Siempre deseé que me leyeran en una lavandería. No sé muy
bien por qué pero es así. Creo que nunca se lo he dicho a nadie. Es más, no
recuerdo nunca haber hablado con nadie de lavanderías más allá de indicarle la
dirección de la que frecuentaba cuando vivía en Escocia a alguien que me la
preguntara o para saludar diciendo de dónde venía o iba cuando la usaba.
También iba a lavanderías en México pero eran de otro tipo.
Siempre deseé que me leyeran en una lavandería. Pero es algo
que no había deseado con todas mis fuerzas y quizás por ello no sabía cuánto lo
deseaba. También deseé ser Ray Loriga, que Maribel Verdú me invitara a una
caña, despreciar públicamente a los despreciables, pegarle una colleja a Ana
Rosa Quintana, tocar a la guitarra “Like a Rolling Stone” con los Rolling
Stones en un concierto en el que estuvieras tú entre el público, escribir “No
tan Buenos Aires” de Calamaro, vivir en Buenos Aires, perseguirte por Central
Park una mañana de otoño, y tampoco lo voy diciendo ni deseando con todas mis
fuerzas. Por eso no sabía que lo deseaba tanto como que me leyeran en una
lavandería.
Siempre deseé que me leyeran en una lavandería. Pero vivo en
una ciudad en la que casi no hay lavanderías. La lavadora de mi madre es de las
más difíciles que he aprendido nunca a manejar y eso que he tenido unas cuantas.
Tener lavadoras te hace olvidar cuánto deseas que te lean en una lavandería
pero lo importante es si la tienen o no los demás y si estamos acostumbrados a
ir o no a las lavanderías. Aunque no sea a leer.
Siempre deseé que me leyeran en una lavandería. No me había
vuelto a acordar hasta que me han mandado la foto. También deseé siempre tener
un ojo de cada color o que los que tengo no lo pasaran mal mirando a los ojos
de otra persona; deseo encontrar la respuesta al “¿para qué estamos aquí?” que
nos hacemos desde que nacemos, en un rasca y gana; deseo poder entrar en
cualquier hotel de Las Vegas por la cocina sin pedir permiso a nadie y que me
saluden al llegar, o tener un globo y poderlo inflar cuando todo esto pase para
que subamos y veamos todo desde allí arriba juntos, que es como deben verse las
cosas, pero tampoco me había vuelto a acordar hasta ahora.
Siempre deseé que me leyeran en una lavandería. También
deseé invitar a alguien a mirar la lavadora conmigo como hacían en “Tu vida en
65’”, estar convencido de que voy a morir con los deberes hechos, tener mil
pares de gafas para desechar las que se me van rayando tras ponérmelas cuatro
veces, encontrarle sentido a hacer los deberes, saber francés para seducirte de
una manera tremendamente romántica, saber seducir intencionadamente, dejar de
usar tanto adverbio terminado en –mente, escribir a dos manos un capítulo de
una serie David Simon con él, decirte que más te pierdes tú y que sea verdad, o
morir a los 54 riéndome de la maldición de los 27, pero no lo tengo de manera
constante en la mente y eso me ayuda a vivir.
Siempre deseé que me leyeran en una lavandería. Pero, sobre
todo, y eso lo tengo muy presente, siempre he deseado dar a la gente que me da,
algo, al menos, del mismo nivel; deseo que nos acostemos juntos y disfrutes de
un trío conmigo y con la persona que crees que soy, que sin duda es mejor;
deseo con todas mis fuerzas no dejar que se me escape la gente que no quiere
escaparse y que se acaba escapando porque no soy capaz de mostrarle que no quiero
que se escape y que, aunque lo parezca, yo no tengo intención de escaparme;
deseo hasta el punto de no recordar más deseos, que sigas teniendo capacidad de
soñar por muchas pesadillas que te provoque.
Siempre deseé que me leyeran en una lavandería. Como deseo
aprender de una puñetera vez a utilizar bien el punto y coma porque deseo
usarlo a menudo y no lo sabía hasta ahora mismo.
Pero, sobre todo, siempre he deseado escribir algo como esto
porque hasta que no me han dicho que me han leído en una lavandería no me he
acordado que siempre deseé que me leyeran en una lavandería.
¡GRACIAS!
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