viernes, 24 de octubre de 2014

Dance me to the end of love




Nunca quise llegar a este punto. Al menos de manera consciente no lo recuerdo. Por supuesto que hay algo mágico, que atrae y que fascina. Pero en la historia de la vida de cualquier persona, este punto debería quedar reservado para verlo en alguna película, no para vivirlo en primera persona.

La sublimación del amor cuando llega la muerte. O morir por amor. Pero morir porque el amor alcanzado es a lo más alto donde se puede subir. Acostumbrados estamos a escuchar que alguien muere por amor pero de manera muy negativa y sentimos lástima por la persona fallecida. Yo nunca debí llegar a asumir que tras la belleza más inmensa sólo cabía la muerte porque no podría soportar después de aquello seguir vivo sin volver a sentirlo. Porque sentirlo otra vez, sería imposible.

¿Se puede sentir la plenitud, la belleza o la sublimación de todo cuando llega la hora de acabar, de morir?

¿El momento más bello puede ser el que precede al final de todo?



Leonard Cohen, escribió “Dance me to the end of love” cuando tuvo el conocimiento de que en algunos campos de concentración durante el Holocausto nazi, junto a los crematorios, se hacía tocar música clásica a ciertos presos mientras sus compañeros eran exterminados. Explicaba Cohen, que “el verso ‘Llévame bailando hasta tu belleza con un violín en llamas’ alude a la belleza de la consumación de la vida al final de la existencia y al apasionado elemento de la consumación. Pero es el mismo lenguaje que usamos cuando nos rendimos al enamoramiento, de ahí la canción (…) no importa que todo el mundo conozca la génesis de la canción, porque si el lenguaje viene de ese recurso apasionado, éste será capaz de abarcar cualquiera actividad apasionada”. Se inspiró en un momento hermoso, un rasgo de belleza previo al final de todo, una hermosa flor que surge en medio de los peores momentos de una de las mayores mierdas de la historia de la humanidad.

La historia no escrita de mi vida es un camino en el que nunca he sabido bien dónde ir, pero en el que he estado completamente seguro de hacia quién. Como no está escrita tampoco he sabido nunca usarla. Usarla como a mí me hubiera gustado o cómo el mundo hubiera necesitado. Y de ahí el sufrimiento. No saber dónde ir, pero sí hacia quién.

Cuando empezaron a sonar los acordes y el lala lalalala lalalala lalaláde las coristas supe que era el momento. De tenderte la mano, agarrar la tuya y acercar tu cuerpo al mío para mecernos al compás de una de las más bellas canciones jamás escritas para que dos cuerpos se dejen llevar y se hagan uno bajo el influjo de la música. “Dance me to your beauty with a burning violin” y así hasta que me lleves contigo hasta el final del amor. El único final posible. Aunque no hayamos tenido ningún inicio que merezca la pena reseñar. A pesar que gran parte de mi vida es la historia de ese amor.

Se puede sentir el momento más bello cuando es imposible caer más bajo en la mierda simplemente porque sabes que se va a acabar. Hubo un tiempo en el que ella me quería como a nada en este mundo. O así lo sentía yo. Era el momento en el que supe que cada día estaba más fuerte para afrontar mi pasado. Lo que nunca supe era que afrontar mi pasado y con ello llegar al culmen de mi vida en el presente, implicaría no tener más futuro que ninguno. Por eso gocé como nunca bailando Dance me to the end of love a la vez que me estremecía saber que cuando llegara el último acorde tendríamos que separar nuestros cuerpos y todo habría acabado para siempre. Al menos para mi cuerpo.

La historia que escuchó Leonard Cohen sobre los cuartetos de cuerda que estaban obligados a tocar en algunos campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, mientras los prisioneros entraban a los hornos crematorios dio origen a que un día escribiera “Dance me to the end of love”. Una canción o un poema no es más bello o mejor porque sepamos de dónde viene o qué lo inspiró, pero nos da pistas que hace que lo podamos sentir más o menos. Aquella frase, "dance me to your beauty with a burning violin" refiriéndose a la belleza de la consumación de la vida, al término de esta existencia y al elemento pasional en esa consumación.




Leonard Cohen nunca conoció a Diana. Tampoco tiene la mayor importancia. Creo que nadie conoció ni conocerá a Diana como yo lo he hecho. Conociéndome a mí mismo a su lado. Por eso toda nuestra historia llega a culminarse aquel día que bailamos “Dance me to the end of love” sin saber qué día era, ni qué estábamos haciendo más allá de comulgar una primera, última y perfecta e irrepetible vez. De una vez y para siempre. Siempre que ya será nunca. Porque yo no puedo seguir queriendo más de lo que ya lo he hecho. Y ya no hay nada más allá.

Reconozco en ese baile lo único que tiene sentido. Lo único a lo que puedo aferrarme. Todo en mi vida ha sido y es provisional. Todo es pasajero. Nunca considero que lo que hago o vivo sea definitivo porque si no tendría que afrontar el hecho de que no hay nada más. Todo salvo ese baile. Salvo bailar con ella “Dance me to the end of love”. 

"Baila conmigo hasta el fin del amor. Oh, déjame ver tu belleza cuando los testigos se hayan ido.” 

Aunque sepa que te pone, como a muchas otras, tener espectadores mientras nos amamos. Eso no tiene importancia. Cuando suena la canción y tu cuerpo y el mío son la misma cosa, entregada a bailar hasta el fin del amor. Hasta el final de todo.

Diana algún día creerá entender todo esto. Ahora no es importante. La vida sigue y el futuro existe cuando el presente deja que pensemos en él. Yo ya no estoy. Ha acabado la canción. Nada tiene sentido ya, al final del amor. Al que hemos llegado bailando siendo uno.


Y al que no volveremos jamás.

Porque ya no voy a estar.




B.S.O.: Dance me to the end of love (Leonard Cohen)

 

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