martes, 27 de diciembre de 2011

La historia que no leerá nadie excepto TÚ



Publicar algo en estas fechas es un ejercicio inútil ya que la audiencia potencial se reduce a su mínima expresión. 
Publicar algo interesante, además de ser una quimera por aquello de lo habitual del sitio, sería un desperdicio porque nunca lo leerías con la puntualidad necesaria que requieren mis historias. 

Todas estas reflexiones pasaban por mi cabeza, y convencida estaba de no publicar nada hasta que pasaran las celebraciones, cuando en medio de esos pensamientos tropecé con algo que me hizo dar la vuelta a todo, como suele pasarme cada vez que pienso en ti.



Esta vez no estaba pensando en ti, lo reconozco. Estaba –como ya he dicho- pensando en no publicar nada hasta que pasaran las fiestas, y te encontré agazapada tras una de mis neuronas escondidas, una de las que están y que no suelo mirar porque no quiero que se ruboricen y que lo pasen mal, no vaya a ser que no funcionen bien bajo presión.


¿Qué haces ahí?

Siempre estoy aquí, tan a gusto…

Mi cabeza no es el sitio adecuado para que te instales en ella.

¿Porqué no? Esta parte estaba vacía… Una vez que conseguí llegar, tras pasar los atascos, la zona atestada de civilización inhumana, los fantasmas, tus miserias y traumas, los asesinos a sueldo, el bosque de tus prejuicios, los archivos porno, los conocimientos desordenados y las orgías multitudinarias, me he encontrado este remanso de paz tras esta neurona.

Es un remanso de paz privado, ¡Aléjate de ahí!

Si ni siquiera sabías que estaba aquí.

Ahora lo sé, y no podré vivir con ello.

Sí puedes: Siempre he estado aquí y nunca te he estorbado.

No te conozco hace tanto...

He tenido otras formas, pero siempre he sido yo...


Me callé. 

No supe que responder. Además, la dependienta ecuatoriana del Lidl me miraba con cara de estar pensando que si como si no tuviera bastante con trabajar en estas fechas, encima le iban a tocar todas las colgadas del barrio.

- Buenas tardes: ¿Quiere bolsa?

No. Evidentemente no quiero bolsa, pero ella está preparada mecánicamente para preguntarlo cada vez que alguien se acerca a pagar a su caja sin llevar ninguna bolsa en las manos que aparentemente vaya a ser usada para evitar pagar los céntimos que te cobran por las bolsas del supermercado que otrora eran gratis. La verdad es que no recuerdo que en el Lidl fueran gratis alguna vez, pero soy joven para saber si esto es un hecho o un recuerdo borroso. No tiene importancia. Tengo prisa por llegar a casa. En estas fechas es donde mejor puedes estar si no quieres correr el riesgo de que te pongan un gorrito ridículo en la cabeza, y un collar hawaino en el cuello.

Corrí como alma que lleva el diablo (¿Cómo demonios un alma llevando un diablo va a ser tan rápida como para convertirse en frase hecha que indica velocidad y urgencia?) porque tenía algo que hacer. No sabía bien qué era, pero tenía que hacerlo. Las dos botellas de horchata que llevaba en cada mano no me facilitaron ir rápido. Debí comprar una bolsa cuando me la ofreció la simpática boliviana del Lidl (¿O era ecuatoriana?) pero estaba con la mente en otras cosas.

Pensé en ir a la puerta de tu trabajo a darte una sorpresa. Quizás me sonreirías al verme por allí.


¿A qué has venido?
¿Pasabas por aquí?
Sí, siempre paso por aquí, cuando apareces dentro de mi cabeza y te veo agazapada detrás de aquella neurona.
¿Qué dices? Anda, vete, que salgo en un rato y si quieres nos tomamos un café, pero no empieces a decir cosas raras… Si no, me voy.
Pero… Bueno, creo que te voy a esperar un rato…


No lo hice. 
Me fui a casa corriendo. 

Tenía que escribir la canción más bonita del mundo. Me la estabas dictando desde detrás de aquella neurona donde pasas el tiempo agazapada dentro de mi cabeza. 
Tenía que escribir la canción que te prometí cuando era poeta. Retumbaba en mi cabeza y sabía que lo estabas recitando tú. 
Tenía que escribirte aquel cuento que te debo. Resonaba dentro de mí y eras tú quien lo estaba narrando.

Pero sabía que no era el día. No resulta interesante publicar nada en estas fechas.
Pese a ello, tus voces dentro de mi cabeza eran más fuertes que cualquier otro pensamiento. 

Abrí la libreta y dejé que la pluma volara sobre el papel:


“Ella era una chica parecida a todas las demás. Sus esfuerzos por estar en el mundo, por ser una más, eran duros: No conseguía identificarse plenamente con nadie, todos parecían diferentes a ella. Se pasaba la vida buscando algo que le explicara porqué. Su vida consistía en perseguir desesperadamente ser la chica que todo el mundo le decía que tenía que ser, pero no lo conseguía. Aquella chica, nunca supo realmente quién era, porque su cabeza estaba ocupada por la que le robó el corazón incluso antes de conocerse, y una chica sin corazón nunca puede estar completa. Por muy bien organizada que tenga su cabeza.”


Encendí el ordenador y me dispuse a publicar la historia. Pensé que me había quedado muy corta, pero estaba segura de que era lo más sincero y profundo que había escrito nunca y eso daría mayor tamaño al texto. Pero sospechaba que  yo no lo había escrito y eso me daba miedo. Nunca había publicado nada ajeno en cabezadeavestruz. En un giro inesperado de los acontecimientos, mi cabeza me llevó por los derroteros habituales de estas fiestas y recordó que publicar algo en estas fiestas es un tremendo desperdicio porque implica que la audiencia potencial se reduce a su mínima expresión. 

Nunca lo leerías.
Aunque lo hubieras escrito tú.

Esto no lo he publicado: No lo estás leyendo.

Felices fiestas, cerebro de mi corazón  

¿O era corazón de mi cerebro?


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