jueves, 12 de noviembre de 2009

Buscando la Gripe A me he quedado en dos días de fiebre.

(Crónica de una convalecencia desaprovechada)

¿Cómo se busca una enfermedad? Las enfermedades vienen y van, pero nunca están cuando se las necesita. No he necesitado demasiado la enfermedad en mi vida. Me vale con la pereza y la desidia, se bastan ellas solas. Pero la busco con la “necesidad” con la que te tomarías un cubata de vodka cuando eres whisky-adicta. La necesidad no existe, pero beberse un ron (ahora que parece que lo bebe tanta gente) por mimetizarse con el grupo, aunque seas whisky-adicta es una forma de ver mundo. Aunque sea en el fondo de un vaso. Aunque sea en el fondo de los ojos de quien comparte la copa contigo. Sobre todo si es en el fondo de los ojos de quien comparte la copa contigo.

¿Cómo se persigue una enfermedad? Una de moda, no la peste, ni cosas de esas que ya casi ni quedan… Una gripe A, H1N1, de esas para las que te prescriben Tamiflu y que te dejan quedarte en casa aislada una semana como una apestada. Apestadamente a gusto, sin visitas (malditas y cobardes amigas), sin obligaciones (más allá de zapear enfermizamente entre la tremebunda programación matutina), recibiendo condolencias lastimeras por el móvil o por internet, descontando aterrada los días que quedan hasta volver al trabajo (por lo rápido que pasan y lo pronto que llega el final).

Me he abierto al mundo. He abierto mis putrefactos y negros pulmones al aire del mundo buscando la gripe A y he encontrado la fiebre. Ilusionada me he tomado la temperatura cada media hora viendo cómo mis constantes febriles seguían evolucionando a buen ritmo: 37’5, 38, 38’5, 39, 39’5… Y ahí he empezado a preocuparme. No es que me preocupe tener fiebres de 39 o 39’5 (para una chica de mi tamaño siempre han estado a la orden del día desde que tengo uso de razón), lo terrible es no encontrar más síntomas acompañando tan maravillosa e importante fiebre. Ahí es cuando se empieza a ser consciente de que algo raro pasa y no es la gripe A: Fiebre. Fiebre sin más. Fiebre y nada más. Fiebre al fin y al cabo.

No es que desprecie la fiebre, pero me sentí igual que en la mayor parte de mi adolescencia, cuando salías por la noche, echabas el ojo a la chica guapa del fondo de la barra, divina y maravillosa, y acababas haciéndole un favor a la pesada que se ha tirado toda la velada piropeándote y a la que no hiciste caso hasta que el bar se empezó a vaciar y viste frente a tí la terrible perspectiva de volver a casa sola. ¿Dónde se ha ido H1N1? ¿Por qué las mejores se van siempre con los demás? Con gente que no muestra el menor interés en ella. Con gente que sólo se acerca a ella porque está de moda…

No es que desprecie la fiebre. Siempre ha sido una buena amante. Pero no te sorprende. Ya no. Puede que las primeras veces te hiciera ver las estrellas o te arrastrara a insondables paraísos de locura, pero ya no. Me he acostumbrado a ella. Aunque siempre tenga la esperanza de que me sorprenda, me coja desprevenida, remueva mis entrañas, descoloque mis sentidos…

Según se cuenta, Kafka escribió más de una de sus famosas cartas bajo la influencia de un importante estado febril. Para que Lewis Carroll se adentrara en el mundo de su Alicia más conocida también tuvieron una importancia capital las fiebres. Pero estamos hablando de seres que podrían haber escrito millones de cosas sin recurrir a los delirios febriles.

Siempre que la fiebre llama a mi puerta, la recibo con ilusión. Pero podría venir 4 ó 5 días a la semana el resto de mi vida, y aún así no conseguiría escribir ninguna obra maestra. Lo asumo. Me pesa, pero lo asumo. Lo que no asumo es ser incapaz de escribir ninguna línea que verdaderamente merezca la pena y vea a la fiebre irse sin siquiera despedirse, como la aduladora ultimorecurso del bar de turno… Sin dejar poso, sin dejar por lo menos, algunos versos precisos (que no preciosos) que llevarme a la boca.

Algún día debería dejar de escudarme en todo lo que ocurre a mí alrededor, para recibir como Dios manda a mi amiga fiebre la próxima vez que tenga a bien visitarme. Dijo Picasso que
“las musas existen, pero tienen que encontrarte trabajando”, y yo no soy quién como para discutir a Don Pablo.

Pero, desgraciadamente, siempre me gusta ir a la contra…
¡Qué contrariedad!

Nota del Traductor:
Estas líneas no han sido escritas bajo el influjo de ningún estado febril. Tampoco consta que el Tamiflu haya tenido nada que ver. Cualquier contraindicación pueden reflejarla en los comentarios, abiertos siempre a cualquier aficionado (o no) a los medicamentos.


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