"Eco de lejos le espía y suspira: ¡Amor!
Como confesarlo sin su propia voz
Un claro del bosque se abre para los dos
La cálida tarde presiente lo peor"
(Canción del Eco, Christina Rosenvinge)
Os voy a contar un cuento. Una historia bonita sobre los pajaritos, el sol y una pequeñita y gris persona que aprendió a volar. Un pequeño cuento de alguien que aprendió a volar sin saber que quién sube muy alto tiene que asumir que la caída puede ser muy dura.
A esa personita la llamaremos Llo. La podríamos llamar Tu, Ella o Nosotras, pero Llo será el nombre que le pongamos en este cuento.
Llo era una personita sencilla y feliz. Era dichosa y vivía contenta. O al menos eso parecía para todos los que la rodeaban. Llo miraba al cielo y sonreía. Era su actividad preferida. Muchos pensaban que estaba loca, pero Llo era feliz y nadie sabía muy bien por qué.
¿Quién eres tú niña loca?
Llo miraba al cielo y sonreía porque miraba a sus pajaritos. Cualquiera podía pensar que había estudiado ornitología o que tenía costumbres raras, pero ni esa rama de la zoología tenía especial interés para ella, ni tenía costumbres.
Llo era rara.
Llo era maravillosa.
Y Llo miraba el cielo y sonreía constantemente.
Llo miraba al cielo y se dejaba embelesar por sus pajaritos...
Y embelesarse con sus pajaritos la hacía sonreír y, sobre todo, la hacía vivir.
Y Llo vivía.
Y la gente a su alrededor lo sabía y se daba cuenta.
Y de tanto mirar al cielo aprendió a vivir en la tierra. Si hay una moraleja que se puede sacar de este cuento, sin duda será que cuanto más mira al cielo alguien paradójicamente, mejor vive en la tierra. Y viviendo en la tierra Llo era feliz y hacía feliz a quienes la rodeaban.
Pero un día nublado, como tantos otros en la tierra, Llo miró al cielo y encontró todo gris y oscuro. Y tan gris y oscuro andaba todo aquello, que no podía localizar a sus pajaritos.
Llo, tremendamente perdida –porque cuando Llo no veía a sus pajaritos andaba perdida, por mucho que no lo pareciera- decidió aventurarse y pasear por sí sola por aquello que era la tierra, por aquel sitio por donde solía andar mirando al cielo. Y miró a su alrededor con desespero buscando alguien que la guiara, alguien de los que estaban tan a gusto a su lado cuando era feliz y miraba al cielo sonriendo. Pero cuando todo se nubla, nadie aparece. Llo sabía eso desde que era muy pequeñita, pero lo había olvidado de tanto mirar al cielo y sonreír, y en ese momento se dio cuenta dolorosamente de nuevo.
Y andando y andando, desorientada como nunca, llegó al lago. A ese lago tan bonito donde rebotaban luminosos los rayos de sol tantos días bellos y se dio cuenta que no brillaba nada allí.
Curiosa, se asomó al lago y vio la realidad:
El agua reflejó su rostro a modo de espejo y Llo no pudo menos que pedir clemencia. Gritó y gritó. Imploró a su alrededor para que alguien escuchara lo que tenía que decir. Lloró una explicación que no tuvo a quién darla y se mortificó dándose cuenta de su fealdad que tanto tiempo había disimulado por tener la cara mirando al cielo y sonriendo.
En ese momento lo supo todo, aunque no hubiera nadie cerca que se lo pudiera explicar:
El pájaro que la guiaba se había despistado por mirar muy directamente el sol y ahora vagaría por el suelo sin ningún rumbo.
Por siempre.
Llo tuvo que haber estudiado ornitología para hacer todo lo que quiso hacer. Ahora optará por cortarse el pelo mucho y dejarse crecer el pelo de la cara, que son cosas que Llo, aunque es una chica, siempre puede hacer y lo había olvidado.
No estudió ornitología en su momento y por eso perdió a su pájaro guía. Ahora espera no tener que estudiar peluquería para rasurarse bien la cabeza y dejarse una bella barba...
Quizás así olvide que un día fue feliz, miraba al cielo y sonreía y ahora no tenía ni a quién contárselo.
B.S.O. I: Canción del Eco, Christina Rosenvinge.
B.S.O. II: Sha La La, La Cabra Mecánica.
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