miércoles, 26 de junio de 2013

De tiovivos y tristezas




Dicen que no hay nada más triste que un tiovivo abandonado.

Pero son cosas que dice la gente que no sabe nada de nada. 
Nadie de los que dicen eso ha sido nunca un tiovivo abandonado.
Se me ocurren mil cosas más tristes que un tiovivo abandonado. 
Las enumeraría todas y saldrían más, 
pero no quiero entristecerme ahora que el tiovivo empieza a dar vueltas 
y las luces y los sonidos me hacen feliz.




El tiovivo gira con sus luces, caballitos y música de carrusel. 
Nadie está montado en él. 
A mí no me han dejado montar por exceso de peso, aunque sospecho que es porque el feriante que lo maneja me ha visto demasiado borracho. 

Nadie dice que no hay nada más asqueroso que un tiovivo donde sólo está montado un gordo borracho que se pone a vomitar al exterior como si fuera una fuente putrefacta de alcoholes y grasas saturadas.


Dicen que no hay nada más triste que un tiovivo abandonado 
Yo creo que no hay nada más triste que un tiovivo girando sin nadie montado en él.



B.S.O.: "Tio Vivo" (Piratas)




miércoles, 19 de junio de 2013

Microrrelatos sin pudor (Volumen 34): Las estaciones y el esmalte de uñas



Siempre tenía pintadas las uñas. Siempre. Las de las manos de un color y las de los pies de otro. Nunca estaban descuidadas. Ni las de los pies ni las de las manos. Constantemente tenía a la vista las de las manos, pero las de las pies estaban igual de impecables y estarán así el resto de su vida, aunque nadie las podía ver. Era algo suyo y siempre sería así. 
Sus uñas pintadas. Perfectamente pintadas. 
De diferente color las manos y los pies. 
Las de los pies siempre ocultas.




Pero un buen día llegó el verano. Aquel verano. Y pensó que quizás debía de dejar de pasar calor en los pies. Con miedo y mucho respeto a lo desconocido, se calzó unas sandalias. En aquel preciso momento comprendió que nada volvería a ser ya lo mismo. Vio sus uñas de los pies perfectamente pintadas y decidió ponerse unos guantes en las manos para pasar toda aquella estación que acababa de llegar a su vida. 
Aquel verano.

A partir de aquel verano, lucía zapatos cerrados en invierno y guantes en verano. Su vida ya nunca volvió a donde solía. 

Y empezó a pasarlo mal en primavera y en otoño.

Aunque siempre tenía perfectamente pintadas las uñas

Las de las manos de un color y las de los pies de otro.




jueves, 13 de junio de 2013

La dificultad de pintar con acuarelas



¿Os he contado la historia de aquellos tiempos en los que creía que la acuarela era el mejor método que existía para expresar sentimientos?

Supongo que no. Estoy casi seguro de que no. Es algo que no he contado a nadie y que a nadie debería interesar. Pero hubo un tiempo en el que creía que todos mis sentimientos los podía expresar mediante acuarelas sobre un papel. Hasta llegué a coger el punto en el que la acuarela está lo necesariamente húmeda y licuada como para pintar bien y lo suficientemente seca como para que no se deshaga el papel. Sólo quien ha pintado alguna vez con acuarelas sabe realmente a qué me refiero. Pero esta no es la clave de la historia por la que os estoy preguntando. 

Yo era un niño sencillo y feliz. Yo era un niño normal, de esos que sonríen si le hacen carantoñas y fruncen el ceño si les hacen cosas que no le gustan. Y como todos los niños normales, como todos los niños sencillos y felices, empecé a crecer. A crecer y a pensar más cosas que sonreír cuando algo me gustaba o fruncir el ceño cuando no.

Salí a la calle y empecé a hacerme mayor. Dejé las acuarelas en casa y decidí retomarlas cuando tuviera tiempo y ganas de expresar mis sentimientos, ya que es el mejor método que existe para hacerlo. Empecé a perder la sonrisa infantil que tanto gustaba y mi ensortijado pelo empezó a ser un quiero y no puedo de mechones mal puestos escondiendo el incipiente cartón. Así, de repente, me hice viejo aunque mi carnet dijera lo contrario. 

Y empecé a vivir como una persona adulta. Y como todos los adultos, con reminiscencias de ser pequeño, tengo miedo de todo. Tanto, que utilizo el método preventivo de “gasear” las presencias detrás de mí para evitar robos inesperados. Me tiro pedos como prevención a quedarme sin cartera. No dejan de perseguirme y de pasarme cosas extrañas:

He intentado subir en ascensor, pero cuando se abrieron las puertas, vi dentro un oso pardo. Me gustan los osos panda y un poco los polares, los pardos me dan mucho miedo y no sé por qué. 
Decidí subir a pie, pero cuando iba a acometer la ardua tarea de escalar el primer tramo de escalones vi sentada en el quinto peldaño a una vieja con bata de guata rosa y una bolsa de supermercado blanca puesta en la cabeza como si quisiera protegerse de la lluvia. Me dan mucho miedo las personas mayores. Sobre todo las de género femenino y las que se ponen bolsas de plástico en la cabeza cuando llueve. Y esas dos cosas juntas, más. Me dan tanto miedo casi como la gente que se pone caretas de goma de antiguos presidentes norteamericanos.




También me da muchísimo miedo el Estadio Santiago Bernabeu y todo lo que le rodea. Cuando sea mayor y rico, lo compraré y lo derribaré. Y en ese espacio construiré un parque de ocio al que pondré el nombre de Marcelino Camacho y en el que habrá un minigolf, un rocódromo, un estanque rodeado de máquinas que expenden pan para los patos y muchas cosas más. La entrada estará vetada a todo aquel que tenga en pelo más corto que un patrón de medida que decidiré con mis asesores, que son un muñeco tentetieso de Jack el de Pesadilla antes de Navidad, una Barbie Hawai y algún click sin brazo derecho.

Ayer me tiré desde un trampolín muy alto y no me dio miedo. Las chicas que estaban al borde de la piscina cuchicheaban entre ellas y me sonreían quizás agradadas por mi valor para hacerlo. Pensé acercarme y proponer una tarde de sexo con ellas pero me dio mucho miedo. Me da miedo el sexo porque llevo mucho tiempo sin practicarlo y más miedo aún acercarme a alguien para proponérselo. Aunque sea pagando mucho dinero y ella quiera.

Me gustan mucho las carreras en las medias ajenas y me da miedo ponérmelas yo por si me salen carreras. Me asusta que valoren de mí que no tengo tres carreras y que parezca que todo el mundo a día de hoy que pasa de los treinta y tantos no haga otra cosa que correr y apuntarse a carreras populares para mejorar sus prestaciones como atletas. Y más pavor aún a salir un día al parque y encontrarme que soy el único que no voy vestido de Decathlon.

Me da miedo mirar mi reflejo en un río y que algún día encuentre que lo que veo no es lo que esperaba ver. Por eso he roto los espejos de casa aunque traiga mala suerte. No me dan miedo ni las maldiciones de mala suerte ni los gatos negros, pero sí las chicas que tienen gatos a los que quieren más que a sus vidas. Me da miedo Luis Tosar. Me da miedo que algún día me confundan con un cerdo y me sacrifiquen en una matanza para comerse mi sangre y hacer embutidos con mis carnes.
Me gusta contar los déjà vu que tengo y que a quien se lo cuente le dé miedo.

Sigo arrastrando muchos miedos que no me dejan dormir: ¿Por qué tengo que dejarle el coche a un agente secreto que lo necesite para una persecución? ¿Quién me lo devuelve después? ¿En qué estado? Sin tener coche, es algo que no deja de atormentarme.

Cuando era era un niño sencillo y feliz, un niño normal, de esos que sonríen si le hacen carantoñas y fruncen el ceño si les hacen cosas que no le gustan, soñaba con tener coche. Hasta recuerdo que pintaba coches con acuarela. Pero como todos los niños normales, como todos los niños sencillos y felices, empecé a crecer. A crecer y a pensar más cosas que sonreír cuando algo me gustaba o fruncir el ceño cuando no.

A no conseguir pintar con acuarelas. 
A descubrir que los papeles donde pinto se arrugan por la humedad.
A humedecer con mis lágrimas todos los coches que siendo niño pintaba pensando tenerlos cuando fuera mayor.
A ser mayor sin recordar cómo era ser un niño.
A no poder expresar los sentimientos de manera adecuada.


¿Os he contado la historia de aquellos tiempos en los que creía que la acuarela era el mejor método que existía para expresar sentimientos? Pues recordarme que lo tengo pendiente. Voy a ver si recuerdo cómo era eso de pintar con acuarelas...




B.S.O.: "Aquarela" (Toquinho)

lunes, 10 de junio de 2013

Tirando de archivo: Te voy a llevar a Lisboa



Nota editorial: Hoy es el Día Nacional de Portugal, y para celebrar la efeméride rescatamos una historia publicada en Agosto del año pasado obsesionada con llevarte a Lisboa de la mano. Nos vemos por sus ruas, paseando...




Te voy a llevar a Lisboa. Tú aún no lo sabes. No te lo he dicho. Quizás fantasees con ello y yo me esté pasando de lista, pero te voy a llevar a Lisboa. Me encantaría que fuese así y no se te diluyeran las fantasías, pero sea como fuere, hoy me he dado cuenta de que te voy a llevar a Lisboa.

Y no te estoy diciendo que vayamos a ir juntas a Lisboa, ni que te vaya a proponer un viaje para que nos enseñemos Lisboa. Te estoy diciendo te voy a llevar a Lisboa.

No sé cuándo ni cómo. Importa relativamente poco. Lo fundamental es que te voy a llevar a Lisboa.

No va a ser una invitación ni una sugerencia. No serán unas vacaciones ni el premio a un concurso. Simplemente, te voy a llevar a Lisboa.

Hace mucho tiempo que no estaba tan segura de algo como estoy ahora de que te voy a llevar a Lisboa. Para ti va a ser de lo más fuerte que hayas vivido, y para mí será la culminación de muchos proyectos de orgasmos mentales.

No sé cuándo ni cómo, pero te voy a llevar a Lisboa.

Te voy a llevar a Lisboa, no para que vengas conmigo, sino para ir las dos. Las dos sabemos que realmente no somos sólo dos, pero no nos importa. No tenemos ni idea qué número sumamos juntas y me importan tres o siete mil cuatrocientos veintisiete cominos cuál sea. Puede ser el 6 (L–I–S–B-O–A) o el 19 (T-E-V-O-Y-A- L-L-E-V-A-R- A- L-I-S-B-O-A). Puede ser cualquiera, pero yo te voy a llevar a Lisboa para que sumes al 1, a más importante, a ti, a mí. Para que ese uno crezca y crezca contigo. Para sumar y no restar. 

Para que sepas, aunque quizás fantasees con ello y yo me esté pasando de lista, que Lisboa nos está esperando desde hace mucho tiempo. Yo lo sé y por eso te voy a llevar a Lisboa

No hay más. No pienses en qué significa, porque no hay más. Simplemente te voy a llevar a Lisboa.

¿Por qué Lisboa? 

¿Qué es Lisboa?

No lo sé. Dímelo tú. 

¿Tú lo sabes? 

No me contestes todavía. 

Espera. 

Te voy a llevar a Lisboa.

A veces pienso, y me deprimo. A veces pienso y el brillo de tu sonrisa me alegra y ahuyenta de la depresión.

Lisboa es depresiva, es decadente, es crepuscular y llora fados, y por eso no puede ver nada más alegre que tu risa y tu mirada cuando sepas te voy a llevar a Lisboa.

Lisboa es la luz. Tu mirada sonríe con la misma luz. 

No te marees. No llores. No te preocupes.
Ni si quiera pienses. 

Sonríe. Mírame. Sonríe y mírame como sólo tú sabes.

¿Que no haces nada especial? 

Elimina la modestia de tu atuendo que no te combina bien con esa falda. Sabes quién eres y empieza a saber dónde vas porque yo te voy a llevar a Lisboa.

Quiero volver a ver como tu espíritu se torna inestable por la emoción. Quiero ver cómo te quitas esa máscara de seguridad y tus ojos me enseñan a esa niña vulnerable y enfermizamente feliz, esperando algo que no sabe muy bien qué es (y que quizás no le importe mucho) y encontrándome a mí.

¿Te acuerdas? Soy yo, creo que necesitas saberlo: Te voy a llevar a Lisboa.

¿Sabes que tu mirada tiembla cuando te emocionas? 

¿Sabes que no abarcas lo que quieres mirar cuando te desnudas de emoción?

Es maravilloso. 

Por eso y por mucho más. Por hacerme ver que merece la pena decirte que te voy a llevar a Lisboa. Y porque has consagrado toda la parafernalia del altar de mis afectos para que comulgue mi espíritu.

Te lo debo, te voy a llevar a Lisboa. Aunque, egoístamente sea tan necesario para mí. Por eso no vamos a ir a Lisboa. Por eso no te voy a proponer si quieres ir a Lisboa. Por eso te voy a llevar a Lisboa.



Terminé de decirlo y me miraste con una seriedad mayor de la que yo esperaba. No emocionada, no turbada. No al menos como yo esperaba. Me besaste y empezaste a hablar tú:


No volveré contigo a lugares que fueron importantes para las dos. ¿Lugares comunes? Bueno, quizás no sea esa la manera de llamarlos, se refiere a otra cosa, pero tú me entiendes. Hay veces que los recuerdos están en el cajón de los intangibles tesoros. 

No quiero abrir la Caja de Pandora de mis emociones. Es bellísima por fuera, ocultando su interior. Si la abro, puede que no me guste lo que encuentro. Y no podré cambiarlo y quedará estropeado al contacto con el tiempo presente.

Para que me comprendas, puede ser similar al tema de los amores platónicos, que si dejan de serlo, platónicos, normalmente no son más que eso: Amores. Amores bonitos, sí. Intensos o pasajeros, sí. Pero no platónicos. 

¿Qué pensará Platón de todo esto? ¿Te lo imaginas por Lisboa…?

Alguien dijo una vez, o leí por algún sitio, que hay que tener mucho cuidado con lo que se sueña no vaya a convertirse en realidad.

No hablo de sueños, sino de recuerdos. Los recuerdos se aprenden a manejar a conveniencia. Se pueden enturbiar o clarificar, adornar o ensuciar, rodearlos de arabescos o simplificarlos hasta algo muy concreto y simple… Pero siempre con el cuidado necesario para no hacerlos insoportables en la memoria como para querer abrir la Caja de Pandora y encontrar que su luz nos ciega y nos llega a molestar. 

Las linternas son útiles en la oscuridad si apuntamos su foco hacia algo en penumbras que queremos ver más claro. Pero nunca debemos apuntar el foco a nuestros ojos para ver mejor. Así no funciona.

Y odiaremos, desterraremos la linterna y nos sumiremos en la oscuridad. En una oscuridad más profunda que antes de tener la linterna escondida. ¿Imaginas Lisboa sin su luz?

Por supuesto, no te diré aquello fácil de “segundas partes nunca fueron buenas” aunque me ayudara en lo que te digo. Sabes que pienso que muchas son mejores que las primeras. Si “El Padrino 2” no existiera tras “El Padrino 1”, todos y cada uno de nosotros y nosotras diríamos que es mejor que la primera. Pero a pesar de ser una jodida obra maestra por sí sola, tenemos a echarle el lastre encima de la existencia de “El Padrino 1” (Que cambia su nombre al aparecer “El Padrino 2”, pasando de ser simplemente “El Padrino” a “El Padrino 1”). 

Algo así pasa en nuestros recuerdos. Como mínimo pasarían de ser “Los Recuerdos” a “Los Recuerdos 1”. Y eso, ya los cambia. Aunque sea un ligero cambio…

Por eso no sé si debo volver nunca allí contigo. Por no buscar excusas en el tiempo, en el cambio del lugar, cuando los que cambiamos somos nosotras, cegadas por el foco linternil de nuestros recuerdos más maravillosos enfocando a los ojos.

La primera vez tiene el encanto de la novedad, de lo desconocido. La segunda se puede mejorar. Y la tercera y la cuarta… Pero cuando pierdes la cuenta, las valoras sin comparación. Disfrutando de la presente y luchando por la futura. Y si las encadenas y las atas unas a otras, la siguiente parecerá una más…

Y caerás en la rutina, la mayor enemiga del amor platónico.

Y todo esto te lo digo porque no sé qué quieres que te diga a todo lo que me has dicho de Lisboa.

Y porque eres tú.






Abrumada, me armé de valor y lo solté:

- ¿Qué has querido decir con todo esto?


Me miraste muy seria, mordiéndote el labio como sólo tú sabes hacerlo, y después sonreíste:

- ¿Cuál era la pregunta?


Te miré entre condescendiente, embobada y  mosqueada:

- No te he preguntado nada…


Te levantaste a poner un cd:

- Sabes que no me gustan los fados. Los veo como las películas tristes, no me apetece que me hagan llorar porque sí…

Y empezó a sonar Lisboa, el poema de Gabriel Sopeña que cantó Loquillo.


Y te lo dije con más fuerza que nunca:

- Te voy a llevar a Lisboa


Me miraste como sólo tú me sabes mirar.  
Me sonreíste como sólo tú me sabes sonreír.


Y susurraste a mi oído:











martes, 4 de junio de 2013

El cuento de los días que sería mejor no salir de la cama



Once upon a time, conocí a una chica que creía tener todas las respuestas y que salía al mundo con decisión y seguridad.




Como siempre, lo primero que hacía todas las mañanas era abrir el Play-boy y masturbarse antes de afrontar el día. Pero esa mañana encontró un post it rosa cuando abrió la revista que llevaba escrito:

“¿Sabes que la masturbación no es la respuesta para todas las cosas?”



Salió a la calle más turbada de lo normal por lo vivido al iniciar el día y recordó que no tenía tabaco, aunque hacía tiempo que no fumaba habitualmente. Al llegar al estanco y pagar lo adquirido, sintió en la nuca la pregunta de la estanquera, que no era ni la de Vallecas ni la de Amarcord, sino un señor con bigote y aparente interés cero en la vida en general: 

“¿Recuerdas cuando se fumaba en las películas?”




Azorada por el calor, la posible fiebre que estaba incubando, y lo confuso del día, llegó frente a mí buscando consuelo sin contarme bien lo que pasaba y no pude menos que confesarle toda la verdad:

"No hay nada más bello que una tía vestida con sólo una camisa blanca de hombre. Siempre seré un perdedor porque nunca he usado camisas. Y mucho menos, blancas. Aunque sabe Dios que he tenido mañanas posteriores a grandes noches en las que no he podido desear nada más que tener a mano una camisa blanca para que te vistas sólo con ella para desayunar."

Para rematar preguntándole:

“¿Por qué el blanco siempre hace gordo y el negro estiliza?”



Decidió no volver a hablarme, olvidar todo lo que estaba pasando y meterse en la cama a pasar la fiebre confiando que mañana fuera un día mejor.

Y colorín colorado, se durmió sabiendo que el sueño todavía no había llegado...