lunes, 8 de febrero de 2021

Microrrelatos sin pudor (Volumen 51): Enlace publicitario

 


Me han ofrecido hacer un post publicitario de una conocida marca de pomada contra los dolores y los golpes. Antes de aceptar, puse como condición probar el producto para estar plenamente convencido de no hacer publicidad engañosa y conseguir una buena idea para plasmarla en un post.

Obediente y sumiso, salí de fiesta y me hice daño en un pie para poder aplicarme los cuidados de la pomada. Ni la fiesta era necesaria para ello, ni la pomada quería que el mensaje a mandar publicitariamente fuera algo así como que después de accidentarte o hacerte daño estamos aquí para aliviarte (aunque ese sea el concepto y para lo que fue creada).
Así pues, en medio de una extraña resaca y con el pie dolorido, comencé mi trabajo de campo. Aunque el campo fuera mi cuerpo.
Días después, con la resaca ya olvidada y el pie aún dolorido, me llamaron de la empresa para conocer la respuesta. Les dije que el Thrombocid dejaba un extraño e intenso olor en mi polla, pero que tenía que darle una vuelta más a la idea.
Me colgaron y no he vuelto a saber de ellos.
Ahora me doy cuenta de que estoy haciendo un post extrañamente publicitario y ni mi polla, ni mi pie, ni siquiera Thrombocid, se lo merecen. Ni yo tampoco.
Quizás dejar de accidentarme pueda ser una buena opción, aunque no sea un buen reclamo publicitario...

lunes, 1 de febrero de 2021

Enero es el peor mes para conocer a alguien




Nos conocimos en enero, que es el peor mes para conocer a alguien. Pese a ello, llegado marzo seguíamos juntos y cada vez estábamos más unidos. Tanto que decidimos pasar el día del padre en pareja. Para ella era especial porque hacía poco que había perdido al suyo. Para mí también, aunque un poco menos, porque yo hacía tiempo que había decidido no querer al mío. Lo celebramos como mejor se celebran las cosas en pareja, bajo una manta en el sofá viendo películas. Ella era más de series pero me concedió ese gusto a cambio de que yo me responsabilizara de elegir las películas. Y responsabilizarse de elegir las películas cuando estás con ella es mucho responsabilizarse. Elegí un abanico de varias que nos podrían valer a los dos, aunque todas ellas eran parte de mi altar de los afectos por el cine más grande que podía tener. El Padrino II, La gran belleza, Lolita y Remando al viento. Sí, ya sé que no tiene ninguna lógica la elección, pero en aquel momento me pareció adecuada. Y le sumé Eyes wide shut por aquello de introducir algo subido de tono por si podía después introducirme yo en ella. Aún estábamos en esa fase en la que la prioridad al quedarnos solos era el sexo. Y no sólo para mí. Empezamos a ver Eyes wide shut y aquello desembocó en polvo salvaje en el sofá. Salvaje pero cuidadoso porque hacía frío en aquella casa cada vez que alguna parte de nuestros cuerpos se salía más tiempo de la cuenta de debajo de la manta por muy calientes que anduviéramos. Tanto andábamos que se nos fue de las manos e hicimos ruido como si de nuestros gemidos y gritos fuera a llegar más placer. He estado con alguna que otra chica que así lo pensaba, pero esa es otra historia. Nuestros gritos molestaron a los vecinos de abajo, muy amigos de su difunto padre como supe tiempo después, y de la molestia pasaron a la indignación. Aporrearon el suelo seguramente con una escoba o algo así para que nos diéramos por avisados pero lejos de eso nos entró más hambre sexual. Luego, cansados de escuchar nuestra lujuria, gritaron pidiendo un poco de respeto para el vecindario. Hasta que, hartos de todo, subieron y empezaron a aporrear al puerta. Ella decidió que por mucho que nos molestara tenía que abrir y salir de aquello lo más dignamente que fuera posible, si había manera. Un señor mayor, con indudables maneras y aspecto de guardia civil retirado, entró en la casa buscando la orgía que suponía que teníamos montada. Tras no ver más que un arrecido personaje con el pelo revuelto que estaba tapado por una manta que no le cubría entero y era yo, miró la mesa y cogió el montón de las películas como si de un censor que se tratara. Pues vaya, dijo, tampoco tenéis mal gusto. Eso podría haber relajado el ambiente pero mi erección y lo extraño de la situación hacía que el gustoso debate cinéfilo que siempre me gusta tener fuera la más lejana de las opciones de lo que quería hacer en aquel momento. Bajé la cabeza y vi como se alejó musitando algo así como que él no se quería meter en nuestra vida pero que a su padre no le gustaría eso que estábamos haciendo y mucho menos que todo el vecindario se enterara por el escándalo que estábamos montando. Contó ya en la puerta que en el mismo sofá que estábamos mancillando él debe confesar que vio junto al padre de mi chica alguna película prohibida antes de que nosotros hubiéramos nacido, pero que eso no lo sabe ninguna de sus parejas. ¡Cómo hecho de menos a tu padre y aquellos ratos de cine! dijo y le dio dos besos, cuídate y no seáis malos, y se fue con las películas escaleras abajo. Mi chica volvió al sofá pero ya no se quitó más la bata que se había puesto para abrir la puerta. No retomamos la película. Ni el sexo, que fue lo peor. Se acurrucó sobre mí con evidente melancolía y tristeza. Pero en mi cuerpo desnudo su roce hizo que se me levantara y eso a ella le molestó y se lo tomó como un insulto. Me invitó a irme y yo obedecí avergonzado por la dureza de mi polla. Cuando iba por la calle me di cuenta de lo raro de una situación que había hecho que alguien me hubiera quitado alguna de mis películas preferidas en mis propias narices. Al llegar a casa me masturbé mucho. Aunque eso no tenga importancia. Dejé que se enfriara todo un poco y no me atreví a decirle nada. Pasó el día y ella tampoco me dijo nada. Ni un mensaje ni nada. Dos días, tres, cuatro... 



Sin saber cómo, se nos fue la intimidad y no nos volvimos a ver ni a hablar por un tiempo. Hasta que un día, un par de años después, nos encontramos en la filmoteca. Ponían una versión del director de Eyes wide shut y al estar los dos solos en la fila para entrar no encontramos excusa para no sentarnos juntos a verla. No hablamos mucho, como ambos sabemos que hay que hacer en una sala de cine, y al salir teníamos los dos una -sospecho- falsa excusa de prisa para no poder seguir hablando más allá de la despedida. Tengo que devolverte las películas, me dijo. ¿Las recuperaste? le pregunté extrañado. No, pero tengo que devolvértelas. Da igual, no te preocupes, para ti. Si algún día recuperas Lolita sí me gustaría tenerla porque no la encuentro, pero no te preocupes por lo demás. Te la recuperaré y así quedamos cuando te la dé para hablar un rato, ¿vale?
Los dos sabíamos que no valía. Meses después encontré en mi buzón un DVD de la Lolita de 1997, de Adrian Lyne con una nota que decía "Te lo debía. No tengo fuerzas para quedar contigo y hablar pero espero que siempre me recuerdes como yo lo hago, como algo bonito y feliz y deseándote lo mejor. Siempre."
Reconozco que me emocionó. Y no he vuelto a saber de ella. Ahora, todos los días del padre su recuerdo vuelve a mi mente y mi alma se pone un poco dura y sonrío. Siempre la tendré en el altar de mis amores vitales. Pero, sobre todo, siempre recordaré que me devolvió la Lolita que no era. La que llevé a su casa era la versión de Stanley Kubrick de 1962.

Enero es el peor mes para conocer a alguien, sin duda.