miércoles, 1 de abril de 2020

Cuentos de la cuarentena (Volumen 9): Cuéntame algo que no sepa (tenía tantas ganas como miedo).


Se besaron. 
Se besaron de esa manera que se besan dos personas que llevan mucho tiempo esperando hacerlo. Con ansia y deseo, pero con miedo. Porque llevaban mucho tiempo esperándose. Esperando los besos.

Se separaron para respirar un poco.

- ¡Uf! ¡Qué ganas tenía!
- Pues aquí estamos.
- Tenía tantas ganas como miedo.
- ¿Te doy miedo?

Sí, a él le daba miedo ella. Miedo de acercarse demasiado. Miedo a que se lo comiera entero. Porque, sin duda, ella era de esas. O eso parecía. Y ahora tenía más miedo aún. Se habían besado -por fin- y estaba a punto de cagarla por hablar demasiado. Tenía tantas ganas como miedo, era evidente. Tenía que besarla de nuevo, no le iba bien seguir conversando.



- Yo también te tenía muchas ganas.
- ¿Y por qué no me lo has dicho nunca?
- ¿Cómo te lo voy a decir? 
- ¿Por qué no?
- No me has contestado a lo de si te doy miedo.

Mierda, pensó él. Ella había vuelto a ponerse encima. Con lo que le había costado retomar la situación. 

- Tenía tantas ganas como miedo.
- Eso ya lo has dicho. Contéstame a lo que te pregunto o dime, al menos, algo que no sepa.
- ¿Seguro?
- ¡Sorpréndeme!
- Pero bésame otra vez.
- Claro...

Se besaron. Mucho. Él intentó alargar ese beso como si fuera el segundo. El primer beso se da para romper las hostilidades. El segundo siempre es mejor, más largo, más intenso... Intentaba volver a él y ella lo notaba. Tampoco a ella le disgustaba. Ella también tenía tantas ganas como miedo, pero no se lo iba a decir. Le gustaba verle inseguro con ella. Era la mejor manera de esconder su inseguridad: ponerla encima de la suya.



- ¿Y bien?
- Seguro que no sabes que en algunas zonas del ártico y Groenlandia, los esquimales tienen como tradición prestar a su pareja, para pasar la noche a quien llega de visita. 
- ¡Joder! Eso sí que no me lo esperaba. 
- Pues te iba a soltar otra peor.
- ¿Seguro?
- Sí. Pero ya da igual.
- No. Supondrás que, ahora, vas a tener que decírmela o volvemos a lo de que te doy miedo.
- En algunas tribus de Papúa Nueva Guinea, los jóvenes deben practicar sexo oral a los ancianos y beberse el semen para poder tener relaciones con las mujeres. 
- Pero, ¿a ti qué te pasa? ¿Te acabas de leer un National Geographic de costumbres sexuales por el mundo.
- No. Lo mismo luego te cuento por qué sé todo eso.
- No sé si quiero saberlo.
- Mejor.

De repente, con la tontería, la situación había dado un vuelco espectacular. En aquel momento ella empezó a mostrar su miedo y él, sin saber cómo, se empezó a sentir más fuerte. Todo era irreal porque los dos seguían teniendo tantas ganas como miedo, pero cambiaron sus posiciones.

- Después de esto ya no sé de qué más podemos hablar.
- Pues no hablamos. Tenemos la boca ocupada.
- Eso queda muy feo decirlo, lo sabes, ¿verdad?
- Sí, me he dado cuenta.
- Pero tienes razón. Aunque no me importaría que...
- Las mujeres kung del desierto del Kalahari tienen relaciones sexuales entre ellas antes de mantener sexo con los hombres.
- ¡Pero, tío! 
- Es broma...
- ¿Es broma? ¿Te lo acabas de inventar?
- No, el dato es cierto. Lo que es broma es habértelo dicho.
- Pues, no sé...
- Si quieres lo remato.
- No sé si quiero.
- Mejor.
- No, venga, ahora remata...
- Los semai, en Malasia, no pueden rechazar el sexo cuando se lo ofrecen. Es motivo de mala suerte decir que no a un coito.

Y todo cuadró. 
Sin saber muy bien cómo, los dos entendieron que podía dar mala suerte renunciar a acostarse juntos. Como si fueran semais. Los dos querían y los dos se ofrecían. Se dieron cuenta de que mejor no lo podrían hacer y que cualquier cosa que se dijeran podría joder el coito que tanto ansiaban. Que tantas ganas como miedo tenían de hacerlo los dos.



Cuando llegaron a la cama recuperaron el ansia y el fulgor del segundo beso. Se desnudaban torpemente. Como dos adolescentes que lo hacen por primera vez. A fin de cuentas, era la primera vez que se encontraban los dos, que se tenían tantas ganas como miedo. Hasta que llegaron a los calcetines. Entonces, ella, que no se había dado cuenta de las ganas que tenía -aparte de follar con él- de devolverle algún dato, no se pudo aguantar y se lo soltó.

- Seguro que no sabes que, es un hecho constatado científicamente, eres más propicio a experimentar un orgasmo si tienes los pies calientes.
- Lo sé. Pero soy incapaz de meterme en una cama con los calcetines puestos.

Y no volvieron a hablar más. 
Los dos tenían tantas ganas como miedo...





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