miércoles, 12 de noviembre de 2014

Cara o cruz


Cogió la moneda sabiendo que todo se jugaría a cara o cruz. Le gustó el simbolismo y el momento de todo o nada, más que el de doble o mitad que, aunque lo parezca o lo sugieran, no es ni de lejos lo mismo. Cara o cruz. La moneda. Se acercó a la barra y se dispuso a dársela a aquella camarera que no sabía nada del tema. Para aquella camarera el conflicto de cara o cruz de una moneda no tiene el menor interés porque ella cobra en billetes. En billetes de dinero negro, pero billetes a fin de cuentas. Y su único cara o cruz es saber si todos los billetes que le corresponden cada noche van a llegar en su número correcto o mayor (solía cobrar más cuando la noche iba bien, el jefe estaba contento y ella iba deliciosamente vestida para el regocijo de la clientela) o la farlopa de la que todos están manchados iba a hacer que llegara a casa con menos de lo previsto. Y su cara bonita se convertiría en cruz al mirarse en el espejo al día siguiente con la mitad izquierda del cerebro gritando y recordando que meterse tanto se cobraba sus facturas con pagarés a pocas horas vista.



La moneda, la barra, la camarera que esperaba el pago. El cara o cruz en la mano. ¿Y si el destino de la humanidad o del mundo tal y como lo conocemos estuviera en aquella moneda y en el azar de la cara o la cruz? Su mundo seguro. Tal y como él lo conocía. Estaba todo pendiente de aquella moneda y de aquel cara o cruz.
Ni la camarera, ni nadie de aquel local sabían lo importante de aquella moneda y de aquel cara o cruz. Porque a ellos, seguro que no les afectaba. Pero el mundo estaba a punto de cambiar...


B.S.O.: "A cara o cruz" (Radio Futura)





viernes, 7 de noviembre de 2014

Diana tendrá éxito algún día





Diana es especial. No ese especial que se dice peyorativamente de muchísimas chicas, sino una persona realmente especial. Es una triunfadora sin triunfo, aunque lo que ha conseguido en las cosas que realmente le han interesado y ha hecho en su vida serían un éxito para una gran mayoría de los mortales.
Es una mujer de la que se podría escribir ya, a su edad, una bonita e interesante biografía. Sobre todo interesante. Y eso es lo mejor que se puede decir de alguien para poder escribir su biografía. Interés. Que mucha gente pudiera ver su vida en unas líneas sin conocerla y tuviera deseos de devorar esas líneas, de meterse en esa vida, de acaparar esa personalidad, ese movimiento por el mundo al que llamamos vida.
Quizás para algunos fuera una biografía como otra cualquiera. Realmente, todas las biografías tienen un interés limitado al interés que te despierte el personaje biografiado. Nos acercamos a las biografías por conocimiento hacia el personaje. Nadie se plantea leer así por las buenas la biografía de un pastor de Kazajistán porque puede que no sepa ni dónde está Kazajistán y haya que repetirle segundos después eso de Ka-za-jis-tán. Puede que la leyera si la escribe su escritor favorito o si está estudiando el pastoreo de esa zona del mundo, pero lo lógico es que ni sepa que existe ese libro como no sabía que había pastores en Kazajistán o lo que sea que le hayan dicho.
Ese es el quid de la cuestión: Diana era una persona poco conocida para el gran público. No se sabía de su existencia más allá de un círculo -muy grande comparado con el habitual de casi todo el mundo- que tenía diversas visiones de su vida. Diana no era famosa, aunque ella siempre pensó que lo sería muy pronto. Aunque algunos pensemos que lo llegará a ser algún día. Pero en ese círculo, mucha gente ni se imagina que Diana tiene dentro de sí una gran, amena, excitante y maravillosa biografía por la que muchos famosos matarían.



Conocí una vez a un tipo que decía ser biógrafo. Era un conocido de otro conocido, amigo de alguien, o algo por el estilo. Vamos, que no era una persona a la que yo fuera a escuchar mucho ni dar pábulo a sus palabras, pero las veces que coincidí con él parecía tener muy claro a qué se dedicaba y qué significaba lo que hacía.
Llevaba un tiempo dedicado a ganarse la vida escribiendo cosas por encargo. Lo mejor de su trabajo eran las biografías. No le daban mucho trabajo, bastaba con acercarse todo lo posible a la persona que le hacía el encargo y preguntar, preguntar, preguntar. Siempre le gustó preguntar. Decía que era una manera muy fácil de evitar que su mente hiciera elucubraciones inútiles porque lo que necesitas saber te lo dicen. Había casos en los que le encargaban la biografía de un muerto y la labor era aún más fácil porque bastaba con investigar en cartas y documentos, en espacios que haya dejado vacíos el finado (¡Cómo me ha gustado siempre esta palabra!) para encontrar algo de interés que contar, además de ir modelando a su antojo todo lo que le cuente la gente que lo conoció en vida. Esas tareas no caen por la falta de inspiración nunca, que parece que fue lo que le colocó en el mundo de las biografías y su carrera literaria no echó a volar nunca. Estaba feliz porque le bastaba con modelar los acontecimientos de manera elogiosa con el biografiado para que todo el mundo estuviera contento.
Yo podría escribir una biografía de Diana, lo sé. De acuerdo a lo que me contó aquel biógrafo, parecía fácil e incluso entretenido. Y de entretenido, Diana lo tenía todo.
Pero yo tengo un problema que pocas veces se valoran en la elaboración de biografías: No sé escribir.
Aunque sepa mucho de Diana. Me encantaría que me encargaran su biografía y saber más y más de ella. Convertirme en una entendida en su materia, en su figura, y cuando llegue a ser grande y conocida, ganarme la vida aportando mi visión de experta en ella. O simplemente, forrarme contando una gran historia. Su historia. La que tiene y que está por escribir.
Cuando la besé por primera vez lo supe. Ella era de esa clase de chicas que cantaba un tipo de canciones que sólo puedes escucharlas en francés . Se lo dije. Podría ser un título maravilloso para su biografía.
Pero no sé escribir...