sábado, 21 de septiembre de 2013

Todos los sábados por la tarde




"Ivan’s Childhood" (Andrei Tarkovsky, 1962)




Todos los sábados por la tarde tengo esa misma extraña sensación. 
Todos los sábados por la tarde me siento arropada en tus abrazos y colmada por tus besos.
Todos los sábados por la tarde siento que me vas a dejar caer en cualquier momento.
Todos los sábados por la tarde estoy segura de que si no sintiera que me puedo caer no me arroparían tanto tus abrazos ni me colmarían tanto tus besos.

Y así, viviendo en este desequilibrado equilibrio, vivo...





jueves, 12 de septiembre de 2013

El problema de jugar siempre al empate



- Está bien saber que pase lo que pase el resto del día ya hemos hecho algo hoy, le dije mientras desayunábamos después de follar, por la mañana, nada más abrir los ojos.

- Está bien que follar sea lo primero que hacemos cuando llega el día, me dijo ella mientras mojaba su porra en el café. 

Mi cabeza se fue sin remedio a un burdo juego alegórico de lo más simplón analizando cómo entraba y salía la porra de su café para luego, una vez húmeda, entrar en su boca. Tuve uno de esos momentos en los que me siento de lo más vulgar pensando cosas que ni siquiera me paro a pensar pero aparecen en mi mente, que abochornarían a mi yo reflexivo. Pero la imagen de aquella porra del desayuno, poco tiempo después de haberme comido a mí por todos lados, porra (o churrito para ser exactos) incluida, era de lo más sugerente. Cuando veo cosas sugerentes en todo lo que me rodea, por muy cañí o vulgar que sea, como es el caso de una porra mojada en café, sé que pase lo que pase el resto del día ya lo he empezado ganando.




- Parece que hoy empezamos ganando. Nada más sencillo que empezar un día ganando si lo primero que haces cuando apenas has abierto los ojos, es follar.
- Eso es muy difícil.
- Acabamos de hacerlo, le dije con una seguridad impropia de mí.
- Hoy ha empezado bien. Dejémoslo ahí. Y cogió otra porra para proceder a mojarla nuevamente en el café y dar buena cuenta de ella.
- Parece que te has levantado con hambre... ¿No te has alimentado lo suficiente esta mañana?
- ¿Ves? No es tan fácil. Lo estás empezando a joder. Con lo bien que había empezado el día...
- Es broma, perdona.
- Da igual. 

Entonces yo cogí una porra y procedí a hacer lo mismo que ella pero cualquier persona que nos hubiera visto desde fuera se habría dado cuenta de que no es lo mismo. Aunque quisiera hacer lo mismo. Hasta ella se dio cuenta. Pero no dijo nada al respecto. Se fue a otro de sus sitios.

- ¿Qué edad tendrías si no supieras la edad que tienes?
- ¿Cómo?
- Déjalo.
- No, dime..., le dije ya asustado.
- ¿Qué edad tendrías si no supieras la edad que tienes?
- No sé, nunca lo he pensado.
- Ya. 

La porra se me estaba atragantando. El día que había empezado de maravilla porque está bien saber que pase lo que pase el resto del día ya hemos hecho algo hoy, empezaba a ponerse raro ya en el desayuno.

- ¿Qué quieres cenar hoy? 
- ¿A qué viene eso ahora? ¿Estamos desayunando?
- No, para ver si me contestabas que tú no sabías pero que yo iba a cenar porra otra vez.
- Yo nunca hubiera dicho eso.
- Tenía que comprobarlo.
- ¿Quieres cenar porra esta noche?
- Quiero comértela ahora mismo.

Volvía a pensar que el día se había levantado maravilloso. Daba gusto desayunar así.

Me volvía loco que me la comiera. Ya fuera por la mañana o por la tarde, de noche o de día. Todo parecía posible cuando ella me comía la polla. Era algo que nunca podré describir con palabras por más que lo intente. Por más veces que me la haya comido. Recuerdo cuando intenté explicárselo a otra persona que no entendía lo que quería decir acerca de empezar de maravilla los días, de salir ya ganando, o de lo indescriptible que era lo que sentía cuando ella me comía la polla:

- ¿Has mirado sus ojos? Yo la primera vez que miré en ellos tuve la misma sensación que cuando escuché por primera vez a los Rolling Stones.
- ¿Sus ojos?
- Los ojos de alguien que te está comiendo la polla.
- No sé. 
- Ese es tu problema, no sabes. Quizás juegas siempre a empatar y luego pasa lo que pasa...




Aquella conversación no acabó bien. Aunque a mí me parezca que dije en ella cosas tan bellas que nunca crea poder repetir hablando de mirar unos ojos. Tiempo después, esa persona me comió la polla y estoy convencido que ambos estábamos pendientes de algo más que aquella comida porque recordábamos la conversación de los ojos. Y eso que fue con poca luz, de noche y con mucho deseo por ambas partes. Aquella comida acabó en empate. No volvimos a jugar el partido de vuelta. Pero eso ocurrió mucho tiempo después del maravilloso día del que estaba hablando que empezó muy bien por saber que pasara lo que pasara el resto del día ya habíamos hecho algo.

Ese día, el que empezó muy bien sabiendo que ya pasara lo que pasara habíamos hecho algo por haber follado al despertarnos, se empezó a torcer a media tarde. Todos los días se empiezan a torcer a media tarde. Es cuando comienza a aparecer el cansancio. Cuando cuesta más mantener la ventaja adquirida en los prolegómenos. 

Yo, aparte de una deficiente condición física, tengo poca fortaleza mental, y cuando los días empiezan a torcerse, me cuesta mantener el marcador a favor. Es algo que ella sabía y por eso se empeñó en comérmela antes de comer, en medio de la comida (a pesar de que estábamos en un restaurante) y en la siesta. A veces no miramos los días en toda su intensidad. Creemos que los martes no son más que antesalas de los jueves y así. Y así nos luce el pelo. Yo llegué a la cena con pocas ganas de hacer chistes de porras, ni de casi cenar.




Por aquellos tiempos yo quería ser escritor. Y como todos sabemos, un aspirante a escritor no deja de ser una persona como todas las demás solo que un poco más pretenciosa, embobada de sí misma y con ganas de demostrar constantemente que tiene ideas mejores que los que le rodean. Por aquellos tiempos yo solía joder bastante las situaciones y días en los que iba ganando cómodamente con mis ínfulas de literato maldito y genial. Y, claro, salté:

- Voy a hacerte un traje con mis letras, le dije en lo que yo consideraba un piropo maravilloso que la dejara epatada y a mi merced, bebiendo los vientos por mí.
- Yo lo que quiero es que me hagas un traje de saliva y te dejes de romanticismos. Ese es tu mayor problema conmigo, me replicó mientras intentaba comerme la polla una vez más.

Aquella noche acabó en tragedia. Ella seguía con hambre. Yo ya hacía mucho tiempo que había dado por bueno el empate. No me quedaban cambios y el equipo se resintió. Ella decidió jugarse el todo por el todo y buscó ganar aunque fuera en la tanda de penaltis. Yo ya había sido eliminado de la competición.

A día de hoy, recuerdo aquella jornada como un claro ejemplo de lo que pudo ser y no fue. La eterna promesa me llamaban. El de los días que empezaban de maravilla porque sabía que pasara lo que pasara el resto del día ya habíamos hecho algo.

Desde aquel día tengo miedo a las noches. Duerma solo o acompañado. Tengo miedo despertar y ver que el día no empieza ni siquiera en empate...



B.S.O.: "Un buen día" (Los Planetas)


viernes, 6 de septiembre de 2013

De desvanes y vueltas al mundo



Subió al desván con sigilo. En su mano derecha llevaba un portavelas con una a medio consumir pero que todavía alumbraba. Era perfumada. Vainilla. Podría ser anti-mosquitos y todo sería más agradable. Que oliera a vainilla y que no tuviera que aguantar el zumbido de los mosquitos planeando el desembarco en los tramos de su piel desnuda. Tramos que eran muchos y muy amplios. A fin de cuentas, era uno de los veranos más calurosos de las últimas décadas en aquella zona del mundo. Aunque eso era lo que decían los meteorólogos todos los años, en ese parecía verdad. Estaba segura que al año siguiente, de seguir viva, volverían a decir lo mismo y ella volvería a sentirlo igual. Calor, aroma a vainilla, mosquitos, desván en las alturas lleno de telarañas. En ese instante se dio cuenta de que algo no iba del todo bien cuando ese era su mejor (y único) plan para el sábado noche.





Decidió no pensar demasiado en todo lo que le rodeaba fuera de aquel desván para no distraerse de su búsqueda. No saber qué era lo que estaba buscando ya suponía suficiente distracción como para añadir más al asunto. Llegó el momento inevitable en el que admitió para sus adentros la esperada, pero no evitada, realidad de que no era buena idea subir al desván con aquellas preciosas sandalias que se había comprado al inicio del verano y que tan bien le quedaban. El dedo gordo del pie había impactado dolorosamente con una desvencijada caja de cartón que se interpuso en su camino. La reconoció rápidamente. Era la caja de los viejos vinilos. Viejos por su procedencia, la adolescencia, pero bastante nuevos por el cariño conque siempre los trató y el valor que han adquirido en los últimos tiempos en el mercado del coleccionismo y la revitalización del vinilo como soporte 
musical.

Allí estaban todos. Más de los que ella recordaba incluso. Patty Smith, Dylan, Ramones, Rolling Stones, Velvet Underground... Todos y alguno más, incluso autografiado. Muchos autografiados por personas diferentes a los creadores de los discos. Una extraña costumbre que cogió de Dana. Pedir autógrafos de gente sobre diferentes soportes. De gente que no tiene nada que ver con el soporte. De gente, en la mayoría de los casos, que no está acostumbrada a dar autógrafos a su alrededor. Y entre los discos, apareció aquella lámina. Aquella bonita lámina que pensaba enmarcar para que acompañara a Dana en sus noches de trabajo y pasión creativa. Ese cuadro que nunca le regaló en el que se leían esas palabras de Scott Fitzgerald, “Puedes acariciar a la gente con palabras” que Dana nunca llegó a tener y que estaba lleno de polvo. Un polvo acumulado por no tenerlo. Por no recibir su apoyo. Por no confiar en cómo escribía como ella siempre sintió e hizo.

Pensó que lo peor que tenía subir al desván era encontrarse consigo misma. Pensó mucho en ello antes de subir, pero recordó mucho las palabras de Dana, que siempre estaba dispuesta a descubrir, a ir más allá, a penetrar donde fuera, aunque fuera en sí misma. En sí mismas. Pensó y se dejó llevar, como tantas veces, por el recuerdo de Dana y olvidó los riesgos.



Subió al desván y se encontró. En aquel espejo. Aquel espejo olvidado en el desván porque ya no funcionaba. Hacía años que fue sepultado entre los recuerdos acumulados porque se había estropeado. No funcionaba. Curiosamente, era un caso único de espejo que deja de funcionar y estaba allí. En su desván. Estaba convencida de que fue Dana quién lo estropeó. El caso era que allí estaba, detrás de todos esos recuerdos. Inútil y sin capacidad de reflejo. Pero con toda la capacidad inquisitiva que siempre tienen los espejos cuando se sabe usarlos. Aquel espejo no funcionaba, pero seguía siendo terriblemente cruel con ella.

Por más que quiso evitarlo, no pudo. El espejo, burlón en su desajuste, terrible en su inutilidad, le recordó aquello tan terrible a lo que ella se dedicó años atrás con tanto afán. Tiempo antes de que el espejo dejara de funcionar. Hasta justo antes de que Dana despareciera de su vida: Su obsesión de disfrazarse de sueño para entrar en los suyos.

Cabreada con el espejo, con el mundo y, sobre todo, con ella misma, blasfemó entre dientes y pegó una patada unas cajas acumuladas al lado del estropeado utensilio por no romper algo y hacerse daño con los restos de vidrio. No le daría el gusto al espejo. No podía ni imaginar que después de todo lo que habían pasado juntos, encima pudiera hacerle daño ahora, después de estropeado y casi olvidado. 

Con la patada cayó al suelo una caja metálica. Inmediatamente la reconoció: Era el kit que Dana y ella compraron para parar el tiempo y que nunca llegaron a sacar de su envoltorio.
Afortunados tiempos, pensó con nostalgia. Tal y como era todo, lo más que podrían haber conseguido es que cada día fuera un domingo. Y los domingos de Dana eran silenciosos y grises.



Fue de aquello de lo que quiso huir para dar la vuelta al mundo. Miró el globo terráqueo que había en la puerta del desván y lo recordó perfectamente. Lo único que quería la última vez que vio a Dana, la última vez que subió al desván antes de perderla para siempre. El último día que la quiso con todo su alma. Quería dar la vuelta al mundo simplemente por poder sorprenderla por la espalda y abrazarla antes de que pudiera oponer resistencia.

Salió a trompicones del desván sin mirar atrás. Entró en internet y buscó la ruta más corta alrededor del globo para dar la vuelta al mundo. Olvidó el espejo, los vinilos y las pocas ganas de vivir en unos días que eran todos domingo. Se colgó la mochila en la espalda y salió a dar la vuelta al mundo simplemente por poder llegar a la espalda de Dana y abrazarla por sorpresa. 

No había olvidado lo que era abrazar. Aunque no quedara nada de ello en el desván.

Pero eso ya, es otra historia...



B.S.O.: "Everyday is like Sunday" (Morrissey)