Quizás
la diferencia pueda estar en el "esta" y en el "esa".
Parece algo con poca importancia. Una "t" más o menos".
Pero la "t" puede ser muy sexy. Con banco o no de por
medio. Las tes por la mañana mejoran los tes por la tarde. Aunque
poca gente sepa a qué me refiero. Sólo a quién he parecido lo
suficientemente sexy como para despertar conmigo sabe que las tes
pueden ser sexis. Incluso al despertar. Hay pocas cosas sexis al
despertar porque el mero hecho de despertar dificulta todo lo demás.
Nada se ve bien al despertar. Ni siquiera tú. Pero te prometo, con
te, que despertar(te) conmigo puede ser sexy. Aunque tengamos que ir
al banco esa mañana. Quizás, como decía la canción dormimos tan
juntos que despertamos siameses. Y cuando te despiertas así, da
igual al banco que haya que ir.
¡Bah!
Todo eso son tonterías, me dije mientras vertía un poco de café en
la encimera porque después de tantos años viviendo conmigo misma no
he aprendido que tengo que lavarme la cara antes de prepararlo.
¡Tengo
que ir al banco, joder! Me encantaría que hoy fuese un día genial,
pero ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esa
mañana". Algún día debo ponerme seria y dejar de estar
siempre en las nubes contándome la vida como una puta película.
Algún
día porque ese día tenía prisa. Tenía que ir al banco.
Ineludiblemente. La palabra ineludible es más bonita que su
significado. No digamos ya su forma adverbial ineludiblemente. Hay
muchas más pero se me empieza a hacer tarde y si hay algo peor que
tener que ir al banco una mañana sólo es llegar tarde y tener que
esperar porque hay miles de viejas y viejos haciendo cola en la
ventanilla para que le actualicen la libreta de ahorros. Yo también
debería actualizar mi libreta. Aquella en la que ahorro historias
sexis. Donde seguramente hoy no pueda apuntar nada porque ninguna
historia sexy empezó jamás con "fui al banco esa mañana".
Además, no tengo libreta de ahorros. Supongo que es una cuestión
generacional. Están esperando que mueran todos los viejecitos que
tienen una para darla por oficialmente extinguida y eliminar de una
vez uno de los mayores problemas de la banca española al nivel de su
deuda, los fondos buitres, el comercio de armas y la financiación
ilegal a partidos políticos: Las colas de gente para que se las
actualicen porque no saben hacerlo en el cajero automático y no
entienden que no hay que hacerlo a diario por mucho que no tengan
nada más en qué emplear su tiempo.
Me
dejé llevar por todos estos pensamientos de mala pécora y con mi
vestido de Cruela de Vil salí al mundo a desplegar todo mi
escepticismo al banco porque era consciente de que ninguna historia
sexy empezó jamás con "fui al banco esa mañana".
Quizás
la diferencia pueda estar en tener que ir al banco o en ir al banco.
Parece algo con poca importancia. Un "tener" más o menos".
Pero "tener" puede ser muy sexy. Con banco o no de por
medio. Tener(te) por la mañana mejora el tener(te) por la tarde.
Aunque poca gente sepa a qué me refiero. Sólo a quién he parecido
lo suficientemente sexy como para despertar conmigo sabe que
tener(te) puede ser sexy. Incluso al despertar. Hay pocas cosas
sexis al despertar porque el mero hecho de despertar dificulta todo
lo demás. Nada se ve bien al despertar. Ni siquiera tú. Pero te
prometo, con te, que tener(te) y despertar(te) conmigo puede ser
sexy. Aunque tengamos que ir al banco esa mañana. Quizás, como
decía la canción, dormimos tan juntos que despertamos siameses. Y
cuando te despiertas así, da igual al banco que haya que ir.
Todas
las grandes historias del mundo, TODAS, surgen de un orgasmo. Ninguna
historia existe si no es así. Pero si hay algún lugar alejado de un
orgasmo es, sin duda, un banco por la mañana. Tener que ir al banco
por la mañana no augura nada sexy, porque algo sexy debería
terminar, o que en el ambiente flotara la sensación de que
terminará, en orgasmo. Ni recordaba el último orgasmo compartido
cuando pasé por tercera vez el arco de seguridad de la entrada del
banco. Resulta que el llavero de madera que me regalaste ni es de
madera ni soporta el control de acceso al banco. La cola, como era de
esperar, era más grande que la que le supuse a aquel chico con el
que fantaseaba en sueños horas antes. Aquel chico que había vuelto
a desaparecer de mi vida sin siquiera llegar a entrar. Pero yo había
entrado en el banco y nada sexy podía pasar allí. Más aún cuando
en la fila de la ventanilla no estaba él, ni nadie que se le
pareciera por mucho que bajara el listón de mis expectativas hasta
niveles inferiores al récord del mundo de salto de altura para bebés
paralímpicos. Pese a todo, entre WhatsApps releídos y miradas
recurrentes al Facebook de mi ex y de sus amigos para ver con qué
novedades puedo hacer aquella mañana un poco más desagradable y
dolorosa, llegué a la ventanilla.
-
Señorita, su turno.
-Gracias.
Quería...
Aquí
el el secreto bancario y un rasgo estúpido de mi personalidad
(incoherente si lo ponemos en frente de la exposición de mi vida
en las redes sociales) me impide dar más información de la gestión
que iba a hacer y que trae a colación eso de que ninguna historia
sexy empezó jamás con "fui al banco esta mañana...". El
caso es que, esa gestión requería mi firma para completarla.
-
Firme aquí, señorita.
Y
dale con lo de "señorita". Busqué en el bolso un
bolígrafo. Metí la mano y entre todas las cosas que no tenían en
aquel momento ninguna utilidad (a no ser que quisiera sonarme los
mocos, tuviera que apuntar algo, sintiera la boca seca, quisiera
proteger mi cuello del fresco, sintiera que mi entrepierna me
indicaba sin venir a cuento que estaba en uno de esos días del mes,
sintiera la necesidad de dar brillo a mis labios o color a mis
mejillas, o varias actividades más o menos importantes que no merece
la pena relatar aquí porque si ir al banco esa mañana ya es poco
sexy, menos lo será si sigo por aquí) no aparecía el bolígrafo.
Ninguno de ellos. Pues nada, tendría que usar uno de los suyos. Un
bolígrafo del banco. Eso que es un símbolo de una sociedad enferma:
Un ente al que le dejamos que juegue con nuestro dinero y todas
nuestras posesiones nos permite que, para interactuar con él,
cojamos un bolígrafo que está atado a su estructura por una
cadenita, que bien podría ser la del WC, para que no nos lo
llevemos. Agarré el bolígrafo con rabia, firmé y para sentirme
mejor conmigo misma, disimuladamente, pegué un tirón de la cadenita
a ver si conseguía romperla o algo. Pero ese algo se convirtió en
un roce desagradable y un daño no previsto en la palma de la mano.
Frustrada, con escozor en la mano y cierta vergüenza poco sexy, me
retiré a seguir malviviendo el día con la historia que jamás
podría sexy tras ir al banco por la mañana
Quizás
la diferencia pueda estar en hacerse daño en el banco o en hacerse
daño por ir al banco. Parece algo con poca importancia. Una razón
más o menos entorno a un banco. Pero el dolor puede ser muy sexy.
Con banco o no de por medio. Hacerme daño contigo mejora el hacerme
daño sin ti. Aunque poca gente sepa a qué me refiero. Sólo a quién
he parecido lo suficientemente sexy como para hacerme el daño que
necesito sabe que el dolor puede llegar a ser sexy.
Al
darme la vuelta, con mi indignación bancaria y dolor en la mano, me
topé con él pero no le di importancia. Aunque olía bien. Muy bien.
Sin estridencias. A limpio. A nuevo. A rayo de esperanza en forma de
sensualidad de una mañana en el banco que no puede acabar en nada
sexy. Pero seguí hacia afuera. Hasta que, medio paso después, me
agarró del brazo demandando atención. Su mano era bonita.
Le
doy mucha importancia a las manos. Algún día debería mirar por qué
para poder explicarlo cuando me preguntan qué es lo primero en que
te fijas de alguien. Creo que podría enamorarme de unas manos aunque
ahora mismo no pueda encontrar la razón.
-Perdona,
te dejas esto.
El
resguardo de mi operación bancaria, encima de un flyer de algún
sitio que no recuerdo y el llavero de Palestina con la usb donde
llevo media vida. Azorada le di las gracias y lo cogí todo con
vergüenza y rapidez.
-
Y esto -insistió.
Me
sonrió disimuladamente y me dio por lo bajo la cadena del banco con
el bolígrafo que acababa de usar para firmar la sentencia de lo que
no puede inaugurar nunca una historia sexy. Descolocada reí. De esa
manera que ríes cuando quieres que alguien vea cómo lo haces pero
que el resto del mundo no se entere. Esa extraña forma de reír que,
si la detectas desde fuera y no eres protagonista en ello, da un poco
de asquete por lo ridículo de la situación. Pero ciertos actos
ridículos, cuando te encuentras dentro de ellos, son mágicos.
Incluso sexis. Aunque ninguna historia sexy empezó jamás con "fui
al banco esta mañana".
De
repente mi mente, valga la extraña rima, quizás contaminada por
alguna historia que me acababan de contar, voló a unas cañas con
aquel tipo, pasar al café, pedir esos licores como punto de
inflexión cuando dudas si terminar una cita o no, y despertar en una
cama extraña, feliz pero algo confundida. Esas cosas que les pasan a
otra gente. No a mí, aunque con la boca pequeña me diga que me
gustaría que me pasara muy a menudo. Esa boca pequeña que se hace
grande cuando ríe y besa. La misma que toma forma de "A"
sorda porque vi en la cadena un rastro de sangre. Asustada salí del
banco no sin antes hacer el esfuerzo por dejar una sonrisa flotando
en el ambiente para que él la cogiera.
Nunca
he sabido lanzar nada. Pero resultaba cómico imaginar en mi mente
cómo tiraba la cadena lejos en un acto de rabia enfadada con mi
falta de habilidad social con aquel simpático chaval y se me
enganchaba en una pulsera y me hacía más daño en la mano. Pero
claro, no era más que una de las tonterías que pulularon por mi
cabeza cuando caminaba fuera del banco esa mañana que estaba dando
la razón aquello de que ninguna historia sexy empezó jamás con
"fui al banco esta mañana...". Por mucho que ahora pensara
que lo que más me apetecía era que ese chico me dijera algo, nos
tomáramos unas cañas, las cañas dieran paso al café, para que
llegaran los licores, luego las copas, y acabar despertando juntos en
mi cama o en la suya.
-
¿Te duele la mano?
-
No, me escuece un poco, pero está bien, gracias.
-
Déjame ver.
E
hizo el ademán de acercarse a mí y agarrar mi mano pero yo me
retiré por un extraño instinto que no llegué a comprender.
Rápidamente intenté solucionarlo dejando otra sonrisa en el
ambiente para que él la cogiera y le acerqué la mano.
Hacer
ademán de algo es una expresión que deberíamos usar mucho más.
Aunque sólo fuera por lo bonita que es. Y dejarse coger la mano por
las suyas, también. Eran preciosas. Sus manos, no las mías que las
tengo muy vistas. Le doy mucha importancia a las manos. Algún día
debería mirar por qué para poder explicarlo cuando me preguntan qué
es lo primero en que te fijas de alguien. Creo que podría enamorarme
de unas manos aunque ahora mismo no pueda encontrar la razón. No
tengo que enamorarme de esas manos, me digo una y otra vez. Son unas
manos que acaban de estar detrás de ti en el banco y todos sabemos
que ninguna historia sexy empezó con "fui al banco esta
mañana...". Pase lo que pase, no inicies nada. Nada sexy puede
salir de esta historia.
-
Tienes unas manos muy bonitas.
-
Gracias, la tuya también.
-
¿Lo he dicho en voz alta?, dije haciéndome la tonta y haciendo el
ademán de ruborizarme.
-
Pues no estoy seguro, pero yo lo he oído.
-
Nada, me escuece un poco, pero es que soy muy bruta.
-
No lo pareces. Y decir las cosas en alto tampoco es de ser bruta si
de verdad se piensa algo. Te lo agradezco.
-
Me refería a la mano.
-
Lo sé, pero con la herida de la mano no sabría seguir la
conversación.
-
¿Y cómo la sabes seguir?
-
Pues más o menos así.
¡Proponme
tomar una caña! No te lo pienses más. Es fácil. Seguro que no
tienes nada que hacer. Tú lánzate a proponerme una caña que yo te
ayudaré a ponerlas en plural, a darles café, unos licores y unas
copas... ¡Dios! Estoy enferma o muy necesitada. A lo mejor es lo
mismo, claro. Por lo menos no me está escuchando ahora, eso seguro.
Aunque mi mano se siente cada vez más cómoda entre las suyas. No
llevo bien el contacto físico cuando no es lo esperado y aquello no
era normal. Y menos al salir del banco porque ninguna historia sexy
empieza nunca con "fui al banco esta mañana..."
-
¿Tienes prisa?
-
No mucha, ¿por?
-
Te invito a una caña y me cuentas.
-
Poco te puedo contar. Ya has visto lo rápido que ha sido todo en el
banco.
-
Puedes contarme otras historias más interesantes. Tampoco hace falta
que la empieces con "fui al banco esta mañana..."
-
Te acepto la caña pero me dejas empezar la historia precisamente con
eso. Creo que de ahí pueden salir muchas cosas.
-
Acepto.
-
¿Me devuelves la mano?
-
Sí, perdona. Pero luego me la dejas ver otra vez.
-
Claro. Y que la cuides tan bien como ahora. Tienes unas manos muy
bonitas.
-
Ahora estoy seguro de que lo has dicho en alto.
-
Lo sé.
Quiero
decir muchas cosas en alto. Quiero gritar, pero eso no se lo voy a
decir. Lo tiene que descubrir él. Y si no lo descubre será porque
ninguna historia sexy empieza nunca con "fui al banco esta
mañana..."
-
Me he puesto tu camiseta, no te importa, ¿verdad?
-
¿Por qué? ¿No es raro que después de toda una noche viéndonos
dormidos nos tengamos que tapar con algo?
-
Raro no, es más bien un cliché de película americana. Y tu
camiseta es muy fea, perdona que te diga.
-
Pues bien que te la quieres poner.
-
Tiene un barco.
-
¿Un banco?
-
No, un barco.
-
¿Y qué?
Mira
chico, no te pienso contar ahora lo que significan los barcos para
mí. Aunque resulta curioso que hayas entendido banco en lugar de
barco. Se me ocurren muchas historias sexis con "fui al barco
esta mañana".
-
Un día me levanté por la mañana y no me gustó el barco en el que
iba. Nunca he entendido de barcos.
-
Yo tampoco, realmente la camiseta tiene un barco pero si te fijas
bien es de publicidad de un banco.
-
¡No me digas! Yo estaba mirando que no sé qué barco es.
-
Ni idea. Entiendo tan poco de barcos como de bancos.
-
Yo no sé diferenciar entre una canoa o un kayac, o entre un velero y
un catamarán. Sé muchos nombres de barco pero no por ello entiendo.
Parecería lo contrario si nombro una carabela o un transatlántico
aunque no es así.
-
Ya sabes más que yo de cuentas corrientes, de hipotecas, fondos de
pensiones o ayudas al pequeño negocio.
-
Pero sabes robar al banco.
-
¿Cómo?
-
La cadena.
-
¡Ah! Eso... ¿Cómo tienes la mano?
-
Bien, gracias, me la has cuidado muy bien.
-
Un placer.
-
El caso es que conozco más nombres de barcos que tipos: El
Mayflower, la Pinta, la Niña y la Santa María, el Titanic, la
Dorada, el Maine, el Nautilus... Este último es un submarino de
ficción, sí, pero seguro que se puede utilizar como barco.
-
Tú tienes un problema con los barcos. Y con los bancos, sospecho.
El
caso es que aquella mañana me desperté y no me gustó el barco en
el que iba. Pero lo que realmente no me gustó fue despertarme sola,
rodeada de agua por todos lados y a punto de ahogarme. Sé que dicen
que ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esta
mañana" pero también sospecho que me da un poco igual.
-
Tengo que ir al banco esta mañana.
-
¿Otra vez? ¿No será una excusa para librarte de mí?
-
Tengo que ir al banco esta mañana...
No hay comentarios:
Publicar un comentario