miércoles, 13 de julio de 2011

Buscando una habitación acolchada



La mayoría de la gente que me conoce tiene la acertada impresión de que yo debería estar encerrada en una habitación acolchada. Casi todos lo dicen de manera positiva, no ven en ello el mayor problema, pero me están llamando loca. Loca de atar, apostilla más de uno. No sólo una habitación acolchada, sino una camisa de fuerza. Ahí es cuando empiezan a sumarse a la conversación sobre mí, gente que no me tiene demasiado aprecio.

Hay niveles y niveles de locura. Yo busco la habitación acolchada. Estoy conforme con ello. Ni más, ni menos. Una habitación acolchada sugiere muchas cosas, la mayoría de ellas, positivas. Al menos para mí. Lo acolchado siempre me ha parecido acogedor. Siempre he fantaseado con las mañanas de domingo bajo las sábanas jugueteando contigo, pero lo importante es el colchón. Hay quien se deja engañar por el amor y los arrumacos y creen que el motor de esta vida está en el corazón, pero yo necesito la habitación acolchada. 
Contigo pan y cebolla, sí… Pero acolchados…


Me he cortado el pelo mirándome al espejo un montón de veces. De manera catártica, como una experiencia que me marque un punto de inflexión. Pero nadie lo ha entendido nunca. Todos piensan que estoy loca. Si no has sentido alguna vez lo que es introducir las tijeras por el nacimiento de tus pelos, de frente, mirándote al espejo, y has cerrado con dificultad las hojas, te has perdido algo muy grande. Es una sensación diferente a todo lo vivido. Es breve, pero intensa. Es simple, pero muy compleja. El cuero cabelludo tiene unas conexiones nerviosas con el resto del cuerpo que sólo las conoces cuando haces algo tan drástico como cortarte el pelo de raíz de manera ceremonial.

Cambio a mi familia por una melena frondosa. 

Necesito vivir ciertas sensaciones más a menudo, aunque pierdan intensidad con la rutina. Cuando una se corta el pelo, aunque sea catárticamente no crece más rápido y el tiempo a esperar para poder vivir nuevamente la experiencia se puede hacer eterno. A veces me siento como el yonky que necesita su dosis y le falta el dinero, con la diferencia de que yo no puedo robar pelo para que me crezca. 

Lo más que puedo hacer es cambiar a mi familia por una melena frondosa.

Me muevo por extraños vericuetos. Todos encaminados a mi habitación acolchada. “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría” decía William Blake, y mi locura no puede estar más de acuerdo. El viaje sin retorno, de la chica socialmente aceptable a la apestada para todos que debería estar encerrada en una habitación acolchada con una camisa de fuerza. Lo que no saben es que muero y vivo por seguir paso a paso ese camino.


¿Qué extraño maleficio me lleva a ir más allá? ¿Qué mueve mis entrañas para perseguir sin aliento la habitación acolchada por más que me pongan piedras en el camino para que no llegue? San Agustín dijo que “Una vez al año es lícito hacer locuras”. Yo creo que hay 14 razones para no hacerlas, y el resto del año debe ser una permanente locura. Buscando una habitación acolchada.

No todo tiene una explicación. Ni yo misma me la encuentro por más que busque en mis bolsillos. ¡Cómo voy a pretender que los demás lo hagan! Todos saben que hago locuras y la mayoría lo ve de forma positiva. Loca de atar, apostilla más de uno. No sólo una habitación acolchada, sino una camisa de fuerza. Ahí es cuando empiezan a sumarse a la conversación sobre mí, gente que no me tiene demasiado aprecio.

Pero tú siempre me viste de otra manera.
Tú siempre sonreíste con mis ocurrencias.
Tú siempre me mostraste otro yo.
Tú siempre fuiste la más loca de mis locuras.


Tú, que tardaste 14 canciones en besarme. No supe si por culpa tuya o mía. Me gusta la música, pero no la de las salas de espera, y tuve que esperar 14 canciones para que me besaras.

Nunca me he creí la típica princesa de cuentos. No tuve la conciencia tranquila para dormir eternamente esperando que el beso de mi princesa me despertara de mi letargo o de mi maldición. Tampoco estuve preparada para perder zapatos a la salida de las fiestas ni para ser secuestrada por dragones. Llámame loca, pero prefiero reposar dopada en mi habitación acolchada individual, donde todas las visitas son condescendientes y tienen lástima por mí. Hay personas que les molesta la pena, les molesta la lástima, les molesta la piedad, les molesta la misericordia… Yo me muevo como pez en el agua en esos sentimientos. Seré mediocre, pero es más fácil que se acerquen a mí por lástima a soportar que no se acercan porque me ven inaccesible. Yo no hago más que cantar a los cuatro vientos que busco una habitación acolchada y tú vas y tardas 14 canciones en besarme. No te entiendo, aunque me da igual.

Me miraste sonriente, mordiéndote el labio inferior como sólo tú sabes hacer, y me dices que según Aristóteles "no hay un gran genio sin mezcla de locura"…

Buscando una habitación acolchada...

Pero sin camisa de fuerza, que quiero poder abrazarte con toda mi alma.

Aunque esté loca.


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