lunes, 5 de noviembre de 2012

Esa noche, como tantas otras noches, conocí a alguien.




“No me suicidaría. Soy una de mis personas favoritas.”




Esa noche, como tantas otras noches, conocí a alguien.
Conocí a alguien que, a su vez, no sabía quién era Charles Barkley.

A menudo, demasiado a menudo, la relación que establezco con los demás se basa en cosas tan importantes como esa. El resto de acompañantes esa noche basaban sus interacciones en cosas menos importantes como el tamaño de unas tetas, el grosor de unos labios, el respingar de un trasero o, menos aún, el brillar de una sonrisa o el destello de una mirada.

Yo conocí a una chica que no sabía quién era Charles Barkley.

Y llegó el momento: Los músicos dejaron de tocar. Nosotros seguíamos allí. Nos quedamos solos en medio de la pista. Empezamos a bailar, en silencio. Escuchaba su corazón. Sólo su corazón. En silencio. Los músicos habían dejado de tocar, pero yo no podía quitarme de la cabeza esa primera impresión. Escuchaba su corazón tras esas grandes y apetecibles tetas que se rozaban con mi cuerpo sin dejar apenas espacio para que pasara el viento y erizara nuestros pezones, aunque los suyos lo estaban por alguna extraña razón que no llegaba a comprender. Y yo seguía pensando que ella no sabía quién era Charles Barkley.




Esa noche, como tantas otras noches, busqué algo insulso de qué hablar para disimular mi desazón vital al estar ante alguien que no conocía a Charles Barkley. Mira como se parece aquel tipo a Nicolas Cage, dije sin medir las consecuencias. Sonrió y por un momento casi olvidé quién era y qué hacía allí. Es verdad, es igualito, me susurró al oído aunque la música ya había dejado de sonar y no era difícil escucharnos.

Esa noche, como tantas otras noches, me reí de alguien junto con una desconocida.

Pero esa desconocida desconocía quién era Charles Barkley. Ni siquiera le sonaba.

¿Ves? Nicolas Cage sí se quién es. Y ese tipo se le parece mucho. Además, supongo que será tan mal actor como él y si nos acercamos a hablarle pondrá la misma cara de palo que lleva poniendo Nico en todas sus películas los últimos veinte años. Me gustó su comentario y sonreí sinceramente. Vamos a ello, dije.

Nos acercamos al tipo que se parecía a Nicolas Cage y empezamos a tener una de esas conversaciones estúpidas que se suelen tener en los bares cuando llega el momento que los músicos dejan de tocar.

Y los abandoné en su conversación, dejando atrás aquellas tetas que hacía un rato habían estado pegadas a mi pecho y tenían erizados los pezones sin saber muy bien porqué ya que no corría el viento entre nosotros.

Esa noche, como tantas otras noches, una chica que no conocía a Charles Barkley, folló con alguien que se parecía a Nicolas Cage mientras yo me iba a casa para hacerme una paja imaginando que estás en mi cama…




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