martes, 30 de agosto de 2011

Convesaciones encubiertas en DVD



Interior. 
Habitación de una casa. 
Algo de luz entra por la ventana que tiene las cortinas a medio correr y la persiana por la mitad. Ella está desnuda encima de la cama y parece que a él le molesta que parte de ella se apoye sobre el periódico.


Ten cuidado, todavía no lo he leído
Te va a oler a mí cuando lo hagas
Todo me huele a ti últimamente
Qué majo eres cuando quieres…
¿Te leo el horóscopo?

Ella pone cara de haber escuchado una excusa barata para que le dé el periódico y no se lo estropee más.

Sí, por favor…
¿Capricornio?
¡Escorpio, capullo! Como si no lo supieras… El día menos pensado te voy a clavar mi aguijón y te vas a enterar para siempre de lo que es ser Escorpio.
Escorpio: Hoy vas a tener una experiencia que va a cambiar la vida. Encontrarás una persona especial a la que deberás conceder todos sus deseos…
Venga, gilipollas… Léelo en serio…
Es en serio, mira…

Se acercan al periódico, pero antes de que ella pueda leerlo él, entre risas se acerca a su boca y la besa apasionadamente. 
Ella se deja llevar y empieza a sonar El dúo de las flores del Lakmé de Delibes…

¿No oyes música?
Sí claro, la han puesto porque nos estamos besando… ¿No recuerdas que estamos en medio de una película romántica de esas que tanto detestas?
En serio… ¿No la oyes?
No, no la oigo
Suena como la de la ópera aquella que me recomendaste una vez.
¿Aquella que nunca llegaste a ver?
Pero si tú decías que la ópera hay que verla en vivo y no en la tele...
Ya, pero tenía la esperanza de que al menos, vieras una en DVD. He de confesarte que la música de esa ópera la conocí antes por una película.
¿Cuál?
La hemos visto juntos, y hablamos de ello. Creo que a veces no me escuchas…
Si te escucho, pero tengo mala memoria… ¿La de Susan Sarandon y Catherine Deneuve?
Pero de la peli ni te acuerdas, ¿No?
Bueno, me acuerdo de esa escena… Y es la música…



De repente, en un movimiento rápido, se separan y él enciende la tele. Ella pone cara de indisimulado disgusto.

Es un momento, no te preocupes.
No me gusta que veas la tele cuando estamos juntos. Quiero que me atiendas sólo a mí.
Puedo hacer dos cosas a la vez.
No, no puedes… Eso sólo lo podemos hacer las mujeres.
¿Ya no te acuerdas de aquel día?


Ella empieza a contener lo que parece que va a convertirse en llanto. Se levanta de la cama y se acurruca en una esquina de la habitación visiblemente afectada. 
Fundido en negro


Extras del Director (Mayores de 18 años. Puede que la escena esté censurada en la zona de reproducción de su DVD por contener escenas no recomendables):

11 de Septiembre de 2001:
Sus sentimientos son contradictorios. No sabe muy bien por qué está haciendo eso.

Cree que tiene ganas de llorar pero no lo hace.
Cree que siente rabia pero no le afecta.
Cree que debería sentirse abrumada por lo que está viendo pero no es así.

En la televisión, en aquel preciso momento, dos aviones acaban de derribar las Torres Gemelas de Nueva York. 
No puede apartar la vista de la pantalla.
Siente que está viviendo un momento histórico.
Siente que ya nada volverá a ser igual.
Siente que está viendo los escombros del mundo que le tocará vivir a partir de ese momento.

Sus pezones están muy duros. Él los agarra y aprieta como nunca. Un calor invade todo su ser como nunca antes. Su polla parece más grande y dura que nunca, y cree que llega a sitios de su interior donde nunca nadie había llegado en la vida. Un escalofrío casi constante va de su nuca al interior de sus muslos atrapándola brutalmente. Cree que está siendo follada como nunca nadie lo había hecho antes.

Y una lágrima asoma en sus ojos.
Y un estremecimiento la invade cada vez más fuerte.
 
Por mucho que le culpe a él, sabe que ha sido ella la que ha provocado que estén follando. Está a cuatro patas recibiendo toda su fuerza. Está frente al televisor mientras se están cayendo las Torres Gemelas de Nueva York y no puede dejar de mirar ni de sentir.
 
Y un grito sale de su boca inundando todo el mundo conocido, y le da igual que esté hecho escombros…

martes, 23 de agosto de 2011

Alejarse y mensajes en las botellas (La mentira del náufrago)


Cuando te alejas de algo, se muestra realmente importante si lo añoras más de lo esperado. Tiras una piedra al mar con la excusa de que vas a dar la vuelta y no pensar demasiado en ella y te descubres inútil para pasar más tiempo alejado sin tenerla cerca y sufres por imaginarla a la deriva en alta mar sin que puedas hacer nada más que anhelar enfermizamente volver, cogiendo un barco que pase junto a ella para constatar cuánto se ha hundido o cuánto os necesitáis.

"Alguien que me comprende
Alguien a alguien recordar de memoria cuando estoy de viaje
Cuando estoy muy lejos, sí.
Soy un vagabundo y camino bastante alrededor del mundo,
Pero quiero volver a mi casa, a alguna casa, para encontrar a esa princesa vampira
Que respira, que respira y me mira."

(La Parte de Adelante,  Andrés Calamaro)


Naufragué por la misma razón que quedan varadas todas las ballenas o todos los incautos que van de crucero por alta mar: Porque no creí que nunca iba a naufragar. Nadie se convierte en un Robinson Crusoe cualquiera si antes de montarse en el barco supiera que iba a naufragar. Nadie es un náufrago por gusto. Pero yo naufragué. Por esa misma razón que me hace ser igual de vulgar que el resto de personas que han pasado por el mismo trance. O por cualquier otra razón. Da igual, porque naufragué.

Quizás naufragué intencionadamente. Quizás no. Eso no tiene importancia. Lo que me aterra es pensar que una vez alejado del mundo, náufrago y perdido, seguí recordando que por mucho que me aleje de ti, voy a seguir recordándote siempre. Te voy a tener presente en mayor medida aún que si te tuviera presente constantemente.

Y ser náufrago tiene algún que otro inconveniente. El principal de todos, si eludimos nimiedades burguesas como comer y beber, es el de perder el contacto directo con el resto del mundo ajeno a tu isla.

El primer disgusto que me llevé al encontrarme en aquella isla desierta fue que no tenía cobertura en el móvil. Y mucho menos aún, wifi para conectarme al facebook o twitear algo... Por supuesto, no podía contactar con mi camello para que con simpatía me recordara lo bien que van sus niños en unos estudios que en buena medida, les estoy pagando muy gustosamente a base de transacciones menos esporádicas de lo que mi debilitada salud requeriría.

Pero sin cobertura, sin redes sociales, sin camello... Lo único que echaba en falta era a ti. A mi droga favorita. Y todas las drogas, con su ausencia, causan síndrome de abstinencia, digan lo que digan.

No podía llamar a mi camello. Y me preocupaban las carreras universitarias de sus hijos. A los que no conozco, pero los imagino. A ti si te conozco y te imagino más. Te imagino sin mí a tu lado y me convenzo de que yo no tengo la culpa, pero no puedo soportarlo.

El consuelo del náufrago. El consuelo del desterrado. 
No vienes a mí porque no te llamo. No estás a mi lado porque no te puedo decir que te necesito aquí. No sales en mi búsqueda porque no te lo hago saber. 
El consuelo del desterrado. El consuelo del náufrago.

En definitiva: La eterna mentira de los navegantes. Podemos entonar canciones sobre los amores que tenemos en cada puerto, pero de puertas para dentro, con la música apagada y el ron en forma de resaca, sabemos que no es cierto, que no es más que una pose. Y los náufragos sabemos mucho de poses porque no tenemos nada mejor que hacer que intentar estar presentables cuando nos rescaten.

Hay millones de tácticas, pero sólo una es tan clásica y romántica como para tenerla en cuenta olvidando wifis, coberturas y demás zarandajas inalcanzables, y asumiendo que soy algo más que un náufrago en una palangana (Lichis dixit). Tengo que emplear la técnica de toda la vida: 
 
El mensaje en la botella.
(Robin Wright, siempre Robin Wright... Como desees...)

Llevo media vida lanzando botellas al mar después de beberme su contenido. Ahora me queda otra media de espera para que alguien recoja alguna, sepa leer mi mensaje y venga a rescatarme.

Ahora apuro el poco vino que queda en la última botella de mi definitivo naufragio e introduzco en ella mi postrero y definitivo mensaje pidiéndote auxilio:

“Estoy aquí. Estaré aquí hasta que llegue alguien a buscarme. Y quiero que ese alguien seas tú”.

La lanzo con rabia lo más lejos que puedo. Quizás, sólo quizás, la veas, la recojas y sepas que es para ti.

Quizás, sólo quizás, debí firmar el mensaje.

Quizás, sólo quizás, así nunca sepas quién soy y me confundas con otro.

Quizás, sólo quizás, seguiré esperando.

Realmente, no tengo nada mejor qué hacer en esta isla desierta.

Desierta de ti....

sábado, 13 de agosto de 2011

Te debo un cuento (Capítulo Segundo):



Es la noche. Es el momento. Es el instante buscado.

Llevaba tiempo detrás de ese preciso momento en el que se pondría a escribir lo mejor que nunca había escrito. Para ella. Se lo debía. Se lo había prometido. Lo iba a hacer.
 
Había llegado la hora. Aunque fuese muy tarde. Aunque llevara unas copas de más.

Para todo hay un momento adecuado, pero siempre lo reconocemos cuando ya ha pasado. Ella sabe que ese y no otro, es el momento adecuado para escribir el cuento que le debía. Los demás no solemos encontrar nunca los momentos adecuados y nos conformamos con la ilusión de estar de cuando en cuando en el instante preciso en el sitio indicado, pero no es más que una mera ilusión de la que también nos damos cuenta después. Ella sabe que ese es el momento adecuado. Es el instante. Es el día. Está decidida.
 
Tiene claro que quiere escribir un cuento para ella. Está convencida. Está decidida. Es el momento. Sabe lo que quiere contar.

Sigilosamente se acurruca a su lado en la cama.

- Estoy malita -le dijo horas antes.
- No te preocupes, yo estoy aquí para curarte o hacerte tu dolencia más llevadera.
- Qué buena eres.
- Me preocupo por tí
- Demasiado a veces...
- Nunca es suficiente.
- Qué buena eres conmigo...
- Contigo...

La acercó a su pecho y le acarició su pelo revuelto. Hizo que se sintiera bien. Sintió que la protegía y que estaba allí para dar lo que necesitaba ella en ese preciso momento. Le susurró al oído unas palabras que sabía que siempre funcionaban cuando eataba mal y lo necesitaba, y se lanzó.

- ¿Te he contado el cuento de cuando era romántica e idealista?
- No, pero sabes que me encanta que me cuentes cuentos.
- Pues ven. Acércate a mí. Esta es una historia real. De antes de que me conocieras. De cuando yo era romántica e idealista.

Y sintió que era el momento. Había llegado la hora de contarle el cuento que le había prometido tantas veces. De hacer que se sintiera la cosa más especial del mundo entre sus brazos, aunque su supiera que había algo dentro de ella que la hacía rechazar esas emociones porque no quería dejarse llevar demasiado para no sufrir. Daba igual. Era el momento. Lo sintió. Lo sabía. Le iba a contar el cuento que le debía hace tanto tiempo...

"Erase una vez, cuando tú y yo no nos conocíamos, y cuando el mundo era más oscuro y más gris, una chica que pensaba que era maravilloso todo lo que le rodeaba, y que era feliz con todo lo que sentía.

Esa chica acostumbraba a dejarse llevar por las emociones y por los sentimientos, y eso, no le hacía ningún bien, aunque normalmente no se daba cuenta de ello.
 
Era una chica feliz, como tú y como yo, alegre y plena. Sabía que nada podía apartarla de su felicidad más que sus pensamientos, y por eso, eliminaba los que no le gustaban. Llevaba consigo mismo una férrea disciplina del “no dolor” y el “no sufrimiento”. Podría decirse que para lo único  que había nacido y crecido era para aquello que todas quisiéramos: Para disfrutar de la vida, sin ambages, sin preocupaciones, sin calentones morales, sin culpabilidades, sin excusas...

Solía comprar flores a menudo. 
 
Adoraba las flores. 

Compraba ramos de flores todos los días para pasear por la calle, como si se las llevara a alguien. Pero antes de llegar a casa, siempre las tiraba en la papelera.
 
 

 
Para medio barrio era la chica del ramo de flores que iba a buscar a su amado todos los días. La mayoría de la gente que la vio más de una vez, la identificaba con la romántica soñadora que volvía a casa todos los días con un ramo de flores para la persona que amaba. Había otros que pensaban que era una luchadora que perseguía un amor imposible al que quería ver caer en sus brazos llevandole un ramo de flores todos los días.

Nadie estaba en lo cierto. Ella misma no estaba en lo cierto.
Compraba a diario un ramo de flores, paseaba por la calle con él, llegaba al portal de su casa y... Lo tiraba en la papelera.

Así, día tras día. Impecablemente vestida, con una sonrisa arrebatadora, con una mirada chispeante, paseaba el ramo de flores por el barrio sin más destino que la papelera frente a su portal. Día tras día. La misma rutina. La misma felicidad. Las mismas miradas de envidia y recelo en los que la conocían de verla pasear el ramo de flores todos los días.

Medio barrio la amaba tan sólo de ver su sonrisa. Otro medio soñaba con ser el receptor de aquel precioso ramo de flores diario. Los demás fantaseaban con cruzar la mirada con aquellos ojos arrebatadores y ser los receptores de aquel ramo diario.

Pero nadie conocía su historia. Nadie sabía quién podía ser el receptor de aquel ramo, de aquellas miradas, de aquella sonrisa...

Ella, ajena a todo lo que la rodeaba, paseaba día tras día con el ramo de flores por el barrio. Camino a casa. Sonrisa encendida, mirada soñadora. Compraba un ramo cada día más bonito. Sonreía cada vez más. Miraba como sólo una chica que pasea ramos de flores diariamente puede mirar. Y, siempre, al llegar a su portal, lo tiraba en la papelera.
Hasta que un día, ocurrió lo que nadie esperaba. 

Ella, feliz y dichosa. Con sus pensamientos ajenos al dolor o a la trascendencia. Sin saber porqué o cómo, su actitud despertaba todo tipo de sentimientos en la gente que la rodeaba, llegó a su portal, se giró para tirar el ramo como siempre y, sin que sospechara muy bien porqué, se encontró con que la papelera habitual había desaparecido.

Presa del pánico y aterrada por una situación en la que nunca se había encontrado, entró nerviosa en el portal. Subió las escaleras de dos en dos como si se sintiera perseguida y acosada. Llegó a la puerta de su casa con el ramo en la mano y, sin saber muy bien porqué, llamó a la puerta en lugar de  abrir con sus llaves como hacía siempre.

-Perdón, ¿Quería algo?
-Sí, pero no sé muy bien qué...
-¿Cómo?
-Este ramo es para ti...

Presa de un ataque de timidez, dio la vuelta por donde había venido y echó a correr a la calle nuevamente, quizás en busca de la papelera desaparecida.
 
- ¡Oye! ¡Vuelve aquí! ¡No salgas corriendo!
 
Ella no escuchó nada. Estaba totalmente desarmada ante los acontecimientos. Las flores eran sus espadas y ahora no tenía siquiera armadura. Escuchó de fondo una voz que gritaba a los cuatro vientos:
-Me encanta las flores... Llevo mucho tiempo esperándolas. ¡Gracias!

Se dio la vuelta dispuesta a poner su mejor sonrisa para afrontar la situación. Miró hacia donde venían las voces y vio unos ojos que desarmaron los suyos. Volvió a mirar y encaminó sus pasos hacia allí."


Aunque eso, como tantas veces, es otra historia...

La besó en la frente y notó que tenía algo de fiebre. 
 
Dijo “Buenas noches” aunque sabía que no podía oírla y que no había llegado a escuchar ni la mitad del cuento.
No importó. Vio que su sueño transmitía placidez y eso, pensó, era lo que buscaba al contar el cuento. 
 
La volvió a besar, ahora en los labios, y fantaseó conque horas más tardes volvería a besar esos labios para desear buenos días.
 
¡Buenos días!


lunes, 1 de agosto de 2011

Angustias de Agosto y AK-47



Me quedo sin tiempo. Miro a sus ojos y sé que es capaz de hacerlo. Hace un rato no pensaba que pudiera ser capaz, pero ahora sí lo creo. 
 
Y tengo mucho miedo.
 
Me quedo sin tiempo para encontrar la respuesta. Debería poner a mi disposición toda aquella chispa e ingenio del que siempre me convenció de ser poseedor. Quizás no debí mostrarle nunca mi lado más bonito. Quizás no debí nunca mostrarle mi encanto sin ambages. Ahora no me veo capaz de superar el nivel que me pide, el nivel que algún día le di.
 
Me quedo sin tiempo. El cañón de su AK-47 apunta directamente a mi estómago. Me gustaría pensar que está apuntándome al corazón para que tenga una muerte lenta y porque ya me lo ha roto en pedazos y sólo quiere rematarme. Pero no. Apunta a mi barriga porque sabe que así tendré una muerte más lenta y dolorosa. No puedo ni imaginar qué le puedo haber hecho para que olvide todo lo bueno que hemos vivido y quiera hacerme sufrir hasta en el momento de mi muerte. Un asesinato. Aunque me siga pareciendo tremendamente extraño decirlo, lo veo y estoy seguro de que lo va a hacer.
 
 

 
 
Me quedo sin tiempo. Sus pezones están apuntándome como si se estuviera poniendo cachonda con la situación. Tres disparadores directos a mi vientre. Sus pezones también me han hecho daño alguna vez, por eventuales ausencias, pero combinados con el cañón del AK-47 no sé qué pensar. Si no fuera porque por primera vez en mi vida siento realmente cerca la muerte, me excitaría terriblemente la situación.
 
-    Se te está acabando el tiempo
-    ¿Por qué? ¿Qué vas a hacer conmigo?
-    ¿Lo dudas? ¿Todavía no te has dado cuenta de que voy a matarte?
-    No te creo capaz –miento como un bellaco una vez más.
-    Sabes que soy capaz de eso y más
-    Te creo capaz de muchas cosas y lo sabes, pero, ¿Por qué quieres matarme?
-    Quiero matarte por ser quién eres. Por ser lo representas para mí. Por haberte cruzado en mí camino. Porque me has dado cosas que nadie me ha dado… Tengo miles de razones, pero la principal es que has terminado por hartarme. 
-    ¿Y esa es suficiente razón para matar a alguien?
-    ¿Quieres que te dé más? Te he dado unas cuantas
-    Ninguna razón es suficientemente convincente como para que asuma que TÚ quieres matarME
-    No querría hacerlo realmente, pero no me queda otra opción. Sabes que no eres el primero. Además, no espero que lo asumas, aunque creo que sabes que esto pasaría algún día…
-    ¿Qué no soy el primero? –ahora sí que estaba asustado- ¿Has matado a mucha más gente?
-    Te lo he dicho un montón de veces. A ti te he confesado cosas que no he confesado a nadie, y esa es una de ellas. Por eso me duele tanto matarte, pero por eso también, me siento tan obligada a hacerlo…
-    ¿Qué me has confesado que has matado a gente? ¿Cuándo? El decir a fulanito “lo he matado”, a menganita “la maté porque ella se lo buscó”… ¿Quería decir literalmente eso? ¿De verdad? Siempre supuse que significaba algo así como que estaban muertas para ti, no que directamente las mataras…
-    Pues creo que contigo siempre he sido muy sincera. Me habrás entendido mal, pero yo te lo he dicho siempre todo muy clarito.
-    Claro, como que era lo más especial que tenías, que era maravillosa, que me necesitabas, que me echabas de menos, que no había nadie como yo, que cambiabas todo por mí… Y resulta que soy un kleenex más. Pero no te conformas con tirarme a la basura, sino que quieres matarme…
-    Todo eso era verdad. Y lo sabes. Pero también sabías que este momento llegaría tarde o temprano.
-    No. Nunca lo supe. Nunca lo quise ver así. ¿Tanto me has amado como para ahora tener que odiarme para compensarlo? ¿Tan difícil se te hace que yo te ame como para querer matarme? ¿Tienes dudas sobre mí y no te conformas con ir con quien quieras, jugar conmigo, utilizarme… Sino que quieres matarme?
 
Calla por respuesta. Creo ver en sus ojos algo de inseguridad. Quizás ese sea mi mayor pecado: He sabido ver desde el principio sus inseguridades. He sabido traspasar su barrera de seguridad sin que me diera permiso y he visto en su interior algo diferente a la actitud perdonavidas y apabullante con la que se comporta por el mundo.
 


Me quedo sin tiempo para encontrar la respuesta. Está esperando. Está nerviosa. Por mucho que intente aparentar, parece dudar, conozco esa mirada. Es el momento de darle lo que me pide, pero no soy capaz. No encuentro las palabras. Y aunque las encontrara, quizás no sean las que ella está esperando. En el caso que esté esperando algunas palabras y no sea un farol más. 
Quizás no debí mostrar nunca mi lado más bonito. 
Quizás no debí nunca mostrar mi encanto sin ambages. Ahora no me veo capaz de superar el nivel que me pide, el nivel que algún día le di. Cuando se bate algún record mundial, te embarga la alegría, y nunca nos imaginamos que un momento como ese hay que superarlo y cada vez es más difícil. Ahora la presión me puede y tengo que batir de nuevo mi propio record mundial en un último intento, por muy elevado que lo dejara la última vez. Y ahora no busco la gloria, ni siquiera fascinarla. Tengo que dejarla tan impresionada como para que olvide que quiere matarme y vuelva a admirarme como la record woman mundial que soy y a la que tanto admiró.
 
-    ¡Vamos! Se me acaba la paciencia
-    ¿Qué quieres? ¿Cómo quieres que te diga algo con eso apuntándome a la cabeza?
-    No te estoy apuntando a la cabeza, te voy a disparar al estómago –lo sospechaba-como no me des lo que quiero ahora mismo… Sólo te pido que lo hagas una vez más. Que vuelvas a impresionarme como siempre lo has hecho. Quiero que me des sólo una razón para que no tenga que matarte.
-    Tú siempre has hecho lo que te ha dado la gana. Hasta contigo misma. No intentes ver en mí, justificación para hacer ciertas cosas… Y menos, si una de esas cosas es matarme.
 
Cambió su mirada de inseguridad, por esa (falsa) que tanto conocía cuando me explicaba lo que hacía y dejaba de hacer, sin el menor atisbo de duda en la corrección o no de sus actos. Acarició el gatillo del AK-47 mostrándome a las claras que estaba a punto de disparar. ¿Cómo disparar? Dispararme. Bajó la mirada apuntando en un acto innecesario por la distancia que nos separaba pero que quedaba muy bien cinematográficamente. Pero aquello no era una puta película aunque mirarla siempre lo hubiera sido hasta ese momento. Ahora estábamos hablando de mi vida. Esa vida que ella hizo a ratos tan feliz y a ratos tan insatisfactoria. Esas insatisfacciones nunca las hubiera conocido si no la hubiera dejado traspasar mis escudos de seguridad, pero también me hubiera perdido ratos de absoluta felicidad. Absoluta y tremebunda felicidad. Era un riesgo que asumí. Pero no asumo que quiera matarme. Creo que sus pezones se están poniendo cada vez más duros. Y ahora, increíblemente, me estoy poniendo cachonda mirándola.
 
-    ¡Dime algo! ¡Por favor! Dime porqué no tengo que matarte…
-    Porque no quieres matarme. Porque no puedes hacerlo. Porque quieres matarme por no matarte tú misma. Porque no puedes soportar todo lo que soy para ti. Porque no encuentras mentiras que te convenzan.
-    ¿Eso es lo único que se te ocurre?
 
Me callé. 
No había facilitado las cosas. Si necesitaba escuchar algo que la impulsara un poco más a matarme, era justo lo que acababa de decir.
No era lo que esperaba oír de mi boca. Esa boca a la que tantas veces besó e intentó convencer de ser diferente a todas las demás. Esa boca que la quería creer siempre y que ahora, sintiendo la amenaza del AK-47, la creía como nunca antes lo había hecho. Esa boca que tan pocas veces la reprochó que buscara en otros cuerpos y en otros calores cosas que sabía que nunca encontraría más que en mí, por mucho que ella quisiera engañarse. Porque sólo yo supe abrazarla, tocarla, besarla, pensarla, creerla, comerla, adorarla, amarla… Aunque ella no quisiera verlo así.
 
Ahora ya lo había visto. Sólo así podría llegar a comprender que quisiera matarme. Ahora ya lo ha visto y, engañándose una vez más, va a matarme para no admitirlo. Para seguir pensando que todo lo controla. Ahora ya lo he visto. Era el momento.

-    Soy lo mejor que has encontrado en tu vida. Te has sentido conmigo más especial que con nadie. Y sabes que por mucho que busques, por mucho que te intentes convencer, una vez pasada todas las fascinaciones iniciales por unos o por otras, siempre sabrás que lo que yo soy para ti, no lo podrá llega a ser nunca nadie. Y eso te duele. Te desarma totalmente y no lo puedes soportar. No fui yo la que decidió que todo era tan bonito como para no pensar en nada más que en ello. Fuiste tú la que siempre te complicas, la que siempre buscas, la que siempre analizas, la que me mirabas con fecha de caducidad porque siempre ha sido tu estilo, y porque no puedes parar de justificarte todo lo que haces, aunque en el fondo, tiempo después descubres que te has engañado y eso conmigo nunca te pasó. Simplemente soy yo. Lo sabes, lo supiste el día que nos conocimos, y lo sabrás siempre… Hagas lo que hagas ahora mismo…
-    Tienes razón: Siempre estarás en mí. Siempre nos recordaré. Pero nunca lo admitiré en público, lo siento. No puedo cambiar lo que soy. Ni siquiera la imagen que doy…

Sonaron varios disparos que se oyeron por todo el vecindario. 
 
Era el principio de Agosto. Medio mundo estaba de vacaciones. Los informativos darán buena cuenta del suceso. En Agosto no pasan cosas reseñables y cualquier cosa es noticia. 
 
Hasta las muertes por amor. 
 
Hasta los asesinatos cometidos para no asumir el amor. 
 
Hasta los suicidios consentidos. 
 
Hasta las muertes por angustia…