martes, 15 de abril de 2014

Terminará el domingo...


- Terminará el domingo y yo seguiré esperando la canción que me habías prometido.

- No sé hacer canciones.

- No hace falta saber. Ponle música a lo que ven tus ojos.




Hice el movimiento de taparme los ojos con las manos y sonreí. Cuando volví a la normalidad y recuperé la visión, ella ya no estaba allí. Me asusté. Me asusté como hacía mucho tiempo que no me asustaba. Me asusté y me sentí estúpida por estar siempre jodiendo las cosas con mis bromas. Y estuve asustada hasta que sentí sus labios en mi espalda.


- ¿Por qué no me quieres más?

- Te quiero más de lo que podemos soportar las dos.

- Yo puedo soportar todo. Hasta el peso de tus tetas.

- Yo no puedo soportar que bromees con mis tetas cuando estás echándome en cara que va a terminar el domingo y sigues esperando la canción que dices que te había prometido.

- Me lo habías prometido.

- Me confundes con otra.

- Nunca.


Lloré de impotencia porque sabía que me estaba mintiendo. Lloré esperando que terminara el domingo y que se olvidara de todo aquello. Lloré porque no creo en las canciones. Lloré porque no creo en la poesía. Lloré porque tengo motivos de sobra para haber perdido la fe.


- No creo en la poesía ni en las canciones.

- ¿Por qué? Eso es muy duro. Tú no eres así.

- Tú no sabes como soy.

- Te quiero y eso implica saber cómo eres.

- Te gustan mis tetas y eso implica creer que me quieres y que sabes cómo soy.

- Eres una cínica.

- Tengo mis motivos.

- Dime alguno.

- Podría enumerártelos pero llegaríamos al domingo que viene.

- Dime dos o tres.


Recordé cómo un día le pregunté a mi librero por qué todas las hojas de los libros que vendía estaban arrugadas y amarillentas y me confesó que sólo compra y vende libros que hacen llorar y que dejan poso de lágrimas y tristeza en sus páginas. Lloré y recordé que no quise hacerle ver que regentaba una librería erótica porque seguramente él ya lo sabía.


- Rimbaud acabó vendiendo armas en África hastiado de escribir.

- Vale, dime otra.

- Sidnead O´Connor acabó poniendo anuncios para follar con hombres peludos.

- ¿Quién es Sidnead O´Connor?

- Un buen día, Mark David Chapman compró un ejemplar de “El Guardián Entre el Centeno”, escribió en él "Esta es mi declaración" y firmó como "Holden Caulfield", mató de cuatro tiros a John Lennon, y se quedó leyéndolo hasta que le detuvo la policía.

- Me gustó mucho ese libro.

- Es un libro para adolescentes.

- ¿Alguna vez piensas en mí de verdad?

- Constantemente, y eso me impide hacer más cosas, como aprender a tocar la guitarra para hacerte una canción.

- ¿Alguna vez piensas?

- Terminará el domingo y yo seguiré masturbándome envuelta en sudores y calurosas preguntas.

- Terminará el domingo...


(Just Reading by Lust for Leica)



Recordé a mi librero. Lo recordé y supe que lo último que los dos querríamos ser en este mundo era gente de ciencias. Gente que supiera explicar por qué huele tan bien una librería vieja. Por qué tienen un olor tan embriagador los libros antiguos. Nos gustaría seguir siendo de esa clase de personas que lo primero que hace al agarrar un libro es olerlo, sin saber muy bien a qué se debe ese aroma tan maravilloso que percibimos en ese momento. Siempre, sin pensarlo demasiado, deducimos que el olor de los libros se da por sus componentes, entre ellos, entre ellos la tinta y el papel. 

Lo terrorífico fue conocer que el papel está conformado por una cierta cantidad de lignina, el polímero orgánico más abundante en el mundo vegetal, del que nunca antes habíamos oído hablar. Una lignina cuya función principal es darle firmeza a la madera de los troncos para que los árboles permanezcan erguidos y puedan crecer y no se conviertan en comida para microorganismos o enzimas. Por ello el papel, al venir de los árboles, tiene cierto nivel de lignina, lo que lo hace tener cierta resistencia y dureza. Pero al pasar el tiempo, la lignina se oxida. Esa oxidación es la que hace al papel ponerse amarillo, por eso los libros antiguos son así. Pero lo fundamental en este asunto es que cuando se oxida la lignina desprende más olor. Y la lignina, como todo en este mundo, tiene familia. Una familia en la que tiene un vínculo muy especial con la vainilla. Primas hermanas. El olor a vainilla entonces se suma a matices que llegan de los compuestos químicos empleados en la confección del libro, como el pegamento o la tinta. Y ahí viene el olor. Y eso es lo que no deberíamos conocer ni mi librero ni yo. Porque no somos gente de ciencia.

El problema es que este olor tan romántico, tan embriagador, también es un síntoma inequívoco de que el libro se está destruyendo. Como cuando cae el sol y empiezas a pensar que terminará el domingo...





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