En
ocasiones paseo esperando cruzarme con alguien. No lo reconozco en
público, pero el rumbo que emprenden mis pies es dubitativo y
cansino, y sólo buscan un encuentro inesperado. Aunque si van
buscando algo y lo encuentran, eso no lo debería calificar de
inesperado en el caso de ocurrir, sino de deseado, o algo así.
Cuando
paseo pienso cosas absurdas mientras consigo cruzarme con alguien.
Aquellos días me había dado por analizar qué sería de la vida de
las perchas en verano. Cuando no tuvieran que estar en primera línea
de armario vestidas con chaquetas y abrigos que ir sujetando y
dejando de sujetar. Y recordé cuántos de mis abrigos no habían
estado nunca entre mi piel y la tuya en algún abrazo de los que me
dan la vida.
Dejé
de pasear. Dejé de pensar. Recordé los abrazos. Y supe que no sabía
qué eran.
También
recordé el día en el que me propuse no usar tanto palabras como
“recordé” en todo lo que cuento pero rápidamente sentí cómo
lo olvidé. Y recordé cómo olvidé tiempo atrás uno de los
proyectos más importantes que tuve en mi vida. Una de las cosas que
le daban sentido y que de haberlas tenido presente no me hubieran
llevado a pasear tanto sin rumbo esperando tener algún encuentro
inesperado – fortuito – deseado con alguien. El proyecto que
daría sentido a mi existencia y que cambiaría la historia de la
humanidad para siempre. Aquello que olvidé mientras me recordaba no
usar tanto palabras como “recordé”: La fórmula química que da
sentido al abrazo. Conseguir el elixir definitivo que definiera para
siempre cómo, cuándo y por qué tenía razón de ser y era un
abrazo.
Aturullado
por esos pensamientos no recordé que iba paseando sin rumbo como
tantas otras veces y me abracé sin pensarlo mucho con la primera
persona que se cruzó en mi camino. Un abrazo sostenido, sentido y
casi mágico. De aquellos que quería sintetizar para siempre en
alguna fórmula química que pudiera vender a alguna farmacéutica
para hacerme asquerosamente rico y para cambiar la historia de la
humanidad. Pero, sobre todo, para hacerme asquerosamente rico.
Una
vez que me repuse de la patada en los huevos que me tiró al suelo y
de las siguientes patadas en los riñones que me propinó ese
desconocido que a gritos se zafó de mi maravilloso abrazo de aquella
extraña y desmesurada manera, recordé que los verdaderos abrazos
hay que medirlos y que no se pueden ir dando a cualquiera. Aproveché
que en la refriega había conseguido robarle el móvil y desde él
busqué en la wikipedia que todo lo sabe, la definición de abrazo.
Por aquello de partir de una base. Porque en todo, como en las pizzas
más sencillas, hay que partir de una base:
“El
abrazo es una muestra de amor o saludo, realizado al rodear
con los brazos (ya sea por encima del cuello o por debajo de las
axilas) a la persona a la que es brindado dicho gesto, realizando una
ligera presión o constricción con estos al acabar y siendo este de
duración variable.
Generalmente,
el abrazo indica afecto hacia la persona que lo recibe, aunque
según qué contextos, puede tener un significado más parecido a la
condolencia o consuelo.”
Usé
el mismo móvil para llamarte sabiendo que al ser un número
desconocido no tendrías la tentación de no contestar la llamada
como hacías cuando en tu pantalla salía el mío memorizado.
-
¿Quién es?
-
Soy yo.
Tras
un silencio incómodo y unas penosas pero efectivas súplicas para
que no colgaras te propuse que formaras parte de mi proyecto. Del
único proyecto que ha tenido sentido en mi vida, más allá que
quererte como a nada en este mundo, y complicarte la vida por no
saber hacerlo, como nadie en tu mundo.
-
¿Qué es para ti un abrazo?
-
¿Estás tonto?
-
No. Hablo completamente en serio. Quiero saber qué es para ti un
abrazo.
-
¿Cómo crees que voy a poder decirte algo así como así?
-
¿Necesitas inspiración? ¿No recuerdas cómo eran nuestros abrazos?
-
Siempre lo recordaré y lo sabes. Pero ese no es el caso.
-
Espera. Quizás necesites algo de ambiente.
Acerqué
mi móvil al auricular mientras reproducía “Hold me in your arms”
de Helloween.
-
¿Estás ambientando la conversación con una balada heavy?
-
Sí. Es la única canción de abrazos que tengo en el móvil.
-
¿No sabes que no me gusta el heavy?
-
Sí, pero esto es una balada.
-
Y ahora me vendrás con lo de que los heavys hacen las mejores
baladas y alguna de esas cosas que repites como si fueran ciertas a
todas horas cuando no se te ocurre nada interesante con lo que apoyar
algún razonamiento.
-
¿Yo hago eso? ¿Con qué?
-
Por ejemplo: Si alguien dice que no es derechas ni de izquierdas, es
de derechas; las bebidas blancas dejan más resaca; cualquier
película es peor que el libro; si a alguien le preguntas por su
libro favorito y te dice Paulo Coelho o por su música favorita y te
dice Queen, ni lee ni escucha música habitualmente... ¿Sigo?
-
No. Es suficiente.
Busqué
en el móvil ajeno que había conseguido tras el abrazo interrumpido
por la paliza algo con lo que ambientar la conversación. Encontré
un archivo de bandas sonoras de Alberto Iglesias. Me pareció lo
ideal.
-
¿Así mejor?
-
Lo que suena, ¿No es la banda sonora de “Los abrazos rotos”?
Metí
la pata. Como tantas otras veces. Traté de acercarme al abrazo ideal
creando ambiente con “Los abrazos rotos” después de haber
comenzado por Helloween. Quizás fuera una señal.
Pensé
qué era realmente un abrazo. Qué era para mí. Quizás así
llegaría a sacar la fórmula mágica. ¿Qué son los abrazos? ¿Para
qué sirven realmente?
Y
me descubrí abrazándote para decir todas las cosas que de otra
manera no dije.
Me
encontré abrazándote para hacer las cosas que no hice.
Me
vi abrazándote para atravesar mundos. Para romper paredes.
Siempre
supe abrazar con tanta fuerza para que el dolor físico que se
provoca al hacerlo haga olvidar cualquier otro que exista sin ese
abrazo.
Abrazarse
como círculo vicioso. Porque es un contenedor de sentimientos.
Abrazar para que mi cuerpo diga lo que nunca supe decir con
palabras.
Y
hacerlo eterno. No terminarlo nunca. Para que cuando llegue el
momento de separarse en el abrazo, ese momento en el que ninguno
quiere desprenderse del otro por miedo a que todo haya acabado para
siempre, sepamos que el miedo da valor a todo lo que ha transmitido y
transmitirá para siempre ese abrazo.
Sonó
el teléfono. El mío. Y era ella.
-
¿Dónde estabas? ¿Por qué has dejado la conversación a medias?
-
Estaba equivocado. Los abrazos son míos. Y tuyos. Pero de nadie más.
Nadie puede abrazar nunca como yo lo hago contigo.
-
Muy bien, pero no es eso lo que quería escuchar.
-
No te lo he dicho para que escucharas algo bonito. Es lo que siento y
ahora sé. Aunque tú lo puedas ver de manera diferente.
-
He encontrado la canción para que sigamos hablando de ello.
-
¿Cuál?
-
“Abrázame”.
-
¿La de Julio Iglesias?
-
La de Iván Ferreiro.
-
Es la misma.
-
Pues vale. No lo sabía.
-
En cualquier caso, no sirven.
-
¿Por qué?
-
Porque es una canción muy triste y desgarrada.
-
¿Seguro? “Abrázame, y
no me digas nada, sólo abrázame...”
-
“Me
basta tu mirada para comprender
que tú te iras...”
que tú te iras...”
-
¿Por qué ves siempre
lo malo? “Abrázame
como si fuera ahora la primera vez...”
-
“Como
si me quisieras hoy igual que ayer...”
-
Siempre quieres ir más allá. Siempre tienes que mirar más allá.
Relájate, quédate con el abrazo, no busques qué pasará después,
quizás no lo tengas que escuchar.
Y
descubrí que la composición química del abrazo era precisamente
esa. No buscar más que el mismo abrazo. Y me quedé con ganas de
gritar al teléfono lo que no podía hacer con un abrazo. Que abrazarte
siempre será suficiente para que no tenga que mover mis labios y
decir algo incorrecto que no estén diciendo nuestros cuerpos
conectados de manera mágica. Que no tenga que moverlos más allá
que para besar los tuyos y hacer que el abrazo sea único e
inolvidable.
B.S.O. I: Hold me in your arms (Helloween)
B.S.O. II: Los Abrazos Rotos (Alberto Iglesias)
B.S.O. III: Abrázame (Julio Iglesias)
B.S.O. IV: Abrázame (Iván Ferreiro)
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