viernes, 14 de septiembre de 2012

El cuento de la chica que tenía un amante que se parecía a Lenin.


Érase que se era, cuando todo parecía distinto y tú y yo ya no éramos iguales, una chica que tenía un amante que se parecía a Lenin.

Era igualito. 

Un tipo mayor, con la misma cara de un Lenin redivivo. Era la viva imagen del Lenin iconográfico que todos conocemos. El de las estatuas. Con mejor color, pero igualito a Lenin, a cualquier busto conocido de Lenin. Más rosado y humano. Más vivo. Menos gris que la roca de los bustos de Lenin de los que era calcado.



Tenía un amante que se parecía a Lenin y que sabía tocar el piano.

No tenían buen sexo, pero se parecía a Lenin. Como sabía tocar el piano, era muy habilidoso con sus dedos, pese a todo.



Su día a día estaba lleno de chicas de derechas. De aseadas, peripuestas, educadas y elegantes chicas de derechas.

Y era feliz.

Feliz con sus chicas de derechas y su amante que se parecía a Lenin, tocaba el piano y con el que no tenía buen sexo.




Pero hete aquí que, como en todos los cuentos, apareció una bruja mala que intentó robar su felicidad y la expulsó de su paraíso de chicas de derechas y la alejó de su amante que se parecía a Lenin con un hechizo de esos tan tremendos como injustos, pero sin los cuales no habría cuentos que contar y las brujas malas perderían totalmente su función por lo que se tendrían que dedicar a otra cosa. Y todas sabemos que las brujas sólo saben ser brujas, o en algún caso víboras o malas pécoras, pero que son de muy difícil reciclaje para otras funciones.

Y la bruja mala, de pura maldad que traía de serie, como todos los coches traen elevalunas eléctrico y algunos, aire acondicionado, impuso a nuestra protagonista la maldición de vivir en un lejano territorio alejada de sus chicas de derechas y de su amante que se parecía a Lenin y sabía tocar el piano, a la espera de que un príncipe azul la liberara de la prisión de su destierro.

Y lloró y lloró a la espera de un príncipe azul que la liberara de aquella maldición.

Y pasaron los días, y las semanas, y los meses, y los años… Y el príncipe azul no llegaba.

Y como los tiempos de los cuentos habían cambiado de tanto tiempo que pasó, recordó que tenía un amante que se parecía a Lenin y tocaba el piano, con el que no tenía buen sexo pero era hábil de dedos pese a todo, y decidió mirar en su Facebook.

Y cuando descubrió que el amante que tenía que se parecía a Lenin se acostaba con sus chicas de derechas, decidió no llorar más, convertirse en sapo y buscar a una princesa a la que liberar de aquel penar que tanto la oprimía en su destierro.

Y nunca más se supo.


De ella, que siempre fue Trotskista…



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