“Cualquier lugar, cualquier día de cualquier mes de este o aquel año.
Me encanta empezar así tus cartas. A veces pienso que les da importancia. A veces creo que soy un poco tonta, pero algo de misterio y mucho de personalidad si que les da.
¿Cómo te va todo? Espero que bien. Perdona pero ya sabes que soy incapaz de empezar una carta sin estos tópicos convencionalismos. Son los resquicios que quedan de mi afición epistolar adolescente con la que espanté a tantos novios. La verdad es que me gustaría saber más de ti. Seguramente eso sea lo que me impulsa a hacerte saber de mí. ¿Llega o no llega esa Christinita? Como sigas siendo tan exigente, al final vas a tener que adoptarla. O adoptarlo, como tú prefieras.
Yo sí tengo novedades: He conocido a un chico. Bueno, ya sé que eso no es una novedad digna de mención, lo importante es que he conocido a Esteban. Sí, vale, eso de “Esteban” te puede sonar como a la que oye llover, pero Esteban es algo más. Sabes además lo reticente que estoy últimamente a escribir, sin embargo, tengo que contártelo:
Me voy a vivir con él. Voy a dar el gran paso.
Aunque no puedo decir que no se viera venir:
Primero empecé a usar sus camisetas por la mañana, luego dejé un cepillo de dientes en el vaso de su cuarto de baño y con el paso del tiempo fui convirtiendo su piso en algo cada vez más mío. Hasta que ayer me propuso que me mudara allí definitivamente y dejara de pagar el alquiler y abandonara mi triste y solitaria buhardilla. Y lo he hecho... ¡Lo he hecho!...
Suena igual que cuando me viniste ese domingo a las ocho de la mañana, me sacaste de la cama con una torpe excusa y disculpa a mis padres y me dijiste las mismas palabras: Lo he hecho... ¡Lo he hecho!... Aquella noche habías perdido la virginidad con el que parecía el chico más maravilloso del planeta Tierra y tenías que compartir tu felicidad conmigo. Yo sentí una profunda e insana envidia. Hoy te cuento que me he ido a vivir con el chico más maravilloso del planeta Tierra y mentiría si dijera que no quiero que sientas envidia. Envidia sana, pero envidia a fin de cuentas.
No estoy segura si voy a resultar muy pesada o si debo resumirte la historia. Bueno, ya veremos…
Estaba medio liada con el chico del pueblo de mis padres que ya te conté. Ya sabes cómo era aquello. Lo pasábamos bien, nos veíamos poco por la distancia, sexo esporádico y gratificante, sin comeduras de olla ni historias de compromisos mal entendidos... O sea, bien. No me presentaba la menor complicación. Por eso cuando me fui acercando a Esteban no tenía ninguna traba emocional que me perturbara. Sí, soy así de fría a veces, aunque sea una pose para vivir más cómoda. Esteban es ese chico que conoces hace tiempo con el que has coincidido poco y eso no te ha hecho ni plantearte siquiera si te atrae o no. Simplemente no había oportunidad ni sentía la necesidad. Aunque siendo sincera conmigo misma, cero que me atrajo desde la segunda o la tercera vez que coincidimos.
Circunstancias de la vida hicieron que pasara a verlo muy a menudo que nos fuéramos sintiendo cada vez más atraídos, más conectados. Circunstancias de la vida hicieron que como dos adolescentes nos besáramos un buen día en el que superamos nuestros miedos mutuos y sobrepasamos nuestro límite de afecto inconscientemente preestablecido. Una noche que no llegó a más que unos besos, pero que fue la gota que desbordó el vaso. Una noche fatal. Una noche genial pienso ahora.
Y te preguntarás, ¿Y luego qué? Eso era lo que me pasaba por la cabeza ¿Y ahora qué? ¿A qué me llevaba ese despertar de la pasión? Nos habíamos besado, así pues, me llegaba el reto. Estaba claro que los dos habíamos dado un gran paso. Nos habíamos librado de nuestra parte racional y nos abandonamos a lo que nos pedía el cuerpo y el corazón y nos liamos. Pero después, ¿Qué?. A fin de cuentas había sido un calentón de adolescentes y no pasamos de ahí, pero estábamos bastante talluditos para tonterías de púberes. ¿Qué debíamos hacer tras esos besos? ¿Qué etapas deberíamos acometer? ¿Qué debía hacer al volverlo a ver? ¿Quién daría el pistoletazo de salida? La verdad es que me preocupaba bastante. Más que eso, me aterraba ¿Y si él no sentía lo mismo que yo? No, no era muy probable, o era un gran actor. ¿Y si él tuviera las ideas muy claras y no se quisiera complicar la vida en esos momentos? Miles, qué digo miles, millones de dudas me asaltaron ese par de días que me separaron de él hasta nuestro reencuentro.
Frialdad, no podía esperar más que encontrarme frialdad, y eso es lo que había. Afortunadamente él estaba en una situación mental muy parecida, por no decir idéntica, que la mía. Tras el gélido reencuentro fue él el que consiguió meter el punzón para romper el hielo: Me invitó a tomar café en su casa con una burda excusa que ni siquiera recuerdo y todo se precipitó.
Yo me precipité sobre Esteban el momento justo en el que me hizo una ligera señal, al menos eso percibí yo, con la que me dio permiso para atacar. Y ahí llegó el escándalo. No estaba muy segura de contártelo, nadie lo sabe, pero Chris, si no te lo cuento a ti, reviento. Puede que llevemos mucho tiempo sin vernos y que hayamos perdido algo de fluidez en nuestra amistad, pero eres la persona que mejor me ha entendido nunca, con la que más cosas he compartido y la única que puede conocer algo como esto, o por lo menos, la primera a la que me debo atrever a contárselo.
¿Has visto en la tele un anuncio en el que un chico le propone a su chica tener un hijo y ella, para apoyar su negativa, le confiesa que el problema está en que es de Urano y no de Alicante, quitándose la careta y mostrando su verdadero rostro de extraterrestre? Pues no te diré que Esteban sea de Urano, pero cuando se quitó los pantalones tuve una impresión idéntica a la que tuvo el chico del anuncio.
No, tranquila. No voy a aburrirte con una fantasmada acerca del tamaño de su polla, lo que te voy a contar suena más increíble y probablemente, qué digo probablemente, seguro que te vas a quedar de piedra.
Como suele ser habitual en mí, le quité rápidamente la camiseta y empecé a besarlo por su cuello, su estómago, sus hombros... Todo estupendo. Se recostó y fui dominando la situación. Besaba y besaba mientras él me acariciaba. Qué dulce. Sus manos no mostraban las prisas habituales de la mayoría de los hombres que conozco. Acariciaba todo mi torso sin lanzarse como un loco a mi culo o a mis tetas, aunque no los olvidaba. Sin prisas pero sin pausa, delicadamente ponía un maravilloso interés en todas las partes de mi cuerpo sin despreciar unas ni priorizar otras.
Me llevaba al séptimo cielo recorriendo mi columna vertebral desde el culo hasta el nacimiento del pelo. Dulcemente, tomándose todo el tiempo del mundo en el trayecto, sólo perturbado por mi camiseta y el incómodo y molesto broche de mi sujetador. Parecía no tener la más mínima prisa. Yo en cambio, empezaba a tenerla y me quité el top, me desabroché el sostén como seña de que así estaba bien y que todo iba como la seda.
Cariñosamente lo separó de mis tetas y bajó las correas por los brazos hasta que me lo quitó y lo arrojó al fondo de la habitación. Cayó una taza de café pero ni nos dimos mucha cuenta ni le dimos demasiada importancia, aunque creo que en esos momentos ninguno de los dos hubiéramos hecho caso, ni nos hubiera molestado ninguna circunstancia.
Ahora le tocaba a él: Se dio la vuelta, se colocó sobre mí y empezó a sustituir sus manos por sus labios. Con la misma delicadeza comenzó a recorrerme de arriba abajo y yo no pude más que dejarme hacer y limitarme a pasear mis manos, torpes manos en esos momentos, de su cuello, de su cabeza, al final de su espalda, a su culo, con leves incursiones por su pecho.
Con una habilidad impropia del género masculino que yo había conocido hasta entonces me hizo volar masajeándome los pezones mientras mordía y besuqueaba mis orejas y mi cuello. Nunca había sentido los pezones tan duros, creo que incluso me dolieron un poco. ¡Cómo me estaba poniendo! No podía ser verdad, era demasiado bonito, y yo no suelo tener tanta suerte. Y no estaba en un típico flash de enamorada obnubilada por la situación. Pero era real, lo estaba sintiendo, podía tocarlo, podía besarlo...
No podía más, algo debía estar equivocado. Y era el momento, desgraciadamente pensaba, de empezar a descubrirlo: Bajé mis manos al cierre de su pantalón y desabroché el botón. No me dejó seguir. Me sujetó con delicadeza las muñecas y las apartó de su entrepierna. Se incorporó por encima de mi cuerpo y mirándome desde la altura que le confería ese magnífico pecho, esos anchos y fornidos hombros y ese musculado cuello, ¡Dios como está!, dijo muy serio:
- “Prepárate a ver algo que nunca has imaginado. No quiero que te asustes, confía en mí, ni en tus sueños has podido ver algo igual.”
¡Joder, Esteban! No le pegaba lo más mínimo decir esas cosas. O estoy confundida desde que lo conozco, o no era él. Sí, claro, también cabía la posibilidad de que estuviera de cachondeo. A fin de cuentas, y en esto es un genio, no se toma en serio nada o casi nada y hace gracias y payasadas de cualquier cosa. No podía menos que esperar que para él, el sexo fuera también una fiesta de risas entremezcladas entre la pasión desbocada y los gemidos enfermizos.
- Vaya, campeón –titubeaba un poco, pero creo que sonó creíble- enséñame lo que estoy esperando.
Me contestó algo así como Quiero que me prometas que veas lo que veas no vas a salir corriendo y vas a dejar que te explique…
Ostias, esto era demasiado. En cuestión de décimas de segundo pasaron por mi cabeza doscientos millones de tipos de penes: inmensos, microscópicos, de colores, torcidos, atrofiados, amorfos, invisibles… Lo mismo se había operado para ser tía. A fin de cuentas, sabía perfectamente todo lo que necesitaba, como si fuera una tía sin ningún rasgo de la habitual educación machista que todas y todos hemos recibido.
- Basta, le dije (o no sé si me lo dije a mí misma) ¿A qué estas esperando? Desnúdate…
- Pero, prométemelo, me interrumpió.
- ¿El qué?¿Que no me voy a asustar?
- No, bueno… mejor te lo cuento antes…
- No me jodas, déjate de gilipolleces ya… Empezaba a resultarme molesta la situación.
- Vale, vale… Vamos a ver… A lo bruto, sin rodeos: Yo no tengo lo que cualquier hombre suele tener entre sus piernas. Bueno… Dudaba y se le veía preocupado, si estaba actuando, desde luego era de Oscar. Bueno, si lo tengo, pero no es igual…
- Ya, ya supongo ¿Crees que no he visto ninguna nunca? Son diferentes, ése es uno de sus encantos…
- No, no es eso Se empezó a sentir molesto, o al menos eso parecía ¿Crees en los duendes?
- Sí, en David el Gnomo…Realmente estaba empezando a cansarme y a sentirme incómoda.
Si hubiera tenido un aparato para medir mi grado de excitación en esos momentos, habría descendido a niveles ínfimos superado por la irritación y por la desesperación.
- Déjate de cachondeo. Quiero que me escuches con atención y no te rías de mí…
- Pero, ¿Estás en serio?...Me incorporé de la cama y fui a buscar la camiseta que andaba por ahí tirada. Cuenta, cuenta. Te escucho.
En ese momento empezó soltar por su boca una historia inverosímil como nunca había escuchado y que soy incapaz de transcribirte literal porque es sin duda la historia más increíble y extraordinaria que he oído nunca. Es más, creo que jamás leí libro ni vi película que se acerque ni de lejos a la historia que me contó.
Chris, ¡Era increíble! Ahora veo que es muy fácil que me tomes por loca, o que creas que me ha dado por probar sustancias demasiado peligrosas, pero si alguna vez te he pedido que me creas, si alguna vez has confiado ciegamente en mí, intenta multiplicar ese esfuerzo por mil y hazlo ahora.
Básicamente me contó que había pasado tiempo aficionado a llamar a teléfonos eróticos. Sigo sin comprender cómo un tío de su atractivo necesita recurrir a esas cosas. Cosas de hombres, supongo. El caso es que un buen día vio un anuncio que le llamó poderosamente la atención y, aunque se había prometido a sí mismo tiempo atrás, tras la primera factura de teléfono, no volver a llamar a ese tipo de líneas, no pudo reprimirse. Había algo que le empujaba a ello. Era en una cadena local de esas en las que a ciertas horas sólo hay anuncios de contactos y líneas 806 a las tantas de la mañana. Apareció uno con la pantalla completamente en negro donde sólo se veía el número de teléfono en letras rojas en el centro, en el que una voz sugerente le preguntaba si quería que su duende particular hiciera realidad sus deseos más íntimos. Sí, ya sé que es lo más típico del mundo, pero él sabe porqué tenía que llamar.
Y pese a habérselo jurado a sí mismo millones de veces, bajó a una cabina telefónica para evitar tener problemas con la factura y llamó.
La misma voz le propuso cumplir el sueño dorado el sueño dorado de cualquier hombre: Era su duende particular y si le indicaba su dirección completa le mandaría por correo lo que todo hombre hoy en día ansiaba poseer. Con darse una crema en su polla daría un giro radical a su vida y no sólo en el sentido sexual. Conseguiría aunar en ella la eficacia del preservativo y la potencia de la viagra, y todo ello sin tener que usar jamás ninguno de los dos.
Él, evidentemente se asustó, pero la voz era tan convincente que acabó por darle con recelo la dirección de su casa.
Días después encontró en su buzón la misteriosa crema. El caso es que segundos después de untarse toda la polla con ese mejunje, por supuesto ni se lo pensó dos veces, ni tardó más de treinta segundos en ponerse a ello, empezó a sentir un terrible dolor. No era escozor ni irritación, no era un dolor común. Tenía las características y la intensidad de la rotura de un hueso, pero claro, en la polla no hay huesos y era cuanto menos, extraño.
Corrió al baño a lavársela arrepintiéndose de la tontería que había cometido a la que no encontraba la menor explicación. Se le pasó el dolor ligeramente, empezó a sentir un ligero alivio y se vistió.
Segundos después recibió una llamada, y en el identificador del móvil salía un enigmático nombre: “Tu duende particular” ¿Cómo era posible aquello? Evidentemente él no tenía en su agenda ningún número con ese nombre, no había dado su teléfono a nadie últimamente, ni nadie sabía de su aventura telefónica…
Descolgó y la voz sensual de siempre le pidió que se desnudara y se mirara la polla. Sin saber cómo, esa voz tenía la facultad de lograr que se olvidara de todo, del dolor, de lo extraordinario de la situación, y obedeció sin más.
No podía creer lo que vio. Tuvo que mirársela varias veces: Su polla había sido sustituida por un vibrador metálico que por más que lo tocara para cerciorarse, no dejaba de tener la misma sensibilidad habitual de su antigua amiguita.
Sólo había una diferencia. Tenía un regulador que ajustaba la dureza y longitud y tenía que recibir unos cuidados similares a los de un vibrador. Eso era todo. Por lo demás, funcionaba exactamente igual que el miembro viril de cualquiera, eso sí, la sensual voz de duende se lo repitió varias veces bien claro, con la eficacia del preservativo y la potencia de la viagra…
Y Chris, ahí estaba yo, con la boca abierta, sin saber muy bien cómo reaccionar ni qué decir. No puedes ni imaginar lo que pasó por mi cabeza. Terror, pavor, incredulidad… En ningún momento atisbé el menor indicio de que Esteban estuviera de cachondeo o me estuviera soltando la trola del siglo. Era a la vez todo tan increíble pero a la vez con tantos rasgos de que no podía ser falso… Sin saber muy bien porqué, me lancé a sus pantalones y se los bajé. Le arranqué literalmente los calzoncillos y… Ahí estaba tal y como la había descrito. ¡Era cierto!
¡Dios! ¡Chris!, no sé cómo superé el shock pero lo primero que hicimos a los pocos segundos fue ponernos a follar como locos. No me preguntes cómo pude pero según él, su duende hacía que provocara ese efecto nada más que alguien viera su nuevo vibrador, o polla, o como se le quiera llamar… Yo le llamo Mazinger Z.
No estoy muy segura de cómo puedo contarte todo esto, pero me voy a vivir con Mazinger Z. Es insaciable, es el mejor amante que existe, seguro y fiable, con la eficiencia del preservativo, poderoso y contundente, con la potencia de la viagra, y me voy a vivir con él.
Creo que tengo mucho que contarte. Creo que esta carta no sirve para mucho, pero necesitaba saber que lees esto y esperar ansiosamente nuestro encuentro para poder darte más detalles.
No Chris, no me he vuelto loca. Simplemente me siento la Afrodita más afortunada que nunca conoció Mazinger Z.
Y además, adoro a Esteban.
Y a ti también, Chris.
Un abrazo, y espero tu llamada.
Besos,
Beatriz.”
Arrugué la carta indignada y se la arrojé a la cara sin siquiera mirarlo. No sabía si sentir rabia, impotencia o indignación. Cuando me giré y ví sus ojos, entendí que Esteban no sabía ni comprendía nada de lo que pasaba. Estaba absorto aplicándose vaselina en Mazinger Z.
A pesar de mi cabreo me lancé sobre él y lo hicimos. Como nunca, como dos locos en celo. “Con la eficacia del preservativo y la potencia de la viagra”
Me encanta empezar así tus cartas. A veces pienso que les da importancia. A veces creo que soy un poco tonta, pero algo de misterio y mucho de personalidad si que les da.
¿Cómo te va todo? Espero que bien. Perdona pero ya sabes que soy incapaz de empezar una carta sin estos tópicos convencionalismos. Son los resquicios que quedan de mi afición epistolar adolescente con la que espanté a tantos novios. La verdad es que me gustaría saber más de ti. Seguramente eso sea lo que me impulsa a hacerte saber de mí. ¿Llega o no llega esa Christinita? Como sigas siendo tan exigente, al final vas a tener que adoptarla. O adoptarlo, como tú prefieras.
Yo sí tengo novedades: He conocido a un chico. Bueno, ya sé que eso no es una novedad digna de mención, lo importante es que he conocido a Esteban. Sí, vale, eso de “Esteban” te puede sonar como a la que oye llover, pero Esteban es algo más. Sabes además lo reticente que estoy últimamente a escribir, sin embargo, tengo que contártelo:
Me voy a vivir con él. Voy a dar el gran paso.
Aunque no puedo decir que no se viera venir:
Primero empecé a usar sus camisetas por la mañana, luego dejé un cepillo de dientes en el vaso de su cuarto de baño y con el paso del tiempo fui convirtiendo su piso en algo cada vez más mío. Hasta que ayer me propuso que me mudara allí definitivamente y dejara de pagar el alquiler y abandonara mi triste y solitaria buhardilla. Y lo he hecho... ¡Lo he hecho!...
Suena igual que cuando me viniste ese domingo a las ocho de la mañana, me sacaste de la cama con una torpe excusa y disculpa a mis padres y me dijiste las mismas palabras: Lo he hecho... ¡Lo he hecho!... Aquella noche habías perdido la virginidad con el que parecía el chico más maravilloso del planeta Tierra y tenías que compartir tu felicidad conmigo. Yo sentí una profunda e insana envidia. Hoy te cuento que me he ido a vivir con el chico más maravilloso del planeta Tierra y mentiría si dijera que no quiero que sientas envidia. Envidia sana, pero envidia a fin de cuentas.
No estoy segura si voy a resultar muy pesada o si debo resumirte la historia. Bueno, ya veremos…
Estaba medio liada con el chico del pueblo de mis padres que ya te conté. Ya sabes cómo era aquello. Lo pasábamos bien, nos veíamos poco por la distancia, sexo esporádico y gratificante, sin comeduras de olla ni historias de compromisos mal entendidos... O sea, bien. No me presentaba la menor complicación. Por eso cuando me fui acercando a Esteban no tenía ninguna traba emocional que me perturbara. Sí, soy así de fría a veces, aunque sea una pose para vivir más cómoda. Esteban es ese chico que conoces hace tiempo con el que has coincidido poco y eso no te ha hecho ni plantearte siquiera si te atrae o no. Simplemente no había oportunidad ni sentía la necesidad. Aunque siendo sincera conmigo misma, cero que me atrajo desde la segunda o la tercera vez que coincidimos.
Circunstancias de la vida hicieron que pasara a verlo muy a menudo que nos fuéramos sintiendo cada vez más atraídos, más conectados. Circunstancias de la vida hicieron que como dos adolescentes nos besáramos un buen día en el que superamos nuestros miedos mutuos y sobrepasamos nuestro límite de afecto inconscientemente preestablecido. Una noche que no llegó a más que unos besos, pero que fue la gota que desbordó el vaso. Una noche fatal. Una noche genial pienso ahora.
Y te preguntarás, ¿Y luego qué? Eso era lo que me pasaba por la cabeza ¿Y ahora qué? ¿A qué me llevaba ese despertar de la pasión? Nos habíamos besado, así pues, me llegaba el reto. Estaba claro que los dos habíamos dado un gran paso. Nos habíamos librado de nuestra parte racional y nos abandonamos a lo que nos pedía el cuerpo y el corazón y nos liamos. Pero después, ¿Qué?. A fin de cuentas había sido un calentón de adolescentes y no pasamos de ahí, pero estábamos bastante talluditos para tonterías de púberes. ¿Qué debíamos hacer tras esos besos? ¿Qué etapas deberíamos acometer? ¿Qué debía hacer al volverlo a ver? ¿Quién daría el pistoletazo de salida? La verdad es que me preocupaba bastante. Más que eso, me aterraba ¿Y si él no sentía lo mismo que yo? No, no era muy probable, o era un gran actor. ¿Y si él tuviera las ideas muy claras y no se quisiera complicar la vida en esos momentos? Miles, qué digo miles, millones de dudas me asaltaron ese par de días que me separaron de él hasta nuestro reencuentro.
Frialdad, no podía esperar más que encontrarme frialdad, y eso es lo que había. Afortunadamente él estaba en una situación mental muy parecida, por no decir idéntica, que la mía. Tras el gélido reencuentro fue él el que consiguió meter el punzón para romper el hielo: Me invitó a tomar café en su casa con una burda excusa que ni siquiera recuerdo y todo se precipitó.
Yo me precipité sobre Esteban el momento justo en el que me hizo una ligera señal, al menos eso percibí yo, con la que me dio permiso para atacar. Y ahí llegó el escándalo. No estaba muy segura de contártelo, nadie lo sabe, pero Chris, si no te lo cuento a ti, reviento. Puede que llevemos mucho tiempo sin vernos y que hayamos perdido algo de fluidez en nuestra amistad, pero eres la persona que mejor me ha entendido nunca, con la que más cosas he compartido y la única que puede conocer algo como esto, o por lo menos, la primera a la que me debo atrever a contárselo.
¿Has visto en la tele un anuncio en el que un chico le propone a su chica tener un hijo y ella, para apoyar su negativa, le confiesa que el problema está en que es de Urano y no de Alicante, quitándose la careta y mostrando su verdadero rostro de extraterrestre? Pues no te diré que Esteban sea de Urano, pero cuando se quitó los pantalones tuve una impresión idéntica a la que tuvo el chico del anuncio.
No, tranquila. No voy a aburrirte con una fantasmada acerca del tamaño de su polla, lo que te voy a contar suena más increíble y probablemente, qué digo probablemente, seguro que te vas a quedar de piedra.
Como suele ser habitual en mí, le quité rápidamente la camiseta y empecé a besarlo por su cuello, su estómago, sus hombros... Todo estupendo. Se recostó y fui dominando la situación. Besaba y besaba mientras él me acariciaba. Qué dulce. Sus manos no mostraban las prisas habituales de la mayoría de los hombres que conozco. Acariciaba todo mi torso sin lanzarse como un loco a mi culo o a mis tetas, aunque no los olvidaba. Sin prisas pero sin pausa, delicadamente ponía un maravilloso interés en todas las partes de mi cuerpo sin despreciar unas ni priorizar otras.
Me llevaba al séptimo cielo recorriendo mi columna vertebral desde el culo hasta el nacimiento del pelo. Dulcemente, tomándose todo el tiempo del mundo en el trayecto, sólo perturbado por mi camiseta y el incómodo y molesto broche de mi sujetador. Parecía no tener la más mínima prisa. Yo en cambio, empezaba a tenerla y me quité el top, me desabroché el sostén como seña de que así estaba bien y que todo iba como la seda.
Cariñosamente lo separó de mis tetas y bajó las correas por los brazos hasta que me lo quitó y lo arrojó al fondo de la habitación. Cayó una taza de café pero ni nos dimos mucha cuenta ni le dimos demasiada importancia, aunque creo que en esos momentos ninguno de los dos hubiéramos hecho caso, ni nos hubiera molestado ninguna circunstancia.
Ahora le tocaba a él: Se dio la vuelta, se colocó sobre mí y empezó a sustituir sus manos por sus labios. Con la misma delicadeza comenzó a recorrerme de arriba abajo y yo no pude más que dejarme hacer y limitarme a pasear mis manos, torpes manos en esos momentos, de su cuello, de su cabeza, al final de su espalda, a su culo, con leves incursiones por su pecho.
Con una habilidad impropia del género masculino que yo había conocido hasta entonces me hizo volar masajeándome los pezones mientras mordía y besuqueaba mis orejas y mi cuello. Nunca había sentido los pezones tan duros, creo que incluso me dolieron un poco. ¡Cómo me estaba poniendo! No podía ser verdad, era demasiado bonito, y yo no suelo tener tanta suerte. Y no estaba en un típico flash de enamorada obnubilada por la situación. Pero era real, lo estaba sintiendo, podía tocarlo, podía besarlo...
No podía más, algo debía estar equivocado. Y era el momento, desgraciadamente pensaba, de empezar a descubrirlo: Bajé mis manos al cierre de su pantalón y desabroché el botón. No me dejó seguir. Me sujetó con delicadeza las muñecas y las apartó de su entrepierna. Se incorporó por encima de mi cuerpo y mirándome desde la altura que le confería ese magnífico pecho, esos anchos y fornidos hombros y ese musculado cuello, ¡Dios como está!, dijo muy serio:
- “Prepárate a ver algo que nunca has imaginado. No quiero que te asustes, confía en mí, ni en tus sueños has podido ver algo igual.”
¡Joder, Esteban! No le pegaba lo más mínimo decir esas cosas. O estoy confundida desde que lo conozco, o no era él. Sí, claro, también cabía la posibilidad de que estuviera de cachondeo. A fin de cuentas, y en esto es un genio, no se toma en serio nada o casi nada y hace gracias y payasadas de cualquier cosa. No podía menos que esperar que para él, el sexo fuera también una fiesta de risas entremezcladas entre la pasión desbocada y los gemidos enfermizos.
- Vaya, campeón –titubeaba un poco, pero creo que sonó creíble- enséñame lo que estoy esperando.
Me contestó algo así como Quiero que me prometas que veas lo que veas no vas a salir corriendo y vas a dejar que te explique…
Ostias, esto era demasiado. En cuestión de décimas de segundo pasaron por mi cabeza doscientos millones de tipos de penes: inmensos, microscópicos, de colores, torcidos, atrofiados, amorfos, invisibles… Lo mismo se había operado para ser tía. A fin de cuentas, sabía perfectamente todo lo que necesitaba, como si fuera una tía sin ningún rasgo de la habitual educación machista que todas y todos hemos recibido.
- Basta, le dije (o no sé si me lo dije a mí misma) ¿A qué estas esperando? Desnúdate…
- Pero, prométemelo, me interrumpió.
- ¿El qué?¿Que no me voy a asustar?
- No, bueno… mejor te lo cuento antes…
- No me jodas, déjate de gilipolleces ya… Empezaba a resultarme molesta la situación.
- Vale, vale… Vamos a ver… A lo bruto, sin rodeos: Yo no tengo lo que cualquier hombre suele tener entre sus piernas. Bueno… Dudaba y se le veía preocupado, si estaba actuando, desde luego era de Oscar. Bueno, si lo tengo, pero no es igual…
- Ya, ya supongo ¿Crees que no he visto ninguna nunca? Son diferentes, ése es uno de sus encantos…
- No, no es eso Se empezó a sentir molesto, o al menos eso parecía ¿Crees en los duendes?
- Sí, en David el Gnomo…Realmente estaba empezando a cansarme y a sentirme incómoda.
Si hubiera tenido un aparato para medir mi grado de excitación en esos momentos, habría descendido a niveles ínfimos superado por la irritación y por la desesperación.
- Déjate de cachondeo. Quiero que me escuches con atención y no te rías de mí…
- Pero, ¿Estás en serio?...Me incorporé de la cama y fui a buscar la camiseta que andaba por ahí tirada. Cuenta, cuenta. Te escucho.
En ese momento empezó soltar por su boca una historia inverosímil como nunca había escuchado y que soy incapaz de transcribirte literal porque es sin duda la historia más increíble y extraordinaria que he oído nunca. Es más, creo que jamás leí libro ni vi película que se acerque ni de lejos a la historia que me contó.
Chris, ¡Era increíble! Ahora veo que es muy fácil que me tomes por loca, o que creas que me ha dado por probar sustancias demasiado peligrosas, pero si alguna vez te he pedido que me creas, si alguna vez has confiado ciegamente en mí, intenta multiplicar ese esfuerzo por mil y hazlo ahora.
Básicamente me contó que había pasado tiempo aficionado a llamar a teléfonos eróticos. Sigo sin comprender cómo un tío de su atractivo necesita recurrir a esas cosas. Cosas de hombres, supongo. El caso es que un buen día vio un anuncio que le llamó poderosamente la atención y, aunque se había prometido a sí mismo tiempo atrás, tras la primera factura de teléfono, no volver a llamar a ese tipo de líneas, no pudo reprimirse. Había algo que le empujaba a ello. Era en una cadena local de esas en las que a ciertas horas sólo hay anuncios de contactos y líneas 806 a las tantas de la mañana. Apareció uno con la pantalla completamente en negro donde sólo se veía el número de teléfono en letras rojas en el centro, en el que una voz sugerente le preguntaba si quería que su duende particular hiciera realidad sus deseos más íntimos. Sí, ya sé que es lo más típico del mundo, pero él sabe porqué tenía que llamar.
Y pese a habérselo jurado a sí mismo millones de veces, bajó a una cabina telefónica para evitar tener problemas con la factura y llamó.
La misma voz le propuso cumplir el sueño dorado el sueño dorado de cualquier hombre: Era su duende particular y si le indicaba su dirección completa le mandaría por correo lo que todo hombre hoy en día ansiaba poseer. Con darse una crema en su polla daría un giro radical a su vida y no sólo en el sentido sexual. Conseguiría aunar en ella la eficacia del preservativo y la potencia de la viagra, y todo ello sin tener que usar jamás ninguno de los dos.
Él, evidentemente se asustó, pero la voz era tan convincente que acabó por darle con recelo la dirección de su casa.
Días después encontró en su buzón la misteriosa crema. El caso es que segundos después de untarse toda la polla con ese mejunje, por supuesto ni se lo pensó dos veces, ni tardó más de treinta segundos en ponerse a ello, empezó a sentir un terrible dolor. No era escozor ni irritación, no era un dolor común. Tenía las características y la intensidad de la rotura de un hueso, pero claro, en la polla no hay huesos y era cuanto menos, extraño.
Corrió al baño a lavársela arrepintiéndose de la tontería que había cometido a la que no encontraba la menor explicación. Se le pasó el dolor ligeramente, empezó a sentir un ligero alivio y se vistió.
Segundos después recibió una llamada, y en el identificador del móvil salía un enigmático nombre: “Tu duende particular” ¿Cómo era posible aquello? Evidentemente él no tenía en su agenda ningún número con ese nombre, no había dado su teléfono a nadie últimamente, ni nadie sabía de su aventura telefónica…
Descolgó y la voz sensual de siempre le pidió que se desnudara y se mirara la polla. Sin saber cómo, esa voz tenía la facultad de lograr que se olvidara de todo, del dolor, de lo extraordinario de la situación, y obedeció sin más.
No podía creer lo que vio. Tuvo que mirársela varias veces: Su polla había sido sustituida por un vibrador metálico que por más que lo tocara para cerciorarse, no dejaba de tener la misma sensibilidad habitual de su antigua amiguita.
Sólo había una diferencia. Tenía un regulador que ajustaba la dureza y longitud y tenía que recibir unos cuidados similares a los de un vibrador. Eso era todo. Por lo demás, funcionaba exactamente igual que el miembro viril de cualquiera, eso sí, la sensual voz de duende se lo repitió varias veces bien claro, con la eficacia del preservativo y la potencia de la viagra…
Y Chris, ahí estaba yo, con la boca abierta, sin saber muy bien cómo reaccionar ni qué decir. No puedes ni imaginar lo que pasó por mi cabeza. Terror, pavor, incredulidad… En ningún momento atisbé el menor indicio de que Esteban estuviera de cachondeo o me estuviera soltando la trola del siglo. Era a la vez todo tan increíble pero a la vez con tantos rasgos de que no podía ser falso… Sin saber muy bien porqué, me lancé a sus pantalones y se los bajé. Le arranqué literalmente los calzoncillos y… Ahí estaba tal y como la había descrito. ¡Era cierto!
¡Dios! ¡Chris!, no sé cómo superé el shock pero lo primero que hicimos a los pocos segundos fue ponernos a follar como locos. No me preguntes cómo pude pero según él, su duende hacía que provocara ese efecto nada más que alguien viera su nuevo vibrador, o polla, o como se le quiera llamar… Yo le llamo Mazinger Z.
No estoy muy segura de cómo puedo contarte todo esto, pero me voy a vivir con Mazinger Z. Es insaciable, es el mejor amante que existe, seguro y fiable, con la eficiencia del preservativo, poderoso y contundente, con la potencia de la viagra, y me voy a vivir con él.
Creo que tengo mucho que contarte. Creo que esta carta no sirve para mucho, pero necesitaba saber que lees esto y esperar ansiosamente nuestro encuentro para poder darte más detalles.
No Chris, no me he vuelto loca. Simplemente me siento la Afrodita más afortunada que nunca conoció Mazinger Z.
Y además, adoro a Esteban.
Y a ti también, Chris.
Un abrazo, y espero tu llamada.
Besos,
Beatriz.”
Arrugué la carta indignada y se la arrojé a la cara sin siquiera mirarlo. No sabía si sentir rabia, impotencia o indignación. Cuando me giré y ví sus ojos, entendí que Esteban no sabía ni comprendía nada de lo que pasaba. Estaba absorto aplicándose vaselina en Mazinger Z.
A pesar de mi cabreo me lancé sobre él y lo hicimos. Como nunca, como dos locos en celo. “Con la eficacia del preservativo y la potencia de la viagra”
NO COMMENT.
ResponderEliminarInteresante... Supongo que es una analogía femenina de aquella película de Mathew Broderick y Nicole Kidman, "Las mujeres perfectas"... bueno, no es exactamente lo mismo pero... desconcertante... Claro que... echa por tierra la utilidad del preservativo, donde haya crema... claro! por eso no ganó! Ahora todo cuadra... o no?...
ResponderEliminarPuede ser... Hace taaaaanto tiempo...
ResponderEliminarGracias por los análisis y los comentarios.