martes, 23 de agosto de 2011

Alejarse y mensajes en las botellas (La mentira del náufrago)


Cuando te alejas de algo, se muestra realmente importante si lo añoras más de lo esperado. Tiras una piedra al mar con la excusa de que vas a dar la vuelta y no pensar demasiado en ella y te descubres inútil para pasar más tiempo alejado sin tenerla cerca y sufres por imaginarla a la deriva en alta mar sin que puedas hacer nada más que anhelar enfermizamente volver, cogiendo un barco que pase junto a ella para constatar cuánto se ha hundido o cuánto os necesitáis.

"Alguien que me comprende
Alguien a alguien recordar de memoria cuando estoy de viaje
Cuando estoy muy lejos, sí.
Soy un vagabundo y camino bastante alrededor del mundo,
Pero quiero volver a mi casa, a alguna casa, para encontrar a esa princesa vampira
Que respira, que respira y me mira."

(La Parte de Adelante,  Andrés Calamaro)


Naufragué por la misma razón que quedan varadas todas las ballenas o todos los incautos que van de crucero por alta mar: Porque no creí que nunca iba a naufragar. Nadie se convierte en un Robinson Crusoe cualquiera si antes de montarse en el barco supiera que iba a naufragar. Nadie es un náufrago por gusto. Pero yo naufragué. Por esa misma razón que me hace ser igual de vulgar que el resto de personas que han pasado por el mismo trance. O por cualquier otra razón. Da igual, porque naufragué.

Quizás naufragué intencionadamente. Quizás no. Eso no tiene importancia. Lo que me aterra es pensar que una vez alejado del mundo, náufrago y perdido, seguí recordando que por mucho que me aleje de ti, voy a seguir recordándote siempre. Te voy a tener presente en mayor medida aún que si te tuviera presente constantemente.

Y ser náufrago tiene algún que otro inconveniente. El principal de todos, si eludimos nimiedades burguesas como comer y beber, es el de perder el contacto directo con el resto del mundo ajeno a tu isla.

El primer disgusto que me llevé al encontrarme en aquella isla desierta fue que no tenía cobertura en el móvil. Y mucho menos aún, wifi para conectarme al facebook o twitear algo... Por supuesto, no podía contactar con mi camello para que con simpatía me recordara lo bien que van sus niños en unos estudios que en buena medida, les estoy pagando muy gustosamente a base de transacciones menos esporádicas de lo que mi debilitada salud requeriría.

Pero sin cobertura, sin redes sociales, sin camello... Lo único que echaba en falta era a ti. A mi droga favorita. Y todas las drogas, con su ausencia, causan síndrome de abstinencia, digan lo que digan.

No podía llamar a mi camello. Y me preocupaban las carreras universitarias de sus hijos. A los que no conozco, pero los imagino. A ti si te conozco y te imagino más. Te imagino sin mí a tu lado y me convenzo de que yo no tengo la culpa, pero no puedo soportarlo.

El consuelo del náufrago. El consuelo del desterrado. 
No vienes a mí porque no te llamo. No estás a mi lado porque no te puedo decir que te necesito aquí. No sales en mi búsqueda porque no te lo hago saber. 
El consuelo del desterrado. El consuelo del náufrago.

En definitiva: La eterna mentira de los navegantes. Podemos entonar canciones sobre los amores que tenemos en cada puerto, pero de puertas para dentro, con la música apagada y el ron en forma de resaca, sabemos que no es cierto, que no es más que una pose. Y los náufragos sabemos mucho de poses porque no tenemos nada mejor que hacer que intentar estar presentables cuando nos rescaten.

Hay millones de tácticas, pero sólo una es tan clásica y romántica como para tenerla en cuenta olvidando wifis, coberturas y demás zarandajas inalcanzables, y asumiendo que soy algo más que un náufrago en una palangana (Lichis dixit). Tengo que emplear la técnica de toda la vida: 
 
El mensaje en la botella.
(Robin Wright, siempre Robin Wright... Como desees...)

Llevo media vida lanzando botellas al mar después de beberme su contenido. Ahora me queda otra media de espera para que alguien recoja alguna, sepa leer mi mensaje y venga a rescatarme.

Ahora apuro el poco vino que queda en la última botella de mi definitivo naufragio e introduzco en ella mi postrero y definitivo mensaje pidiéndote auxilio:

“Estoy aquí. Estaré aquí hasta que llegue alguien a buscarme. Y quiero que ese alguien seas tú”.

La lanzo con rabia lo más lejos que puedo. Quizás, sólo quizás, la veas, la recojas y sepas que es para ti.

Quizás, sólo quizás, debí firmar el mensaje.

Quizás, sólo quizás, así nunca sepas quién soy y me confundas con otro.

Quizás, sólo quizás, seguiré esperando.

Realmente, no tengo nada mejor qué hacer en esta isla desierta.

Desierta de ti....

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