martes, 19 de febrero de 2013

Cagar en los museos


Esta es una historia con moraleja: 
No hay que reírse de las costumbres de los amigos.



Tengo un amigo que siempre que pasaba cerca, entraba a cagar al Reina Sofía. Yo siempre me había reído de aquello. Se convirtió durante mucho tiempo en un tema recurrente. Su afición a cagar en el Reina Sofía. 

Pero, llegó el día. Un día como otro cualquiera. Un día que, más por necesidad que devoción, entré cagar con él, y a partir de entonces me aficioné a ello. 

Ahora voy cagando por todos los museos que visito. Se ha convertido en una obsesión, en una necesidad. Hay gente que hace turismo con prioridades extrañas: Follar, cogerse borracheras, comprar souvenirs, vírgenes o imaginería religiosa de diferentes sitios… 

Yo voy cagando por todos los grandes museos del mundo.



El Baño de Duchamp


Empecé en mi ciudad y he ido consiguiendo hacerlo por todos lados. Hay quien piensa que voy a los museos porque me interesan las obras de arte que guardan y muestran en su interior. Pero no. A mí me interesan sus baños y poder tacharlos de la lista de museos importantes donde he cagado. El Louvre, La Tate Gallery, El Moma, los Uffizi, el Prado

Como dije, me desvirgué en Madrid, tras sentir la llamada viendo El Guernica en el Reina Sofía, donde esperaba que mi amigo terminara con lo suyo, y en la misma ciudad pasé de largo El Jardín de las Delicias en El Prado corriendo hasta descargar por segunda vez en museos de la capital de España. 

A fin de cuentas, todos somos tan terriblemente catetos como para ir a Museos cuando estamos de viaje y no visitar nunca los que tenemos en nuestros lugares de residencia.


La Victoria de Samotracia


Recuerdo el primer retortijón viendo la Gioconda que me hizo volar por todos los pasillos del Louvre, pasar haciendo una reverencia ante la Victoria de Samotracia para llegar a ese parisino y museístico baño que me esperaba y que estaba incluido en el precio de la entrada.

Las Señoritas de Avignon me indicaron el camino al trono de porcelana en el MOMA igual que el Corpus Hypercubus de Dalí (Al que siempre llamé La Crucifixión) lo hizo en el Metropolitan. Hay quien podría pensar que las hamburguesas neoyorquinas tendrían algo que ver, pero a esas alturas ya estabamos hablando de aficción más que de necesidad.

Como me recordaron Kandinsky en la Tate Modern y extraños restos egipcios en el British de Londres, y la Puerta de Ishtar en el Museo de Pérgamo en Berlín.  


La Habitación en Arlés de Van Gogh


El Nacimiento de Venus de Botticelli en Los Uffizi de Florencia y El dormitorio de Van Gogh en Arles en su Museo de Amsterdam, cumplieron su cometido y fui conociendo poco a poco las diferentes tendencias en interiores de baño de edificios públicos destinados al arte por diversas partes del mundo.

La bebedora de absenta de Picasso me hizo ir bailando delante de La Danza de Matisse en el Hermitage de San Petersburgo, igual que la Señora de Claude Monet que pintó Renoir no me impidió visitar los baños del Calouste Gulbenkian en Lisboa.


La Danza de Matisse


Pero todo empezó a cambiar tras aquella cagada cercana a El Beso de Klimt en el Belvedere de Viena. 

¿Un beso tan bello puede llevar a alguien a cagar? ¿Aunque sea por rutina?

En ese instante, en aquel momento placentero sentado y rodeado de porcelana blanca y frío, recordé eso tan manido de que el amor de una pareja sufre un punto de inflexión clave cuando alguno se tira un peo en la intimidad. Tirarse un peo puede ser un preludio a cagar. Todas las personas cagamos, algunos incluso en pareja (o sobre ellas). 

¿Pero cagar después de ver El Beso?


Nighthawks de Hopper


Los Noctámbulos de Hopper en el Instituto de Arte de Chicago me empezó a dar claves que El origen del mundo de Courbet en el Orsay de París me mostró con más crudeza: La noche, mi vida disoluta, el desorden vital te lleva a cagar de manera diferente. 

Y las noches extrañas te conducen a actividades diferentes para las que fueron concebidos los baños. 

Actividades que todas las personas hacen...


El Origen del Mundo de Coubert


Tantísimos cuerpos desnudos en los Museos Vaticanos y El gran masturbador de Dalí en el Reina Sofía, donde todo empezó, donde iba mi amigo a cagar cada vez que pasábamos cerca o comíamos en algún hindú de Lavapiés, lo cambiaron todo definitivamente y lo vi claro.

El gran masturbador (FOTO: El País)


El siguiente paso será masturbarme en todas las grandes pinacotecas del mundo. 

Va a ser más complicado: Para cagar siempre se puede hacer gana. Masturbarse no siempre apetece...



(Historia basada en hechos reales.)






B.S.O. I: Museo Británico (Francisco Nixon)
B.S.O. II: I enjoy the forbidden (Sex Museum)


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