Siempre tenía pintadas las uñas. Siempre. Las de las manos de un color y las de los pies de otro. Nunca estaban descuidadas. Ni las de los pies ni las de las manos. Constantemente tenía a la vista las de las manos, pero las de las pies estaban igual de impecables y estarán así el resto de su vida, aunque nadie las podía ver. Era algo suyo y siempre sería así.
Sus uñas pintadas. Perfectamente pintadas.
De diferente color las manos y los pies.
Las de los pies siempre ocultas.
Pero un buen día llegó el verano. Aquel verano. Y pensó que quizás debía de dejar de pasar calor en los pies. Con miedo y mucho respeto a lo desconocido, se calzó unas sandalias. En aquel preciso momento comprendió que nada volvería a ser ya lo mismo. Vio sus uñas de los pies perfectamente pintadas y decidió ponerse unos guantes en las manos para pasar toda aquella estación que acababa de llegar a su vida.
Aquel verano.
A partir de aquel verano, lucía zapatos cerrados en invierno y guantes en verano. Su vida ya nunca volvió a donde solía.
Y empezó a pasarlo mal en primavera y en otoño.
Aunque siempre tenía perfectamente pintadas las uñas.
Las de las manos de un color y las de los pies de otro.
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