martes, 12 de febrero de 2013

Vacío de poder, primavera triste (Historia levemente basada en la proposición vaticana a cabezadeavestruz para que ocupe la Silla de San Pedro)






El teléfono atronó e hizo añicos el silencio de las 12:30 de la mañana, obligándome a saltar de la cama mucho antes de lo habitual. El orden estricto que acompaña mis rituales vitales en los últimos tiempos se altera con facilidad por cosas como esta. Refunfuñando cogí el teléfono con un sólo pensamiento: “Que no sea una compañía telefónica para ofrecerme algo, que no sea un acento sudamericano preguntándome si estoy contento con mi servicio de ADSL, que no sea mamá preguntándome cuándo voy a verla...”

La primera en la frente: Una voz con marcado acento sudamericano (ecuatoriano o boliviano, no sé, seguro que argentino no porque ese tonillo lo reconozco bien) pregunta, con marcado tono maternal, si tengo unos minutos que tiene algo importante que decirme.

Evidentemente, una vez fuera de la cama y con el teléfono en la mano, no pensaba colgar sin más. Una vez que me han sacado de mi cama debo volcar toda mi ira con esa persona (Quien no deja de ser un mandado sin culpa de ello) que ha interrumpido mi necesario y habitual descanso de escasas 14 horas diarias. Sí, últimamente duermo mal y poco, pero no puedo controlarlo todo. Ni siquiera las llamadas telefónicas intempestivas...





No me interesa nada de lo que vaya a ofrecerme, realmente no tengo teléfono – le dije con tono agresivamente cazallero por aquello de ser las primeras palabras de alguien que se despierta y se fuma más de dos paquetes de tabaco al día.
Creemos que sí le interesa. Y no tiene nada que ver con teléfonos. Déjeme que le explique.
Adelante, pero dese prisa. No tengo mucho tiempo, tengo una entrevista de trabajo en unos minutos.

Las risas de mi interlocutor atronaron en mi cabeza removiendo y agitando de mala manera el recuerdo y el rechinar de hielos de los escasos diez o doce cubatas que tomé la noche anterior.

De eso precisamente quería hablarle...

Me acojoné. Mucho. Muchísimo. ¿Querría ofrecerme un trabajo? ¿Un misil trabajo-aire amenazaba con alterar mi linea de flotación? Estuve a punto de colgar, pero rechazar trabajos alegando que cuentas con que está al caer la herencia de una de las mayores fortunas del occidente civilizado y no lo necesitas ni está a tu altura, es uno de mis placeres ocultos preferidos. 

Le haré una oferta que no podrá rechazar, me dijo mientras yo pensaba en lo despreciable que seré cuando tenga el dinero de la herencia familiar a mi disposición.
Diga, soy todo oídos. ¿De dónde me llama?
Del Vaticano. 
¿Eso es una nueva compañía de móviles?
Del Vaticano, Ciudad del Vaticano.
¡Ah! Perdone, diga, diga...
¿Supongo que está usted al día de las últimas noticias?
Umm... Sí, mentí mientras pensaba en la relación que podía haber entre El Vaticano y que los Lakers hubieran vuelto a perder o que haya empezado Gran Hermano 14.
Queremos que ocupe la vacante.
¿La vacante?
Queremos que sea el nuevo Papa. Confiamos en usted.

Tentador. Sin duda. Mentiría si digo que nunca he fantaseado con ser mandamás en la Iglesia Católica, pero aquello no tenía ni pies ni cabeza.


cabezadeavestruz en Ciudad del Vaticano, por cortesía de @Juanferrera


Perdone, pero tengo una pequeña duda...
Diga.
Lo de Papa que me cuenta es lo de Ratzinger, ¿No? ¿Lo de Benedicto XVI? Y al nombrar el 16 me vino a la cabeza Pau Gasol y me quedé pensando de nuevo en las derrotas de los Lakers.
Si. ¿Sabe que ha dimitido?
¿Eso se puede?
Ha pasado y queremos que sea usted el nuevo Papa.
Perdone, me acabo de despertar y creo que no proceso bien. ¿Han pensado ustedes en los inconvenientes de su propuesta?
No vemos ninguno, más bien al contrario.
¿Que yo sea mujer, negra y atea no supone problema?
Nada, menudeces para lo que estamos hablando...
¿Y tengo que contestar ya?
Tiene usted exactamente 30 segundos. Colgaré y volveremos a llamarla en 30 segundos y tendrá que dar una respuesta. Ciao, mi querida negrita descreída, contamos con usted.

Me quedé perpleja con el teléfono en la mano. “Contamos con usted”. ¡Hacía tanto que no me decían algo tan bonito! 

Reaccioné rápido y marqué su número. Sí, SU NÚMERO. Hacía mucho tiempo que no hablaba con ella, pero tenía que hacerlo en ese preciso momento.

Hola, soy yo.
Ya, lo sé. Sale tu número. No lo he llegado a borrar nunca. Ni creo que lo haga. ¿Qué quieres? ¿Por qué me llamas ahora?

Me emocioné. Hacía tanto que no hablaba con ella que me desarmó un poco. Pero quedaba poco tiempo, tenía que reaccionar y los 30 segundos se agotaban.



Déjame hablar. Tardaré menos de 30 segundos y colgaré. No te puedo explicar más.
¿Ya estás con tus gilipolleces? ¿Después de tanto tiempo me vas a venir con cosas raras? Dime, te escucho...
Te quiero. Te quiero como siempre te he querido. Me voy. Tengo que hacerlo. Pero volveré a por ti. No sé cuándo ahora mismo, pero volveré cuando todo esto se acabe. Cuando todo esto acabe, seguirán existiendo chicas a las que las sandalias le sientan de maravilla con sus vestidos rojos, gente que devora kebabs como actos rutinarios de su ser social, cubos de cerveza para compartir que siempre se quedan escasos, bares con baños donde no funcione el pestillo, copas de garrafón, cigarrillos de liar y Bob Dylan. Seguiremos confiando en que la traición afila los rasgos y que a cada cerdo le llega su San Martín, y que familia no hay más que una y a ti te encontré en la calle. Y que la calle fue nuestra porque pensamos que podía serlo, mientras otros llenaban los salones de sus casas criticando lo que salía por sus televisores. Después de todo esto, seguiré pensando que te quedaría de vicio un piercing en tu ombligo pero no me importará mucho que te lo hagas o no, y que las sardinas saben mejor en ciudades con ríos que desembocan al mar y hechas al carbón. Al final, no serán más las canciones que queremos conocer que las que conocemos, y todo lo que me cantaste una vez nunca será parecido a lo que te queda por cantarme. Prince seguirá siendo un genio aunque no sepamos dónde está, y el francés será el idioma más sensual jamás utilizado para cantar algo romántico. 

¡Mil besos, amor! - y colgué.

Me quedé vacío pero no no me dio tiempo a pensar mucho en ello. El teléfono volvió a interrumpir mis pensamientos.

¿Tiene una respuesta?
Si.
¿Contamos con usted?
No puedo.
¿Por qué?

Y no supe que responder. Había gastado todos mis principios y mi sabiduría interna hablando con ella. Tuve que buscar una excusa rápida para quedar bien con El Vaticano.

¿Le gustan Los Simpsons?
¿Perdone? 
Que si le gustan Los Simpsons.
No sé de qué me habla...

Colgué convencida ya. Me preocupa que lleve tanto tiempo oliendo mal en Dinamarca y nadie haya hecho nada por remediarlo. Nadie.

Me preocupa que haya necesitado una excusa como la dimisión de Ratzinger para volver a hablar con ella. 

Y, sobre todo, pienso que hay que desconfiar profundamente de cualquier persona que no vea Los Simpsons.

Volví a llamarla.

Pero esa ya, amigas y amigos, es otra historia...







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