(Foto: Berta @solofaltabaaqui) |
Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen
los Reyes Magos...
Oyó cantar a la chavalería por el rellano de la
escalera mientras se intentaba relajar en aquella destartalada
mecedora. ¿De dónde habría salido aquella mecedora y por qué era
tan incómoda? Quizás debería tirarla un día de estos, se dijo a
sí misma mientras sus manos bajo la manta que le cubría paseaban
entre sus piernas. ¡Qué bonita es la palabra chavalería y qué
coñazo es su concepto!
Hoy no estoy para nadie, pensó
mientras se intentaba convencer de que aquello no era vida. Pasar las
tardes en aquella desvencijada y ruidosa mecedora bajo una manta no
era un síntoma de que su vida fuera por buen camino. Fuera llovía a
mares. Es lo que toca en estas fechas, se dijo con actitud de tópico
insustancial mientras oyó de nuevo la canción de los Reyes Magos un
poco más cerca. Ahora no era la chavalería, sino una voz adulta que
le resultaba familiar, la que le llegaba del descansillo de la
escalera. ¡Qué bonita es la palabra descansillo y qué inquietante
es cuando se vive en una casa sin vecinos!
Debería levantase de la mecedora y
hacer algo útil. Debería. Debería hacer tantas cosas que el
tonillo de aquella voz que cantaba que ya vienen los Reyes Magos y
que estaba empezando a reconocer, le estaba causando un miedo
impropio en ella. Un miedo terrible hacia algo que venía de un
descansillo de una escalera inexistente, en una tarde lluviosa
meciéndose en un sitio incomodísimo bajo una manta que debería
tener tantos años como ella. ¡Debería cambiar de vida! Se dijo en
voz alta como si estuviera loca, con la única pretensión de que la
persona que cantaba en el inexistente descansillo de la escalera y
que cada vez identificaba mejor y sentía más cerca, le oyera.
Como con tantas cosas en su vida, lo
habitual sería dar la espalda, levantarse de la mecedora y asomarse
por la ventana para ver cómo llueve. Afortunadamente, tampoco había
ventanas en aquella casa baja y eso le libró de la cansada tesitura
de sacar las manos de debajo de la manta y levantarse de la mecedora.
Debería tener una buena ventana para
ver cómo llueve fuera, se dijo voz en grito. Ahora no pretendía que
le escuchara la voz que cantaba lo de los Reyes Magos y que ya había
identificado como un antiguo amor que no funcionó y que seguía
persiguiéndola por muy rápido que intentara caminar. Claro que la
persecución era bastante irreal ya que no huía sino que penaba con
sus manos bajo la vieja manta sentada en la cochambrosa mecedora.
La canción de los Reyes Magos cesó
por un instante. Cesó como cesan de llegar los regalos cuando te
haces mayor.
¡Has perdido la cabeza! - se oyó
decir a la voz de su antiguo amor desde fuera.
Estoy tirando mi vida a la basura,
pensó ella en voz alta y sin ganas de contestar a nadie. Porque
seguramente, nadie había.
Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen
los Reyes Magos...
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