miércoles, 11 de mayo de 2011

Otra noche sin dormir (Volumen 10): Sangre.


Cada vez son más las noches que paso en vela. Llevaba un tiempo de tranquilidad, de sueño más o menos estable, pero se acabó. Hoy me he vuelto a despertar nerviosa en mitad de la noche. Me he vuelto a despertar nerviosa, alterada y no he vuelto a poder conciliar el sueño de nuevo.

Sin ninguna razón. 
Sin ningún motivo. 
 
El calor, tu ausencia, mi inestabilidad emocional, los problemas de salud de mis seres queridos, el ruido de los vecinos follando como perros en celo… Muchas pueden ser las causas, pero ninguna me convence del todo. 
 
Como siempre.
 
Traté de incorporarme y afrontar valientemente otra noche en vela. Hace mucho que me acostumbré a usar el insomnio para algo útil, aunque nunca sepa muy bien para qué. Apoyé la mano en la cama para incorporarme y cuando la levanté vi cinco putos puntos rojos sobre las sábanas blancas.
 
Hay quien dice que el blanco no es el mejor color para dormir. También hay quien dice que debo fumar menos si quiero dormir mejor. No puedo hacer caso de todo lo que me dicen. Los cinco putos puntos rojos me dicen algo, pero no sé qué es.
 
Cinco putos puntos rojos en las sábanas blancas.
 
Cojo la sábana para mirarlos más de cerca, y aparecen más putos puntos rojos: Mis dedos.
 
 

 
 
Tengo las yemas de los dedos llenas de sangre. Tengo las yemas de los dedos de las dos manos con heridas sangrantes. Seguramente esté dormida y todo esto no sea más que otra de mis pesadillas simbólicas. No tengo ni idea qué querrá decir esta pesadilla, pero me da mucho miedo porque estoy despierta, veo putos puntos rojos en las sábanas y tengo heridas en las yemas de los dedos.
 
¿Qué coño es esto?
 
Pensé en llamar a urgencias, pero teniendo los dedos como los tenía, hubiera dejado el teléfono hecho una mierda. Además, me di cuenta de que me empezaban a doler un poco. Y el miedo hizo que me olvidara de la estética del teléfono –cuando una está asustada, lo último en lo que piensa es en la estética, a no ser que seas una princesita presumida y no es el caso- y como tantas otras noches de ausencia de sueño la llamé. A mi confidente, a mi ángel, a la única que vigilaba mis sueños y podría comprenderme y ayudarme.
 
-Necesito verte…
-¿Qué pasa?
-¿Por qué tiene que pasar algo?

Un silencio que se me hizo eterno precedió a sus siguientes palabras.
 
-Porque sólo me llamas cuando necesitas algo
-Eso no es verdad
-Bueno, no es verdad… Sólo me llamas cuando te pasa algo y sólo yo te puedo ayudar.
-Necesito verte…
-¿Qué te pasa? ¿Me lo vas a decir de una puta vez? –Los tacos en su boca resonaban más fuerte que en cualquier otra boca. Cuando ella decía “puta” parecía que las trompetas del apocalipsis abrieran el cielo… Y eso, me ponía muchísimo- No tengo toda la noche. ¿Sabes qué hora es?
-No tengo ni idea, pero necesito verte…

Estuvimos así más de veinte minutos. O dos horas y media, realmente no lo sé. Ella tenía la capacidad de hacer que el concepto “tiempo” perdiera cualquier sentido y rigor para mí. Sólo sé que dijo, enojada, más de tres o cuatro veces “puta” a lo largo de la conversación. Y eso me pone mucho. Y cuando me pongo, el tiempo pierde aún más importancia de la que ya no tiene cuando hablo con ella.

Le conté el incidente. Le conté lo de los cinco putos puntos rojos en las sábanas blancas. Nunca he sabido si la palabra “putos” en mi boca a ella le pone. Le conté lo de las heridas en las yemas de mis dedos. Le conté que de nuevo estaba pasando otra noche sin dormir. Le conté tantas cosas que casi me olvidé de lo esencial, aunque hasta ese momento no hubiera sabido qué era: “Necesito verte”.
 
-Tú lo que necesitas es dejar de tocar el piano en sueños
-Yo no toco el piano en sueños… Es más, sabes que ni siquiera sueño… Sólo cuando tú apareces.
-Todo el mundo sueña, lo que pasa es que tú no recuerdas los sueños. Sólo te acuerdas de mí.
-Y tú, ¿No eres un sueño?
-Soy real, imbécil. Pero sólo te acuerdas de mí cuando te pasa algo.
-Necesito verte…
 
Llevaba un tiempo soñando con su espalda, pero no quería confesarlo. Mis dedos recorrían su espalda en sueños de lunar en lunar, de peca en peca, como una experta exploradora. No recuerdo perseguir las teclas de ningún piano, por más que ella se empeñe. No recuerdo creerme Franz Liszt, Jerry Lee Lewis ni siquiera Pablo Sebastián, pero conozco su espalda como siempre hubiera vivido en ella. Aún con la luz apagada, aún en sueños.
 
-Deja de tocar el piano. Te estás haciendo polvo los dedos.
-Necesito verte
-Deja de llamarme cada vez que no puedas dormir. Pero, sobre todo, deja el piano. Te estás haciendo mucho daño. Y vas a dejar todo perdido con las putas heridas que te haces en las yemas de los dedos cuando te pasas toda la noche tocando…
-Sangre o no, necesito verte.
 
Colgó el teléfono. Seguía sin poder dormir. Cogí el mando de la tele y pulsé un botón al azar, como tantas otras veces. Una señorita con los pechos muy grandes trataba de venderme una trituradora de verduras. Yo sólo quiero volver a dormir y necesito verla.
 
En medio del mando ha salido un puto punto rojo. No me pone la palabra “puto” cuando la digo yo.

No sé tocar el piano. Nunca lo he intentado. Ni siquiera tengo piano en casa: No cabe… ¡Puta escasez de espacio!



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