jueves, 31 de enero de 2013

Método para dejar de fumar al estilo de Jeremy Irons.







Franky siempre había sido una persona muy peculiar. Peculiar es una palabra sencilla y no puede abarcar todo lo que podríamos decir de Franky como persona, pero las palabras, como para tantas otras cosas, se quedan cortas para expresar certeramente lo que siempre había sido Franky.

Peculiar y pintoresco. Dogmático y creativo. Raro. Pero con mucha personalidad. Tanta como para pasarse media vida estableciendo teorías que a todos nos parecen más o menos descabelladas, cuando no absurdas, y hacerlas ley de vida. O para crear comportamientos y rutinas en base a su peculiar (¿Otra vez peculiar? ¿No hay otra palabra?) manera de enfrentarse al mundo.

Recuerdo bien cuando le dio por dejar de fumar. Sin decírselo a nadie, a su bola, sin que se notara demasiado. Sin que se notara más que por una cosa: Se iba mimetizando progresivamente con el Jeremy Irons atormentado y enfermizo de sus mejores películas.

Recuerdo que mi padre, analfabeto funcional para el cine, siempre reconocía a Jeremy Irons en cuanto salía en la pantalla de la televisión y decía aquello de “Este hombre ya va a empezar a pasarlo mal” refiriéndose al que él llamaba “El que hizo Kafka, y estaba fabuloso el tío”.

Mi padre era así, en muchos aspectos como Franky ¿Peculiar? Algún día tendré que mirar seriamente lo de apuntarme a un cursillo de incremento vocabulario o meterme de lleno en el acopio y estudio de palabras polisémicas que palíen ciertas carencias tan peculiares como esta que me abruma ahora mismo. Como no poder encontrar el término adecuado para definir a Franky en el aspecto que estoy contando y que la única palabra que me cuadre, cuadre perfectamente con un padre cuasi analfabeto cinematográficamente que a pesar de ello conoce a Jeremy Irons aunque lo llame “El que hizo Kafka, y estaba fabuloso el tío” y que en todas sus apariciones vaya a sufrir, a pasarlo muy mal y, sobre todo, a arrastrar una existencia atormentada y apesadumbrada en la película de turno.

Quizás debería compatibilizar mi curso de vocabulario con una visionado intensivo de la filmografía de Jeremy Irons, porque todo lo que me viene a la mente cumple a rajatabla con la teoría de mi cinematográficamente analfabeto padre: Kafka, Herida (Damage), Madame Buterfly, La casa de los Espíritus, Belleza Robada, Lolita... 

Jeremy el atormentado, sin duda. 

Algún día alguien le tendrá que hacer un homenaje en tonos grises, con música barroca de fondo, tipo “El Atormentado Jeremy Irons y sus tribulaciones”.




- He inventado el método definitivo para “dejar” de fumar.
- ¿Sí o qué? ¿Y cómo es el asunto? ¿Y por qué dices el “dejar” entre comillas?

Se creó un silencio incómodo entre los dos. ¿Cómo era posible que yo viera las comillas de “dejar” si estábamos hablando? Quizás, así, escrito todo parece una tontería sin importancia, pero estas letras son reflejo de una situación hablada, donde las comillas no salen. El silencio amenazaba con explotarnos en la cara y el fantasma de la atormentada presencia de Jeremy Irons planeaba por encima de nosotros con cara de no entender nada de lo que estábamos hablando, de las comillas de “dejar” y de que su vida fuera una tortura psicológica que amenazaba con derrotarlo. ¿Debía romperlo yo de alguna manera? ¿Proponer sexo en ese momento era adecuado aunque los dos supiéramos que era una mera excusa para romper el silencio incómodo?

- El “dejar” entre comillas es porque realmente no quiero dejar de fumar.
- Entonces, ¿Para qué un método para dejar de fumar?
- “Dejar” de fumar, perdona.
- Vale, “dejar” de fumar, ¿Para qué?
- Yo no quiero dejar de fumar. Yo sólo quiero “dejar” de fumar sin más. Quiero volver a los tiempos donde fumar tenía sentido. No excederme en el fumar porque sí. No fumar sin más. Quiero “dejar” de fumar, y para ello, no hay mejor método que fumar siempre con un sentido y un por qué.
- ¿Porque "te gusta" no vale?
- No. Sabes que acabo fumando como un condenado y no recuerdo si me gusta o no, sólo fumo. Como tú.
- Tienes razón. Dime.
- Sólo fumar cuando se hace algo bien. Cuando se cumple.
- ¿Cómo?
- Solamente fumar tras una razón clara. Sólo fumar cuando me haya “ganado” el cigarro. Convertir el acto de fumar en una recompensa.
- O sea, a ver si lo entiendo: ¿Sólo vas a fumar cuando hagas algo bien? ¿Cuando te digan que está bien hecho? ¿Cuando pienses que te lo mereces? ¿Cuando consigas algo?
- No, no... Esto es válido para todo el mundo. Piensa: ¿Cuál es el cigarro que más apetece? ¿Cuál es el cigarro al que más le cuesta renunciar todo el mundo que quiere dejar de fumar?
- ¿El de después de comer?
- Exacto. El de después de comer, el de después del sexo, el de después de cagar, el de después de hacer algo placentero...
- ¿El de después de cagar? Tengo que decirte que para mucha gente es al contrario, por la mañana temprano...
- Bueno, eso son detalles.
- Y uno de mis mejores amigos no perdona el cagar con el cigarro, ni antes ni después.
- Olvídame. Tú casi no fumas y no quieres “dejarlo”...

Y tras su evidente enfado, se dispuso a contarme, con todo lujo de detalles su maquiavélico plan que cambiaría el mundo del tabaco y de nuestras relaciones con él. Todo el mundo hace algo. Algo que merece la pena. Y si no lo hace, para qué plantearse “dejar” de fumar o nada. Cada cual debe coger su tarea principal, su desarrollo personal y ponerlo antes del cigarro. Así se podría provocar una simbiosis importantísima entre el fumar y el desarrollo personal. Fumar sólo al terminar de enlazar los cuatro acordes principales de la canción que estás escribiendo, un cigarro tras terminar de grabar la toma adecuada de lo que estás creando, el pitillo de después del punto que cierra ese párrafo maravilloso...



Fumar así haría que forzáramos nuestra creatividad aunque fuera por la necesidad de fumar. Nos obligaríamos a trabajar en lo que nos hayamos metido aunque sea simplemente por las ganas de echarnos un cigarro.

El cigarro de después nos llevaría a multiplicar el antes de manera brutal.

Sólo fumar tras hacer algo bien o tras el sexo.

- ¿Cuánto llevas sin follar? -le dije sin pensarlo demasiado.
- ¿Es una proposición?
- No, es curiosidad.
- Ni me acuerdo...
- Pero, ¿Estás llevando a cabo tu método para “dejar” de fumar?
- Claro. Me va genial.
- Hace siglos que no escribes nada bueno...
- Más hace que no follo.
- Entonces casi ni fumarás. Eso es bueno.
- Qué va, fumo un montón más que antes.
- ¿Y eso?
- Me masturbo compulsivamente...

Se creó un silencio incómodo que estuve a punto de romper agarrándole el paquete y proponiéndole sexo por compasión, pero no hubiera estado bien.

- Pero... ¿Tanto?
- Más

Empecé a hilar todo. Su progresiva mimetización en Jeremy Irons tenía un porqué.

- ¿Fumas más que antes?
- Mucho más. Me la pelo constantemente.
- Pero...
- Tranquila... Puedo “dejarlo” cuando quiera.

Volvieron las comillas. Esta vez las acompañó con unos dedos que hicieron el típico gesto de entrecomillar pero que a mí sólo me transmitieron una frenética actividad en su entrepierna.

- Hablando de Jeremy Irons: ¿Qué cara pondría en una cena romántica, a la luz de las velas, con Amaia Montero cantándole eso de “Te voy a escribir la canción más bonita del mundo”? No sé, acabo de pensarlo...

Franky era así. ¿Peculiar?

Y se hacía muchas pajas últimamente (No le quedaba otra)




B.S.O.: "Qué bien me lo paso" (Los Enemigos)



jueves, 24 de enero de 2013

CERRADO POR DEFUNCIÓN








Apareció el cartelito. Y me dio envidia. Hay cosas inconfesables que pasan por nuestra cabeza y no sabemos, ni podemos, pararlas. Tenía envidia de que algo se cerrara por una defunción. Tenía celos de la defunción. Quería ser el difunto. O quizás quería cerrarme.

No quería morir como todos asumimos.

Cerrado por defunción de qué.

¿Murió el corazón?
¿Murió el alma?
¿Mató su vida?

En cualquier hospital le dirían que ni está muerto, ni siquiera enfermo, aparentemente.

Quizás una muerte cerebral tan de moda últimamente. No hay más que mirar alrededor o encender la tele para ver(nos) personas que son capaces de vivir funcionalmente con una muerte cerebral como característica fundamental.



"Una de las ventajas de estar muerto es que todos te quieren. Los que tenían algún pero contigo, convierten todo en parabienes y no ven más que virtudes en tus caracteres como persona.

Te lloran, te elogian, te suben a los altares aunque antes de estar muerto te quisieran enterrar en el infierno y tirar la llave al mar.

Lo peor de estar muerto es que descubran en algún momento que no lo estás. Y peor aún es que te pueden caer de 6 meses a 3 años, aunque presentes atenuantes como cierto desequilibrio mental o pruebes que no estabas muerto para cobrar algún seguro, evitar pagar tus deudas o conseguir defraudar con objeto de lucrarte. ¿Para qué querría lucrarse un muerto?

Estar muerto está muy bien si puedes disfrutarlo.

Nadie quiere morir, pero todos fantaseamos con ver nuestro entierro y saber qué dirán de nosotros cuando no estemos. Fantaseamos con estar cuando todos piensan que nos hemos ido.

Una de las ventajas de estar muerto es que todos te quieren. Hasta quien no debe quererte. Al menos, en público. Si consigues disfrutar de esa ventaja, eres el difunto, falso o no, más afortunado del mundo. Aunque estés muerto. Esa es la única pega.




Una de las ventajas de estar muerto es que no tienes que preocuparte de qué te pones porque nadie debería verte. Pero yo siempre he sido muy coqueto. Muerto o no, me preocupa lo que llevo encima de mi piel porque aunque nadie lo vea, o lo deba ver, creo que afecta a mi persona la imagen que tenga en cada momento.

Sólo hay que pensar en el luto:
Hay muchas teorías sobre el luto. Hay gente que habla de los mejores colores que debes llevar encima si quieres ligar, hacer una buena entrevista de trabajo, ir a un acto social. Pero no encuentro nada que me diga cómo he de vestir si estoy muerto. Sé que hay ciertas recomendaciones para los que se quedan cuando uno se muere. El luto ya no es tan obligatorio y recurrente como en tiempos de mis abuelos, pero sigue siendo conveniente demostrar cierta tristeza vistiendo de oscuro, cuando no de negro. Pero no hay nada indicado para el verdadero protagonista: El muerto.

Yo estoy muerto. No literalmente, pero sí para los que se dan cuenta de mi ausencia. Pero soy un muerto atípico: No he sido enterrado con un caro traje, ni siquiera desnudo.
Una de las desventajas de estar muerto es que no te puedes mover a tu antojo con total libertad, por mucho que lo pareciera. Si no quiero dejar de estar muerto, o matar de un susto a alguien viéndome, he de ser todo lo cuidadoso que pueda. Y eso no me permite estar cambiándome de ropa continuamente.

Hace unos días me armé de valor y me compré una camiseta del Celtic de Glasgow. Siempre la quise tener en vida, pero me daba cierta vergüenza. Las rayas horizontales me hacen parecer gordo. Creo que a todo el mundo. La ortodoxia dicta que la raya horizontal da impresión de grosor y la vertical estiliza. Además de eso, no es una camiseta demasiado discreta. Las rayas verdes y blancas, igual que el Sporting de Portugal, también llamado Sporting de Lisboa, otra camiseta que podría haber sido la elegida de no encontrar la del Celtic, ya que viene a ser básicamente la misma cambiando el escudo y la publicidad, son cualquier cosa menos para pasar desapercibido. Supongo que es un reto que me pongo a mí mismo. No ir discreto pero sí actuar con discreción. “No amar a nadie, pero hacer el amor a todo el mundo” que diría un personaje aún por determinar de esta historia.

A ese personaje aún por determinar de esta historia no le gusta el fútbol, pero tiene un buen puñado de camisetas de equipos de toda índole. Creo que, a pesar de no gustarle el fútbol, tiene una acertada visión de un buen número de equipos por una mera fascinación estética por su indumentaria. A ese personaje aún por determinar de esta historia nunca le gustó la camiseta del Celtic de Glasgow. La veía demasiado chabacana. Le recordaba al Betis o a la Selección Andaluza. Él era más de la elegancia azul del Rangers, el rival de la ciudad. Yo nunca me podría poner una camiseta del Rangers por muy bonita que sea. Ahí, ese personaje aún por determinar de esta historia, tenía ventaja. Al no gustarle el fútbol, no tenía filiaciones con ningún equipo, más allá que por su apariencia estética. A mí el Rangers me caía especialmente mal. Me caía mal en oposición al Celtic, los dos rivales de la ciudad de Glasgow. Una de las rivalidades más encarnizadas del planeta futbolístico.



Reconozco que hay cosas que no son nuevas para mí en esta situación. Estar muerto es algo que debería haber hecho antes y todo hubiera sido mejor. Hay gente que ha deseado que me muriera y no volviera a aparecer más de una vez a lo largo de mi vida. Pero una cosa es desearlo y otro obtenerlo. Creo que Oscar Wilde dijo aquello de “Ten cuidado con lo que deseas no vaya a convertirse en realidad” y aplicado a mi muerte no puede venir más al caso. Cuando otro personaje aún por determinar de esta historia me dijo adiós con un sonoro portazo, trató de que fuera consciente de que por ella estaría mejor muerto. Pero sé que en el fondo, ese otro personaje aún por determinar de esta historia, no pensaba eso. Una cosa es desear una muerte hipotética, y otra ser consciente de que alguien que ha sido muy importante para ti va a morir o ha muerto. Por mucho daño que te haya causado alguien, cuando muere sólo recuerdas lo bueno. No hay nada mejor que morirse para que elogien a uno hasta términos superlativos y seguramente falsos por su dimensión. El que era un déspota que trataba mal a todo el mundo pasa a ser el hombre de fuerte carácter, amigo de sus amigos y fiel a sus principios como nadie. El cabrón egoísta que iba por la vida preocupándose sólo de sí mismo pasa a ser el alma libre que a todos cautivó en vida. Incluso el insustancial que pasa por la vida sin pena ni gloria consigue, al morir, llegar a ser ese ser que no se dejaba conocer pero que era una bellísima persona cuando te acercabas a él.

Yo he tenido todos los defectos posibles. He hecho más maldades de las que la media ponderada de la humanidad puede soportar en un solo ser para no variar demasiado. He sido un ser despreciable. He sido a ratos un despojo. He sido yo, egoísta y ególatra, ambicioso y ruin, he pisado todo lo que tenía que pisar, he escondido inseguridades en desprecios terroríficos hacia quienes me rodeaban y me querían. Pero ahora estoy muerto. Ahora todo eso son ventajas. Ahora son todo parabienes. Ahora hay lágrimas. Ahora hay elegías.

Tenía que haber acelerado el proceso. Tuve que haber muerto cuando ese otro personaje aún por determinar de esta historia lo deseó, aunque sólo fuera por hacerla pasar una vida desdichada pensando que estaba muerto por su culpa. Aunque fuera cruel. Aunque sólo fuera por quedarme por encima una vez más.

Cuando alguien muere, rápidamente se recuerda su fecha, lugar e incluso circunstancias de nacimiento, como preludio a glosar los hechos más destacados de su vida.

Una de las ventajas de estar muerto es que todo parece mejor de lo que fue.

Una de las ventajas de estar muerto es que nadie en su sano juicio se atreve a destacar de tu vida los defectos o los errores cometidos, por encima de las virtudes o los aciertos, por muy difícil que hubiera sido verlo así tan sólo un tiempo antes. Tan sólo antes de morir.

En la muerte se recuerda el nacimiento. Es curioso cómo los extremos se tocan de cuando en cuando. Habitualmente el nacimiento nunca te recuerda la muerte, pero en la muerte sientes la necesidad de recordar el nacimiento.

Todos se fueron a Lisboa a celebrar mi muerte. Como creían que a mí me hubiera gustado. La mayoría entendía que allí debían cerrar el ciclo de mi vida volviendo al origen. Allí sería el mejor lugar para celebrar la pena que les afligía con mi muerte. Despertar la alegría en una de las ciudades más melancólicas del mundo. Reír cuando todos lloran. Llorar por dentro cuando exhibes una sonrisa para que todos los que te rodean se sientan mejor. Celebrar mi muerte con un homenaje a mis orígenes.

Los más íntimos escucharon muchas veces de mi boca que algo único y especial me unía a Lisboa. Algo más allá de lo vital, de lo material, de lo corpóreo.



Mis padres se casaron en Abril del 74. Como buenos chicos ordenados y tenían todo planeado. No se habían tocado, al menos eso sigue pensando mi madre, más de la cuenta antes del matrimonio, para llegar como Dios manda al mismo. Mi madre sigue convencida de que es la primera chica con la que estuvo mi padre. Mi padre calla e inventa excusas peregrinas cuando le saludan por la calle antiguas amigas. Lo que viene a ser una pareja estándar de aquella época, pero con un toque romántico. Su luna de miel, su primer gran viaje juntos, iba a ser a Lisboa.

Pero hete aquí que a unos militares se le ocurrió la brillante idea de cambiar el régimen político del país y devolver la libertad a un pueblo que llevaba bastante tiempo bajo el yugo de la Dictadura. Hete aquí que sonó Grândola Vila Morena el 25 de abril del 74, a eso de veintitantos minutos después de las 12, por Radio Renascença, y esa era la señal que dio comienzo a la Revolución de los Claveles. Y hete aquí a aquella pobre pareja de enamorados a punto de casarse que ven que por mucho que les gusten los claveles, la libertad y todas esas cosas que iban a conseguir los portugueses con su maravillosa revolución, tuvieron que cambiar su lugar de partida, retrasando y condicionando para siempre mi existencia.

Quizás de aquel no nacimiento llego a esta no muerte.

Al menos oficialmente..."






Voy a poner en cabezadeavestruz un cartelito que ponga “CERRADO POR DEFUNCIÓN”. Porque quizás esté difunto y no lo sepa. Aunque vosotros podáis pensar otra cosa. Probablemente más importante.

CERRADO POR DEFUNCIÓN.




B.S.O.: Dead flowers (The Rolling Stones)


B.S.O.II: Grândola Vila Morena (Zeca Alfonso)


domingo, 13 de enero de 2013

Microrrelato Sin Pudor (Volumen 30): Pastillas para soñar con otras cosas



"Deja pasar la tentación
Dile a esa chica que no llame más
Y si protesta el corazón
En la farmacia puedes preguntar:
¿Tiene pastillas para no soñar?"
(Pastillas para no soñar, Sabina)




Y te despiertas sabiendo que no la vas a ver. 
Y abres el cajón buscando la pastilla que hace que eso tenga menos importancia. 
Y descubres que no te quedan pastillas y que no la vas a ver. 
Y el dolor se hace insoportable y la angustia te agarra el pecho. 
Y sales a la calle a buscar las pastillas a cualquier precio. 
Y esa sensación de ausencia con la que has despertado se convierte en algo peor porque te faltan las pastillas. 
Y es mucho peor, pero ya sólo te acuerdas de las pastillas. 


Y así van pasando los días...




B.S.O. I: Pastillas para no soñar, Joaquín Sabina.
B.S.O. II: Dextroanfetamina, Los Ilegales.

martes, 8 de enero de 2013

Ornitología para adultos (Cuento sobre pajaritos y gente fea)



"Eco de lejos le espía y suspira: ¡Amor!
Como confesarlo sin su propia voz
Un claro del bosque se abre para los dos
La cálida tarde presiente lo peor"
(Canción del Eco, Christina Rosenvinge)



Os voy a contar un cuento. Una historia bonita sobre los pajaritos, el sol y una pequeñita y gris persona que aprendió a volar. Un pequeño cuento de alguien que aprendió a volar sin saber que quién sube muy alto tiene que asumir que la caída puede ser muy dura. 

A esa personita la llamaremos Llo. La podríamos llamar Tu, Ella o Nosotras, pero Llo será el nombre que le pongamos en este cuento.

Llo era una personita sencilla y feliz. Era dichosa y vivía contenta. O al menos eso parecía para todos los que la rodeaban. Llo miraba al cielo y sonreía. Era su actividad preferida. Muchos pensaban que estaba loca, pero Llo era feliz y nadie sabía muy bien por qué. 

¿Quién eres tú niña loca?




Llo miraba al cielo y sonreía porque miraba a sus pajaritos. Cualquiera podía pensar que había estudiado ornitología o que tenía costumbres raras, pero ni esa rama de la zoología tenía especial interés para ella, ni tenía costumbres. 
Llo era rara. 
Llo era maravillosa. 
Y Llo miraba el cielo y sonreía constantemente.

Llo miraba al cielo y se dejaba embelesar por sus pajaritos...


Y embelesarse con sus pajaritos la hacía sonreír y, sobre todo, la hacía vivir. 
Y Llo vivía. 
Y la gente a su alrededor lo sabía y se daba cuenta.

Y de tanto mirar al cielo aprendió a vivir en la tierra. Si hay una moraleja que se puede sacar de este cuento, sin duda será que cuanto más mira al cielo alguien paradójicamente, mejor vive en la tierra. Y viviendo en la tierra Llo era feliz y hacía feliz a quienes la rodeaban. 

Pero un día nublado, como tantos otros en la tierra, Llo miró al cielo y encontró todo gris y oscuro. Y tan gris y oscuro andaba todo aquello, que no podía localizar a sus pajaritos. 

Llo, tremendamente perdida –porque cuando Llo no veía a sus pajaritos andaba perdida, por mucho que no lo pareciera- decidió aventurarse y pasear por sí sola por aquello que era la tierra, por aquel sitio por donde solía andar mirando al cielo. Y miró a su alrededor con desespero buscando alguien que la guiara, alguien de los que estaban tan a gusto a su lado cuando era feliz y miraba al cielo sonriendo. Pero cuando todo se nubla, nadie aparece. Llo sabía eso desde que era muy pequeñita, pero lo había olvidado de tanto mirar al cielo y sonreír, y en ese momento se dio cuenta dolorosamente de nuevo.

Y andando y andando, desorientada como nunca, llegó al lago. A ese lago tan bonito donde rebotaban luminosos los rayos de sol tantos días bellos y se dio cuenta que no brillaba nada allí.

Curiosa, se asomó al lago y vio la realidad:
El agua reflejó su rostro a modo de espejo y Llo no pudo menos que pedir clemencia. Gritó y gritó. Imploró a su alrededor para que alguien escuchara lo que tenía que decir. Lloró una explicación que no tuvo a quién darla y se mortificó dándose cuenta de su fealdad que tanto tiempo había disimulado por tener la cara mirando al cielo y sonriendo.

En ese momento lo supo todo, aunque no hubiera nadie cerca que se lo pudiera explicar:
El pájaro que la guiaba se había despistado por mirar muy directamente el sol y ahora vagaría por el suelo sin ningún rumbo. 
Por siempre.



Llo tuvo que haber estudiado ornitología para hacer todo lo que quiso hacer. Ahora optará por cortarse el pelo mucho y dejarse crecer el pelo de la cara, que son cosas que Llo, aunque es una chica, siempre puede hacer y lo había olvidado. 

No estudió ornitología en su momento y por eso perdió a su pájaro guía. Ahora espera no tener que estudiar peluquería para rasurarse bien la cabeza y dejarse una bella barba...

Quizás así olvide que un día fue feliz, miraba al cielo y sonreía y ahora no tenía ni a quién contárselo.





B.S.O. I: Canción del Eco, Christina Rosenvinge.
B.S.O. II: Sha La La, La Cabra Mecánica.

miércoles, 2 de enero de 2013

La historia que iba a ser más larga pero ha quedado así por tratar de tu cuerpo y de ti, que eres muy pequeñita


(Historia basada en cuerpos reales)





Si pudiera, haría un mapa de metro de tu alma. 

Me centraría en tu cuerpo. Pondría líneas regulares entre tus lunares para así crear una red de trenes que abarcara todo para llegar con facilidad de un lugar a otro. 

Crearía unos intercambiadores de transportes como núcleos neurálgicos de la red en tus pezones, el piercing de tu ombligo y tu clítoris. 

Seré feliz con mi abono transportes viajando por ti. Explorando tu alma en tu cuerpo. 

Porque hay pocos que te lleguen al alma pulsando tu clítoris. 

Yo soy uno de ellos. 

Y tengo abono transporte.


Todo esto, si pudiera…







BSO: Si pudiera, Los Suaves