miércoles, 29 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 22): Todas tenemos días ventosos que nos despeinan.





El día que decidiste dar la vuelta a mi vida, 
con un violento viento,
 no sospeché que pudieras dejarme empantanado 
en un mundo tan lleno de nubes y de tinieblas.

Pero es el mundo que me queda, 
o sea que tendré que aprender a vivir en él, 
sin paraguas, 
sin katiuskas, 
con temblores de ausencia, 
porque algún día saldrá el sol 
y seré yo el que sople los vientos 
que den vueltas a todo.

Mientras tanto, 
conforme estoy con que no llueva 
o se me caiga el cielo 
encima...








sábado, 25 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 21): Abril y tus globos.


Abril siempre había sido su mes favorito. 
¿Es necesario que todos tengamos un mes favorito? 
No lo sé. 

Abril era su mes favorito por muchísimas razones. 
Eso era tan, o más, respetable que el color favorito de alguien sea el azul o el rojo, porque seguramente no tendrá demasiados argumentos para defenderlo más allá de la querencia o el gusto.



Abril es el mes de los cumpleaños y las fiestas. 
Los cumpleaños y las fiestas de los nacidos debido a la alegría de la paga extra de verano. 
Aquellos tiempos que ya no volverán. 
Abril se va con más de una fiesta para ti, pero en la que yo te espero no viene nadie. 
Porque era una fiesta solo para ti aunque tú preferías otras. 
Es lo que tiene que abril sea el mes de los nacidos por la alegría de la llegada de las vacaciones y los ingresos extra.

Disfruta de la fiesta. 
Es la que tú has elegido. 
Recuerda que siempre puede ser abril y puedes montarte la fiesta que quieras.
Conmigo o sin mí, tú decides.

Los globos se irán desinflando poco a poco, no te preocupes por mí. 




B.S.O.: "De momento, abril" (La Bien Querida).



viernes, 24 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 20): Conseguir.



Érase una vez
cuando yo

TRATÉ DE CONSEGUIRTE
CONSEGUÍ TRATARTE

Fue uno de los mejores 
momentos 
de mi vida.

Fin.





martes, 21 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 19): El equilibrio es imposible.


Él le dijo que no le llamaba más veces para no agobiarla. A ella le sonó a excusa. Él lo decía con sinceridad. Ella pensó que no él no pensaba en ella tanto como ella pensaba en él. Él pensaba constantemente en ella y ella pensaba constantemente que él no pensaba tanto en ella como ella pensaba en él. 
Los dos pensaban mucho. 
Constantemente. 
Pero no se llamaban.




Ella le dijo que prefería que le llamara sólo cuando le apeteciera. Él le dijo que le apetecía constantemente y no podía hacerlo siempre. Ella pensó que él lo decía por quedar bien. Él pensaba que no quedaría bien si le llamaba siempre que le apetecía. Ella le dijo que le apetecía mucho llamarle más y que él la llamara a ella más. Él le dijo que a él también le apetecía llamarla más y que ella le llamara más a él. 
A los dos le apetecía mucho. 
Constantemente. 
Pero no se llamaban.


Él y ella pensaron que ella y él no pensaban lo mismo.
Pero se echaban mucho de menos. 
Constantemente...




B.S.O.: “El equilibrio es imposible” (Iván Ferreiro feat. Santi Balmes).


domingo, 19 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 18): ¿Estarás ahí cuando todo esto acabe?




¿Te acuerdas? No teníamos prisa. No quisimos acelerarnos. ¿Recuerdas?

(Espera, que estoy mandando un mensaje).



¿Por qué no aprovechamos en aquel momento? 

(Ya, perdona, estaba hablando con otra persona).



Te decía que no nos dimos cuenta en aquel momento.
Es que aquel momento no era lo que significa aquel momento en este momento. 
No me líes. Si no quieres hablar del tema, lo entiendo. Pero no me líes.
No te lío. Ahora todo es diferente.
Por eso. En aquel momento tendríamos que haber aprovechado el momento. Porque ese momento ya no va a volver.
Estamos viendo los momentos pasados como momentos diferentes porque el momento que vivimos cambia todos los momentos.

(Perdona, dame un segundo).



¿Decías?
No me líes de nuevo.
Piénsalo.
Si lo pienso mucho me da miedo.
¿Por qué? 
Porque ese momento ya no va a volver. 
No hubiera vuelto nunca. Fuera cual fuera este momento.
También es verdad.
¿Podremos buscar un momento en el futuro?
¿Cuándo?
Cuando todo esto acabe y volvamos a buscarnos.
¿Nos vamos a buscar?

(Perdona, son las 19:58, vamos a aplaudir).



Tengo miedo a lo que vaya a venir.
Yo estoy deseando que venga ya lo que sea.
¿Y si no nos gusta?
Será nuestra culpa.
¿Y si nada vuelve a ser como antes?
¿Cómo era antes?
No lo sé. Sólo sé como recuerdo que pudo ser.
Ya, otra vez lo de los momentos, lo de nuestros momentos, lo de los momentos que se fueron...
Lo del momento de ahora, lo del momento de cuando se pueda...

(Voy a cenar. Luego hablamos. Si quieres).



¿Cómo te encontraré en el futuro si no recuerdo lo que se nos quedó en el pasado? ¿Cómo afronto el presente sin saber cómo va a ser el futuro? ¿Cómo te vuelvo a encontrar?

(No te pierdas).




B.S.O.:Nuestro momento” (La habitación roja).




viernes, 17 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 17): Bailar de lejos, ¿no es bailar?


(“Love From a Distance”, René Magritte).


Bajó el volumen de la radio para poder hablar con él por Skype. Por fin llegó el momento:

- ¡Hola!, ¿Cómo estás?
- "Bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solo..."
- Tú siempre tienes una canción para todo.
- En este caso es muy cierto.
- "Tú bailando en tu volcán..."
- Esto así no va a funcionar.
- Funcionará si nosotros queremos.
- Los amores a distancia no suelen funcionar.
- No suelen, pero pueden.
- Los amores a distancia no son amores.
- Un amor real puede con todo.
- ¡Bésame!
- Estás muy lejos...

Subió el volumen de la radio: "...Bailando tú en el polo" sonó al instante mientras apagaba el ordenador.



jueves, 16 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 16): Homeopatía para el alma.


Érase una vez, por aquellos tiempos, cuando el tiempo pasaba de manera extraña y todas nos sentíamos un poco raras, una persona que se asomó a la ventana. 
Y se fijó en la ventana de al lado. 



¿Qué tal?, le dijo a su vecina. 
Bien, aquí andamos, ¿y tú? ¿Cómo lo llevas?, le respondió sin mirarla. 
Bien, gracias, respondió girando la cabeza. 
Se entró para dentro y cerró la ventana. 
Pensó en qué hacer ahora. 
No le apetecía volver a sacar la cabeza, de nuevo, al mundo exterior. 
¿Qué pasará mañana? 
¿Y pasado? 
¿Y el mes que viene? 

Se tumbó la cama y se dio cuenta de que nada podía hacer, salvo estar bien.
 Pero, ¿cómo podía estar bien si ni siquiera podía hablar de manera normal con su vecina? 
Pues estando bien, como siempre. 
¿Qué es estar bien? 
No esperar mucho, se dijo. 
Pero no se escuchó. 

Se dijo que estaba viviendo algo único y diferente, que nada sabía de aquello y mucho menos de lo que estaba por venir. 
Fuera lo que fuera. 
¿Qué hacer? 

Afrontar la vida. 
Sin más.

Y se enfrentó a las cuestiones cotidianas de su vida desde una perspectiva homeópata. 

Al día siguiente sería otro día. 
Pero tampoco lo iba a pensar demasiado...


martes, 14 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 15): Los pequeños detalles del principio o el final de algo.


Cada día es una suma de pequeños detalles. Detalles que deciden. Deciden si todo esto nos da la sensación de estar en medio del principio o del final de algo. Es una sensación generalizada, por lo que me cuentan desde fuera de mi cueva. No son más que detalles. Pequeños detalles. Pero nuestra vida es tal como es por esos pequeños detalles. Pequeños en general, pero grandes en lo particular. 



Como el pequeño detalle de que Lucía Lapiedra pasara a llamarse Míriam Sánchez. El pequeño detalle de un cambio de nombre, el gran detalle de la retirada de una estrella del porno. El pequeño detalle de poner una raya en un sitio u otro que condiciona la visión general de la obra. Con cuatro rayas Picasso dibuja un culo perfecto. Mal colocadas quedarían como el culo. No perfectas. Ni como un pequeño detalle. Como ese detalle que hizo que no acercara mis labios a los tuyos cuando tuve que hacerlo. Pequeños detalles que fueron el principio o el final de algo. Como cada día. Ahora nos hemos quedado perdidos en la mitad. 

La suma de los pequeños detalles que dan como resultado un culo perfecto, el final de una estrella del porno, los labios que no se acercaron cuando tuvieron que hacerlo, o la mitad del principio o el final de lo que estemos viviendo.





domingo, 12 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 14): La felicidad, el turismo y el piercing en el pezón derecho.




Esta es una foto de cuando eran más felices. De cuando hacían cosas juntos. Aprovechar los museos, cuando hacían turismo, para echar una siestecita reparadora. Esa siestecita que les ayudaba a seguir dando paseos por la ciudad que fuera, para ver lo típico. Sin prisas pero con el tiempo limitado. Viajes de varios días, conociendo con tranquilidad esa ciudad que siempre soñaron con visitar cuando eran jóvenes. Cuando no podían. Quizás, en esa época en la que soñaban con viajes aún no se conocían. O no eran pareja. No es importante para la historia. Ahora son pareja. Llevan muchos años juntos. Quizás tengan hijos y nietos. Es lo más probable pero tampoco es relevante en la historia. Tienen ganas de hacer muchas cosas que no pudieron hacer en su momento. Ahora ya, sólo quieren aprovechar. Esta foto es de uno de sus viajes. Cuando eran más felices.



Hoy no pueden viajar. Están en casa. No entraremos en los motivos, pero llevan mucho tiempo en casa y no pueden salir. No es suntancial en la historia. Se han pasado media vida viviendo juntos pero ahora están mucho más juntos de lo acostumbrado. Constantemente. Ni un paseito, ni una quedada con las amigas para desayunar, ni una partida en el bar del barrio. En casa. Constantemente. Los dos solos sin salir nunca. Con lo que ello conlleva.

En la foto, cuando eran más felices, están dormidos. En la foto no se aprecia bien el detalle clave de esta historia y que ella llevaba en secreto. No se ve pero ella lleva un piercing en el pezón derecho. Se lo hizo unos meses antes. Por hacer algo diferente. Porque le hacía ilusión. Se pusieron de acuerdo cuatro amigas y se lanzaron. Al final sólo se lo hicieron dos. Las otras se echaron atrás a última hora. Aunque la idea surgió de una de las que no lo hicieron. Y la principal animadora fue la otra que tampoco llegó hasta el final. Nuestra protagonista sí se lo hizo. 

Pero él, su marido, su compañero de vida, no lo sabe. En la foto aún no lo sabe. ¿Para qué? Ella sabía que él no lo iba a entender, mejor no contarle nada. Todos tenemos secretos y espacios privados. Aunque sean parte de nuestro cuerpo. Nos ayuda a vivir. Secretos y espacios privados hasta para la persona que más secretos y espacios privados nuestros conoce. Y comparte.

En esa foto aún eran felices. Hoy, sin querer, él ha entrado al baño mientras ella terminaba de secarse. No se había dado cuenta. Pasan mucho tiempo en casa, sin salir, y han perdido las rutinas habituales que les hacían vivir casi sin pensar lo que iban haciendo cada instante. Ha entrado en el baño y estaba ella, secándose y dándose crema. Ha pedido perdón y ha salido. No pasa nada, tonto, ha dicho ella. Él ha visto algo brillante en el pezón derecho. Pero sabe que no es el mismo brillo que vio la primera vez, hace muchos años, cuando le vio el pezón derecho y tanta ilusión le hizo. Ella se ha dado cuenta de que tenía a la vista el piercing del pezón derecho y que él, que sigue conservando mejor vista que ella, lo ha tenido que ver. Seguro. Pero cuando ha salido del baño, ya vestida, no ha dicho nada. Él tampoco ha dicho nada al respecto. Ella cree que él no sospecha que se ha dado cuenta de que le ha visto el piercing en el pezón derecho. Él piensa que ella no se ha dado cuenta de que lo ha visto. Se sientan a comer y comentan algo de la televisión. Lo mal que está todo. Después hablan de una ciudad -no es importante para la historia- que sale por una noticia y que estaría bien visitar. Siempre han tenido ganas y cuando esto acabe será una buena ocasión. Sí, definitivamente será el próximo viaje, cuando todo esto acabe. Volverán a echarse una siestecita en el museo. Y parecerá que son más felices que nunca, para quien la mire con ojos no entrenados, pero ya no será lo mismo.

En la foto de arriba eran más felices...





jueves, 9 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 13): Me gustas con el pelo rizado.




- ¿Te he contado la historia de cuando decidí no creer en la primavera?
- No. Me acordaría. ¿Por qué decidiste no creer en la primavera?
- Entonces no te lo he contado.
- No.
- Ya te lo contaré algún día.
- ¿Por qué no ahora?
- Llueve.
- ¿Y qué? Tenemos paraguas.
- La humedad me riza el pelo.
- Me gustas con el pelo rizado.
- No te puedo contar la historia de cuando decidí no creer en la primavera con el pelo rizado.
- Lo dejaremos para otra estación.
- Lo dejaremos.
- No lo olvides.
- Nunca olvido nada. Creo...
- Crees...


B.S.O.: "Why Does It Always Rain On Me?" (Travis).




martes, 7 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 12): Precipítate, mézclate conmigo.



Sonó aquella canción.

Esta sí te gusta, ¿verdad?
Bueno, es de toda la vida.
Pero, ¿tú qué edad tienes?

Más que tú. Por supuesto. No te acerques tanto. No te pongas ahí. Claro que conozco la canción. Resulta que la hizo famosa Pedro Guerra pero la cantaron antes Ana Belén y Víctor Manuel. La cantó posteriormente Pedro, que no era conocido pero era el autor, y con ella abrió la puerta del gran público y se coló dentro. Luego la retomaron Ana Belén y Víctor Manuel. Contamíname. Pero ya la conocía casi todo el mundo. O algo así. No sé, siempre he creído que en esto de las historias alrededor de las canciones hay más leyenda que realidad. Mézclate conmigo. Y que te tienes que fiar de lo que te cuentan los implicados. No te acerques tanto, de verdad.



Mézclate conmigo.
Me vas a contaminar.
Es la idea. Mézclate.
¿Sabes que me estoy asomando peligrosamente a tu escote?
Lo he puesto aquí para eso, ¿no te habías dado cuenta?
Me lo había parecido.
Contamíname, méclate conmigo. ¿Te da miedo mi escote?
Francamente, sí.
Pero te excito.
...

Llevo excitado desde que tengo uso de razón. Quizás por eso, paradójicamente, me controlo más de lo debido. Porque llevo conviviendo con ello desde que soy persona. Lejos de sentir la excitación como algo por lo que dejarse llevar, lo considero algo intrínseco a mí. He creado tolerancia a la excitación como si de una droga cualquiera se tratara. Que lo es. Algunas personas buscan la excitación por ahí. Yo la tengo dentro como si me hubiera caído de pequeño a la marmita con la poción mágica del MDMA. 

Claro que me excitas.
Precipítate.

Sonó otra canción. No era de Pedro Guerra. Ni de Ana Belén y Victor Manuel

No recuerdo qué canción sonó. 


B.S.O.: "Contamíname" (Pedro Guerra, Victor Manuel y Ana Belén). 

lunes, 6 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 11): El conejo de la Bardot.


Érase una vez, cuando todo parecía diferente, un personaje ficticio (el que está contando esto) que se asomó a la entrepierna de una famosa. Cuando estaba en el cénit de su fama. La famosa, no yo, que  (como diría otro famoso por el que tengo más interés en su conjunto que en su entrepierna) partiendo de la nada he alcanzado las más altas cotas de la miseria. Y los que partimos de la nada, o de divisiones muy inferiores, siempre nos emocionamos al encontrarnos frente a entrepiernas famosas. Tanto, que no sabemos asimilarlo. Y con las aspiraciones claras de alcanzar las más altas cotas de la miseria, nos sentimos importantes y nos da por contarnos las cosas en tercera persona, como si quisiéramos ser más de lo que no somos. Aunque estemos mirando eso...






Sin darte demasiada cuenta dejas pasar las horas. Miras fijamente a algo pero no lo ves. Lo tienes delante y no está allí. Esas cosas que las ves y te preguntas dónde han estado siempre y cómo has vivido todo ese tiempo sin saber de su existencia. O de su presencia. No sé, creo que no me entiendes. Sí, seguro que entiendes lo que estoy contando, pero no es lo que quiero contar. Perdona, rectifico, no es que no me entiendas, es que no estoy contando lo que quiero que entiendas. Tampoco es que haya nada que entender. Ahí está el tema. Le estoy dando vueltas a algo que no tiene demasiada importancia y lo estoy contando como si estuviera poseído por el espíritu de un gurú espiritual o de un Paulo Coelho cualquiera. Sí, es cierto, lo he hecho a propósito. He diferenciado gurú espiritual de Paulo Coelho. No sé por qué estoy hablando del despreciable de metáfora-man. Sólo me he sentido con ganas de contar a alguien que el procesador de texto en el que trabajo tiene el idioma “Español (Argentina)” puesto y yo no he sido. Tan es así que cuando he vuelto a mirarlo tiene puesto el “Español (España, internacional)”. Ahora tiene menos gracia. El tema argentino debería hacérmelo mirar. Sin duda. Pero eso ya lo sabes. Como sabes que esto no tiene el menor sentido. Que no importancia. Eso sí. La importancia que das a todo lo que te cuento es quizás una de las cosas más importantes por las que merece la pena vivir. Sin darme demasiada cuenta dejando pasar las horas.




Todo lo que te cuento es para contármelo a mí. Claro que eso ya lo sabes. En ocasiones dudo de que siquiera estés ahí. Me sorprendía tanto cuando estabas que ahora que sé fehacientemente que no estás ni siquiera lo valoro. Hasta que me pongo a contarte algo. Vuelvo aquí porque he sentido que llevo un rato fuera. He vuelto y ahora, que estoy siendo consciente de que he vuelto, me doy cuenta de lo poco que me doy cuenta. Necesitaba volver pero, sin saber bien si he vuelto o no, ya empieza a dar un poco igual. Seguramente lo de volver sea algo que es muy relevante para mí porque un mi banda sonora original vital siempre ha estado aquello de “ya siento que estoy radiante por volver” que canta Calamaro en  “No tan Buenos Aires”. Han existido momentos en mi vida en los que he estado convencido de que es la canción más importante de mi vida. La más grande. Otro día te contaré (porque me servirá para hacer la lista para mí) cuáles son las canciones que componen mi banda sonora. Alguna playlist he hecho con ellas. Nunca está del todo bien hecha. Normalmente faltan canciones y no sé cuáles son. Esporádicamente sobra alguna y me doy cuenta al volver a la lista. “No tan Buenos Aires” siempre está. O debería estar. Nunca he estado físicamente en Buenos Aires. Con el paso del tiempo me doy cuenta de que si no me llevas tú lo mismo no estaré nunca. Aunque siempre sienta que hay muchísimos momentos en los que estoy radiante por volver. Ir a Buenos Aires es uno de mis sueños y no sé si en ese sueño está implícito ir contigo. Sospecho que no tengo interés en ir contigo a Buenos Aires. Que mi sueño no está marcado con una compañía como la tuya. Que ir a Buenos Aires es algo que no debería compartir con nadie que conozca o ya haya conocido a día de hoy. Pero creo que me costará mucho hacerlo si tú no me llevas. No sé, ya me conoces. Es una de esas cosas, que por más vueltas que le dé, menos claro tengo. Como esto de no escribir BBAA en lugar de Buenos Aires. Con lo aficionado que soy a las abreviaturas cuando algo abreviable es varias veces repetido.

Me gustaría repetir en esta entrepierna una y mil veces. Pero no lo voy a decir muy alto porque sé que no es mi sitio. Esos sitios que te fascinan tanto porque te sientes en ellos un intruso. Visto desde fuera te pueden convencer de que no es así pero tú lo sientes. Tanto que se despistó de quién estaba allí. 

Y colorín colorado, esa entrepierna se ha cerrado...


B.S.O.: No tan Buenos Aires” (Andrés Calamaro).




jueves, 2 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 10): La aplicación de los abrazos.



M despertó con peor humor que de costumbre. N se dio cuenta y no quiso decir nada. Se limitó a un escueto y aséptico “buenos días”. Le preguntó si quería café. M le miró y, tras un beso de esos que se dan y parecen pedir perdón, le contestó:

- Sí, gracias, cariño.
- Te lo pongo, siéntate en la sala. Yo tampoco he desayunado aún, me acabo de levantar.

Mintió. Sabía que algo había pasado aquella noche. No tenía ni idea de qué era, pero algo había pasado que a M le había perturbado. Y cuando M se perturbaba y no dormía bien, N dormía peor aún. 

- He dormido fatal. Espero no haberte molestado.
- No, tranquila.

Mintió otra vez.

- ¿Ha pasado algo?
- No, no sé. He dormido muy mal. Pero no por nada. Un sueño muy extraño.
- ¿Me lo vas contar?
- He tenido miedo. He soñado algo raro. Nos despedíamos y no quedaba bien. No sé, muy raro todo.
- ¿Nos despedíamos mal?
- No, no mal. Nos despedíamos y faltaba algo. 
- ¿Algo? ¿Nos despedíamos para siempre?

La segunda pregunta le dio un poco de miedo. N se arrepintió de haberla hecho al instante. Conocía de sobra a M y sabía que poner demasiada intensidad en conversaciones abstractas no les llevaba a ningún sitio bueno. Nunca. 



- No, no sé. Era como si nos despidiéramos y no te pudiera abrazar.
- ¡Anda, tonta! Abrázame.

No se abrazaron. M miró y a N le dio miedo. 

- No, no seas tonto. Eran más cosas. ¿Tú qué tal?
- Yo he dormido bien.

Mintió, aliviado, por enésima vez aquella mañana.

- Me alegro.
- Fíjate que anoche tuve una idea maravillosa entre sueño y sueño. 
- ¿Sí?
- Sí. Pero de las chulas, chulas.
- Cuéntame.
- No puedo. He despertado a buscarla y no aparece. 
- Estará bien allí...

Ahora fue N la que mintió. Ella no podría soportar tener una idea maravillosa en sueños y no encontrarla al despertar. Por muchas veces que le ocurriera. No lo soportaba, sin más. Mucho menos creer que está mejor "allí". Fuera donde fuera ese "allí".

- Sí, supongo que estará mejor allí. Sea donde sea ese "allí".
- Ya aparecerá.
- Ha aparecido otra. Lo mismo ha sido por culpa de tu sueño.
- ¿Te has acordado porque te he contado mi sueño?
- No sé, puede ser.
- Pues no te he contado ni la cuarta parte.
- Tampoco te acuerdas de más, ¿verdad?
- Verdad.

N mintió. Esta vez diciendo “verdad”, lo que no deja de ser una cosa curiosa.

- He soñado con algo que, quizás, tiene que ver con tu sueño y el despedirse sin poder dar un abrazo.
- Cuéntame.
- Se me ha ocurrido una aplicación de WhatsApp.
- Creo que no puede haber algo más lejos de los abrazos que el WhatsApp.
- Sí, a priori sí. Pero, si no puedes dar un abrazo, ¿no puedes, al menos, paliarlo un poco con el WhatsApp?
- Sí, claro, sobre todo tú, con lo borde que eres por WhatsApp. Con lo que cuesta cogerte el punto a ti...
- Pues más a mi favor. ¿Cuántas veces no has terminado de hablar y, al tiempo, en los chats, ves esa conversación con una frase que no te gusta al terminar?
- No sé, chico, yo no me fijo en esas cosas, no le doy tanta importancia como tú.

Y N mintió por enésima vez aquella mañana. Estaban prácticamente a la par. Y los dos lo sabían.

- Una aplicación que deje siempre una frase que te guste como final a una conversación de WhatsApp.
- ¿Cómo?
- No sé, una frase de cierre bonita. Como un abrazo de despedida mecanizado. Que nunca se te olvide, que no se cierre la conversación en falso o con una frase rara por las circunstancias que sean...
- O sea, que vuelves a comparar lo de los abrazos con el WhatsApp, ¿no?
- Sí, quizás tenga algo que ver.
- No te entiendo. 
- Abrázame.
- Ahora no quiero.

Mintió. 
Pero no se abrazaron. 

Años después, M bloqueó a N en WhatsApp. Aunque no le negara nunca un abrazo desde que se separaron, no quería que le mandara mensajes. No quería siquiera sospechar que pudieran estar mecanizados. Pero siempre echó de menos aquel abrazo. El que no dio en sueños y el que no se dieron aquella mañana. Decidió no volver a escatimarlos nunca. 

Aunque fueran por WhatsApp, pensó N sin saber lo que pensaba M al respecto. 

Que nunca jamás se me vuelva a perder un abrazo que deseo dar (pensaron los dos).



B.S.O.: Abrázame (Julio Iglesias, Iván Ferreiro y Doctor Deseo).



miércoles, 1 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 9): Cuéntame algo que no sepa (tenía tantas ganas como miedo).


Se besaron. 
Se besaron de esa manera que se besan dos personas que llevan mucho tiempo esperando hacerlo. Con ansia y deseo, pero con miedo. Porque llevaban mucho tiempo esperándose. Esperando los besos.

Se separaron para respirar un poco.

- ¡Uf! ¡Qué ganas tenía!
- Pues aquí estamos.
- Tenía tantas ganas como miedo.
- ¿Te doy miedo?

Sí, a él le daba miedo ella. Miedo de acercarse demasiado. Miedo a que se lo comiera entero. Porque, sin duda, ella era de esas. O eso parecía. Y ahora tenía más miedo aún. Se habían besado -por fin- y estaba a punto de cagarla por hablar demasiado. Tenía tantas ganas como miedo, era evidente. Tenía que besarla de nuevo, no le iba bien seguir conversando.



- Yo también te tenía muchas ganas.
- ¿Y por qué no me lo has dicho nunca?
- ¿Cómo te lo voy a decir? 
- ¿Por qué no?
- No me has contestado a lo de si te doy miedo.

Mierda, pensó él. Ella había vuelto a ponerse encima. Con lo que le había costado retomar la situación. 

- Tenía tantas ganas como miedo.
- Eso ya lo has dicho. Contéstame a lo que te pregunto o dime, al menos, algo que no sepa.
- ¿Seguro?
- ¡Sorpréndeme!
- Pero bésame otra vez.
- Claro...

Se besaron. Mucho. Él intentó alargar ese beso como si fuera el segundo. El primer beso se da para romper las hostilidades. El segundo siempre es mejor, más largo, más intenso... Intentaba volver a él y ella lo notaba. Tampoco a ella le disgustaba. Ella también tenía tantas ganas como miedo, pero no se lo iba a decir. Le gustaba verle inseguro con ella. Era la mejor manera de esconder su inseguridad: ponerla encima de la suya.



- ¿Y bien?
- Seguro que no sabes que en algunas zonas del ártico y Groenlandia, los esquimales tienen como tradición prestar a su pareja, para pasar la noche a quien llega de visita. 
- ¡Joder! Eso sí que no me lo esperaba. 
- Pues te iba a soltar otra peor.
- ¿Seguro?
- Sí. Pero ya da igual.
- No. Supondrás que, ahora, vas a tener que decírmela o volvemos a lo de que te doy miedo.
- En algunas tribus de Papúa Nueva Guinea, los jóvenes deben practicar sexo oral a los ancianos y beberse el semen para poder tener relaciones con las mujeres. 
- Pero, ¿a ti qué te pasa? ¿Te acabas de leer un National Geographic de costumbres sexuales por el mundo.
- No. Lo mismo luego te cuento por qué sé todo eso.
- No sé si quiero saberlo.
- Mejor.

De repente, con la tontería, la situación había dado un vuelco espectacular. En aquel momento ella empezó a mostrar su miedo y él, sin saber cómo, se empezó a sentir más fuerte. Todo era irreal porque los dos seguían teniendo tantas ganas como miedo, pero cambiaron sus posiciones.

- Después de esto ya no sé de qué más podemos hablar.
- Pues no hablamos. Tenemos la boca ocupada.
- Eso queda muy feo decirlo, lo sabes, ¿verdad?
- Sí, me he dado cuenta.
- Pero tienes razón. Aunque no me importaría que...
- Las mujeres kung del desierto del Kalahari tienen relaciones sexuales entre ellas antes de mantener sexo con los hombres.
- ¡Pero, tío! 
- Es broma...
- ¿Es broma? ¿Te lo acabas de inventar?
- No, el dato es cierto. Lo que es broma es habértelo dicho.
- Pues, no sé...
- Si quieres lo remato.
- No sé si quiero.
- Mejor.
- No, venga, ahora remata...
- Los semai, en Malasia, no pueden rechazar el sexo cuando se lo ofrecen. Es motivo de mala suerte decir que no a un coito.

Y todo cuadró. 
Sin saber muy bien cómo, los dos entendieron que podía dar mala suerte renunciar a acostarse juntos. Como si fueran semais. Los dos querían y los dos se ofrecían. Se dieron cuenta de que mejor no lo podrían hacer y que cualquier cosa que se dijeran podría joder el coito que tanto ansiaban. Que tantas ganas como miedo tenían de hacerlo los dos.



Cuando llegaron a la cama recuperaron el ansia y el fulgor del segundo beso. Se desnudaban torpemente. Como dos adolescentes que lo hacen por primera vez. A fin de cuentas, era la primera vez que se encontraban los dos, que se tenían tantas ganas como miedo. Hasta que llegaron a los calcetines. Entonces, ella, que no se había dado cuenta de las ganas que tenía -aparte de follar con él- de devolverle algún dato, no se pudo aguantar y se lo soltó.

- Seguro que no sabes que, es un hecho constatado científicamente, eres más propicio a experimentar un orgasmo si tienes los pies calientes.
- Lo sé. Pero soy incapaz de meterme en una cama con los calcetines puestos.

Y no volvieron a hablar más. 
Los dos tenían tantas ganas como miedo...