domingo, 18 de julio de 2010

Retomar la senda adecuada. Retomar alguna senda.



Hoy por fin me he decidido. Hoy es el día. No pienso en el ayer, el único día que importa es hoy. No sé si podré vivir el hoy desprendiéndome del ayer. No estoy seguro de conseguirlo. He de perseguirlo. El ayer está invadiendo el mañana. El mañana es más pequeño que el ayer. Al mañana le quedan cada vez menos hojas que caer. Es tremendo pensarlo, pero el mañana no existe. Y no estoy siquiera poniendo ladrillos en su muro para que pueda llegar a crecer. Simplemente no existe. Y eso me aterra cada vez más. Y eso me aterra terriblemente cuando miro al ayer. Ese ayer como monstruo fagocitador que se va comiendo todo mi hoy sin que la desidia que me invade me permita hacerle frente y ponerle freno para empezar a trabajar el mañana. Ni el mañana, ni el hoy, me invade el ayer.

Tengo planeado vivir sólo una vez. Sólo una vida me dejó en herencia mi madre. Pobrecita. Si por ella fuera, seguramente me hubiera dado más de una vida para trabajar el ensayo-error hasta encontrar la respuesta. La respuesta no está en el viento. La respuesta no está en mi interior. Hay otros mundos, pero están en este. Este mundo ya no da para más y no soy capaz de buscar ningún otro. Tengo planeado vivir sólo una vez, y el tiempo se me va acabando.

No sé qué quiero hacer con mi vida. Quizás no deba saberlo y tenga que dejar de darle vueltas al asunto, pero hay que hacerlo por convencimiento, no por desidia. Desidia. Desidia. Busco en mi interior y al borde del camino, me llama la desidia. Me voy con ella a todas partes. Me siento con ella al borde del camino. Me beso con ella. Me drogo con ella. Me acuesto con ella. Y ni siquiera sé quién es. Sólo sé que me posee siempre que quiere. Y quiere siempre.

He de trabajar para comprarme unas orejeras de las que usan los burros que me obliguen a mirar al frente. Que al menos, si quiero buscar la desidia, tenga que girar la cabeza. Si me obligo a girar la cabeza cada vez que quiera abandonar mi mirada al frente, quizás el esfuerzo que me supone me obligue a seguir mirando al frente. La desidia es tan poderosa que hasta puedo utilizarla en su contra. Una vez descubrí que era del tipo de personas que no se levantan del sofá y se van a dormir a la cama porque el esfuerzo que les supone es mayor al premio que se supone que voy a recibir.

He decidido volver a ser yo mismo. No sé si lo he sido alguna vez, pero quiero volver a luchar en pos de ese personaje que quería llegar a ser y que he olvidado quién es. Lo peor de perseguir una meta es no saber cuál es. Los maratonianos saben que tras el inhumano esfuerzo de correr cuarenta y dos kilómetros encontrarán la meta. Yo no sé cuánto debo esforzarme para llegar a dónde no sé que quiero ir. No sé lo que quiero. Casi ni sé lo que no quiero. De ahí debo partir.

Se me acaba el tiempo.

A veces sonrío por inercia. Habitualmente digo que soy feliz porque no sé qué es ser feliz y me cuesta demasiado trabajo plantearme que quizás no lo sea.  Yo no he visto naves ardiendo más allá de Orion. Ni siquiera sé si he visto cosas que vosotros no creeríais. Pero he de inventármelas. No ha llegado la hora de morir. Aunque seguramente está más cerca de lo que nunca he pensado.

Se me acaba el tiempo.

¿Debería arder en alguna nave más allá de Orion? No, mejor buscar cosas que nadie más creería. Con poco tiempo, sólo tengo una vida y ya he gastado más de la mitad. Aunque mis primeros años fueran inútiles por ser un ser disfuncional movido por los hilos de una sociedad que abochorna a sus cachorros tomando maneras mongólicas e indescriptibles para interactuar con ellos. Como todos. Como todas. Menos los afortunados expósitos, que no recibieron lo que el gran poder llama cariño familiar.

Tampoco es útil la última parte de casi todas las vidas. Vuelves a los orígenes. Eres dependiente. Y ni siquiera despiertas ternura, sino cierta repugnancia por el olor corporal que desprendes y que no tienes ni puñetera idea de dónde salió, pero que te acompaña todos esos años haciéndose cada vez más insoportable para los “útiles” que te rodean. Cuando naces hueles mal y se ríen. Cuando mueres, hueles mal y te abroncan y produces asco. Es injusto, pero no lo he inventado yo. Ni siquiera he decidido si quiero oler bien o mal.

No soy consciente de mi llegada y pequeña adaptación funcional al mundo. No quiero ser consciente de mi salida y pequeña desadaptación funcional al mundo. La primera etapa la viví porque no pude elegir. La segunda no la voy a vivir.

Eso acorta aún más el mañana. Mañana puede ser simplemente esta tarde. Mañana puede ser simplemente este cigarro. Este cruce de peatones. Esta discusión con el borracho del bar. Esta mirada sin red en el vacío. Poner demasiadas precauciones en el mirador restringe la vista, aunque asegure un poco el mañana. Hay que buscar la barandilla que no tape demasiado la vista, pero que no invite a borrar de un plumazo el mañana.

Se me acaba el tiempo… ¡Cómo duele!
 

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