Revolcarse en el fango.
Revolverse en la propia mierda.
Retozar en la cochiquera.
Es pensar que eras un puto genio y ahora no eres mínimamente creativo.
No a un nivel aceptable.
No como te gustaría.
Es pensar que eras un puto genio y ahora no eres mínimamente creativo.
No a un nivel aceptable.
No como te gustaría.
Y te revuelcas en el fango, te revuelves en tu propia mierda y retozas en tu cochiquera, feliz como un marrano, disfrutando del hedor que desprendes y creyendo que un día volverás a ser el tipo creativo, ingenioso y chispeante que todos te decían que eras.
Pero tanta peste, aunque sea propia, acaba cansando.
Te levantas sin la menor de las compasiones por tu vida de gorrino y te lanzas en busca de eso que crees que es la creatividad que has perdido.
Como vives al lado del Museo del Prado, decides que no hay mejor sitio para recuperarla que plantarte allí enfrente de alguna obra maestra que ya habrá acudido a tu rescate más de una vez.
Como vives al lado del Museo del Prado, decides que no hay mejor sitio para recuperarla que plantarte allí enfrente de alguna obra maestra que ya habrá acudido a tu rescate más de una vez.
Paseas como un alma en pena, mirándote los pies, sin levantar la cabeza, entre los pasillos vacíos de gente.
¿Por qué no hay gente visitando El Prado hoy?
¿Todo el mundo tiene creatividad menos tú?
¿Son todos unos mentirosos?
¿Eres tú una mentira danzante y maloliente?
Mejor así, te dices.
Puedes elegir postrarte ante el cuadro que más te guste. No tendrás que aguantar una nube de japoneses tras la cual ponerte de puntillas para ver algo. No tendrás que aguantar miradas inquisitorias cuando mires demasiado cerca un cuadro o cuando pases más tiempo de la cuenta delante. No tendrás que aguantar explicaciones en italiano sobre lo que quiso plasmar Goya en aquella pincelada en voz de un aspirante a artista convertido en guía bien parecido, a un grupo de bien parecidos memos que asienten moviendo la cabeza a cualquier cosa que les diga.
Mejor así, te dices.
Pasas delante de todos los cuadros sin mirar. Son mentira. Todos te parecen falsos. Y de repente, levantas la mirada y te encuentras con él.
Como siempre.
Vigilándote desde que eras pequeño, posado en tus sueños, recordándote que tu creatividad se está yendo a pique desde que te conoces, o crees conocerte. Cosa que no deja de ser otra mentira más.
El Gran Masturbador.
El Gran Masturbador que pintó Dalí en 1929, cuando no eras ni siquiera un proyecto.
Cuando ni siquiera te preocupaba perder la creatividad.
El Gran Masturbador para el gran masturbador de la creatividad perdida.
El Gran Masturbador para el gran masturbador de la creatividad perdida.
Solos los dos.
Como si fuera poca cosa.
Y, como en toda buena historia que se precie, de aquellas que imaginabas cuando no habías perdido la creatividad, de la nada, aparece ella…
Y la miras con desdén y superioridad.
A fin de cuentas, ella no sabe que tú has perdido la creatividad.
A fin de cuentas, ella está allí porque tú lo quieres o porque ha perdido la creatividad también.
A fin de cuentas, no te interesa lo más mínimo porqué está allí.
A fin de cuentas, no es más que otra mentira.
Ella mira en tu interior como si te conociera desde mucho tiempo atrás.
Ella busca en ti una creatividad que no parece ser consciente que has perdido.
Ella cree que sigues siendo un genio creativo.
Ella te dice la verdad que todos los que mienten te dicen.
Y la deseas.
Y ves cómo sus labios miran más que sus ojos.
Y como sus ojos comen más que su boca.
Y como su boca, delante de El Gran Masturbador (El cuadro de Dalí) te dice que lo que más le apetece en ese preciso momento es besarte.
Y como crees que la verdad está sobrevalorada, le respondes pues eso sólo hay que pedirlo y la besas.
Y sientes falsamente que has recuperado la creatividad y que has encontrado la sinceridad.
Y no piensas que ni estás siendo creativo, ni ella te mira de verdad.
Pero te llenas de ella.
Y ella te llena de ti.
Y os revolcáis contra El Gran Masturbador como si no hubiera nada más en que pensar.
Una vez alguien dijo que había que estar cien por cien en cualquier momento como ése, y estar pensando en que te estás revolcando con aquella preciosidad sobre El Gran Masturbador, ya no es estar al cien por cien allí.
Y sientes tu espalda desgarrarse.
Y sientes como te araña la rugosidad de la pintura.
Y sientes como te araña y te desgarra aquella pequeña salvaje que un rato antes decía que lo que más le apetecía en el mundo era besarte.
Y piensas en los gemidos y los gritos.
Y piensas en los gemidos y los gritos.
Y asumes que eres un privilegiado.
Y entiendes que nadie sabe cómo suenan los gemidos y los gritos de la pasión en el silencio de un Museo del Prado vacío. En la inmensidad de una pinacoteca huérfana de gente y preñada de creatividad. En la enormidad de un museo donde sólo ella te dice la verdad.
Y así, desnudos, sudorosos, arañados, satisfechos, plenos… La miras a los ojos y ves una sonrisa sincera en ella. Buscas en su boca y sientes una mirada verdadera. Y sientes que no está mal que tu creatividad esté sobrevalorada, al igual que la verdad.
Y así, desnudos, sudorosos, arañados, satisfechos, plenos… La miras a los ojos y ves una sonrisa sincera en ella. Buscas en su boca y sientes una mirada verdadera. Y sientes que no está mal que tu creatividad esté sobrevalorada, al igual que la verdad.
Y recuerdas que en El Prado no está El Gran Masturbador.
Y recuerdas que El Prado nunca está vacío.
Y recuerdas que nadie habla delante de un cuadro con interés sexual sin que salga mal.
Y recuerdas que El Gran Masturbador no es tan grande como para que los dos podáis revolcaros contra él, por mucho que os abracéis u os hagáis uno.
Y recuerdas que El Gran Masturbador no tiene textura que pueda desgarrarte ni arañarte la espalda.
Y recuerdas que el Reina Sofía dice que El Gran Masturbador está en su interior.
Y asumes que nunca has sido un tío con mucha creatividad.
Y asumes que todo esto no es más que una mentira, porque la verdad está sobrevalorada.
Pero recuerdas que ella te dijo que lo que más le apetecía en aquel momento era que os besarais.
Y recuerdas que El Prado nunca está vacío.
Y recuerdas que nadie habla delante de un cuadro con interés sexual sin que salga mal.
Y recuerdas que El Gran Masturbador no es tan grande como para que los dos podáis revolcaros contra él, por mucho que os abracéis u os hagáis uno.
Y recuerdas que El Gran Masturbador no tiene textura que pueda desgarrarte ni arañarte la espalda.
Y recuerdas que el Reina Sofía dice que El Gran Masturbador está en su interior.
Y asumes que nunca has sido un tío con mucha creatividad.
Y asumes que todo esto no es más que una mentira, porque la verdad está sobrevalorada.
Pero recuerdas que ella te dijo que lo que más le apetecía en aquel momento era que os besarais.
Y os besáis.
Y rebuscas en tu vida y descubres que El Gran Masturbador siempre estuvo allí.
Y rebuscas en tu vida y descubres que El Gran Masturbador siempre estuvo allí.
Y encuentras la creatividad en ella.
Y ves la verdad en su boca y en sus ojos.
Y te masturbas pensando que eres muy grande, digan lo que digan…
Y sabes que eso es lo más creativo y más verdad que te vas a encontrar nunca.
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