martes, 4 de septiembre de 2012

Nosotras no subimos el IVA






Siempre me he parecido muy guapa fumando. No sé, creo que me da un aire de distinción, de femme fatale. Es algo que hago para engañarme. Estoy llena de complejos pero los disimulo fumando con mucha clase. Estoy pasando un mal momento en mi vida y así justifico todo lo que fumo. Y paso los días en el supermercado. No sé ni dónde voy ni de dónde vengo, lo que implica que, mucho menos sé quién soy.

Calada tras calada hasta la victoria final.


(Foto: WILL & SHXPIR)




El pasillo de los lácteos del supermercado siempre me resulta de lo más inquietante. Hace frío si te acercas a los yogures, pero no tanto en la zona de las mantequillas, y casi nada en la de las leches. Es la zona más sórdida de todo supermercado, aunque sea sólo por los infinitos chistes que se pueden hacer allí.

Calada tras calada hasta las conservas.

No sé dónde están los mejillones. Una vez me acosté con un chico que tenía mejillones por uñas. Era repugnante. Pero sólo por los mejillones. El resto era maravilloso y muchas veces me olvidaba de lo grande y asquerosas que tenía las uñas de los pies. Muchas veces. Como hacéis todas. Los mejillones se los veíais vosotras más que yo. Quizás es que yo le miraba mucho a los ojos. Aunque me arañara las piernas cuando nos revolcábamos.

Aquello acabó tan rápido como el trayecto que hago por el pasillo de los congelados. 

Siempre me da muy mal rollo el pasillo de los congelados. Aunque sólo sea porque miras el género poniendo tu atención en arcones que están abajo, no en estanterías a la altura de la vista como en casi todo el resto del supermercado.

Calada tras calada recuerdo que tengo que comprar tampones. 

No me gusta demasiado comprar tampones en el supermercado. Lo haga como lo haga, siempre me encuentro a alguien mirando en la distancia con cara de pensar “estásconlareglaolovasaestarmuy-
-prontoyyomeestoydandocuentadeelloahoramismo”. Quizás no debería darle importancia porque muchas veces, ese alguien que mira en la distancia, se entretiene mirando porque espera cierta intimidad para elegir su gel anti-hongos preferido sin que nadie le moleste. Y así paso la mañana y acabo sin saber qué tampones comprar porque están agotados los habituales, tengo un retraso preocupante, y me estoy empezando a acordar de ti una vez más.




Calada tras calada recordándote.

Ahora me muero. Me muero porque nunca te he dicho cómo me encanta comerte el coño, lamerlo, morderlo, sorberlo, degustarlo… Saborearlo, sentirlo palpitar.

Y descubro con temor la mirada de todas las locas aspirantes a actrices o cantantes que viven solas con su gato y que están en el mismo pasillo porque ahí es donde repostan. Parece que es el momento de hacer acopio de provisiones para el largo invierno que les espera. Sin duda creen que se acerca la hora en la que va a llegar su triunfo y sólo tienen que comprar unos kilos mas para la cosa que más quieren que les espera en sus casas, con la arena a medio cambiar, desprendiendo un olor que hará difícil que alguien detecte pronto sus muertes.

Al final del pasillo me parece ver al hombre que mató a Liberty Valance travestido de Liza Minelli en Cabaret pero es sólo eso, una impresión. 

Calada tras calada me apresuro a huir de mi impresión para toparme de frente con una bella pechugona alemana que reparte salchichas. Cuando cruzamos las miradas me doy cuenta de que es una antigua compañera de la facultad. Es curioso dónde nos pone la vida a cada una. Ella se disfraza de teutona para promocionar salchichas en un supermercado y yo sigo sin saber quién soy por mucho que me haya sacado la tarjeta de puntos del mismo. Con un estupendo requiebro propio de discoteca a las seis de la mañana llena de babosos, me despido de ella con el ya clásico “Tellamoundíadeestosyquedamosynoscontamosmealegromuchodeverte” que acabará olvidado, como todo el mundo sabe, antes de que termine el día.

Calada tras calada me doy cuenta de que las tetas que lucían en ese escote por encima de la bandeja de pequeñas salchichitas tipo cocktailwürstel de marca blanca pinchadas con palillos plásticos de varios colores para facilitar su rápido consumo eran mucho más grandes y bonitas de lo que las recordaba de la época universitaria. Cierto es que en aquella época no tenía ojos para ella. Ni siquiera puedo asegurar que hubiera cruzado más de dos o tres palabras de cortesía en aquellos tiempos.

Hubiera sido muy cortés por mi parte haberme planteado seriamente la vida en aquellos tiempos. Probablemente no me vería rodeada de verduras a las que no soy capaz de poner nombre en un alto porcentaje, en un pasillo del supermercado extrañamente vegetal para los tiempos que corren. Por allí debe haber guacamole. 

Una vez oí a Maribel Verdú decir que estaba enganchada al guacamole. Que en sus habituales trasvases México – España, no puede parar de comer guacamole aquí, y mayonesa allí. Siempre pienso que sería mucho más sencillo al revés, aunque así no acabaría con la nostalgia, que era lo que le llevaba a hacerlo. Siempre pienso que a Maribel Verdú se lo perdono todo y que por ella me aficiono hasta al guacamole sin saber muy bien qué es. Y que, probablemente, todo esto lo entendí mal y ahora no puedo parar de comer guacamole como le comería las tetas llenas de mayonesa.



Un guarda de seguridad me agarra del brazo y me saca a la calle de una patada. Sin dejar que me explique, sin que termine de hacer lo que me había llevado hasta allí.

Me quedo sola en la puerta del supermercado, gritando como una loca:

¿Por qué no se puede fumar en los supermercados? ¿Por qué no asumen que sin fumar no soy nadie? ¿Por qué no me entienden? ¡Nazis!

Me doy la vuelta sin ganas de fumar y tomo camino a ninguna parte, aunque yo crea que voy a casa… 



B.S.O.: “Lost in the supermarket” (The Clash)






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