miércoles, 9 de noviembre de 2011

Valga la redundancia: El amanecer y el calor de tu cuerpo, mis defectos y tus virtudes (O viceversa)



“…Para que siempre podamos
conocidos encontrarnos
alargarnos la sonrisa,
sacudirnos la distancia
y poder burlar al tiempo...”

(SPNB, Iván Ferreiro)


Ayer intenté hacer una foto del amanecer desde la terraza de tu casa.

Silenciosamente, me incorporé de la cama, y me cubrí con una sábana antes de salir al fresco de los amaneceres del otoño. No quiero constiparme cambiando el calor de tu cuerpo por la temperatura del exterior. Cogí la cámara y enfoqué al horizonte. Sonó un click y mi cuerpo sufrió un escalofrío. Noviembre ha venido rabioso a que olvidemos el calor definitivamente. Oí un ligero gemido en la habitación. Te habías movido notando mi ausencia a tu lado. Habíamos perdido el calor común por mi intención de querer buscar una foto del amanecer desde la terraza de tu casa.
 
-¿Qué haces? Vuelve a la cama. Y cierra, que hace frío…
-Voy. Arrópate
-Umm…
 
Y la miro desde mis ojos. 
La miro más que nunca. La miro comprendiendo una vez más lo que es la saudade, que sólo la entiendo cuando tengo tanta belleza delante de mí.
Recuerdo que me leyeron de un libro de Lucía Etxebarría algo así como que enumero sus fallos para no idealizarla y acabo por pensar que iluminan sus virtudes...
Hoy se me ve oscurecido por mis fallos que iluminan las virtudes de otra persona que te hace sonreír.
 
Me gustan los atardeceres en otoño, y las sonrisas sinceras. Y me gustan más si están dedicados a mí exclusivamente. Con un atardecer siempre puedes tener la duda de que haya alguien que te esté quitando un pedazo de luz en ese momento, pero con una sonrisa sincera no dudas a no ser que seas un memo.
 
No me gusta ser un memo ni los amaneceres. Pero ayer intenté hacer una foto del amanecer desde la terraza de tu casa y me sentí un memo por despertarte con el sonido del obturador de la cámara.
 
-Vuelve a la cama y cierra de una vez, que hace frío
-Voy
-¿Por qué te has puesto los calzoncillos? ¿Crees que voy a dejarte dormir? 
 
 

 
 
No llevaba los calzoncillos puestos. Hay veces que pequeños detalles te sacan de grandes momentos. Abandoné el amanecer, cerré el balcón y volví a la cama. Sin calzoncillos, evidentemente. Y a pesar de ello, nos dormimos.
 
Nos dormimos abrazados sin acordarme de que quería fotografiar un amanecer. Nos escondimos en nuestro día particular entre sábanas y nos dimos el uno al otro. Como si se nos fuera a acabar la vida. Como si mis defectos no molestaran a tus virtudes. Como si tus virtudes no recelaran de mis defectos. Nos dormimos, nos soñamos y nos besamos como si tú no fueras tú y yo no fuera yo, como si los dos no supiéramos quiénes éramos cada uno.
 
Nos besamos como si tuviéramos que escondernos del amanecer que no conseguí fotografiar ayer y, sin darnos cuenta, pasó el tiempo.
 
Y llegó el atardecer. Y nos encontró abrazados, escondidos bajo las sábanas. Y se ruborizó, porque son preciosos nuestros besos. Pero era el atardecer y había llegado.
 
Como en la frase aquella, miramos al atardecer para no idealizarnos y acabamos descubriendo que el amanecer perdido había dejado de iluminar nuestras virtudes. Y se nos apagaron los besos.
 
Llegarían los días y se irían las noches. Vendrían otros besos y serían luminosos. Aunque fueran oscuros porque nadie pueda verlos. A pesar de ser preciosos.
 
Siempre me han gustado más los atardeceres. Pero me encanta amanecer a tu lado. Aunque no estemos dormidos.


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