Tenía
mucho tiempo libre. Y no podía salir a la calle. Aquello le había
cogido de sorpresa. Para colmo, aquella casa, que era muy pequeña
para dos, se le hacía inmensa para uno solo. Era el primer día que
se echaba un whisky en casa. El primer día en soledad que lo hacía.
No es buena idea, se dijo. Pero lo hizo. Y se puso a pasear por la
casa como un marqués por su palacio, con la copa de whisky en la
mano. Tampoco sabía muy bien dónde ir. Sólo andaba de aquí para
allá. Sin más. Sin beber. Con el whisky en la mano. De tanto pasear
por su casa, aburrido, no hacía más que encontrar cosas que no
recordaba que estaban allí. Los restos del naufragio, pensó. Las
separaciones abruptas tienen esas cosas. Pierdes y ganas. Lo que
pierdes lo tienes en mente constantemente. Lo que ganas no lo
valoras.
Miró en su discoteca y echó en falta muchos discos que
estaba convencido que tenía. Casualmente, en ese preciso instante,
era lo que más le apetecía escuchar. Por el contrario, vio muchos
que no sabía que estaban allí. Ni que hubieran estado nunca. Esos
que no escucharía por miedo a estropear el reproductor. Sacó un CD
de un tal Manuel Carrasco. No recordaba nada que le llevara a ese
nombre. Quizás un futbolista de cuando era pequeño, pero estaba
convencido de que no se llamaba Manuel. Lo cogió como quién agarra
una pegatina después de quitar la parte que deja al aire lo que pega
antes de ponerla. Y entonces recordó. Recordó que no todo fue por
aquella frase pero que aquella frase fue la gota que colmó el vaso.
Nadie se separa por una frase, pero aquella frase marcó el final. Se
vio a si mismo diciendo “ si pones un CD de Manuel Carrasco al
revés, te queda un posavasos cojonudo”. Se sentó en la sala y
encendió la televisión. Estaban echando una gala de Operación
Triunfo. O algo así. Antes de cambiar de canal, posó el CD de
Manuel Carrasco en la mesa, sin preocuparse por qué lado lo posaba,
y puso encima el vaso de whisky. Cambió de canal y volvió a
olvidarse de los discos que faltaban en su discoteca tras su
separación.
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