jueves, 13 de junio de 2013

La dificultad de pintar con acuarelas



¿Os he contado la historia de aquellos tiempos en los que creía que la acuarela era el mejor método que existía para expresar sentimientos?

Supongo que no. Estoy casi seguro de que no. Es algo que no he contado a nadie y que a nadie debería interesar. Pero hubo un tiempo en el que creía que todos mis sentimientos los podía expresar mediante acuarelas sobre un papel. Hasta llegué a coger el punto en el que la acuarela está lo necesariamente húmeda y licuada como para pintar bien y lo suficientemente seca como para que no se deshaga el papel. Sólo quien ha pintado alguna vez con acuarelas sabe realmente a qué me refiero. Pero esta no es la clave de la historia por la que os estoy preguntando. 

Yo era un niño sencillo y feliz. Yo era un niño normal, de esos que sonríen si le hacen carantoñas y fruncen el ceño si les hacen cosas que no le gustan. Y como todos los niños normales, como todos los niños sencillos y felices, empecé a crecer. A crecer y a pensar más cosas que sonreír cuando algo me gustaba o fruncir el ceño cuando no.

Salí a la calle y empecé a hacerme mayor. Dejé las acuarelas en casa y decidí retomarlas cuando tuviera tiempo y ganas de expresar mis sentimientos, ya que es el mejor método que existe para hacerlo. Empecé a perder la sonrisa infantil que tanto gustaba y mi ensortijado pelo empezó a ser un quiero y no puedo de mechones mal puestos escondiendo el incipiente cartón. Así, de repente, me hice viejo aunque mi carnet dijera lo contrario. 

Y empecé a vivir como una persona adulta. Y como todos los adultos, con reminiscencias de ser pequeño, tengo miedo de todo. Tanto, que utilizo el método preventivo de “gasear” las presencias detrás de mí para evitar robos inesperados. Me tiro pedos como prevención a quedarme sin cartera. No dejan de perseguirme y de pasarme cosas extrañas:

He intentado subir en ascensor, pero cuando se abrieron las puertas, vi dentro un oso pardo. Me gustan los osos panda y un poco los polares, los pardos me dan mucho miedo y no sé por qué. 
Decidí subir a pie, pero cuando iba a acometer la ardua tarea de escalar el primer tramo de escalones vi sentada en el quinto peldaño a una vieja con bata de guata rosa y una bolsa de supermercado blanca puesta en la cabeza como si quisiera protegerse de la lluvia. Me dan mucho miedo las personas mayores. Sobre todo las de género femenino y las que se ponen bolsas de plástico en la cabeza cuando llueve. Y esas dos cosas juntas, más. Me dan tanto miedo casi como la gente que se pone caretas de goma de antiguos presidentes norteamericanos.




También me da muchísimo miedo el Estadio Santiago Bernabeu y todo lo que le rodea. Cuando sea mayor y rico, lo compraré y lo derribaré. Y en ese espacio construiré un parque de ocio al que pondré el nombre de Marcelino Camacho y en el que habrá un minigolf, un rocódromo, un estanque rodeado de máquinas que expenden pan para los patos y muchas cosas más. La entrada estará vetada a todo aquel que tenga en pelo más corto que un patrón de medida que decidiré con mis asesores, que son un muñeco tentetieso de Jack el de Pesadilla antes de Navidad, una Barbie Hawai y algún click sin brazo derecho.

Ayer me tiré desde un trampolín muy alto y no me dio miedo. Las chicas que estaban al borde de la piscina cuchicheaban entre ellas y me sonreían quizás agradadas por mi valor para hacerlo. Pensé acercarme y proponer una tarde de sexo con ellas pero me dio mucho miedo. Me da miedo el sexo porque llevo mucho tiempo sin practicarlo y más miedo aún acercarme a alguien para proponérselo. Aunque sea pagando mucho dinero y ella quiera.

Me gustan mucho las carreras en las medias ajenas y me da miedo ponérmelas yo por si me salen carreras. Me asusta que valoren de mí que no tengo tres carreras y que parezca que todo el mundo a día de hoy que pasa de los treinta y tantos no haga otra cosa que correr y apuntarse a carreras populares para mejorar sus prestaciones como atletas. Y más pavor aún a salir un día al parque y encontrarme que soy el único que no voy vestido de Decathlon.

Me da miedo mirar mi reflejo en un río y que algún día encuentre que lo que veo no es lo que esperaba ver. Por eso he roto los espejos de casa aunque traiga mala suerte. No me dan miedo ni las maldiciones de mala suerte ni los gatos negros, pero sí las chicas que tienen gatos a los que quieren más que a sus vidas. Me da miedo Luis Tosar. Me da miedo que algún día me confundan con un cerdo y me sacrifiquen en una matanza para comerse mi sangre y hacer embutidos con mis carnes.
Me gusta contar los déjà vu que tengo y que a quien se lo cuente le dé miedo.

Sigo arrastrando muchos miedos que no me dejan dormir: ¿Por qué tengo que dejarle el coche a un agente secreto que lo necesite para una persecución? ¿Quién me lo devuelve después? ¿En qué estado? Sin tener coche, es algo que no deja de atormentarme.

Cuando era era un niño sencillo y feliz, un niño normal, de esos que sonríen si le hacen carantoñas y fruncen el ceño si les hacen cosas que no le gustan, soñaba con tener coche. Hasta recuerdo que pintaba coches con acuarela. Pero como todos los niños normales, como todos los niños sencillos y felices, empecé a crecer. A crecer y a pensar más cosas que sonreír cuando algo me gustaba o fruncir el ceño cuando no.

A no conseguir pintar con acuarelas. 
A descubrir que los papeles donde pinto se arrugan por la humedad.
A humedecer con mis lágrimas todos los coches que siendo niño pintaba pensando tenerlos cuando fuera mayor.
A ser mayor sin recordar cómo era ser un niño.
A no poder expresar los sentimientos de manera adecuada.


¿Os he contado la historia de aquellos tiempos en los que creía que la acuarela era el mejor método que existía para expresar sentimientos? Pues recordarme que lo tengo pendiente. Voy a ver si recuerdo cómo era eso de pintar con acuarelas...




B.S.O.: "Aquarela" (Toquinho)

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