domingo, 14 de diciembre de 2014

Tercer final alternativo




Llegó el momento de sacar la versión de su vida en DVD con extras y montaje del director. Intentó incluir sus mejores y más atinados comentarios para acompañar las más inexplicables y crípticas escenas de su existencia. Pero tras meses de preparación, de selección de mejores escenas, de tomas falsas y planos desechados, descubrió que el problema iba a llegar con la duda de si mostrar o no los diversos finales que iba a poner en su vida que deberían ir incluidos en el DVD. Incluso en el Blue Ray, pero eso ya no le quitaba tanto el sueño.

En el tercer final alternativo el protagonista viaja en el tiempo hasta el momento de su nacimiento, y una vez dentro del vientre de su madre se suicida estrangulándose a sí mismo con su propio cordón umbilical, antes incluso de llegar a este mundo.





Toda su película, si incluía este final alternativo, dejaría de tener sentido. Y por ende (No Michael) su vida habría sido una farsa inexistente. Sobre todo inexistente. Tan inexistente como lo era en aquel momento en el que nadie se acordaba de él, Y él sabía, siempre lo había sabido, incluso en los mejores tiempos ya muy lejanos, que si nadie se acuerda de uno es como si ese uno no existiera.

Olvidó todo aquello y después de asomarse una vez mas a la ventana de su habitación que no daba a ninguna parte salvo cuando intentaba dormir que se convertía en un palco no insonorizado de un circuito de carreras de Fórmula 1, sacó su viejo bloc de notas y se puso a escribir una reseña de su momento actual que pudiera definir lo que había sido la película de su vida. 



“Abandono el sexo compartido por la masturbación. Aunque fantasee constantemente en conquistas y orgías. El mero hecho de pensar en entablar una relación con alguien me provoca el mayor de los fracasos amorosos conmigo mismo. No me acerco a las chicas aunque piense –e incluso esté seguro- que están esperando a alguien como yo. El mundo sería un lugar más sano si nadie esperara a nadie como yo. Me masturbo incluso después de rechazar una buena proposición de sexo compartido. El mero hecho de masturbarme me hunde una y otra vez en mí interior. Hasta se podría pensar que eyaculo para dentro si no fuera porque uno de los pocos rasgos que presento de ser humano es que aún me corro -casi- a voluntad. Llegará el día en que ni eso lo controle y descubriré que estoy finalmente seco. Seco y podrido. Podrido de malestar. De estar mal sin hacer nada por siquiera estar. La necesidad de desaparecer me lleva hacia los demonios, y ni ellos me hacen reaccionar. Veo pasar los días como las horas. Y las horas hace algún tiempo me empezaron a parecer bastante más cortas que veintitantos minutos. Los minutos no existen. Basta con ver que un reloj pone que faltan trece minutos para las dos cuando en el de la muñeca faltan quince y en el despertador diez. Ese intervalo de minutos está perdido. Después de mirar la hora del despertador, ya nunca volverán a falta trece minutos para las dos. Es imposible, cuando hay algún sitio en el que sólo faltan diez y mi mente ya se va a menos cinco.”
 


Arrancó la hoja y cerró el bloc de notas. Mascó con desgana un chicle que, según leyó en el envase, debía saber a fresa ácida. Cuando su mandíbula empezó a dar muestras de rebeldía laboral y su mente se había cansado ya responder a los estímulos de sus papilas gustativas con un NO rotundo a la pretensión de que aquel inexistente sabor fuera fresa ácida, se sacó el chicle de la boca y con él pegó en la pared la hoja.




Se sintió satisfecho. Casi tanto como cuando se acordaban de él. Tanto, que se masturbó una vez más reafirmando su felicidad por lo acertado de su idea de abandonar el sexo compartido. Pero recordó que todo aquello no tenía mucho sentido si el final de todo regresaba al presente porque no hay nada que hacer cuando la vida te recuerda que has hecho mal su montaje.

En el tercer final alternativo el protagonista viaja en el tiempo hasta el momento de su nacimiento, y una vez dentro del vientre de su madre se suicida estrangulándose a sí mismo con su propio cordón umbilical, antes incluso de llegar a este mundo.
 







miércoles, 12 de noviembre de 2014

Cara o cruz


Cogió la moneda sabiendo que todo se jugaría a cara o cruz. Le gustó el simbolismo y el momento de todo o nada, más que el de doble o mitad que, aunque lo parezca o lo sugieran, no es ni de lejos lo mismo. Cara o cruz. La moneda. Se acercó a la barra y se dispuso a dársela a aquella camarera que no sabía nada del tema. Para aquella camarera el conflicto de cara o cruz de una moneda no tiene el menor interés porque ella cobra en billetes. En billetes de dinero negro, pero billetes a fin de cuentas. Y su único cara o cruz es saber si todos los billetes que le corresponden cada noche van a llegar en su número correcto o mayor (solía cobrar más cuando la noche iba bien, el jefe estaba contento y ella iba deliciosamente vestida para el regocijo de la clientela) o la farlopa de la que todos están manchados iba a hacer que llegara a casa con menos de lo previsto. Y su cara bonita se convertiría en cruz al mirarse en el espejo al día siguiente con la mitad izquierda del cerebro gritando y recordando que meterse tanto se cobraba sus facturas con pagarés a pocas horas vista.



La moneda, la barra, la camarera que esperaba el pago. El cara o cruz en la mano. ¿Y si el destino de la humanidad o del mundo tal y como lo conocemos estuviera en aquella moneda y en el azar de la cara o la cruz? Su mundo seguro. Tal y como él lo conocía. Estaba todo pendiente de aquella moneda y de aquel cara o cruz.
Ni la camarera, ni nadie de aquel local sabían lo importante de aquella moneda y de aquel cara o cruz. Porque a ellos, seguro que no les afectaba. Pero el mundo estaba a punto de cambiar...


B.S.O.: "A cara o cruz" (Radio Futura)





viernes, 7 de noviembre de 2014

Diana tendrá éxito algún día





Diana es especial. No ese especial que se dice peyorativamente de muchísimas chicas, sino una persona realmente especial. Es una triunfadora sin triunfo, aunque lo que ha conseguido en las cosas que realmente le han interesado y ha hecho en su vida serían un éxito para una gran mayoría de los mortales.
Es una mujer de la que se podría escribir ya, a su edad, una bonita e interesante biografía. Sobre todo interesante. Y eso es lo mejor que se puede decir de alguien para poder escribir su biografía. Interés. Que mucha gente pudiera ver su vida en unas líneas sin conocerla y tuviera deseos de devorar esas líneas, de meterse en esa vida, de acaparar esa personalidad, ese movimiento por el mundo al que llamamos vida.
Quizás para algunos fuera una biografía como otra cualquiera. Realmente, todas las biografías tienen un interés limitado al interés que te despierte el personaje biografiado. Nos acercamos a las biografías por conocimiento hacia el personaje. Nadie se plantea leer así por las buenas la biografía de un pastor de Kazajistán porque puede que no sepa ni dónde está Kazajistán y haya que repetirle segundos después eso de Ka-za-jis-tán. Puede que la leyera si la escribe su escritor favorito o si está estudiando el pastoreo de esa zona del mundo, pero lo lógico es que ni sepa que existe ese libro como no sabía que había pastores en Kazajistán o lo que sea que le hayan dicho.
Ese es el quid de la cuestión: Diana era una persona poco conocida para el gran público. No se sabía de su existencia más allá de un círculo -muy grande comparado con el habitual de casi todo el mundo- que tenía diversas visiones de su vida. Diana no era famosa, aunque ella siempre pensó que lo sería muy pronto. Aunque algunos pensemos que lo llegará a ser algún día. Pero en ese círculo, mucha gente ni se imagina que Diana tiene dentro de sí una gran, amena, excitante y maravillosa biografía por la que muchos famosos matarían.



Conocí una vez a un tipo que decía ser biógrafo. Era un conocido de otro conocido, amigo de alguien, o algo por el estilo. Vamos, que no era una persona a la que yo fuera a escuchar mucho ni dar pábulo a sus palabras, pero las veces que coincidí con él parecía tener muy claro a qué se dedicaba y qué significaba lo que hacía.
Llevaba un tiempo dedicado a ganarse la vida escribiendo cosas por encargo. Lo mejor de su trabajo eran las biografías. No le daban mucho trabajo, bastaba con acercarse todo lo posible a la persona que le hacía el encargo y preguntar, preguntar, preguntar. Siempre le gustó preguntar. Decía que era una manera muy fácil de evitar que su mente hiciera elucubraciones inútiles porque lo que necesitas saber te lo dicen. Había casos en los que le encargaban la biografía de un muerto y la labor era aún más fácil porque bastaba con investigar en cartas y documentos, en espacios que haya dejado vacíos el finado (¡Cómo me ha gustado siempre esta palabra!) para encontrar algo de interés que contar, además de ir modelando a su antojo todo lo que le cuente la gente que lo conoció en vida. Esas tareas no caen por la falta de inspiración nunca, que parece que fue lo que le colocó en el mundo de las biografías y su carrera literaria no echó a volar nunca. Estaba feliz porque le bastaba con modelar los acontecimientos de manera elogiosa con el biografiado para que todo el mundo estuviera contento.
Yo podría escribir una biografía de Diana, lo sé. De acuerdo a lo que me contó aquel biógrafo, parecía fácil e incluso entretenido. Y de entretenido, Diana lo tenía todo.
Pero yo tengo un problema que pocas veces se valoran en la elaboración de biografías: No sé escribir.
Aunque sepa mucho de Diana. Me encantaría que me encargaran su biografía y saber más y más de ella. Convertirme en una entendida en su materia, en su figura, y cuando llegue a ser grande y conocida, ganarme la vida aportando mi visión de experta en ella. O simplemente, forrarme contando una gran historia. Su historia. La que tiene y que está por escribir.
Cuando la besé por primera vez lo supe. Ella era de esa clase de chicas que cantaba un tipo de canciones que sólo puedes escucharlas en francés . Se lo dije. Podría ser un título maravilloso para su biografía.
Pero no sé escribir...




jueves, 30 de octubre de 2014

5



Hoy es nuestro aniversario.
Hoy se cumplen cinco años de esta locura que no iba a llevar a ningún lado cuando empezamos y que tampoco parece que lleve a ningún sitio. 

Pero son CINCO años ya. 





Hay muchas maneras de celebrar esto. 
Pero este año sólo toca decir 
MUCHAS GRACIAS 
por permitirlo. 

Besitos para ellos y abrazos para ellas.

Habrá que emborracharse (Más).




martes, 28 de octubre de 2014

300 historias (O similar)


Este es el post 300 desde que empezó cabezadeavestruz. Llega en la temporada más baja de producción y cuando salen historias con cuentagotas. Much@s preguntan si nos quedamos sin ideas o si vamos a cerrar. La verdad es que no hay respuestas al respecto. Pero lo que es verdad es que no son “much@s”, que es una manera de hablar. 
  


300 historias (o algo así) a dos días de cumplir cinco años. 300 dan una media de 60 al año, a 5 mensuales. No está mal. Pero es una media, como todas, bastante irreal. Bien es cierto que es una media que baja notablemente porque en el último año de vida de cabezadeavestruz este será el post 14 cuando en los anteriores fueron 53 y de 73... La publicación en otros medios, la vida disoluta, el preocupante inicio de artrosis en los dedos de ambas manos por forzarlos en prácticas ajenas al teclado del ordenador o que gran parte de los textos (aunque alguno haya sido publicado por aquí) se conciban como parte de una novela que parece que no llega nunca, han dado como resultado este pírrico marcador. 

En cualquier caso, nos congratula que cuando menos publicamos, más visitas tenemos. La página de facebook tiene un tráfico inimaginable hace un año o dos, aunque no acabe desembocando aquí. Parece que la mayoría preferís el impacto visual y el texto corto a pinchar un enlace sin saber qué va a aparecer. No os culpamos. Es lo normal en estos tiempos de inmediatez y de redes sociales. 

A pesar de (o gracias a) ello, el día 30 acaba una época y empieza otra. Llega el año 54 D.D. (Después de Diego) y debe empezar cabezadeavestruz 6.0. Veremos a ver...



De momento, nos quedaremos escuchando la música que ha pasado por aquí este quinto año que, como no podía ser de otra manera, es mucha menos que los años precedentes.

Salud y gracias. Besitos para ellos y abrazos para ellas.

Nos vemos (O no).

viernes, 24 de octubre de 2014

Dance me to the end of love




Nunca quise llegar a este punto. Al menos de manera consciente no lo recuerdo. Por supuesto que hay algo mágico, que atrae y que fascina. Pero en la historia de la vida de cualquier persona, este punto debería quedar reservado para verlo en alguna película, no para vivirlo en primera persona.

La sublimación del amor cuando llega la muerte. O morir por amor. Pero morir porque el amor alcanzado es a lo más alto donde se puede subir. Acostumbrados estamos a escuchar que alguien muere por amor pero de manera muy negativa y sentimos lástima por la persona fallecida. Yo nunca debí llegar a asumir que tras la belleza más inmensa sólo cabía la muerte porque no podría soportar después de aquello seguir vivo sin volver a sentirlo. Porque sentirlo otra vez, sería imposible.

¿Se puede sentir la plenitud, la belleza o la sublimación de todo cuando llega la hora de acabar, de morir?

¿El momento más bello puede ser el que precede al final de todo?



Leonard Cohen, escribió “Dance me to the end of love” cuando tuvo el conocimiento de que en algunos campos de concentración durante el Holocausto nazi, junto a los crematorios, se hacía tocar música clásica a ciertos presos mientras sus compañeros eran exterminados. Explicaba Cohen, que “el verso ‘Llévame bailando hasta tu belleza con un violín en llamas’ alude a la belleza de la consumación de la vida al final de la existencia y al apasionado elemento de la consumación. Pero es el mismo lenguaje que usamos cuando nos rendimos al enamoramiento, de ahí la canción (…) no importa que todo el mundo conozca la génesis de la canción, porque si el lenguaje viene de ese recurso apasionado, éste será capaz de abarcar cualquiera actividad apasionada”. Se inspiró en un momento hermoso, un rasgo de belleza previo al final de todo, una hermosa flor que surge en medio de los peores momentos de una de las mayores mierdas de la historia de la humanidad.

La historia no escrita de mi vida es un camino en el que nunca he sabido bien dónde ir, pero en el que he estado completamente seguro de hacia quién. Como no está escrita tampoco he sabido nunca usarla. Usarla como a mí me hubiera gustado o cómo el mundo hubiera necesitado. Y de ahí el sufrimiento. No saber dónde ir, pero sí hacia quién.

Cuando empezaron a sonar los acordes y el lala lalalala lalalala lalaláde las coristas supe que era el momento. De tenderte la mano, agarrar la tuya y acercar tu cuerpo al mío para mecernos al compás de una de las más bellas canciones jamás escritas para que dos cuerpos se dejen llevar y se hagan uno bajo el influjo de la música. “Dance me to your beauty with a burning violin” y así hasta que me lleves contigo hasta el final del amor. El único final posible. Aunque no hayamos tenido ningún inicio que merezca la pena reseñar. A pesar que gran parte de mi vida es la historia de ese amor.

Se puede sentir el momento más bello cuando es imposible caer más bajo en la mierda simplemente porque sabes que se va a acabar. Hubo un tiempo en el que ella me quería como a nada en este mundo. O así lo sentía yo. Era el momento en el que supe que cada día estaba más fuerte para afrontar mi pasado. Lo que nunca supe era que afrontar mi pasado y con ello llegar al culmen de mi vida en el presente, implicaría no tener más futuro que ninguno. Por eso gocé como nunca bailando Dance me to the end of love a la vez que me estremecía saber que cuando llegara el último acorde tendríamos que separar nuestros cuerpos y todo habría acabado para siempre. Al menos para mi cuerpo.

La historia que escuchó Leonard Cohen sobre los cuartetos de cuerda que estaban obligados a tocar en algunos campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, mientras los prisioneros entraban a los hornos crematorios dio origen a que un día escribiera “Dance me to the end of love”. Una canción o un poema no es más bello o mejor porque sepamos de dónde viene o qué lo inspiró, pero nos da pistas que hace que lo podamos sentir más o menos. Aquella frase, "dance me to your beauty with a burning violin" refiriéndose a la belleza de la consumación de la vida, al término de esta existencia y al elemento pasional en esa consumación.




Leonard Cohen nunca conoció a Diana. Tampoco tiene la mayor importancia. Creo que nadie conoció ni conocerá a Diana como yo lo he hecho. Conociéndome a mí mismo a su lado. Por eso toda nuestra historia llega a culminarse aquel día que bailamos “Dance me to the end of love” sin saber qué día era, ni qué estábamos haciendo más allá de comulgar una primera, última y perfecta e irrepetible vez. De una vez y para siempre. Siempre que ya será nunca. Porque yo no puedo seguir queriendo más de lo que ya lo he hecho. Y ya no hay nada más allá.

Reconozco en ese baile lo único que tiene sentido. Lo único a lo que puedo aferrarme. Todo en mi vida ha sido y es provisional. Todo es pasajero. Nunca considero que lo que hago o vivo sea definitivo porque si no tendría que afrontar el hecho de que no hay nada más. Todo salvo ese baile. Salvo bailar con ella “Dance me to the end of love”. 

"Baila conmigo hasta el fin del amor. Oh, déjame ver tu belleza cuando los testigos se hayan ido.” 

Aunque sepa que te pone, como a muchas otras, tener espectadores mientras nos amamos. Eso no tiene importancia. Cuando suena la canción y tu cuerpo y el mío son la misma cosa, entregada a bailar hasta el fin del amor. Hasta el final de todo.

Diana algún día creerá entender todo esto. Ahora no es importante. La vida sigue y el futuro existe cuando el presente deja que pensemos en él. Yo ya no estoy. Ha acabado la canción. Nada tiene sentido ya, al final del amor. Al que hemos llegado bailando siendo uno.


Y al que no volveremos jamás.

Porque ya no voy a estar.




B.S.O.: Dance me to the end of love (Leonard Cohen)

 

miércoles, 8 de octubre de 2014

Paseos en torno al abrazo mal usado




En ocasiones paseo esperando cruzarme con alguien. No lo reconozco en público, pero el rumbo que emprenden mis pies es dubitativo y cansino, y sólo buscan un encuentro inesperado. Aunque si van buscando algo y lo encuentran, eso no lo debería calificar de inesperado en el caso de ocurrir, sino de deseado, o algo así.

Cuando paseo pienso cosas absurdas mientras consigo cruzarme con alguien. Aquellos días me había dado por analizar qué sería de la vida de las perchas en verano. Cuando no tuvieran que estar en primera línea de armario vestidas con chaquetas y abrigos que ir sujetando y dejando de sujetar. Y recordé cuántos de mis abrigos no habían estado nunca entre mi piel y la tuya en algún abrazo de los que me dan la vida.



Dejé de pasear. Dejé de pensar. Recordé los abrazos. Y supe que no sabía qué eran.

También recordé el día en el que me propuse no usar tanto palabras como “recordé” en todo lo que cuento pero rápidamente sentí cómo lo olvidé. Y recordé cómo olvidé tiempo atrás uno de los proyectos más importantes que tuve en mi vida. Una de las cosas que le daban sentido y que de haberlas tenido presente no me hubieran llevado a pasear tanto sin rumbo esperando tener algún encuentro inesperado – fortuito – deseado con alguien. El proyecto que daría sentido a mi existencia y que cambiaría la historia de la humanidad para siempre. Aquello que olvidé mientras me recordaba no usar tanto palabras como “recordé”: La fórmula química que da sentido al abrazo. Conseguir el elixir definitivo que definiera para siempre cómo, cuándo y por qué tenía razón de ser y era un abrazo.

Aturullado por esos pensamientos no recordé que iba paseando sin rumbo como tantas otras veces y me abracé sin pensarlo mucho con la primera persona que se cruzó en mi camino. Un abrazo sostenido, sentido y casi mágico. De aquellos que quería sintetizar para siempre en alguna fórmula química que pudiera vender a alguna farmacéutica para hacerme asquerosamente rico y para cambiar la historia de la humanidad. Pero, sobre todo, para hacerme asquerosamente rico.

Una vez que me repuse de la patada en los huevos que me tiró al suelo y de las siguientes patadas en los riñones que me propinó ese desconocido que a gritos se zafó de mi maravilloso abrazo de aquella extraña y desmesurada manera, recordé que los verdaderos abrazos hay que medirlos y que no se pueden ir dando a cualquiera. Aproveché que en la refriega había conseguido robarle el móvil y desde él busqué en la wikipedia que todo lo sabe, la definición de abrazo. Por aquello de partir de una base. Porque en todo, como en las pizzas más sencillas, hay que partir de una base:

“El abrazo es una muestra de amor o saludo, realizado al rodear con los brazos (ya sea por encima del cuello o por debajo de las axilas) a la persona a la que es brindado dicho gesto, realizando una ligera presión o constricción con estos al acabar y siendo este de duración variable.
Generalmente, el abrazo indica afecto hacia la persona que lo recibe, aunque según qué contextos, puede tener un significado más parecido a la condolencia o consuelo.”
 


Usé el mismo móvil para llamarte sabiendo que al ser un número desconocido no tendrías la tentación de no contestar la llamada como hacías cuando en tu pantalla salía el mío memorizado.

- ¿Quién es?
- Soy yo.

Tras un silencio incómodo y unas penosas pero efectivas súplicas para que no colgaras te propuse que formaras parte de mi proyecto. Del único proyecto que ha tenido sentido en mi vida, más allá que quererte como a nada en este mundo, y complicarte la vida por no saber hacerlo, como nadie en tu mundo.

- ¿Qué es para ti un abrazo?
- ¿Estás tonto?
- No. Hablo completamente en serio. Quiero saber qué es para ti un abrazo.
- ¿Cómo crees que voy a poder decirte algo así como así?
- ¿Necesitas inspiración? ¿No recuerdas cómo eran nuestros abrazos?
- Siempre lo recordaré y lo sabes. Pero ese no es el caso.
- Espera. Quizás necesites algo de ambiente.

Acerqué mi móvil al auricular mientras reproducía “Hold me in your arms” de Helloween.
- ¿Estás ambientando la conversación con una balada heavy?
- Sí. Es la única canción de abrazos que tengo en el móvil.
- ¿No sabes que no me gusta el heavy?
- Sí, pero esto es una balada.
- Y ahora me vendrás con lo de que los heavys hacen las mejores baladas y alguna de esas cosas que repites como si fueran ciertas a todas horas cuando no se te ocurre nada interesante con lo que apoyar algún razonamiento.
- ¿Yo hago eso? ¿Con qué?
- Por ejemplo: Si alguien dice que no es derechas ni de izquierdas, es de derechas; las bebidas blancas dejan más resaca; cualquier película es peor que el libro; si a alguien le preguntas por su libro favorito y te dice Paulo Coelho o por su música favorita y te dice Queen, ni lee ni escucha música habitualmente... ¿Sigo?
- No. Es suficiente.

Busqué en el móvil ajeno que había conseguido tras el abrazo interrumpido por la paliza algo con lo que ambientar la conversación. Encontré un archivo de bandas sonoras de Alberto Iglesias. Me pareció lo ideal.

- ¿Así mejor?
- Lo que suena, ¿No es la banda sonora de “Los abrazos rotos”?

Metí la pata. Como tantas otras veces. Traté de acercarme al abrazo ideal creando ambiente con “Los abrazos rotos” después de haber comenzado por Helloween. Quizás fuera una señal.



Pensé qué era realmente un abrazo. Qué era para mí. Quizás así llegaría a sacar la fórmula mágica. ¿Qué son los abrazos? ¿Para qué sirven realmente?

Y me descubrí abrazándote para decir todas las cosas que de otra manera no dije.
Me encontré abrazándote para hacer las cosas que no hice.
Me vi abrazándote para atravesar mundos. Para romper paredes.

Siempre supe abrazar con tanta fuerza para que el dolor físico que se provoca al hacerlo haga olvidar cualquier otro que exista sin ese abrazo.

Abrazarse como círculo vicioso. Porque es un contenedor de sentimientos. Abrazar para que mi cuerpo diga lo que nunca supe decir con palabras.

Y hacerlo eterno. No terminarlo nunca. Para que cuando llegue el momento de separarse en el abrazo, ese momento en el que ninguno quiere desprenderse del otro por miedo a que todo haya acabado para siempre, sepamos que el miedo da valor a todo lo que ha transmitido y transmitirá para siempre ese abrazo.

Sonó el teléfono. El mío. Y era ella.

- ¿Dónde estabas? ¿Por qué has dejado la conversación a medias?
- Estaba equivocado. Los abrazos son míos. Y tuyos. Pero de nadie más. Nadie puede abrazar nunca como yo lo hago contigo.
- Muy bien, pero no es eso lo que quería escuchar.
- No te lo he dicho para que escucharas algo bonito. Es lo que siento y ahora sé. Aunque tú lo puedas ver de manera diferente.
- He encontrado la canción para que sigamos hablando de ello.
- ¿Cuál?
- “Abrázame”.
- ¿La de Julio Iglesias?
- La de Iván Ferreiro.
- Es la misma.
- Pues vale. No lo sabía.
- En cualquier caso, no sirven.
- ¿Por qué?
- Porque es una canción muy triste y desgarrada.
- ¿Seguro? “Abrázame, y no me digas nada, sólo abrázame...”
- “Me basta tu mirada para comprender
que tú te iras...”
- ¿Por qué ves siempre lo malo? “Abrázame como si fuera ahora la primera vez...”
- “Como si me quisieras hoy igual que ayer...”
- Siempre quieres ir más allá. Siempre tienes que mirar más allá. Relájate, quédate con el abrazo, no busques qué pasará después, quizás no lo tengas que escuchar.



Y descubrí que la composición química del abrazo era precisamente esa. No buscar más que el mismo abrazo. Y me quedé con ganas de gritar al teléfono lo que no podía hacer con un abrazo. Que abrazarte siempre será suficiente para que no tenga que mover mis labios y decir algo incorrecto que no estén diciendo nuestros cuerpos conectados de manera mágica. Que no tenga que moverlos más allá que para besar los tuyos y hacer que el abrazo sea único e inolvidable.





B.S.O. I: Hold me in your arms (Helloween)
B.S.O. II: Los Abrazos Rotos (Alberto Iglesias)
B.S.O. III: Abrázame (Julio Iglesias)
B.S.O. IV: Abrázame (Iván Ferreiro)



miércoles, 3 de septiembre de 2014

Microrrelatos sin pudor (Volumen 35): De sueños y de ti




Se me caen los párpados, dijo él mientras emitía un bostezo digno del mejor espectador de Bergman.

Será que tienes sueño, dijo ella mientras le tomaba la cara entre sus manos y pensaba que quizás se aburría a su lado.

No creo. He dormido mucho. Seguramente tenga ganas de soñar.
¿Con qué?
Contigo
Para eso no necesitas dormir.

Y tras decir eso, se fundieron en somnoliento y soñador abrazo. El sonrió y en su cara la luna se hizo con la forma de alegría de su boca. Ella quiso besarlo y se meció en el cuarto creciente.
Durmieron como nunca y soñaron como siempre.





jueves, 3 de julio de 2014

Lo peor de no usar corbata habitualmente es no poder usarla para atar tus manos cuando quiero follarte


Mi vida está llena de frustraciones. Algunas reversibles cual camisetas de tres al cuarto. Otras irremediables como las limitaciones físicas derivadas de la edad o estados carenciales del organismo. Pero las más duras, por lo estúpido de su explicación o lo anormal de su causalidad, son las que provienen de cuestiones estéticas. El no follar por no gustar. El no ser nadie por no tener un cuerpo diez. El ser despreciado por vestir diferente. El no poder atar tus manos con una corbata para follarte porque nunca uso corbata.

La ausencia de corbata en mi modo de vestir da un toque desenfadado a mi estilo. Proporciona libertad a mi cuello y mi garganta. Me impide trabajar en ciertas empresas, despachos e incluso en organismos oficiales. Pero lo más duro de no usarla es no poder atarte las manos para follar contigo.
   




A pesar de ello, me levanto de la cama y le digo “buen día” al mundo con la ilusión de que antes de llegar la noche todas estas cosas que me pasan por no llevar corbata sean intrascendentes y consiga que te abalances sobre mí en cualquier momento y me asfixies con lo primero que tengas a mano. Y la ilusión me llega hasta que en la noche cierro los ojos buscando un nuevo día sintiendo el agobio extraño en la garganta que me oprime como si usara corbata a la manera en la que alguien siente como le pica un miembro amputado. A pesar de ello, el “buen día” deposita todas sus esperanzas en la noche, que es cuando más cerca estamos la una del otro, porque es el momento en el que más posibilidades hay de caer juntos y desnudos en la cama. Cuando ya no importen las corbatas y el silencio de lo que nos rodee se haya convertido en oscuridad cómplice.

En ocasiones creo que lo pienso todo demasiado y eso hace que te vayas de mi lado sin ni siquiera dar importancia a que lo peor de no usar corbata habitualmente sea no poder usarla para atarte las manos cuando quiero follarte.

En el fondo no es más que una más de mis imposturas estéticas. Solo quiero despertar y tras el “buen día” ver que una vez más los periódicos mienten sobre mí: "Él no era una persona normal ni saludaba siempre a todos sus vecinos".

 Llevara o no llevara corbata...





jueves, 19 de junio de 2014

Tener derecho a soñar



No tienes derecho. No te has hecho merecedor de ellos. Creo que Octavio Paz dijo algo al respecto, pero soy muy malo para las citas. Vendría al pelo ahora mismo porque era algo como lo que te estoy intentando decir sólo que en boca de un Premio Nobel. No tienes derecho a tus sueños, tienes que ganártelos. Nadie tiene derecho a soñar lo que quiere, tiene que merecerlo. Y tú nunca has merecido ni la cuarta parte de lo que sueñas desde que te conozco. Merece lo que sueñas.

Y en esas cosas estaba cuando me lo crucé por la calle. Era un chico transparente. Al menos, a mí así me lo parecía. Tanto que podía ver con claridad lo que pensaba en cada momento. Como ese rollo de los sueños y tener o no derecho a ellos. Igual que aquel día en el que paseamos por los grandes almacenes y no podía evitar comparar mi escote con el de todas y cada una las dependientas que nos salían al paso, y sentirse culpable por ello. En momentos así, sólo lo miro y disfruto. Él sabe que yo puedo ver sus pensamientos pero sospecho que no lo hablamos para poder seguir actuando como si yo no lo viera y así poder decirme cosas que no se atreve a expresar en voz alta. Incluso cuando no piensa en nada, está pensando en algo que me parece muy interesante. 




Pensaba en estampas de santos con restos de cocaína. Pensó que el mundo sería un lugar mejor si él no hubiera existido, pero en ese momento lo besé para que se le pasara rápidamente. Pensamientos como pollas en películas de porno alemán de los setenta por doquier, o espárragos y setas tras la temporada de lluvia. Pensaba en si serían sensuales mis movimientos acariciando la pared para encontrar el interruptor de la luz al entrar en casa a oscuras. Pensaba en todo cuando tocaba nada, y en nada cuando todo estaba por pensar. Pero, sobre todo, pensó en mí. Una vez más. El momento de los sueños y el derecho a soñar.

- ¿En qué piensas que me miras muy serio? -le pregunté aún sabiendo que no me respondería con sinceridad. 
- En poca cosa, tengo la cabeza en las oposiciones. 


Me gustó la ocurrencia y decidí seguirle el juego para ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar y porque adoraba su capacidad para mentirme. Es raro que alguien pueda adorar que alguien le mienta, pero es tanto lo que me gustaba, que asumía la mentira como parte de nuestra relación. Y porque, por supuesto, sabía lo que pensaba en cada momento y así las mentiras pierden importancia aunque las detectes con mayor facilidad.


 -Tú no has estudiado en tu vida, pero si es lo que quieres que crea... 

- No me vas a creer diga lo que diga. 
- Prueba. 
- No quiero. Tengo la cabeza loca con las oposiciones. 
- ¡Vete a la mierda! 



Reí fuerte. Demasiado fuerte quizás. Y no le gustó nada. Vi como pensaba que le estaba cortando la cabeza con una katana japonesa con la cara desencajada de furia al sentirme engañada. Y decidió dejar de pensar más.

Me dio tanto miedo que me compré una katana y dejé de mirarle a los ojos cuando quería mentirle. Y desde entonces, nuestro mundo es un lugar peor. Yo me oculto de sus pensamientos y él sigue convencido de que no merezco soñar. Somos un matrimonio despreciablemente feliz y normal.



jueves, 15 de mayo de 2014

Epílogos que prologan

 



- Por fin me coges el teléfono. ¿No quieres hablar conmigo?
- Después de aquello… No mucho, la verdad.
- ¿No vas a olvidarlo nunca?
- Es imposible. Lo que hiciste no se puede olvidar nunca. No quiero hablar ¡Sal de mi vida! Dime lo que quieras, te escucho y no vuelves a llamar, ¿Entendido?
- Te llamo para… Hazte las pruebas.
- ¿Qué coño dices? ¿Sigues empeñado?
- Hazte las pruebas, por favor, no me hagas sentir así.
- ¡Déjalo ya!
- Luego no me hables más, me olvidas si quieres… Pero tienes que hacerte las pruebas, por favor.
- Voy a colgar. Que te quede claro: Yo NUNCA me he acostado contigo. ¡Olvídalo ya!




Ella colgó el teléfono. 

Él se quedó unos segundos confuso con el auricular en la oreja. Después colgó también y pensó que quizás era el momento de contratar otra compañía telefónica que le diera menos problemas.



B.S.O.: "I just called to say i love you" (Stevie Wonder)

lunes, 5 de mayo de 2014

Crónicas del aftersun (O el enésimo sueño en el que vi cómo Mario Benedetti ponía aftersun a Nacho Vegas)




Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo, ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos”

Mario Benedetti)


No soy un buen deportista. 

Mi cuerpo, del que tanto hablas a veces y al que tanto te aferras cuando estamos cerca, puede dar buena fe de ello. No me gusta perder. Ni siquiera sé comportarme en las victorias. Supongo que soy un simple jugador, pero quiero que el juego siga reglas que no tengo escritas. Soy un jugador al que le gusta cambiar las reglas a su antojo cuando sospecha que el desarrollo del juego no le convence del todo, o siente la amenaza de la derrota o de un final no esperado. Aquello de “en mi casa jugamos así”, pero fascinado por el tablero de juego que representa tu cuerpo. Me aterra pensar que disfruto tanto tu presencia porque siento pavor y un miedo infinito con tus ausencias.

No quiero vivir con miedo. Aunque ese miedo sea irracional. Ese miedo que te empeñas en convencerme de que no existe. Pero que es inevitable que lo sufra. Está en mi naturaleza, pero sobre todo es por la tuya.





Yo me pregunté a mí mismo,
sólo a un paso del abismo,
cómo voy a vivir
cuando te canses de mí”

Nacho Vegas)


Miedo a que te olvides de mí. Miedo de que me cambies por algo. Por una fascinación. Por un amor de verano. Por un calentón estival.
Por alguien que te comprenda mejor que yo (Aunque sabes que eso no existe).
Por algo que tenga una polla más grande que la mía (Aunque sabes que eso no es tan importante).
Por alguien que huela mejor que yo (Aunque sabes que mi olor es mío y los sucedáneos sólo son eso, sucedáneos).
Por alguien que folle mejor que yo (Aunque sabes que yo follo como tú quieres que te folle).
Por alguien que te recuerde que eres tú (Aunque sabes que conmigo puedes ser más tú que con nadie).
Por algo que ni siquiera tú te explicas (Aunque las explicaciones a mí siempre me han parecido excusas condescendientes).
Por algo que es lo que tú necesitas (Aunque nunca sepas lo que necesitas, sólo lo que no necesitas y que a veces se mezclan sin pudor, para discriminarlo en la resaca del día siguiente).
Por no estar en el momento adecuado en el sitio adecuado (Aunque nunca sepas dónde vas a estar al minuto siguiente).


(Storm Thorgerson)


Entiendo que no soy lo mejor que puedes encontrar. Pero sí lo seré siempre. Soy un corredor de fondo. Cuando todos se cansan, allí sigo yo, a mi ritmo. Al ritmo que tú me marcaste aunque ahora te canse mi falta de reprís. Te fascinan y te fascinarán siempre todos los velocistas pero, por mucho que te engañes, no llegarán al segundo kilómetro siendo los mismos. Están concebidos para brillar en la distancia corta, para fascinar con sus relámpagos de velocidad, con su imponente planta de pasada fugaz. Y ese es tu punto flaco. Los ves una y otra vez y siempre piensas que van a ser los maratonianos que esperas. Que esa chispa y explosión se puede mantener toda la distancia que tu quieres. Pero cuando pasan 400, 800 o 1500 metros ya no son así. Pero vuelves a caer una y otra vez. Los ves en los tacos de salida tan musculosos y bien formados. Tan perfectamente esculpidos para tus antojos. Tan máquinas engrasadas... Que crees que son así siempre. 

Y lo piensas una y otra vez. Y vuelves a caer cuando la carrera se alarga. Y miras atrás y allí sigo yo, corriendo a mi ritmo. Como el corredor de fondo que disimula sus carencias como atleta.

No soy un atleta. No soy un velocista. No soy siquiera un deportista. Pero puedo correr (o por lo menos andar) mundos por ti. Aunque tú te alejes de cuando en cuando en los brazos de fascinantes atletas musculados que seguramente hagan más trampas que yo… 

Aunque tú todavía no lo sabes…
Y cuando lo sabes, miras atrás…
Y encuentras al que se come mundos por ti…





B.S.O.: Cuando te canses de mí (Nacho Vegas)