Los
besos más maravillosos que he vivido nunca son aquellos inesperados,
los que empiezan con unas risas, con un acercamiento torpe, con unos
toquecillos de cabeza a la manera de los ciervos, acercando mejillas
y chocando la frente ligeramente hasta que los labios se rozan y de
repente se dispara la pasión. Como el que acerca con miedo la llama
de una cerilla a la mecha de un fuego artificial, con cuidado de no
quemarse con ella, torpemente para no prender en un sitio inadecuado
y que no le dé tiempo a huir porque le explota en la mano.
Sí,
definitivamente mis mejores besos han sido los que me han explotado
en las manos...
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