libidinosa. Me atrapó
con todo tipo de insinuaciones directas que sugerían una noche de sexo y
desenfreno como pocas. Me dijo que me deseaba con todo su cuerpo y mente. Y
acabamos haciendo una guerra de almohadas en el salón de su casa, vestidos con
pijamas en tonos pastel. Me mostró su verdadero yo. Fue la cosa más bella que
me había pasado en años.