Cogió la moneda sabiendo que todo se jugaría a cara o cruz. Le
gustó el simbolismo y el momento de todo o nada, más que el de
doble o mitad que, aunque lo parezca o lo sugieran, no es ni de lejos
lo mismo. Cara o cruz. La moneda. Se acercó a la barra y se dispuso
a dársela a aquella camarera que no sabía nada del tema. Para
aquella camarera el conflicto de cara o cruz de una moneda no tiene
el menor interés porque ella cobra en billetes. En billetes de
dinero negro, pero billetes a fin de cuentas. Y su único cara o cruz
es saber si todos los billetes que le corresponden cada noche van a
llegar en su número correcto o mayor (solía cobrar más cuando la
noche iba bien, el jefe estaba contento y ella iba deliciosamente
vestida para el regocijo de la clientela) o la farlopa de la que
todos están manchados iba a hacer que llegara a casa con menos de lo
previsto. Y su cara bonita se convertiría en cruz al mirarse en el
espejo al día siguiente con la mitad izquierda del cerebro gritando
y recordando que meterse tanto se cobraba sus facturas con pagarés a
pocas horas vista.
La moneda, la barra, la camarera que esperaba el pago. El cara o cruz
en la mano. ¿Y si el destino de la humanidad o del mundo tal y como
lo conocemos estuviera en aquella moneda y en el azar de la cara o la
cruz? Su mundo seguro. Tal y como él lo conocía. Estaba todo
pendiente de aquella moneda y de aquel cara o cruz.
Ni la camarera, ni nadie de aquel local sabían lo importante de
aquella moneda y de aquel cara o cruz. Porque a ellos, seguro que no
les afectaba. Pero el mundo estaba a punto de cambiar...
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