Érase una vez, por aquellos tiempos, cuando el tiempo pasaba de manera extraña y todas nos sentíamos un poco raras, una persona que se asomó a la ventana.
Y se fijó en la ventana de al lado.
¿Qué tal?, le dijo a su vecina.
Bien, aquí andamos, ¿y tú? ¿Cómo lo llevas?, le respondió sin mirarla.
Bien, gracias, respondió girando la cabeza.
Se entró para dentro y cerró la ventana.
Pensó en qué hacer ahora.
No le apetecía volver a sacar la cabeza, de nuevo, al mundo exterior.
¿Qué pasará mañana?
¿Y pasado?
¿Y el mes que viene?
Se tumbó la cama y se dio cuenta de que nada podía hacer, salvo estar bien.
Pero, ¿cómo podía estar bien si ni siquiera podía hablar de manera normal con su vecina?
Pues estando bien, como siempre.
¿Qué es estar bien?
No esperar mucho, se dijo.
Pero no se escuchó.
Se dijo que estaba viviendo algo único y diferente, que nada sabía de aquello y mucho menos de lo que estaba por venir.
Fuera lo que fuera.
¿Qué hacer?
Afrontar la vida.
Sin más.
Y se enfrentó a las cuestiones cotidianas de su vida desde una perspectiva homeópata.
Al día siguiente sería otro día.
Pero tampoco lo iba a pensar demasiado...
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